domingo, 25 de octubre de 2009

Acompañamiento en el Nuevo Testamento

El acompañamiento que Dios hace al ser humano es una constante en su actuación providente a lo largo de todo el proceso de formación de un pueblo que diese cobijo y acogida a su Verbo cuando llegase el momento que nosotros conocemos como ‘la plenitud de los tiempos’. Ese fue el pueblo israelita, que en el devenir de su Historia, con sus infidelidades y sus vueltas a Dios, fue acompañado por Yavéh a través Patriarcas, Jueces, Reyes o Profetas que fueron manteniendo firme la esperanza en un Salvador.

Pero este acompañamiento no podía quedarse estancado ahí, porque ‘la plenitud de los tiempos’ tenía que llegar y llegó en su momento oportuno a través de un ‘SÏ’ fundamental, libre, resolutivo que marcó el cambio de rumbo de la Humanidad desde una jovencísima muchacha que moraba en un lugar llamado Nazaret. ¡Ah! Y su nombre era María. Y estaba desposada con un varón que respondía al nombre de José.

Desde ese momento, conocido en adelante como el Nuevo Testamento, Dios sigue teniendo la iniciativa y desea seguir acompañando a la Humanidad de una forma diferente. Tomó la decisión de ser Él mismo, en persona (y nunca mejor dicho), quien iniciaría ese acompañamiento a todos, pero de forma especial a través de unas personas claves. Vamos a detenernos en el primero de ellos:

JOSÉ .- Cuando al principio del Evangelio de Mateo encontramos el pasaje que nos cuenta cómo María concibió a su Hijo por la acción del Espíritu Santo, ‘José su esposo, que era justo y no quería denunciarla, decidió separarse de ella en secreto’. (Mt. 1, 19) Humanamente era normal que pensase así, pero su talla moral la demostró con la decisión que tomó. No quería hacer daño a María. Y Dios decide enviarle un mensajero Suyo que le aclarase la situación.

Mientras José dormía el ángel mensajero de Dios le dice : “José, hijo de David, no temas recibir contigo a María, tu mujer, porque su concepción es obra del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo y le pondrás por nombre Jesús”. (Mt. 1, 19). Sus dudas respecto al embarazo de María quedaban claras. Y el acompañamiento divino se hace patente nuevamente.

Los Magos de Oriente.- Cuando se presentan en Jerusalén guiados por la estrella y preguntan dónde está el Rey de los judíos que acaba de nacer, Herodes se preocupa por si le arrebata su poder. Eso de ‘Rey de los judíos’ ¿de qué otra manera iba entenderlo si no era desde el poder terreno? Y surge el miedo a perder su hegemonía. Les dice que cuando lo encuentren vuelvan a comunicárselo para ir él a adorarle. La mentira hace acto de presencia porque lo que realmente quiere es eliminarlo.

Nuevamente el acompañamiento divino hace acto de presencia. ‘Y advertidos en sueños de que no volvieran donde estaba Herodes, regresaron a su país por otro camino’. (Mt. 2, 12). Se dejaron guiar y marcharon siguiendo el mensaje recibido.

Pero eso había que completarlo con una nueva acción acompañante. El ángel del Señor se aparece en sueños a José y le dijo: “Levántate, toma al Niño y a su Madre, huye a Egipto y quédate allí hasta que yo te avise, porque Herodes busca al Niño para matarle”. (Mt. 2, 13). Éste fue un éxodo de Jesús que tuvo que huir de su país para instalarse en uno extranjero, huyendo del poder político. Verdaderamente fueron unos exiliados.

Muerto Herodes José recibe un nuevo aviso para que regresara desde Egipto con Jesús y su Madre a la tierra de Israel, diciéndole: “Levántate, toma al Niño y a su Madre y vuelve a la tierra de Israel porque han muerto los que atentaban contra la vida del Niño”. (Mt. 2, 20). Nuevamente se pusieron en camino para establecerse en Nazaret.

Pasan los años y continuando en esta línea acompañante de Dios, aparece un nuevo personaje en esta etapa de la Historia. Se trata de Juan, hijo de Isabel, la prima de María, y de Zacarías. Era, por tanto primo de Jesús.

EL PRECURSOR.- Antes de iniciar Jesús su vida pública, aparece su Precursor predicando en el desierto de Judea, preparando los caminos del Salvador.

Acompañaba y guiaba a las gentes diciéndoles: ‘Arrepentíos, porque está llegando el Reino de los Cielos’. (Mt. 3, 2). Las gentes reconocían sus pecados y Juan los bautizaba en el río Jordán.

Al igual que los profetas anteriores guiaba y acompañaba al pueblo, exigía frutos de conversión y les decía que ‘todo árbol que no dé fruto será cortado y echado al fuego’. (Lc. 3, 9). Añadía: ‘El que viene detrás de mí es más fuerte que yo, y no soy digno de quitarle las sandalias’. (Lc. 3, 16).

El punto álgido de su predicación pienso que pudo ser la ‘presentación’ al pueblo del que sería su gran acompañante: ‘Vio a Jesús que se acercaba a él y dijo: Este es el cordero de Dios que quita el pecado del mundo’. (Jn. 1, 29), y el bautizo en el Jordán, después del cual, cuando Jesús sale del agua, los cielos se abren y se ve el Espíritu de Dios descender sobre Él en forma de paloma y oírse una voz de los cielos diciendo: “Este es mi Hijo amado en el que me complazco”. (Mt.3, 16-17). Es el mismo Espíritu que se manifestó en su concepción y en su nacimiento y que lo acompañará durante toda su vida. La Santísima Trinidad aparece de forma inequívoca.


Una constante en el desarrollo de los Evangelios es presentarnos a Jesús en continuo contacto con su Padre a través de la oración para dejarse acompañar por Él en el silencio y la solitariedad.

El evangelista Marcos dice: “Muy de madrugada, antes del amanecer, se levantó, salió, se fue a un lugar solitario y allí oraba”. (Mc. 1, 35). Solía hacerlo antes de comenzar su jornada de predicación. La ponía previamente en manos de su Padre y luego se dedicaba a acompañar a las personas que le seguían (por ejemplo, en la multiplicación de los panes y de los peces. Otra ocasión sería en el monte de las Bienaventuranzas cuando expuso su programa de vida, (Mt. 5, 1-12) o a cuantos iban a Él en determinados momentos (Zaqueo, Nicodemo, Marta y María, la Samaritana, María Magdalena,...).

Y siempre que debe tomar una decisión, se prepara previamente con la oración. Cuando ha de elegir a doce apóstoles de entre todos los discípulos, dice el Evangelio que se retiró al monte y pasó la noche orando (Lc. 6, 12-16), es decir, siendo acompañado a su vez por el Padre y el Espíritu Santo para que le guiaran en su actuación.

Jesús es la presencia cercana de Dios en medio de los suyos manifestada en sus encuentros con la gente a quienes mostraba la misericordia del Padre. Esta es la parte esencial del acompañamiento permanente a un pueblo y a unas gentes abatidas por el sufrimiento y el pecado.

Los encuentros frecuentes con los pecadores y los marginados no eran para condenarlos, sino para decirles que Dios no los olvida, los tiene presentes y que existe un camino de vuelta porque eran sus preferidos. Dijo: ‘No he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores’. (Mt. 9, 13). Va anunciándoles ya el mensaje que ha venido a traer a la tierra.

Para Jesús, acompañar en la fe significa “compartir su existencia” y esto se manifiesta en algunos pasajes en los que se puede ver la existencia de un diálogo, de una escucha, de una acogida, de una presencia misericordiosa de Dios, de un contacto con la verdad, de un nuevo horizonte de Dios.

Podemos comprobarlo en los encuentros especiales que Jesús tiene con algunas personas para hacerles ver el camino de la salvación que ya está comenzando en su predicación. Uno de ellos es el encuentro con el publicano Leví, que luego se convertiría en Apóstol y evangelista, quien cuenta el momento de su encuentro con Jesús, de su conversión, y lo celebró con una cena especial con sus amigos publicanos y el Señor. En él celebró su radical cambio de vida. Podríamos decir que en esa fiesta murió Leví y nació Mateo.

Las comidas de Jesús con los pecadores eran criticadas por sus adversarios. Sin embargo para Jesús eran momentos para acercarse a ellos y mostrarles el amor incondicional de Dios.

Hay otro personaje singular que tuvo la iniciativa de querer hablar con Jesús a solas. Y el diálogo se produjo durante la noche. El evangelista Juan nos narra el encuentro que tuvo Jesús con Nicodemo. Y Jesús se dejó encontrar.

NICODEMO .- (Jn. 3, 1-21). Hombre principal entre los judíos, miembro del grupo de los fariseos, se siente seriamente interesado por Jesús. Se acerca a hablarle de noche porque no quiere que sea conocida su simpatía por Él. Reconoce que es enviado de Dios, porque los signos que hacía no podían hacerse si Dios no estaba con Él.

Durante la conversación, Jesús enfrenta a Nicodemo con su verdad para hacer que surja la fe, sin imponerle nada ni darle soluciones ni recetas. Quiere que Nicodemo vaya descubriendo las cosas. Le invita a renacer por la acción de Dios a través de su apertura personal y le dice que nadie puede entrar en el Reino de Dios si no nace del agua y del Espíritu.

Le abre otro horizonte: la gratuidad de la presencia y acción de Dios en su vida si él quiere, si se pone en las manos de Dios. Le invita a la libertad y a la flexibilidad dejándose llevar, como el viento, que sopla donde quiere, pero no se sabe de dónde viene ni a dónde va. Jesús tuvo con Nicodemo una buena sesión de acompañamiento espiritual. Y Nicodemo se mantuvo fiel y acompañó a Jesús en las horas difíciles de su Pasión y Muerte.

Otro personaje muy conocido en Evangelio con quien Jesús se hizo el encontradizo, es

LA SAMARITANA .- (Jn. 4, 4-42) También aquí es Jesús quien toma la iniciativa a través de algo tan simple como pedirle que le diera de beber. Con su peculiar lenguaje, Jesús la invita a no quedarse en lo superficial. Enfrenta a la mujer con su realidad. Pero no la condena.

Le da un pequeño signo para ayudarla: “El agua que Yo le daré será en él un manantial que salte hasta la vida eterna”. (Jn. 4, 14). La invita a dar una respuesta personal a Dios. Es otra sesión de acompañamiento espiritual que tiene Jesús con esta mujer.

ACOMPAÑAMIENTO ESPIRITUAL A SUS SEGUIDORES

Si buscamos en el Evangelio de Juan, en el pasaje que narra la Última Cena de despedida de Jesús con los suyos, encontraremos lo siguiente: ‘Jesús se levantó de la mesa, se quitó el manto, se lo ciñó a la cintura, echó agua en una palangana y les lavó los pies’. (Jn. 13, 1-15). Hizo lo mismo que hacían los esclavos y servidores. Y después de este gesto, se puso el manto, se sentó a la mesa y les dijo a los suyos: ‘Si Yo que soy el Maestro y el Señor os he lavado los pies, vosotros debéis hacer lo mismo unos con otros’.

Y lo más importante del acompañamiento que les hizo a los Apóstoles, ya avanzada la cena es en dos momentos cruciales: uno, cuando ‘tomo pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo dio a sus discípulos diciendo: Tomad y comed; esto es mi cuerpo’. (Mt. 26, 26-29). El otro cuando les dijo: ‘Un nuevo mandamiento os doy: Amaos los unos a los otros. Como yo os he amado. En eso reconocerán que sois mis discípulos’. (Jn. 13, 34-35).

Esto es parte del testamento espiritual de Jesús que sabe próximo su fin. Podríamos decir que son sus últimas voluntades.

Y no puedo dejar de mencionar el acompañamiento que hizo después de su Resurrección a dos discípulos con un estado de ánimo decaído.

LOS DISCÍPULOS DE EMAÚS .- (Lc. 24,13)

Jesús sale al encuentro de esas personas que se dirigen a Emaús. Creen que el proyecto de Jesús ha fracasado, cuando lo que realmente ha fracasado es su proyecto de discípulos por su miopía (si no ceguera) en su fe. El Resucitado camina junto a ellos haciéndose el encontradizo, como quien no sabe nada. HABLA con ellos y les PREGUNTA. ESCUCHA cuanto le dicen. PERMANECE con ellos pero no lo reconocen. Y esto es lo que asombra a Jesús.

Al atardecer se queda a compartir la cena con ellos. Les explica las escrituras pero es AL PARTIR EL PAN, justo en ese momento, cuando se dan cuenta de quién es, realmente, su acompañante. Es necesaria la Fracción del Pan para que se curen de su miopía o ceguera espiritual, porque antes, aunque les hablara Jesús en persona, seguían sin ver.

La Eucaristía es el culmen, la cima, del acompañamiento de Jesucristo a cada uno de nosotros para que le reconozcamos como el Kyrios, como el Señor de la Historia y de nuestra propia historia.

MARÍA, MADRE DE DIOS,

También Ella fue acompañada y acompañante espiritual. Acompañada por el Padre toda su vida para llevar a buen término su colaboración en la Redención, lo cual no significa que no tuviera dificultades y momentos durísimos, como cuando acompaña a su Hijo en la Pasión y al pie de la Cruz. Acompañante cuando corrió a la montaña sin tener en cuenta que está en los primeros meses de su embarazo y que puede correr riesgo el mismo Hijo de Dios. Siente la inquietud de acompañar y ayudar a su prima Isabel que ha concebido un hijo en su ancianidad. La acompañó y la sirvió hasta que nació Juan el Bautista.

María también acompaña a su Hijo en su misión y por eso adelanta de alguna manera los signos del reino: “Mira. No tiene vino”. Con su fe, con su intuición femenina, con su esperanza. Ella mira a los servidores y les dice: “Haced lo que Él os diga” (Jn. 2, 1-11) y Jesús se rinde. No tiene más remedio. No puede desairar, no puede fallar a su Madre. Ese consejo que María da a los servidores, podemos decir que también nos lo está dando hoy a nosotros.

Y María también acompañó a la Iglesia naciente. Estaba junto a todos los apóstoles y otras mujeres que perseveraban unánimes en la oración. (Act. 1, 12-14). Los apóstoles siguieron acompañando al pueblo y a muchos pueblos de distintos países con su predicación y con sus cartas, llamadas ‘epístolas’. Solamente San Pablo escribió 13 a distintas comunidades.

En su Carta a los Romanos (12, 2), dice así: ‘No os acomodéis a los criterios de este mundo, al contrario, transformaos, renovad vuestro interior, para que podáis descubrir cuál es la voluntad de Dios, qué es lo bueno, lo que le agrada’. (No podemos aceptar el aborto, la eutanasia, las supersticiones, etc. Estos podrán ser los criterios del mundo, pero en ningún caso, los de Dios).

En la I carta a los Corintios, en el capítulo 13, escribe sobre el amor cristiano: ‘Aunque hablara las lenguas de los ángeles, si no tengo amor, soy como campana que suena o címbalo que retiñe. Aunque tuviera el don de hablar en nombre de Dios y conociera todos los misterios y toda la ciencia; u aunque mi fe fuese tan grande como para trasladar montañas, si no tengo amor nada soy. Aunque repartiera todos mis bienes a los pobres, si no tengo amor, de nada me sirve’.

Sigue diciendo San Pablo: ‘El amor es paciente y bondadoso; no tiene envidia ni orgullo. No es grosero, ni egoísta; no se irrita ni lleva cuentas del mal. Todo lo disculpa, todo lo aguanta’.

Ya vemos la importancia del acompañamiento espiritual a través de la Biblia. Si analizamos el comportamiento de Dios a lo largo e toda la historia de la humanidad, es Él realmente quien acompaña a las personas de todos los tiempos valiéndose en cada momento de la persona que cree idónea para cada caso, tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento, sólo que en éste último es Él mismo quien viene a acompañarnos personalmente y se queda con nosotros en la Eucaristía para seguir con nosotros, como veremos la semana próxima, Dios mediante.

El Señor es mi pastor. Nada me falta…
Me conduce junto a aguas tranquilas
y repone mis fuerzas…
Tu amor y tu bondad me acompañan
Todos los días de mi vida…

Salmo 23(22)

lunes, 19 de octubre de 2009

Acompañamiento Espiritual en el A.T.

Un cristiano que quiera vivir la radicalidad del Evangelio, pienso que debe hilar muy fino con el contenido de la doctrina de Jesucristo para luego hacer la traducción correspondiente proyectándola en la vida propia. Y eso no es fácil, porque como humanos que somos tenemos cierta tendencia a echar mano de nuestros convencionalismos particulares o de nuestro egoísmo en determinadas ocasiones. Y sin embargo resulta factible hacerlo, aunque el camino sea más o menos largo.

Pero aun así, lo fundamental es descubrir la necesidad de empezar a recorrerlo y tener la humildad, serenidad, objetividad y fuerza de voluntad suficiente para ver la realidad evangélica en nosotros mismos y procurar que nuestra vida discurra según la voluntad de Dios y sus caminos para seguirlos, con todas las piedras y matojos que pueda haber.

Lo que ocurre es que si ese camino lo recorremos acompañados por alguien, generalmente un sacerdote, que nos pueda marcar las guías por las que deba discurrir nuestro cristianismo, será mejor. Tendríamos que buscarlo, pero seguro que hay uno que nos satisfaga para ese menester y en un plazo más o menos largo seremos capaces de ir descubriendo lo mejor de nosotros mismos porque nuestro acompañante irá haciendo que lo veamos con meridiana claridad.

Supongo que esto no sonará a novedad para ninguno de ustedes, porque realmente el acompañamiento es tan antiguo como la Creación. Y no estoy diciendo ninguna tontería.

El acompañamiento espiritual se inició en los albores de la Humanidad.

En el libro del Génesis se nos dice que Dios bajaba al atardecer a estar con el hombre: ‘Oyeron después los pasos del Señor Dios que se paseaba por el huerto al fresco de la tarde. Y ellos se escondieron de su vista entre los árboles del huerto’. (Gen. 3,8). O sea, que Dios mismo acompaña, pasea, habla con el hombre y la mujer. ¿Cómo sabían, cómo conocían Adán y Eva que aquellos pasos que escuchaban después de su caída, eran los de Dios? Sencillamente, porque estaban acostumbrado a oírlos y les eran familiares. Yahvé paseaba cada atardecer con ellos, les acompañaba, dialogaban, eran amigos porque eran la obra mimada de su creación, los había modelado el mismo Dios y les había insuflado su Espíritu. Los había hecho a su imagen y semejanza. Los había creado para proyectarse en ellos con el mismo amor infinito que había volcado en la Creación.

Lo fundamental de este pasaje pienso que es la comunicación entre el Creador y su criatura, dentro de la sencillez con que el autor material del Génesis nos lo relata. Había una relación mutua. Una confianza mutua. Dios, aun dejándolos a su albedrío, les aconsejaba y guiaba respetando la libertad con la que les había dotado.

Fijémonos que cuando tiene que crearlos lo hace de una forma distinta al resto de la Creación. Según el Génesis 2, 7, ‘Yahvé Dios formó al hombre del polvo de la tierra, sopló en su nariz un hálito de vida y el hombre se convirtió en un ser viviente’, distinto y superior al resto de todo lo creado, precisamente por ese hálito de vida que le hacía semejante a Dios y a través del cual Dios le da una parte Sí mismo. Así pues, llevamos dentro de nosotros un pedacito (perdónenme la expresión) del alma de Dios.

Por eso cuando Dios expulsa del Paraíso a Adán y a Eva no quiere dejarlos abandonados a su suerte e inmediatamente les hace una promesa de salvación: ‘Pondré enemistad entre ti (la serpiente) y la mujer, entre tu linaje y el suyo; él te herirá en la cabeza, pero tú sólo herirás su talón’. (Gen. 3, 15). Y Dios continuó acompañando al ser humano.

El Dios del que habla el Libro del Génesis, está muy cerca del hombre y le sigue ayudando; lo trata familiarmente, lo acompaña permanentemente. Emigra con su criatura en la aventura de la vida por donde va y siempre se hace presente tanto al alba como en el ocaso.

Siempre misericordioso no olvida que el ser humano, aunque haya sido hecho a su imagen, es limitado, es débil y lo necesita. Pero el Señor Dios, cumple siempre su Palabra la cual se concreta en las alianzas que el Génesis nos recuerda: una, con Noé y la Humanidad; otra con el patriarca Abraham y sus descendientes. La tercera, con Moisés y el pueblo israelita, que también tiene su importancia.

A lo largo del Antiguo Testamento Dios sigue acompañando al ser humano. Veamos algunos casos de acompañamiento divino en esa época.

NOÉ .- Llega un momento en que Dios decide enviar el diluvio sobre la tierra conocida. Sus habitantes se han corrompido y sabe que Noé le permanece fiel, según dice el Génesis 6, 9, “Era justo y honrado entre sus contemporáneos. Un hombre fiel a Dios”.

Le habla y le dice ‘hazte un arca para entrar con tu familia y un par de animales de cada especie, porque todo cuanto hay sobre la tierra, morirá. Contigo, en cambio, estableceré mi alianza. (Gen. 6, 17-18).

Al finalizar el diluvio se acordó Dios de Noé y de todos los que estaban en el arca… Hizo pasar un viento sobre la tierra y bajó el nivel de las aguas. Cuando la tierra estuvo seca Dios le dijo que saliera del arca junto con todos los que estaban dentro. Noé levantó un altar y ofreció un sacrificio en acción de gracias a Yavéh Dios. (Gen. 8). Era la respuesta lógica desde su agradecimiento.

De nuevo habló Dios y estableció una alianza con Noé y sus descendientes y con todos los seres vivos que les habían acompañado. (Gén. 9, 9-10). Y siguió acompañándolo a lo largo de su vida y continuó su amistad y fidelidad mutua. Ni Dios abandonó a Noé, ni Noé se olvidó de Dios.


ABRAHAM .- Pasados unos años es Abraham, nuestro padre en la fe, el que es acompañado por Dios, también por su fidelidad. En Gen, 12 dice: “Yahvé dijo a Abraham: Sal de tu tierra, de tu parentela y de la casa de tu padre y vete a la tierra que Yo te indicaré. Yo haré de ti un gran pueblo, te bendeciré y engrandeceré tu nombre. Por ti serán bendecidas todas las naciones de la tierra.” Abraham tuvo que abandonar todo lo suyo, salir de su seguridad y aceptar la propuesta de Dios. Es el don de la fe quien le mueve a tomar la decisión de la obediencia.

Es mucho lo que le pide Dios a Abraham. Es la sublime y exigente llamada de Dios. Tiene que dejar su tierra, su patria, y salir hacia un país desconocido con la única garantía de la promesa de Dios. Una posteridad y en ella y por ella, una bendición para toda la Humanidad. El Don de la fe se activa en Abraham y su respuesta a Dios es un acto de fe absoluta, de obediencia y de confianza plena en Dios. Así comienza la Historia del Pueblo elegido.

Se pusieron, pues, en camino hacia la tierra de Canaán. Cuando llegó, levantó un altar a Yahvé en acción de gracias. Abraham siempre anduvo en la presencia de Dios. Su fe en Él le comprometió y transformó hasta el extremo de que el propio Hacedor quiere acompañarle y asistirle siempre. Podemos verlo en estos pasajes:

“No temas, Abraham, Yo soy tu escudo. Tu recompensa será muy grande”. (Gen. 15, 1) ; “Levanta tus ojos al cielo y cuenta, si puedes, las estrellas. Así será tu descendencia.” (Gen. 15, 5) ; “Yavéh le anunció: tu mujer, Sara, tendrá un hijo al que llamarás Isaac. Yo estableceré con él una alianza perpetua, para ser su Dios y el de su descendencia.” (Gen. 17, 19).

Pero ese Dios acompañante le pide una nueva prueba pasados unos años. Para probar su fe le pide que sacrifique a su hijo y se lo ofrezca en un altar. Esto supone para Abraham un choque interior tremendo, porque supone que el hijo de la promesa tiene que morir. Y esto se agudiza aún más cuando Isaac le pregunta: ‘Padre. Llevamos la leña para el sacrificio, pero ¿y la víctima?’ (Gen. 22, 7-8). Esto aún heriría más a Abraham, pero aún tiene serenidad para responderle: ‘Dios proveerá’. Y esa es una respuesta dicha desde la fe.

¿Dónde está la promesa de descendencia que le hizo Dios? Y a costa de no sabemos qué, la decisión de Abraham es firme: tiene total confianza en Dios. Marcha hacia el monte Moria y levanta el altar. Su fidelidad sigue en pie. No vacila. Y Dios le premia. En el último momento de la prueba Dios le manda un ángel que le detiene el brazo.

Abraham ha superado las pruebas y Dios sigue acompañándole porque se lo ha merecido. ¿Se imaginan el respiro que daría cuando su brazo quedó en el aire y oyó el mensaje del mismo que le había pedido semejante sacrificio? Quedaba claro que su fe en Dios era absoluta. Inconmovible. Y Dios lo valoró y premió.

Nosotros, igual. Podemos superar nuestras propias pruebas, si nos dejamos acompañar por Dios, por su Palabra, por la oración profunda, por los Sacramentos y, además, por un acompañante espiritual. Recordando la actitud de Abraham y procediendo como él en cualquier momento o problema que la vida nos presenta cada día. Entonces podremos decir como Abraham: ‘Dios proveerá’.

MOISÉS .- Fue salvado de las aguas cuando era un bebé de tres meses. Su salvación presagiaba su misión. Él es salvado para salvar a sus hermanos de raza de la esclavitud egipcia. Ese es el Plan de Dios con este personaje. Era el instrumento del que se valdría para liberar al pueblo que había elegido y echar un cimiento de los más importantes a la Historia de la Salvación. Porque Dios, habiendo escuchado los lamentos de su pueblo, recordó la promesa que había hecho a Abraham, a Isaac y Jacob.

Y aprovechó un día en que Moisés, pastoreando el rebaño de Jetró, su suegro, llegó al Horeb el monte de Dios, donde tuvo la gran experiencia de contemplar una zarza que ardía sin consumirse. Escuchó la voz de Dios que lo llamaba y pronto se dio cuenta que era el Dios de sus padres que le pedía algo aparentemente imposible.

Pienso que al principio pudo sentir algo muy parecido al miedo y también pudo haber excusas de muchas clases para evitar esta misión, pero no logró escaparse. Y menos cuando oyó la promesa de Dios: ‘Yo estaré contigo’ (Ex. 3, 12). ‘Yo estaré en tu boca y te enseñaré lo que has de decir’ (Ex. 4, 12). ¿No piensan ustedes que esto es un acompañamiento en su totalidad? De todos modos, los capítulos 3 y 4 del Éxodo nos relatan con detalle todo este pasaje.

A partir de ahí el acompañamiento divino se manifiesta en montones de ocasiones: la columna de fuego, la nube, el paso del Mar Rojo, el agua de la roca en el Horeb, en la entrega del Decálogo,…

Moisés fue un gran guía y un excelente acompañante espiritual para el pueblo israelita. Y mantenía su fe inconmovible porque hablaba a diario con Dios como lo haría con un amigo. Y Yavéh fue acompañante y amigo para Moisés. Sin embargo el pueblo pronto empezó con sus infidelidades a través de los agitadores de turno Datán, su hermano Abirón, Coré… (Núm. 16) (Becerro de oro, idolatría,…) Lo mismo que ocurre hoy entre nosotros. Siempre hay alguien que se empeña en hacernos creer cosas raras de Dios o de la Iglesia y también encuentran quien les sigue. Y sin embargo Él permanece fiel con la Humanidad y constantemente nos recuerda que su voz, su Palabra, ya vino aquí para acampar entre nosotros y acompañarnos a cada uno. Pero de eso hablaré más adelante.

Hoy también hay gente que, desde su ignorancia y sin darse cuenta, da valor a determinados objetos y confía en ellos para que les dé suerte (una pata de conejo, una brujita, un lazo rojo, etc), lo mismo que las supersticiones (el nº 13, pasar por debajo de una escalera, etc.) y eso es una falta de confianza en Dios. Son los nuevos “becerros de oro” de hoy. Si tenemos las ideas claras, no debemos dejarnos llevar por estas creencias porque van contra el primer Mandamiento de la Ley de Dios.


Y así podríamos ver distintos casos del acompañamiento de Yavéh a diferentes personas del A.T.: a David, a Tobías (con el ángel que le acompañó en su viaje), a los Profetas,… Pero con éstos permítanme, por favor, que me detenga en dos de ellos a los que admiro (lo cual no significa en absoluto que menosprecie al resto, ya que cada uno es importante en su faceta como portavoz de Dios) y que de alguna manera me han marcado personalmente a través de sus escritos, porque me han hecho ver cosas para mi vida, auténticos regalos de Dios, que jamás hubiese podido imaginar. Son Isaías y Jeremías.

ISAÍAS: Todos conocemos que bajo los escritos de este Profeta hay tres Isaías.

El primero en el s. VIII a. de C. (Capít. 1 al 39). Nos cuenta su vocación: la llamada de Dios. Dice así: ‘Entonces oí la voz del Señor, que decía: ¿A quién enviaré? ¿Quién irá por nosotros?’ Respondí: ‘Aquí estoy yo. Envíame’. (Is. 6, 8). Y a través de este primer Isaías Dios acompaña a su pueblo.

El segundo en la época del exilio. (Cap. 40 al 55). (S. VII a. de C.- Años 546 a 539 a. de C.) Éste es el auténtico guía y acompañante, el de los momentos difíciles. Y en el cap. 40, 3, dice a su pueblo: ‘Una voz grita: Preparad en el desierto un camino al Señor, allanad en la estepa una calzada para nuestro Dios’. Y esto pienso que también sirve hoy para nosotros. Debemos preparar, sin pausa alguna, los caminos del Señor en nuestro interior, pero además, también en nuestros ambientes. Ahora fijémonos en estos mensajes de Dios, absolutamente vigentes hoy: ’Tú eres mi siervo. Yo te he elegido, no te he rechazado. No temas porque Yo estoy contigo, no te asustes, pues Yo soy tu Dios. Yo te doy fuerza, soy tu auxilio y te sostengo con mi diestra victoriosa”. (Is. 41, 9-10). ; ‘No temas, pues Yo te he redimido, te he llamado por tu nombre, mío eres’. (Is. 43, 1) ; ‘Porque Yo soy el Señor, tu Dios, tu Salvador. Porque mucho vales a mis ojos, eres precioso y yo te amo y entrego por ti reinos y pueblos a cambio de tu vida. Nada temas que yo estoy contigo . (Is. 43, 3-5). Todo lo va proclamando a lo largo de los siete años que duró su misión. ¿Entienden lo que me ha hecho ver este Profeta? ¿Y a ustedes? Porque son mensajes que hoy nos está diciendo a cada uno de nosotros, porque la Palabra de Dios es siempre viva y actual. Uno más: ‘Vosotros sois mis testigos y mis siervos a quienes Yo he elegido para que me conocierais y creyerais y comprendierais que Yo soy Dios’. (Is. 43, 10). Es un auténtico acompañamiento a su pueblo en el exilio. Y también para nosotros, ¿verdad?

El tercero es posterior al exilio, cuando el pueblo regresa y e encuentra una tierra pobre y ruinas por doquier. Todo está por hacer. (Cap. 56 al 66). Dios también se hace presente en su pueblo a través del Profeta manifestando, por ejemplo, el tipo de ayuno que prefiere: ‘Que compartas tu pan con el hambriento, que albergues a los pobres sin techo,… Entonces clamarás y te responderá el Señor, pedirás auxilio y te dirá “Aquí estoy”… El Señor te guiará siempre, te saciará en el desierto y te fortalecerá’. (Is. 58, 6-12). Y presenta una esperanza en el libertador de Israel: ‘¿Quién ese que viene de Edom, de Bosrá,, con vestidos de púrpura?...Soy yo, que proclamo la liberación y tengo poder para salvar. (Is. 63, 1-4). Si nos damos cuenta, es el mismo personaje del Apocalipsis 19, 11-13.

Y también tenemos a JEREMÍAS. Otro instrumento de Dios para hacerse presente en su pueblo y, por tanto lo acompaña siempre, le habla, le da ánimo en su misión: ‘Tú, pues, cíñete la cintura, levántate y diles todo lo que yo te mande. No tiembles ante ellos. He aquí que Yo te constituyo en este día como ciudad fortificada, como columna de hierro, como muro de bronce frente a todo el país. Van a luchar contra ti, pero no podrán vencerte, porque Yo estoy contigo para librarte’. (Jer.1, 17-19). Son palabras de ánimo para el profeta y para su pueblo.

Más adelante le hace ver (y a nosotros también) que la confianza en Dios no queda sin recompensa: ‘Bendito el hombre que confía en Yavéh. Es como el árbol plantado junto al agua, que alarga hacia la corriente sus raíces; nada teme cuando llega el calor ; su follaje se mantiene verde ; en año de sequía no se inquieta, ni deja de producir sus frutos’. (Jer. 17, 7).

Y otro fragmento que me encanta porque me siento reflejado en él, como tal vez les suceda también a ustedes o a cualquiera de nuestros ancestros, es el del alfarero. Nos hace ver, como le hizo ver a Jeremías y a Israel, que estamos en sus manos: ‘Como está la arcilla en manos del alfarero, así estáis vosotros en mis manos, pueblo de Israel’ (Jer. 18, 1-6). Pues…así es nuestro Padre. Todo Providencia y amor.

Ya ven que es el mismo Dios quien nos marca la pauta en el acompañamiento. Y Jesucristo hizo lo propio cuando vivió entre nosotros, como veremos más adelante.

Ahora les dejo con sus reflexiones y mi oración. Que Él nos bendiga a todos y su Madre nos acompañe.

Haz brillar sobre nosotros la luz de tu rostro,
pues tú, Señor, me das más alegría
que si tuviera trigo y mosto en abundancia.
Me acuesto en paz y en seguida me duermo,
porque sólo tú, Señor, me haces descansar confiado.

(Salmo 4 7-9)

domingo, 11 de octubre de 2009

Soy rebelde

Sí, amigos. Así, a simple vista parece que suena mal, pero es así. He sido un rebelde y sigo siendo un rebelde en constante progreso.

Cuanto más profundizo en el Evangelio, cuanto más profundizo en la persona de Jesús de Nazaret, más rebelde e inconformista soy. Me ha venido a la mente el pasaje de la expulsión de los vendedores del templo: “…haciendo de cuerdas un azote, los arrojó a todos del templo,…’Quitad de aquí todo eso y no hagáis de la casa de mi Padre casa de contratación’. Se acordaron los discípulos que está escrito; ‘El celo de tu casa me consume’… Los judíos le dijeron: ¿Qué señal das para obrar así? Respondió Jesús y dijo: ‘Destruid este templo y en tres días lo levantaré’… Pero Él hablaba del templo de su cuerpo”. (Jn 2, 13-22).

Esto es lo que a los cristianos que tenemos a Dios en el eje y centro de nuestra vida nos ocurre en mayor o menor profundidad cuando queremos vivir el Evangelio y hacer presente, dentro de nuestros límites, pero con la ayuda del Espíritu, el Reino de Dios en nuestros ambientes, en nuestra sociedad, porque vemos claro que Jesús es el auténtico Señor del Universo y de la Historia.

Y ante las injusticias sociales, ante los ataques más o menos velados a Jesús, intentando ningunearlo y pretendiendo hacer fracasar su Pasión y Resurrección, a través de los ataques dirigidos a la Iglesia, me hace ser rebelde e inconformista. Aun sabiendo mis límites, me encuentro en el deber de aportar mi esfuerzo para contrarestar todo esto de alguna manera.

Se ataca a la Iglesia porque es una firme defensora de la vida y habla por esos niños y niñas que mediante leyes inicuas, absurdas e injustas que favorecen el aborto, pretenden enmendar la plana a Dios, Señor de la vida y de la muerte, pretendiendo asumir funciones que solamente son divinas, porque el ‘No matarás’ es una Ley de derecho divino.

Ante eso y otras muchas cosas se lucha. El próximo día 17 de octubre hay convocada una macro manifestación en Madrid a favor de la vida y mediante mails o directamente debemos hablar con cuantos podamos para apoyar esta protesta masiva para que la Ley que favorece el aborto sea retirada y defender esas criaturas que quieren matar sin miramiento alguno negándoles el valor más preciado que tenemos: la vida. Y quien dice eso dice otras cosas.

Nos queda el apoyo de Jesús que nos dijo: ‘Tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y las puertas del infierno no prevalecerán contra ella’. (Mt. 16, 13-20). Y hemos de poner todo nuestro empeño en colaborar con Dios para que, con su ayuda, pueda hacerse realidad esta promesa. Con la oración, sí, desde luego. Pero también con hechos. Para eso, entre otras muchas cosas, nos ha plantado Dios en este mundo. Y aquí debemos florecer para que Él recoja los frutos.

Cuando Jesús vino a perfeccionarlo todo y su doctrina chocó frontalmente con lo legalmente establecido que miraba más las formas que el fondo de las cosas y de las personas. La expulsión de los mercaderes del templo es un claro ejemplo de ello, como tantos otros hay en el Evangelio, y eso es porque también Él era un inconformista y nos enseñó a colocar las cosas en su justo punto. También a nosotros ‘El celo de las cosas de Dios nos consumen’ y hemos de estar dispuestos a cuanto podamos y debamos hacer.


Jesucristo vino a cumplir la voluntad del Padre y marcarnos un estilo de vida de cara a nuestra colaboración con Él para trabajar en la mejora de las estructuras para nuestro propio bien. Y aquí no hay parvedad: ‘Conozco tus obras y que no eres ni frío ni caliente. Ojalá fueras frío o caliente; mas porque eres tibio y no eres caliente ni frío, estoy para vomitarte de mi boca’. (Ap. 3 15-16). Me parece que está suficientemente claro y no necesita ninguna aclaración.

Creo que, en este sentido, todos somos en mayor o menor grado, rebeldes en constante progreso y evolución y sin dar cabida al desánimo, aunque nuestra naturaleza nos predisponga, en ocasiones, a ello. Dios nos ayuda. ¿Qué más podemos pedir?

Que se alegren los que se acogen a ti, y su gozo sea eterno;
protégelos , y se llenarán de júbilo los que te aman.
Porque Tú, Señor, bendices al justo,
y como un escudo lo protege tu favor’.

(Sal. 5, 12-13)


Que Dios nos bendiga y hasta siempre en la Comunión.

domingo, 4 de octubre de 2009

Las manos del abuelo

Corro el peligro de parecer pesado, pero… pienso que debo arriesgarme.

Verán ustedes. Si no recuerdo mal, en dos ocasiones anteriores he hablado del tema de ‘las manos’ (la última el 13 de septiembre). Ahora no es que quiero repetir tema y menos, haciendo tan poco tiempo, pero es que cuando vienen cosas a las manos se deben aprovechar so pena de que se pierdan y luego estaríamos lamentándonos mucho tiempo.

Hace unos días buscaba páginas infantiles en internet y en una de ella me encontré que había un apartado para Power Point. Allí me metí lleno de curiosidad y me encontré uno con el título que he puesto en esta entrada. Lo leí y releí. Es cierto que este tipo de montajes suelen aportar un mensaje, pero éste me hizo pensar y recordar…, volver a vivir algunas situaciones y escenas de mi infancia. (El abuelo, por ejemplo).

Me emocioné. Y oré…por mis abuelos.

Mientras nuestra existencia va transcurriendo entre el trabajo, los problemas, las inquietudes que todos tenemos, se nos escapan muchos detalles de la vida que, ya en la madurez, nos damos cuenta de ellos. Y, generalmente, es cuando los valoramos y en ocasiones nos damos cuenta del tiempo que hemos podido perder en otras cosas que nos han impedido disfrutar más plenamente de la vida familiar.

Recuerdo que cuando mis hijos iban a la escuela infantil, con cuatro o cinco años, cantaban una canción que, entre otras cosas, decía: ‘Te damos las gracias, Señor, por las manos…’Y con este Power la recordé, así como los tantos y tantos motivos de agradecimiento que tenemos para Dios por los dones que gratuitamente recibimos a diario solamente porque nos quiere. Aquellos de los que somos conscientes de recibir y otros, acaso muchísimos más, que los recibimos de Él sin saberlo nosotros.

Me parece que este Power Point es un magnífico complemento a mis escritos anteriores sobre este tema. Es una pena que no se pueda oír la preciosa música que lleva. Acaso algunos de los que leen este blog puedan volver a viejos recuerdos del pasado. Pienso que puede hacernos mucho bien y, tal vez, acercarnos más al Creador.

Que Él bendiga a su autor o autora y a todos nosotros. Les dejo con el Power. Hasta la próxima semana, si Dios quiere.

Las Manos Del Abuelo