viernes, 25 de diciembre de 2009

Los Padres de la Iglesia

¡Qué poco suena esta expresión! Hasta es posible que nos suene a desfasado. Y sin embargo son fundamentales en la Historia de nuestra Iglesia, ya que nos han dejado mediante sus escritos la doctrina predicada por Jesús de Nazaret, introductor en el mundo de la Sabiduría de Dios y cuyo Nacimiento entre nosotros estamos conmemorando estos días, desde los tiempos apostólicos hasta los Obispos de hoy, ininterrumpidamente. Su conjunto doctrinal se considera hoy fundamento de la ortodoxia eclesial.

Su posicionamiento en las diferentes herejías surgidas en el seno de la Iglesia (de Arrio y Nestorio, por ejemplo) fue fundamental para la cimentación de la Teología cristiana según la interpretación que hicieron de la Biblia y de la incorporación de la Tradición eclesial, formada por todas las enseñanzas o escritos aceptados por la Iglesia aunque no formaran parte de las Sagradas Escrituras.

Estos escritos se podrían aplicar, básicamente, en lo que dice San Juan al final de su Evangelio: ‘Muchas otras cosas hizo Jesús, que si escribiesen una por una, creo que este mundo no podría contener los libros’ (Jn. 21, 25).

La época de estos primeros escritores cristianos comienza a principios del siglo II, después de los Doce Apóstoles y termina con el Cisma de Oriente, que separa la Iglesia Ortodoxa de la Iglesia Católica. La época más importante de los Padres de la Iglesia (la Patrística) está entre los siglos III y VI.

Estos primeros escritores cristianos son llamados Apologistas por la defensa que hicieron del naciente cristianismo ante los gentiles. San Ireneo, Tertuliano u Orígenes pertenecen a este grupo. Pero la denominación de ‘Padres de la Iglesia’ se aplicó fundamentalmente a ocho grandes personajes, cuatro de la Iglesia oriental: San Atanasio (muy importante en el Primer Concilio de Nicea). San Basilio , San Gregorio Nacianceno y San Juan Crisóstomo (Patriarca de Constantinopla, ‘boca de oro’ (chrysós, ‘oro’, stomos, ‘boca’), llamados los Padres griegos. Los cuatro de la Iglesia occidental fueron San Ambrosio, San Agustín (acaso el más conocido de todos), San Jerónimo (tradujo la Biblia directamente del griego y del hebreo, al latín) y San Gregorio Magno.


También cabría destacar a San Cirilo de Alejandría, que en el Concilio de Éfeso defendió la Maternidad divina de María, así como a San Isidoro de Sevilla y también a San Benito, Padre del Monasticismo.

Este es uno de los temas que hablamos en el hospital donde estuvo ingresada mi esposa a causa del accidente de tráfico, con uno de los sacerdotes que venía diariamente a llevarle la Comunión (que también estuvo ejerciendo su Ministerio en Argentina y Perú), después de administrarle el Sacramento de la Unción de Enfermos. Y pensé que valía la pena tocar el tema en estas páginas.

Lógicamente lo escrito es muy elemental, pero leer sus escritos puede ser muy interesante y constructivo para cada uno de nosotros. Y no pensemos que están tan desfasados. Acaso nos podríamos sorprender con algunas cosas por la actualidad para nuestros días.

Les dejo con estas ‘perlas’ de dos de los Padres de la Iglesia.

En conclusión, puesto que Dios ha de pagar a cada uno según sus obras, y nos puso la ley natural y más tarde la escrita, a fin de pedirnos cuentas de nuestros pecados y coronarnos por nuestras virtudes, ordenemos con gran cuidado nuestra vida, como quienes han de comparecer ante el tribunal severo, sabiendo que, si después de la ley natural y la escrita, después de tanta predicación y continua exhortación, todavía descuidamos nuestra salud, no habrá para nosotros perdón alguno. (San Juan Crisóstomo.- La ley natural.-Homilías al pueblo de Antioquía, Xll, 4-5)

Sin embargo, hay entre nosotros hombres peores que los animales más salvajes. Tal es la mayor parte de nuestra gente joven. Dejándose llevar por una concupiscencia salvaje, como ellos saltan, cocean y corren sin freno, sin tener la más leve idea de sus deberes. Y los culpables son sus padres. Cuando se trata de sus caballos, mandan a los caballerizos que los cuiden bien, y no consienten que crezcan sin domarlos, y desde el principio les ponen freno y demás arreos. Pero cuando se trata de sus hijos jóvenes, les dejan sueltos por todas partes durante mucho tiempo, y así pierden la castidad, se manchan con deshonestidades y juegos, y malgastan el tiempo con la asistencia a inicuos espectáculos. Su deber sería, antes de que se dieran a la impureza, buscarles una esposa casta y prudente (...). (San Juan Crisóstomo.-La educación de los hijos.- Homilías sobre el Evangelio de San Mateo, 59, 6-7)

Cantemos en primer lugar al Hijo, adorando la sangre que fue expiación de nuestros pecados. En efecto, sin perder nada de su divinidad, me salvó inclinándose, como médico, sobre mis heridas purulentas. Era mortal, pero era Dios; descendiente de David, pero creador de Adán; revestido de cuerpo, pero no partícipe de la carne. Tuvo madre, pero madre virgen; estuvo circunscrito, pero permaneció siempre inmenso. Fue víctima, pero también pontífice; sacerdote, y sin embargo era Dios. Ofreció a Dios su sangre y purificó el mundo entero. Fue alzado en la cruz, pero los clavos derrotaron al pecado. Se confundió entre los muertos, pero resucitó de la muerte y trajo a la vida a muchos que habían muerto antes que Él: en éstos se hallaba la pobreza del hombre, en Él la riqueza del Espíritu (...).

Alma, ¿por qué tardas? Canta también la gloria del Espíritu; no separes en tu discurso lo que la naturaleza no ha dividido. Temblemos ante el poderoso Espíritu, como delante de Dios; gracias a Él he conocido a Dios. Él, que me diviniza, es evidentemente Dios: es omnipotente, autor de dones diversos, el que suscita himnos en el coro de los santos, el que da la vida a los habitantes del cielo y de la tierra, el que reina en los cielos. Es fuerza divina que procede del Padre, no sujeto a ningún poder. No es hijo: uno solo, en efecto, es el Hijo santo del único Bien. Y no se encuentra fuera de la divinidad indivisible, sino que es igual en honor (...).(San Gregorio Nacianceno.-Tres luces que son una Luz.-Poemas dogmáticos, 1, 2, 3).

Estos textos son solamente un botón de muestra. ¿Tienen o no actualidad en el siglo XXI? Lean, mediten y den su veredicto personal. Personalmente lo tengo muy claro. Que el LOGOS nacido en Belén nos bendiga a todos. Feliz Nacimiento de Jesucristo en nuestros corazones.

sábado, 12 de diciembre de 2009

Madre y Virgen

Aunque una persona esté firmemente convencida de sus creencias, hay momentos en que éstas se ponen a prueba. Y no sabemos por qué, pero es así.

El lunes 7 de diciembre hacíamos planes mi esposa y yo para visitar esa tarde un sacerdote amigo nuestro que estaba hospitalizado y trabajábamos con la posibilidad de celebrar la Vigilia de la Inmaculada con unos amigos.

Así las cosas nos distribuimos el trabajo de la mañana. A las trece horas suena el teléfono móvil mío cuando estaba haciendo unas compras y era la Policía. Me avisaba que mi esposa había sido arrollada por un coche que no respetó el paso de peatones por el que ella circulaba.

Pueden figurarse mi estado de ánimo en cuanto a preocupación, pero tenía una rara sensación de serenidad. Tomé inmediatamente mi automóvil y dirigiéndome al lugar del suceso (justo frente a la puerta de nuestro domicilio), me vino a la cabeza una jaculatoria que le dirijo muchas veces a la Virgen: ‘Mira que te he elegido como Madre mía y Defensora’. Y a ella encomendé a mi esposa.

No les voy a cansar con el calvario que pasé cuando al preguntarle no nos conocía a nuestros hijos ni a mí, pero lo peor fue cuando estando mi cara a unos centímetros de la suya, me dijo que me notaba con el tacto pero que no veía nada. Todo era oscuridad. Fue un trago muy amargo. Recordé desesperadamente al ciego Bartimeo: ‘¡Hijo de David, Jesús, ten compasión de mí!’. (Mc. 10, 47). Solamente que yo dije ‘ten compasión de ella’. Dentro de mi impotencia me sentía con una gran paz, pues como dice San Pablo ‘Sé en quién he puesto mi confianza’. (2 Tim, 1, 12).

Después de todas las peripecias, el diagnóstico: un fenomenal corte en la parte de atrás de la cabeza (quince puntos de sutura), doble fractura de cráneo y un hematoma interno que había que esperar a ver cómo evolucionaba. Si era absorbido por ella misma, iría bien, si no…habría que operar.


¿Por qué les cuento todo esto? Pues pienso que dentro de todo está la actuación de una Señora llamada María, que en un momento clave de la Historia de nuestra querida Humanidad, recibió el encargo de ser nuestra Madre. Y las madres, cuando ven a uno de sus hijos en apuros, lo dejan todo y van en su auxilio. No en vano estábamos en la víspera de celebrar su Inmaculada Concepción.

Luego, momentos de soledad, tristeza, preocupación y…oración. Pedí que le administrasen el Sacramento de la Unción, cosa que se hizo el mismo día 8 de diciembre y luego empezó a funcionar la Comunión de los Santos. Conventos de Religiosas Carmelitas Descalzas en oración por ella, sacerdotes amigos que ofrecían Eucaristías por su restablecimiento, amigos en constante oración a diario, la solidaridad de conocidos y vecinos que afloraba como suave tallo primaveral…y Dios y la Virgen trabajando en silencio.

Que María fuese predestinada desde la misma Eternidad para recibir en sus entrañas purísimas al mismo Hijo de Dios, todos lo tenemos claro, pero a mí se me antojaba que a través de Ella se estaba realizando una nueva creación por medio de la oración de la Iglesia fundada por su Hijo, para que a mi esposa le llegase la sanación. Ignoro si digo una barbaridad, pero es lo que yo sentía dentro de una paz y una profunda e ilimitada fe en mi Señor y en mi Madre, que no fallan.

Sí. Realmente la Virgen hace posible que sigamos nuestro personal camino hacia el Creador. Ella es la que da sentido real a la proyección de las mujeres en las familias, en la sociedad, porque es el faro, la estrella que nos guía hacia un más allá en el que todos anhelamos estar. ‘Bendita verdaderamente la Virgen, que posee junto con la belleza de la virginidad, la dignidad de Madre’ (Pedro Crisólogo).

Siempre se ha dicho que María es un signo de esperanza para cada uno de nosotros y para toda la comunidad de la Iglesia. Y para mí fue ese signo cuando oí que mi esposa, el día diez, pronunciaba mi nombre con claridad reconociendo mi presencia junto a ella. Era la Fe que se manifestaba. Era la Maternidad de la Virgen que respondía. Era el amor a sus hijos dolientes el que respondía a la llamada hecha desde la angustia y la esperanza. Era la cercanía de Jesucristo a través de la Madre como en Caná de Galilea.

Me hubiese podido tocar a mí, en cuyo caso hubiese estado una temporada sin publicar entrada alguna en el blog, o acaso ya no hubiese publicado nada más por haber partido al Infinito de la Eternidad junto al Padre, pero ¿por qué a mi esposa? Es una de las primeras cosas con las que interrogué a Dios: ‘¿Qué nos quieres comunicar a través de este suceso? ¿Qué nos deseas enseñar? ¿Qué esperas de nosotros?

Ahora es cuando cobra un especial sentido para mí el Salmo 23(22)

Aunque ande en valle tenebroso,
no temeré mal alguno, porque Tú estarás conmigo;
tu vara y tu cayado me infundirán aliento.


Alabados sean Jesucristo y su Madre Inmaculada.

domingo, 6 de diciembre de 2009

Adviento, una espera limitada

‘Vienen días, oráculo del Señor, en que yo cumpliré la promesa que hice a Israel y a Judá. Entonces, en aquellos días, suscitaré a David un descendiente legítimo, que practicará el derecho y la justicia en la tierra. En aquellos días se salvará Judá, Jerusalén vivirá en paz y le llamarán así: El Señor nuestra salvación’. (Jer. 33, 14-16).

Estamos nuevamente viviendo el principio del Año Litúrgico con el Adviento. El texto anterior ya han podido observar que corresponde a la primera lectura de la Eucaristía del primer domingo. Y ya que no he podido asistir a la Eucaristía dominical al haberme practicado una pequeña operación quirúrgica en un pie, me he internado en mi oración de la Leccio Divina con las lecturas del primer domingo de Adviento.

Les aseguro que la riqueza de la Palabra es enorme y me parece que en eso estarán de acuerdo conmigo. Son mensajes que, recibidos desde la fe y la esperanza en el Salvador, pueden aportar a nuestra existencia una solidez inaudita para ‘fortalecer vuestros corazones y haceros irreprensibles en la santidad ante Dios’, como dice San Pablo en I Tes. 3, 13. Es la llamada a ser santos que Dios nos hace, también hoy, a cada uno de nosotros.

Y esa espera en la conmemoración y vivencia personal del nacimiento de Jesús es limitada, como he puesto en el título desde dos aspectos. Uno, el que nos indica la Liturgia en esas cuatro semanas de preparación, al final de las cuales tenemos en toda su grandiosidad, precisamente por su pequeñez, por su sencillez, por su naturalidad, el gran acontecimiento del nacimiento del mismo Dios que asume nuestra naturaleza en todo absolutamente menos en el pecado, para cumplir lo prometido a través de Jeremías, como hemos leído al principio.

Pero profundizando en la meditación me he acordado de las cuatro velas que se van encendiendo paulatinamente cada semana. Y me ha venido a la cabeza que nuestra vida es un Adviento permanente, es una espera constante de Dios y lo he comparado con las horas de un reloj en el que la aguja horaria es nuestra propia vida y el minutero nos marca los hechos y acontecimientos que la van jalonando. Verán ustedes.

La Corona del Adviento con sus cuatro velas hace acto de presencia. Nuestra existencia podríamos decir que comienza a las cero horas del reloj de la vida de cada uno. Es nuestro nacimiento desde la llamada que Dios nos hace a la vida, a la existencia. Una etapa que podría abarcar el período de la infancia con todo lo que conlleva del descubrimiento de la familia, el aprendizaje en la escuela, las primeras catequesis, primeras nociones de educación y valores para que se vayan convirtiendo en hábitos personales,…

La segunda semana, en la que se enciende la segunda vela de la Corona del Adviento, tendríamos el reloj marcando las seis de la madrugada. Podría corresponder a las etapas de la adolescencia y la juventud. Se va descubriendo el valor de la amistad, la personalidad de cada individuo va condicionando sus actos y se comienza a distinguir qué cosas impiden el correcto desarrollo personal y van puliendo nuestra existencia. Los estudios se van elevando en sus contenidos, se van tomando decisiones personales que, incluso, pueden llegar a la elección que se ha de tomar ante la vida conducente, tal vez, a analizar la vocación personal.

La tercera semana, con la tercera vela encendida, el reloj marca las doce del mediodía. Estaríamos ante la etapa de la madurez humana, en la que el desarrollo de nuestras capacidades personales, sociales, profesionales o familiares se desarrollan al máximo. Ya se está viviendo según la elección que hemos tomado en nuestra existencia como vocación religiosa, vocación matrimonial, vocación al estudio o del tipo que fuere.

La cuarta semana se encienda la cuarta vela. La última. El reloj marca las dieciocho horas, las seis de la tarde. Estamos ante la plenitud de las personas con su carga de años y de experiencia. Aparece la tercera edad y los nietos alegran la existencia de una vida con los achaques propios de esta etapa. Hay un cambio de actividades. Según las fuerzas vamos realizando aquellas cosas que no pudimos hacer antes. Es una etapa de nueva espera hasta que cada uno alcance, en su reloj personal, sus doce horas de la medianoche. Es el momento del final de nuestro propio Adviento, porque entonces veremos cara a cara a Aquel que nos llamó a la vida y nos llamó y destinó a ser sus hijos e instrumentos para hacer realidad su Reino en este mundo vivido desde el reloj de nuestro tiempo.

Por ese motivo digo en el título que nuestro Adviento es una espera limitada, porque finalizará cuando se marque la medianoche de nuestro reloj. De Dios venimos y a Él volveremos. Si hemos permanecido caminando por sus sendas y caminos, si hemos sabido ser buenos administradores de los talentos que nos ha confiado a través de nuestro estado, de nuestra familia, de nuestra opción inequívoca por Él, podremos oír de sus labios ‘Venid, benditos de mi Padre, tomad posesión del reino preparado para vosotros desde la creación del mundo’. (Mt. 25,34).

Será un momento verdaderamente glorioso. Entonces veremos el sentido pleno de todas nuestras acciones realizadas en nuestra existencia de cara a Dios y daremos gracias, nunca suficientes, por haber permanecido en nuestra fidelidad a Quien nos llamó a la vida. Veremos que han valido la pena las privaciones, malos ratos sufridos por Él, ante esa Eternidad que se nos presenta para adorar en plenitud y perfección al Autor de todo.

También acabo con fragmentos del Salmo de la Misa dominical.



A ti, Señor, me dirijo suplicante...

Muéstrame tus caminos e instrúyeme en tus sendas.
Guíame en tu verdad; instrúyeme,
Pues tú eres el Dios que me salva: en ti espero todo el día…

Por amor de tu nombre, Señor,
Perdona mis culpas, que son muchas…

El Señor da su confianza al que le honra,
Y le da a conocer su alianza…

Mírame y ten piedad de mí, que estoy solo y afligido.
Aleja la angustia de mi corazón, sácame de mis tribulaciones;
Mira mi aflicción y mis trabajos y borra todos mis pecados.

La integridad y la rectitud me protegerán
Porque espero en ti, Señor.


Es el Salmo 25 (24). He puesto solamente unos fragmentos, pero la totalidad del Salmo no tiene desperdicio alguno. Que Dios nos bendiga y nos permita vivir un Adviento inmerso en la espera del Salvador.