domingo, 29 de noviembre de 2009

Los Patriarcas

Estamos hablando, leyendo u oyendo pasajes bíblicos que nos mencionan unos personajes a los que genéricamente se les llama ‘Patriarcas’. Esta palabra hace referencia a los padres de un determinado linaje, para indicar los cabezas de familia entre los israelitas. Así, nos encontramos: ‘Josafat confió la administración de la justicia en Jerusalén a levitas, sacerdotes y jefes de familia de Israel’. (2 Cr.19, 8) ; ‘El total de cabezas de familia, hombres valerosos, ascendía a dos mil seiscientos’. (2 Cr. 26, 12) : ‘Estos eran cabezas de familia, agrupados por linajes y residían en Jerusalén’, (1 Cr. 8, 28).

No obstante, el sentido que le damos a estas palabras es cuando hacemos referencia a unos ‘cabezas de familia’ muy concretos. Me estoy refiriendo a un pasaje concreto: ‘Así dirás a los israelitas: El Señor, el Dios de vuestros antepasados, el Dios de Abrahan, el Dios de Isaac, el Dios de Jacob, me envía a vosotros. Este es mi nombre para siempre, así me recordarán de generación en generación’. (Ex. 3, 15).

Estos tres personajes bíblicos son a los que solemos hacer referencia cuando hablamos de los Patriarcas, sin excluir que hay otros más: Matusalén, Noé, Sélaj, Téraj,…

El punto de partida de todo es Abraham, la llamada que Dios le hace la obedece con todo lo que ello representa: dejar su tierra y salir a iniciar un peregrinaje a ‘la tierra que yo te indicaré’. (Gen. 12, 1). Es con él con quien hace la alianza: ‘Aquel día hizo el Señor una alianza con Abran en estos términos: A tu descendencia daré esta tierra desde el torrente de Egipto hasta el gran río, el Eufrates’ (Gen. 15, 18).

Después fueron su hijo Isaac y su nieto Jacob los depositarios de esta alianza. Y con ellos solamente hizo Dios esa alianza como también a ellos solamente les prometió la posesión de la tierra prometida. El capítulo 17 del Génesis contiene todo el relato en este sentido.

Es probable que ustedes se pregunten si pretendo dar una lección bíblica. Pues no. Ni mucho menos. Lo que yo planteo es si el papel que tienen estas personas sirve para hoy, si tienen actualidad en el siglo XXI. Y pienso que sí. Son tremendamente actuales, porque a poco que miremos a nuestro alrededor podremos observar que el ambiente que nos rodea es muy parecido al que tenían los Patriarcas en su tiempo. Estaban rodeados de pueblos con otras culturas, con otros dioses a quienes rendían culto. Y frente a todo esto, supieron mantener su fidelidad a la alianza hecha entre Dios y ellos.

Tuvieron una fe increíble a nuestros ojos de hoy, pero su gran lección es que son el espejo en el que nos hemos de mirar para mantener nuestra fe y nuestra esperanza en Dios. Nosotros somos destinatarios de esa otra Gran Alianza hecha hace algo más dos mil años entre Jesucristo, Dios hecho hombre, que viene a plenificar y realizar definitivamente las promesas hechas por Dios. Promesa sellada con la Sangre del Cordero ofrecido en esa Nueva Alianza en el Ara de de la Cruz, en un lugar llamado Gólgota.







Y esos tres Patriarcas son el punto de partida de nuestra Historia de la Salvación. Es a nosotros a quienes corresponde mantener la fidelidad a nuestro Padre y Creador, Salvador y Señor del Universo, y transmitirla a nuestros descendientes y al entorno en el que nos desenvolvemos. Como ellos hicieron en su tiempo.



Tal vez, en un momento determinado, también escuchemos la voz de Dios diciéndonos: ‘No temas, (David, María, Luisa, Pedro, Walter, Guadalupe, John,…), yo soy tu escudo. Tu recompensa será muy grande’ (Gen. 15,1).

domingo, 22 de noviembre de 2009

Reflexiones

Si hacemos un mínimo de memoria bíblica, veremos que es relativamente fácil comprobar que las Teofanías han tenido lugar, generalmente, en los montes: A Moisés, en el Sinaí; Elías subió al monte que Dios le indicó, el Horeb, y en un ‘ligero y blando susurro’, pasó Dios. 'Elías se cubrió el rostro con su manto’ ; (I Re, 19. 11-16) ; la Transfiguración de Jesús fue en el Tabor y también eligió un monte para proclamar las Bienaventuranzas, su Programa de vida.

Pero hay otro aspecto que no debe pasar desapercibido. Me parece que no descubro nada nuevo cuando digo que Jesús oraba, pero es la segunda parte de esto lo que me llama la atención. ‘Una vez que la despidió, SUBIÓ A UN MONTE APARTADO PARA ORAR, y llegada la noche, estaba allí solo’. (Mt. 14, 23).

Solitariedad, concentración, desierto,…son unas notas que se van repitiendo en los distintos episodios de este tipo que nos cuentan los Evangelios. En el silencio se percibe mejor la palabra consoladora del Padre. La tierra y las piedras del monte son los únicos acompañantes de Jesús en esos momentos de intimidad. Y eso me hace pensar en alguna profundización de estos elementos, aparentemente insignificantes.

En la parábola del sembrador vuelven a aparecer: La semilla cae en terreno PEDREGOSO, otra cayó en TIERRA BUENA. (Mt. 13, 1-23). ‘Tú eres Pedro y sobre esta PIEDRA edificaré mi Iglesia’ (Mt.16, 16). ‘¿Y no habéis leído esta escritura: “La PIEDRA que desecharon los edificadores es ahora la piedra angular?” (Mc.12, 10). ‘Aquel que escucha mis palabras y las pone por obra, será como el varón prudente que edifica su casa sobre ROCA’. (Mt. 7, 24); ‘Yo os digo que Dios puede hacer de estas PIEDRAS hijos de Abraham’. (Mt. 3, 9); ‘Vosotros sois la sal de la TIERRA’. (Mt. 5, 13); ‘Si tuvierais fe como un grano de mostaza, diríais a este MONTE vete de aquí allá y se iría’. (Mt. 17, 20).

Y muchas otras citas, pero me parece que estas son un muestrario suficientemente variado e indicativo de la apreciación o valoración que Jesús tenía sobre ellas. Supo colocarlas en el lugar y momento adecuados. Y eso debemos meditarlo por las connotaciones que pueden tener en nuestras vidas, por los interrogantes que nos pueden plantear, directa o indirectamente. Por las aplicaciones que podamos darles de cara a nuestra relación con Jesús.

¿Nuestra existencia es roca sólida sobre la que se asienta nuestra fe en el Salvador, con firmeza ante las dificultades que presenta el día a día en nuestro quehacer cristiano, sin dejarnos vencer ni convencer por corriente alguna contraria a nuestros criterios cristianos, acordes con la doctrina de la Iglesia? ¿Somos tierra fecunda en la que hacemos crecer la semilla de la Palabra para luego traducirla en hechos de vida y esperanza? ¿Somos páramos estériles o fecundos oasis capaces de dar agua y calmar la sed propia y ajena? ¿Somos seco pedregal o fértil huerto regado con Agua Viva y alimentado con Eucaristía que nos impulse a hacer realidad el Reino en este mundo?

No lo sé. Personalmente me planteo en mi trayectoria cristiana muchas de esas cosas y busco ayudas por todas partes para llegar a una conclusión con la ayuda del Maestro, pero a veces me vienen respuestas de donde menos lo espero:

Mi alma está desasida
de toda cosa criada
y sobre sí levantada
y en una sabrosa vida
sólo en su Dios arrimada.
(S.Juan de la Cruz. Glosa)

ooooooooooooooooo

¡ Oh llama de amor viva,
que tiernamente hieres
de mi alma en el más profundo centro ! ;
pues ya no eres esquiva,
acaba ya, si quieres ;
rompe la tela de este dulce encuentro.

¡Oh cauterio suave!
¡Oh regalada llaga!
¡Oh mano blanda! ¡Oh toque delicado,
que a vida eterna sabe
y toda deuda paga!,
matando muerte en vida la has trocado.
(San Juan de la Cruz.-Canciones del alma)

Como ven, esos fragmentos poéticos pueden ser materia de reflexión, de meditación, de acercamiento a Dios, de adoración,…

En definitiva, la base de toda respuesta está en intentar ser espejos de Jesús. Dejarnos enamorar de Dios. En fijarnos en su comportamiento humano durante su etapa de convivencia entre nosotros. Algo tendría cuando llamó la atención de esos amigos que compartían a diario su vida. De algo se darían cuenta cuando en un momento concreto, de un día concreto, después que Jesús hubo finalizado su oración, fueron capaces de pedirle: ‘Señor. Enséñanos a orar’. (Lc. 11, 1). Y no solamente les enseñó la oración por excelencia: el Padre Nuestro, sino que además, les mostró el método para hacerlo. (Mt, 6, 5-13).

Después…Con nuestra oración personal debemos intentar acercarnos a ese Dios al que San Juan de la Cruz descubrió, cantó y adoró. Acaso no tengamos la talla poética de ese fraile carmelita descalzo, pero tenemos la nuestra propia y desde nosotros mismos podemos ponernos abiertos a la acción del Espíritu. Podremos no tener ninguna teofanía personal como otros personajes bíblicos la han tenido, pero tendremos nuestra propia experiencia de Dios a través de la oración. Entonces saldrá nuestra propia poesía que probablemente no escribamos (¿o sí?) pero que será la que llegará al Creador desde nuestra devoción y adoración. Entonces aprenderemos a ser buena tierra y sólida roca desde nuestro propio monte del trabajo diario o desde el silencio de nuestra morada.

Termino ya, pero permítanme dejarles con este regalo que nos dejó este fraile enamorado de Dios.

¿Por qué, pues has llagado
a aqueste corazón, no lo sanaste?
Y pues me lo has robado,
¿por qué así lo dejaste,
y no tomas el robo que robaste?

Apaga mis enojos,
pues que ninguno basta a deshacellos,
y véante mis ojos,
pues eres lumbre dellos,
y sólo para Ti quiero tenellos.

Descubre tu presencia
y máteme tu vista y hermosura;
mira que la dolencia
de amor, que no se cura
sino con la presencia y la figura.

(Cántico Espiritual)

domingo, 15 de noviembre de 2009

MATEO

Shalom. Buenos días. Buenas tardes o buenas noches.

He sido amablemente invitado a estar hoy aquí. El tío Maset me ha visitado y me ha ofrecido la oportunidad de estar un rato con todos vosotros. No he podido negarme porque para mí supone revivir una serie de circunstancias que marcaron hondamente mi existencia.

Permítid que me presente. Mi nombre es Leví. Mi padre era Alfeo, el cual me dio una formación y educación de acuerdo con las enseñanzas de la época que me tocó vivir, sólo que yo hice una opción más o menos acomodaticia. Mi lugar de residencia era una ciudad llamada Cafarnaúm, poblado ubicado a orillas del mar de Galilea o lago Tiberíades, ya que lo llaman de las dos maneras.

Los tiempos eran difíciles. Mi país era una colonia romana y ellos eran los que imponían sus normas aunque respetasen nuestras costumbres hasta ciertos límites. Si te ponías frente a ellos lo pasabas mal, así que opté por aliarme con ellos ya que no podía vencerles, de manera que me hice algo parecido a lo que ahora se conoce como un empleado de la hacienda pública.

Entonces esa función consistía en ser publicano, o sea, recaudador de impuestos, cosa que como es natural, provocaba las iras de mis conciudadanos judíos y me consideraban pecador. Recibía el desprecio de mis convecinos que veían en mí al típico colaboracionista con los romanos. Y en el fondo, eso me dolía y hacía que me sintiera un perfecto canalla.

Pero si tenemos en cuenta que de lo que recaudaba me quedaba una parte e iba amasando una fortuna aceptable, si bien de forma irregular, era comprensible, y como todos mis compañeros hacían lo mismo, yo lo veía como una cosa natural. Cargábamos más de lo que debíamos en los impuestos, tanto en los que eran para el César como para los del Templo, y eso engrosaba nuestros bolsillos.

Formábamos una especie de piña y nos juntábamos en frecuentes banquetes a costa de lo que habíamos robado al pueblo. Y sin embargo, después de esas comilonas siempre me venía la resaca, pero no la del exceso de comida o bebida.

Era otra más honda que no me permitía ser feliz. Tenía dinero, compañeros de trabajo (no me atrevo a llamarles amigos) y diversiones cuantas quería, pero mi vida no estaba llena. Es cierto que en mi telonio (lo que ustedes llaman despacho) las cuentas cuadraban, a mi conveniencia, por supuesto. Pero solía tener una agitación interna que no sabía a qué achacar. No me permitía ser totalmente feliz. Mi corazón que buscaba la felicidad y el amor, no lo encontraba y notaba la existencia de un vacío difícil de llenar. Me veía a mí mismo lleno de inmundicia, malestar y resentimiento contra no sabía quién. Acaso fuese contra mí mismo.

Y ese agujero anímico crecía cada vez más.

Llegué a plantearme un cambio radical en mi vida, pero ¿dónde iba a ir y cómo iba a vivir? Estaba acostumbrado a un ritmo de vida que me era muy difícil dejar. Me llegaban algunos rumores de pecadores que cambiaban de vida después de haber visto u oído a un joven rabí que les llevó una esperanza, pero ¿quién era yo para ir a verlo o siquiera que se fijase en mí, en mi insignificancia? Yo era un pecador a los ojos de mi pueblo y los rabís no nos tenían en cuenta más que para recoger los impuestos y marcharse lejos de nosotros.

En ocasiones me decía: ‘Y ¿por qué no? Debería ir a oírlo y conocerlo para ver quién es y comprobar lo que dicen de Él, pero si me decidiese a hablarle y confiarle mis problemas y mi infelicidad, ¿me aceptará o me rechazará como lo hacen los demás maestros de Israel?’

En cierta ocasión en que lo estaba pasando muy mal, no recuerdo si fue después de una de las tantas comilonas con mis compañeros, pero sí recuerdo que estaba solo y me vino en mi angustia vital un salmo que me salió de lo más íntimo de mi ser : ‘Desde lo hondo a Ti grito. Señor. Señor: Escucha mi voz. Estén tus oídos atentos a la voz de mi súplica.’(Sal. 130(129), 1-2)


No supe cómo, ni aun hoy podría dar una razón lógica del por qué, pero una gran paz me invadió. Experimenté una serenidad como jamás había sentido. Un extraño optimismo se presentaba a mi vida, por primera vez, con expectativas de futuro, aunque no sabía exactamente cuál ni cómo iba a ser.

No tardaría mucho en saberlo.

Cierto día que estaba en mi telonio cobrando los impuestos de peaje que los pasajeros pagaban al venir por el lago de Tiberíades noté un movimiento inusual de gentes por la orilla del lago. Indagué y me comunicaron la causa: el rabí acababa de llegar con unos acompañantes después de haber curado a un paralítico. Este hecho había causado una conmoción en toda la comarca.

Preparé las cosas para ir a conocerle, pero cuál no sería mi sorpresa cuando de repente me lo encuentro frente a mi, me mira a los ojos y solamente me dice una palabra: ‘SÍGUEME’. (Mt. 9, 9)

Este momento fue trascendental en mi vida. Tanto, que le dio un giro de ciento ochenta grados y a partir de él tomé el nombre de Mateo, cosa que era frecuente entre mi pueblo: Cefas, era llamado Pedro. Saulo fue llamado Pablo, por ejemplo.

¿Y por qué elegí Mateo en vez de otro? Mateo viene del griego Mathaios y del arameo Mattai y en ambos casos su significado es el mismo: “don de Dios”, porque noté que con esa llamada se me hacía un gran regalo, una gran donación sin merecer nada yo por mí mismo.

A partir de ese momento me di cuenta que la respuesta a los interrogantes de mi vida había llegado y que ésta ya no iba a ser la misma. Mi destino iba a estar ligado para siempre con el rabí y mi seguimiento iba a ser incondicional. Así pasé a ser uno de los doce que le seguíamos a todas partes y que con el tiempo nos llamarían LOS APÓSTOLES.

Pero antes de salir de mi ambiente tenía que transmitir esa alegría que me desbordaba a todos mis compañeros y amigos. No podía callar. La mejor forma de hacerlo era invitarlos a un banquete. Sabía que iba a ser el último con ellos, pero éste sería diferente porque había invitado al mismo rabí. Así se lo presentaría a ellos y ¡quién sabe! Acaso alguno llegase a sentir la felicidad desbordante que yo sentía.

Todo Cafarnaúm se conmovió en cuanto se enteró, pues en el pueblo todo se conocía con rapidez. La gente buena se alegraba sinceramente del cambio de mi vida. Los retorcidos no dejaban de hablar entre ellos haciendo conjeturas sobre la solidez de mi conversión y buscando no sé qué razones ocultas para explicar lo que para mí era muy sencillo: abrirme al Maestro. Los indiferentes no entendían nada ni querían hacerlo. Les bastaba con los pobres y enanos horizontes de sus vidas.

No me cansaba de proclamar que el rabí era distinto de todos los demás rabís y era tanto el fuego que ponía que a cuantos invité sintieron la curiosidad por conocerlo y compartir ese momento de la despedida. A fin de cuentas invitarles a comer o a cenar era una muestra de amistad al más alto nivel y supieron corresponder a ella. Después, con el tiempo, el Maestro se despediría también de nosotros con una cena íntima inolvidable, pero ¡qué distinta de ésta!


Mi casa, esa noche, rebosaba luz, alegría,… Allí estaban los demás publicanos compañeros de profesión, había gente pecadora, incluidos hombres y mujeres de mala vida. La fiesta empezó y no reparé en gasto alguno, pero en todas las caras se notaba la tensión de esperar la aparición de ese rabí a quien llamaban Jesús y era oriundo de Nazaret.

De repente fue haciéndose el silencio. Tanto, que se hubiera podido oír cómo crecía la hierba del campo. Todas las miradas eran unánimes mirando el dintel de la puerta de mi casa. Allí se recortaba una figura alta, bien proporcionada, no exenta de una belleza que tenía su origen en sus ojos. Una mirada a la que nadie podía sustraerse ni permanecer indiferente. Su voz resonó en la estancia cargada de paz infinita : SHALOM HABERIM. PAZ A VOSOTROS.


De su fuerte personalidad emanaba un magnetismo que, desde su sencillez y cercanía le hacía ser el protagonista indiscutible de la velada. Realmente hizo fácil y grata la comunicación con todos mis invitados que, poco a poco fueron perdiendo su rigidez síquica y pasaron a un comportamiento natural con Jesús que estaba disfrutando enormemente. Creo que me atrevería a decir que su disfrute era infinito.

Observándolos a todos puedo decir que más de uno comenzó una nueva vida después de esa noche de cara a Dios.

Pero todo lo bueno tiene su parte negativa. Una sombra alteró el grato ambiente que teníamos. La provocaron los escribas y los fariseos cuando se dirigieron a los discípulos de Jesús que lo acompañaban esa noche diciéndoles hipócritamente escandalizados: ‘¿Por qué come vuestro maestro con los publicanos y los pecadores?’(Mt. 9, 11)

Sus discípulos no supieron qué contestar, pero el rabí que se había dado cuenta de la situación y llamando su atención les replicó: ‘No necesitan de médico los sanos, sino los enfermos. Ni Yo he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores’. (Mt. 9, 12)

Os aseguro que escuché con un gran gozo estas palabras. No solamente me vi retratado y acogido en ellas sino que muchos de mis invitados también se vieron reflejados en estas palabras y captaron el sentido de misericordia y acogida que tenían. A partir de ahí la cena ya se desarrolló sin más incidentes. Los que enturbiaron la fiesta con su escándalo farisaico se marcharon y nosotros quedamos con una extraña sensación de unidad y camaradería desconocida hasta entonces.

Cuando finalizamos la fiesta, ya nadie era el mismo de antes. En mayor o menor grado teníamos un planteamiento nuevo de nuestra vida, diferente al que habíamos tenido hasta entonces, si bien hubo reticentes que no desearon renunciar al estilo de vida que llevaban.

Yo, por mi parte, al día siguiente puse en orden todo lo mío y marché a presentar la dimisión de mi cargo ante las autoridades de las que dependía. Y así, con el saco vacío y el corazón lleno comencé una nueva andadura, mucho más difícil que la anterior, pero más gratificante, que solamente finalizaría cuando Dios me llamase a su presencia.

A partir de ahí comenzó la plenitud de mi vida y ésta se llenó de muchas vivencias.

Recuerdo con especial cariño el día que le pedimos que nos enseñara a rezar y lo hizo con una oración en la que a Dios lo llamaba PADRE. Es la que vosotros ahora llamáis el Padre Nuestro. El Maestro nos lo enseñó, lógicamente, en arameo, que es la lengua en la que nosotros nos comunicábamos.

Y valió la pena. Hubo muchas experiencias, algunas muy fuertes, que fueron marcando mi destino y que reflejé en unos escritos que, recopilados y ordenados, dieron lugar a lo que hoy se conoce como EL EVANGELIO DE MATEO y los destiné básicamente a que mi pueblo tuviese claro que el rabí, el Maestro, no era otro que EL HIJO DE DIOS, el Salvador que todos habíamos estado esperando durante tantos siglos. Y yo tuve la inmensa suerte y alegría de haber convivido con Él y compartir sus confidencias y enseñanzas.


Y eso no se podía perder.

Pero de eso ya dejo que os hablen diversos escritores que con el paso de los siglos han ido analizando y descubriendo la intencionalidad de esos escritos en diversas publicaciones. Yo he sido muy afortunado de compartir con vosotros unos cuantos recuerdos de mi vocación. Seguid también vosotros esa llamada del Maestro que en ningún momento os fallará y siempre permanecerá atento a vuestras necesidades y problemas.

Yo me despido y vuelvo con mi Maestro. Ahora sois vosotros los nuevos Mateo, o Marcos, o Lucas, o Juan o cualquiera de los Apóstoles, discípulos y discípulas que acompañaron y siguieron las enseñanzas de Jesús, porque os corresponde continuar la labor que nosotros emprendimos hace más de dos mil años.

Para ello siempre os acompañará la bendición del Maestro toda vuestra vida. Hasta siempre y que Él os bendiga. SHALOM.

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Bueno. No sé si debo presentarles mis disculpas por mostrarles de esta manera la parte más conocida de la vida y conversión del evangelista San Mateo. Es evidente que las cosas no sucedieron exactamente así en su totalidad, pero pienso que, de alguna manera, recogen lo fundamental de su conversión y seguimiento a Jesús de Nazaret. En cualquier caso, digamos que el ‘culpable’ de esto es mi Acompañante espiritual. Quiso que en la Catequesis de Adultos presentase la figura de este personaje evangélico y, cuando le pregunté desde qué aspecto quería que lo hiciese, solamente me dijo: ‘Métete en el personaje’.

Y no lo pensé dos veces. Por unos momentos dejé de ser ‘yo’ para presentarme como el pecador que ante la llamada del Maestro no dudó en seguirlo ante esa tremenda personalidad que tenía y la acogida que emanaba. Un par de semanas más tarde, ante un auditorio de unas cuarenta y cinco personas, Leví, luego Mateo, hizo acto de presencia. Y lo curioso es que hubo personas que luego de la charla me comentaron que les había ayudado a entender la conversión de este apóstol.

De cualquier modo, pienso que lo verdaderamente importante y el objetivo real de esta entrada, es profundizar en el proceso de conversión de Mateo, pecador como cualquiera de nosotros, pero que supo abrirse a la salvación de su Maestro. Pasó a un seguimiento sin reservas ni restricciones de ningún tipo hasta el final de su vida.

Toda una lección para cada uno de nosotros, ya que el camino de la conversión es permanente, máxime de cara al Adviento que pronto vamos a vivir. Siempre tenemos algo que modificar y perfeccionar. Y para eso nunca es tarde. Jesucristo, el LOGOS, es capaz de colmar todas nuestras ansias de paz, de libertad, de felicidad, que todos llevamos en nuestro interior.

Y de momento nada más. Les reitero mis disculpas por esta pequeña travesura, que no es en modo alguno ninguna frivolidad. Mi respeto por los Apóstoles y por todos los cristianos de todas las épocas es absoluto, ya que con su vida y su esfuerzo contribuyeron a ir levantando la Iglesia. En todo caso es, llamémoslo así, una licencia literaria.

Muchas gracias por su comprensión y que Dios nos bendiga a todos.

domingo, 8 de noviembre de 2009

El Apostolado de la Oración (APOR)

‘Mis pensamientos no son vuestros pensamientos, ni mis caminos son vuestros caminos, dice Yavé. Cuanto son los cielos más altos de la tierra, tanto están mis caminos por encima de los vuestros’ (Is. 55, 8-9)’

Creo que convendrán conmigo que para empezar no está nada mal el encabezamiento, ¿no? Pero ¿a santo de qué viene esto? Verán ustedes. A medida que pasan los años y cada uno nos vamos cargando con el bagaje de la experiencia vivida que vamos acumulando, llega un momento que se pueda creer que ya está todo, o casi todo, aprendido. Y de eso nada.

Lo que ocurre es que poco a poco se va penetrando en el sentido de las Escrituras y en lo que nos va diciendo Dios a cada uno de nosotros. Según las etapas que se viven se va viviendo la acción del Creador en nosotros de forma distinta y nuestra colaboración con Él va tomando matices diferentes.

Además del cristianismo que hemos procurado impregnar en nuestra profesión, hace algunos lustros colaboramos en la Iglesia diocesana a través de Cursillos de Cristiandad, fundando Cáritas en nuestra Parroquia junto con otros amigos y coordinados por el párroco así como trabajando en Cursillos Prematrimoniales. Pero surge un traslado de residencia a otra localidad en la que no conocíamos a nadie y nos vemos impartiendo charlas en Catequesis de Adultos. Y mire usted por dónde entramos en contacto con el Apostolado de la Oración y sin conocimiento previo de esta Asociación, nos encontramos metidos a tope en ella.

Y ustedes dirán: ¡Porque han querido! Y yo les contestaría: ¡Pues claro! Pero además existen otras razones, ya que haciendo uso de la libertad recibida por ese Padre común que todos tenemos, que tiene mucho que ver con la cita bíblica del encabezamiento, hemos descubierto una nueva llamada. Porque cuando nos tropezamos con que aquí se tiene la posibilidad de sentirnos más Iglesia a través de la oración individual o comunitaria, pidiendo por las intenciones del Romano Pontífice, por las intenciones de sacerdotes y de la Iglesia Universal, además de las propias de cada uno, nos sentimos cooperadores con la marcha y desarrollo del cristianismo y de la universalidad de la Iglesia.

Un Apostolado de la Oración extendido por todo el mundo en naciones como México, Perú, Uruguay, Francia, Venezuela, Estados Unidos de Norteamérica, Tanzania, Mozambique, Alemania, España, Argentina, Chile, Australia, Japón y tantos y tantos otros países de los cinco continentes, da a entender la riqueza de una cristiandad que permanece unida en la oración y en la adoración a la Eucaristía y en una confianza sin límites a los Sagrados Corazones de Jesucristo y de su Madre María. Es la Comunión de los Santos en acción.

No es ningún secreto que soy un enamorado de la oración como he manifestado en algunos de mis escritos anteriores, pero jamás había experimentado la intensidad de una oración comunitaria, sintiéndome más Iglesia que nunca, ante la presencia de Jesús Eucaristía expuesto en su Custodia para la adoración.

Además, la hojita que contiene las oraciones e intenciones del Papa de cada mes, así como el folleto ‘Orar la Vida’ conteniendo una oración para cada día del mes, algunas de las cuales nos hacen ver la gran talla espiritual de sus autores, compuestas por diferentes cristianos de a pie (santos reconocidos por la Iglesia o cristianos comprometidos con ella), nos hacen ver uno de tantos matices de la riqueza de la Iglesia.

Es cierto que la oración en el silencio de la habitación, incluso a altas horas de la madrugada, conlleva una experiencia de Dios directa a través del silencio y de la solitariedad nocturna. ‘Tú, cuando ores, entra en tu habitación y, cerrada la puerta, ora a tu Padre que está en lo secreto; y tu Padre, que ve en lo escondido, te recompensará’ (Mt. 5, 6). Eso es una cosa. Esa es la oración personal totalmente necesaria, de diálogo personal e íntimo con el Dios que nos espera a diario y mediante la cual le presentamos nuestra intimidad, preocupaciones, alegrías, problemas o satisfacciones con las que convivimos a diario.

Pero otra cosa es el grupo, la Comunidad, la Iglesia reunida que se dirige a su Padre y Creador. ‘Después de haber orado, tembló el lugar en que estaban reunidos y todos fueron llenos del Espíritu Santo y hablaban la palabra de Dios con libertad.’ (Act. 4, 31).

No obstante tengo la impresión que la cita evangélica que mejor recoge el espíritu del Apostolado de la Oración es ésta: ‘Perseveraban en oír la enseñanza de los Apóstoles y en la unión, en la fracción del pan y en la oración’ (Act. 2, 42), porque realmente lo que hemos vivido mi esposa y yo en las Asambleas y reuniones que hemos asistido ha sido así.

El sábado 24 de octubre de 2009 asistimos al X Encuentro Diocesano del APOR en la Parroquia de Santiago Apóstol de Novelda, en la provincia de Alicante (España). Allí ‘perseverábamos en la enseñanza de los Apóstoles’ (escuchando la ponencia ‘Vivir y compartir la Mesa. Eucaristía en el APOR’, a cargo del Rvdo. D. Domingo García, Doctor en Teología Dogmática y por la tarde la comunicación a cargo del Párroco de la Parroquia de San Pedro, don José Ruiz, sobre el Santo Cura de Ars, dentro del Año Sacerdotal), ‘en la unión’ (en la fraternal comida que compartimos todos los asistentes), ‘y en la fracción del pan y en la oración’, (en la Eucaristía, presidida por el Obispo de nuestra Diócesis, con la que se clausuró el Encuentro).

El jueves 29 de octubre e invitados por el grupo de Alicante, participamos en la oración ante el Santísimo, expuesto en la capilla de la Comunión de la Basílica de Santa María de Alicante, presididos por el Delegado Diocesano, y en la Eucaristía que se celebró posteriormente en el Altar Mayor.

Ahora, en contacto permanente con el Vicario Parroquial y con el Delegado Diocesano, unidos a los Corazones de Jesús y de su Madre y con la esperanza puesta en el Espíritu, intentaremos poner en funcionamiento este Apostolado de la oración en nuestra localidad.

Pienso que ni el P. Gautrelet en 1844 ni el P.Ramière y sus jóvenes compañeros estudiantes jesuitas, podrían imaginar el desarrollo y la acogida que iba a tener este Apostolado en la Iglesia, apoyado por varios Papas y encomendado a la Compañía de Jesús. Y San Ignacio de Loyola, menos todavía, aunque pienso que no dejará de interceder por este Apostolado desde Donde está.

Por nuestra parte solamente queda trabajar y orar. A todos nosotros nos corresponde sembrar y regar. Los frutos ya los recogerá el Sembrador que dio su vida en la Cruz por todos. ‘Yo planté. Apolo regó; pero quien dio el crecimiento fue Dios. Ni el que planta es algo ni el que riega, sino Dios que da el crecimiento. El que planta y el que riega son iguales; cada uno recibirá su recompensa conforme a su trabajo. Porque nosotros sólo somos cooperadores de Dios, y vosotros sois arada de Dios, edificación de Dios’ (I Cor. 3, 6-9).

Y es que Dios no se conforma con darnos solamente la vida. También nos ha dado la santidad y nos tiene predestinados a la Vida Eterna mientras nosotros caminemos junto a Él contribuyendo a la realización de sus planes y siguiendo sus caminos.



Muéstrame, Señor, tus caminos, enséñame tus senderos.
Guíame por el camino de tu fidelidad; enséñame, porque tú eres mi Dios y mi salvador, y yo espero en ti todo el día.
Acuérdate, Señor, de que tu ternura y tu amor son eternos.
No recuerdes los pecados ni las rebeldías de mi juventud:
Por tu bondad, Señor, acuérdate de mí según tu fidelidad.

(Salmo 25(24), 4-7).

Hasta siempre, en la Comunión.

domingo, 1 de noviembre de 2009

Acompañamiento espiritual en el siglo XXI

Hemos estado presenciando cómo Dios acompaña desde los primeros instantes creadores a la Humanidad, a través de unos personajes concretos de los que se ha valido para que sus planes se fueran desarrollando así como el trayecto que ha seguido hasta llegar el momento de venir Él mismo a compartir nuestra naturaleza.

Pero para empezar planteo un interrogante: ¿Qué es el acompañamiento espiritual? A pesar de haber leído lo escrito en las dos entradas anteriores, nos puede quedar la duda de que no siendo personajes más o menos importantes si lo del acompañamiento también es para nosotros. Desde mi propia experiencia mi respuesta no puede ser otra: Para Dios somos todos tan importantes como lo fue Abraham o cualquier otro personaje. Para Él somos únicos e irrepetibles y nos quiere desde nuestra individualidad. Y espera lo mejor de cada uno de nosotros en nuestra búsqueda de la perfección.

Me parece conveniente que se conozca al máximo este tema por el bien personal que nos puede aportar. Veamos.

La Iglesia ha recibido de Cristo el encargo de conducir o acompañar a cada uno de sus fieles a las cotas máximas que pueda ser capaz en su religiosidad. Dice la Biblia: ‘Más valen dos que uno solo, porque logran mejor fruto de su trabajo. Si uno cae, el otro lo levanta’, pero ¡ay del solo, que si cae no tiene quien lo levante! (Eclesiastés, 4, 9-10).

Entonces voy a intentar profundizar y desmenuzar el acompañamiento que Dios tiene con cada uno de nosotros utilizando los medios que Él nos da: la oración, los Sacramentos y un guía o caminante que actúe en nosotros, que nos engendre el consuelo de la esperanza, un compañero de camino que nos abra los ojos, que se ponga dentro de nuestras sandalias para recorrer el camino, a veces duro y con problemas, y que tal vez camine junto a nosotros a pie descalzo por las arenas del desierto de la vida cuando lo atravesemos día a día.

El acompañante va conociendo nuestros esfuerzos y debilidades y a su vez también conoce los suyos propios para realizar su propio camino con otro acompañante más veterano y curtido que él mismo que le ayude a su vez a peregrinar a la Casa del Padre en la que todos deseamos morar.

El acompañante nos ayuda a recomponer el vaso roto de nuestra existencia y formar un vaso nuevo, indicándonos pautas que nos hagan reflexionar en nuestros aciertos y errores, potenciando los primeros y enmendando los segundos. Y para ello es necesario un contacto permanente con la Palabra.

Cuando leemos la Biblia no podemos hacerlo como una novela ni como un libro de Historia, (aunque contenga Libros históricos), sino como lo que es: el libro de la palabra de Dios. El Libro de la Historia de la Salvación. Nos debemos plantear cuando leemos un pasaje de la misma: “¿Qué me quieres decir, Señor, a través de este pasaje?” Y debemos dedicarle un tiempo para encontrar esta respuesta.

No olvidemos que nos conoce a cada uno desde la primera llamada que nos hace a la vida. De adultos le vamos descubriendo y notando su proximidad sugerente en nosotros. Dejémoslo entrar. No dudemos que en ese diálogo sin palabras seremos capaces de oír su voz trayendo la paz a nuestras conciencias y el brillo a nuestros ojos. La fuerza interior que notaremos nos hará capaces de superar los muros más sólidos de nuestras dificultades.

Pero no siempre es fácil descubrir cómo deben ser nuestras actitudes, lo que Dios nos pide en cada momento, lo que espera de nosotros en cada circunstancia, porque podríamos estar acostumbrados a ir a la oración solamente para pedirle muchas cosas y la oración es mucho más.

La oración ha de ser reflexionada, meditada, sin prisas, en silencio, para acogerla en nuestro interior y llevarla a la vida, porque Él cuenta con nosotros para que le ayudemos a construir su Reino, a extender el Evangelio. Y si en la oración notamos sequedad, no nos importe. Debemos seguir con la seguridad de que Jesucristo conoce nuestros problemas, nuestro estado de ánimo y está ahí junto a nosotros acariciando nuestras almas inquietas, acaso angustiadas. Siempre permanece atento a nuestra llamada.

El acompañamiento espiritual se realiza cuando alguien inicia el camino de una vida cristiana consciente y profunda, cuando pasa a tener una experiencia espiritual personal, una experiencia de Dios más honda. A veces Dios pasa fuerte por nuestra vida y hay que aprovechar ese momento porque tal vez no vuelva a suceder.

Es una gracia actual que nos da Dios para determinados momentos de nuestra vida. La orientación espiritual se imprime en el corazón cuando brota del tú a tú, cuando hay diálogo cara a cara. Como Moisés con Yavéh Dios. Ellos hablaban cara a cara y Moisés se transfiguraba. Era otro.

Este acompañamiento se inserta en el misterio de Cristo, verdadero Dios y verdadero hombre. Es un proceso que nos lleva a Dios, reforzando al mismo tiempo los vínculos humanos. En él, la amistad se intensifica y se cualifica sobrenaturalmente.

Conversar espiritualmente es hacerle un hueco a Jesús que viene porque, como dice el Evangelio, ‘Cuando dos o más están reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos (Mt. 18, 20). Y esto nos puede recordar los encuentros evangélicos de Cristo junto al pozo de Jacob con la samaritana, con los discípulos de Emaús y con otros personajes como hemos visto anteriormente.

Cristo continúa hoy su conversación de conversión con todo aquel que lo desea, de modo que Él, el Cristo resucitado, recorra con cada uno el camino de la vida y le transforme poco a poco. Pero es necesario no permanecer con la miopía de los discípulos de Emaús y desde nuestra fe y apertura a Jesucristo vivo y resucitado, lanzarnos, como ellos hicieron, a comunicar la gozosa realidad de la Resurrección en el aquí y el ahora.

Así, Cristo entra en nuestra vida y en nuestra historia, siendo Él el protagonista de toda ella, el dueño de nuestro corazón, el Señor de nuestras miradas, el Señor de nuestras palabras, el Señor de nuestras sonrisas. El Señor de nuestra alegría.

En el acompañamiento espiritual existe una relación entre acompañante y acompañado en la que el acompañante ayuda a reconocer, acoger y responder a la acción de Dios que pasa como Salvador y Señor por nuestra vida. Veamos los tres aspectos del acompañamiento:

1º) RECONOCER. Cuando pensé en escribir sobre este tema, tenía mis dudas. Lo consulté con mi acompañante espiritual y me hizo ver que eso podría ser cosa de Dios que estaba pidiéndome que diera y compartiera algo de lo mucho que yo he recibido a lo largo de mi vida. Sí. Pensé que me lo pedía a través del consejo de ese sacerdote que era instrumento en las manos de Dios para pedir mi colaboración. Por si fuera poco, me tropecé con el profeta Jonás que, a través de la lectura de ese corto Libro bíblico, me hizo acoger la llamada. Y en ello estoy, como pueden ver.

2º) ACOGER. Es decir, llevar a mi corazón aquella petición cuando hacía oración y pensar en Jesús que era quien realmente me lo estaba pidiendo. Y recordé aquello de que Dios siempre da el ciento por uno de lo que le damos nosotros, así como aquello de ‘La mies es mucha y los obreros son pocos. (Mt. 9, 37), y ¡Ay de mí si no anuncio el Evangelio!’(I Cor. 9,16). Me rodeaba una nube de incertidumbre y recordé al profeta Jeremías en el capítulo 1, 5-9. Lo medité mucho para luego responder.

3º) RESPONDER. Dar mi SÍ a la llamada como lo dio María en la Anunciación, porque cuando Dios, pasa fuerte por nuestra vida hay que aprovechar estos momentos. Porque cuando pasa, nos interpela: ‘¿Dónde está tu hermano?’ ‘¿Qué has hecho de tu hermano?’(Gen. 4, 8-10) y recordé al profeta Jeremías que le dijo al Señor en una ocasión: ‘Me sedujiste, Señor, y me dejé seducir, has sido más fuerte que yo. Me has podido.’ (Jer. 20, 7).

Embarcarme en este crucero de la salvación me llevó a revisar mi vida, a replantearme muchas cosas, muchas actitudes, porque cuando se habla de Dios hay que vivir lo que dices. No se puede hablar de memoria como cuando se da una clase de Historia o de Matemáticas. Se trata de ser su boca para hablar y su corazón para amar.

Se habla desde la vida. Desde el Corazón. Desde una fe profunda. Desde un compromiso con Dios y con la Iglesia. Aunque tengamos, como humanos, muchos fallos y pecados que salvar. Por eso y para eso nos confesamos y celebramos la reconciliación con Cristo resucitado. A partir de ese momento comencé a tener de nuevo mis entrevistas de acompañamiento espiritual.

El objetivo del acompañamiento es que los bautizados nos formemos para vivir según el hombre nuevo en justicia y santidad de verdad, ya que todos los cristianos estamos llamados a la santidad por aquello que dijo Jesús: ‘Sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto’. (Mt. 5, 48).

Poco a poco llegaremos a la madurez cristiana, proceso que exige orientación, cultivo personal, esfuerzo y aprendizaje de los modos con los que el Espíritu Santo actúa en el secreto de nuestros corazones.

Nos hace plantear que debemos dejar a Dios tomar la iniciativa en nuestra vida y buscar respuesta interrogantes: ¿Qué quieres, Señor, de mí? ¿Qué quieres decirme a través de este renglón torcido que pones ante mis ojos? ¿Cómo actuarías tú en este momento? En definitiva, dejarse convertir por el Evangelio.

Y así podemos decir como San Pablo: ‘Vivo yo, pero no soy yo. Es Cristo quien vive en mí’ (Gál. 2, 20). Y a esto llegaremos cuando renunciemos a nuestro ‘ego’, a nuestros caprichos y caminemos según el Evangelio. Según las Bienaventuranzas. Y si caemos o notamos que nuestra fidelidad a Él se resquebraja…pues a emprender el camino de vuelta y reconciliarnos con ese Padre que tenemos que nos ama hasta la locura de la Cruz.

Gracias al acompañamiento podemos sacar a la luz, sin miedo y con franqueza los pequeños problemas, los sentimientos, las alegrías, los logros, los batacazos (que los tendremos), como el vaso roto del alfarero.

Personalmente me he sentido así en ocasiones. Mi acompañante espiritual me aconsejó, hace ya más de 20 años, que leyese Jeremías 18, 1-6. A partir de ese momento lo he meditado muchas veces. En Mt. 11, 28-30, también dice Jesús: ‘Venid a mí los que estáis cansados y agobiados que yo os aliviaré’.

El acompañante ofrece las pistas para ir a Jesús, sirve de guía hacia la plenitud humana que trató de mostrarnos Jesús. Él ilumina los signos. Se pone al servicio del que se confía a Él para luego dejarle ir hacia lo que crea mejor. Nos muestra el camino para aprender a reconocer a Dios.

Toda nuestra humanidad recibe la melodía de Dios acompañada de nuestro pasado, nuestro presente y nuestro futuro. Nosotros, a veces, podríamos no entender los signos de la llamada de Dios y necesitaríamos acudir a alguien que nos ayude a reconocer lo que nos pasa y nos ponga tras la pista de Dios.

El acompañamiento nos da elementos para descubrir lo que Dios nos va dando o nos va pidiendo de forma personalizada, detectando lo que nos lleva al amor de Dios y a la humanidad. También nos ayuda a detectar lo que nos separa de Él y de los proyectos que tiene para nosotros.

Cada vez que tengamos una entrevista de acompañamiento espiritual, percibiremos la escucha misericordiosa de alguien hacia nosotros, el encuentro amable y sincero, la capacidad de encontrar los valores que tengamos y eso nos ayudará a mejorar nuestras actitudes con los demás. Detectaremos nuestros fallos. Notaremos que algo de Jesús flota en el ambiente y sentiremos más su presencia en nuestra vida y en nuestra persona. Descubriremos lo que tengamos que mejorar y marcharemos con serena paz y plácida alegría.

El conocimiento de nuestro ‘YO’ total y profundo, lo realizaremos poco a poco, paso a paso, a través de un camino por el que iremos avanzando y que quizá nunca terminemos de recorrer.

Con el acompañamiento vamos haciendo camino hacia Jesús que es quien realmente acoge lo que somos y nos restituye la esperanza.

Quien desempeña la tarea de acompañante lo hace desde la absoluta modestia de sentir que se le permite la entrada en la vida del acompañado y lo hace desde la humildad de saber que se le invita a participar en el camino del Espíritu que recorre la persona acompañada. Sólo el Espíritu Santo crea el camino a recorrer para cada persona y marca el ritmo de su crecimiento. Desde el principio hasta el fin del camino espiritual, la presencia y la acción del Espíritu es fundamental porque nos va renovando y fortaleciendo.

El acompañante vive la experiencia de Dios en su vida de oración, en su vivencia sacerdotal, religiosa, familiar y social. Además, está en contacto con la realidad de la pobreza y del sufrimiento. Es decir: tiene capacidad de percibir desde dentro la acción del Espíritu. Cuando El acompañamiento se realiza por sacerdotes suele ir acompañado o unido a la celebración del Sacramento de la Reconciliación o Penitencia.

En todo acompañamiento se trata de ayudar a las personas a crecer en la libertad de los hijos de Dios como fruto del Espíritu, ya que éste es como el viento o la brisa: sopla donde quiere, como quiere y cuando quiere.



Tras varios años, muchos años, de ser acompañado en mi vida por sacerdotes amigos, he encontrado que esta experiencia es una de las que más me han ayudado a crecer y madurar en mi vida cristiana, familiar, profesional, social,…

El acompañamiento espiritual nos ayudará a encontrar solución y paz en nuestros problemas, a aceptarlos y ponerlos en las manos de Dios. En la lucha por superar nuestros defectos, a superar crisis, a saber escoger y decidir lo que debemos hacer en cada momento y en cada situación, a tener alegría y paz, serenidad y confianza. A reírnos con frecuencia, porque el Espíritu Santo nos da el don de la alegría. A ser fuerte ante la adversidad, a estar disponibles para el Señor y para la Iglesia. A descubrir a Dios en la gente que sabe manifestarlo a través de sus hechos. (‘Por sus frutos los conoceréis’. Mt, 7, 16)

Y no olvidemos este detalle tan importante: El verdadero Maestro interior es Jesucristo, porque el que siembra es nada, como también el que riega. Todo viene de Dios que es la fuente del crecimiento. Y es Él quien produce los frutos. Nosotros solamente somos sus instrumentos.

A nosotros, hoy, también nos acompaña el Papa con sus Encíclicas. Además, en los viajes que realiza por distintos países acompaña a las gentes que acuden y a los que desde los medios de comunicación nos enteramos de sus mensajes.

Nuestro Obispo nos guía y acompaña a través de sus Cartas pastorales. Y también nos guían y acompañan los sacerdotes a través de las homilías; a pequeños grupos, a través de la Catequesis; retiros espirituales, donde los haya; a nivel personal, etc.


Se trata de dejar que Dios se configure en nosotros. Que se pueda decir al ver nuestra forma cristiana de concebir la vida como se decía de los primeros cristianos: ‘MIRAD CÓMO SE AMAN’. La recompensa la tendremos cuando podamos fundirnos con Cristo en un intenso abrazo el día que finalice nuestro peregrinar por la tierra y alcancemos la Gloria de la Vida Eterna.

Les dejo con este pensamiento del Libro del Eclesiástico. Vale la pena y, además, me da la impresión que viene como anillo al dedo.

“Trata a un varón piadoso, de quien conoces que sigue los caminos del Señor, cuyo corazón es semejante al tuyo y te compadecerá si te ve caído. Y permanece firme en lo que resuelvas, porque ninguno será para ti más fiel que él. El alma de este hombre piadoso ve mejor las cosas que siete centinelas en lo alto de una atalaya. Y en todas ellas ora por ti al Altísimo, para que te dirija por la senda de la verdad”. Ecl. 37, 15-19.

Que Dos nos bendiga a todos.