domingo, 24 de enero de 2010

Hombre y mujer, ¿son complementarios? El Sacramento del Matrimonio (y II)

Vimos la semana pasada el matrimonio desde un prisma intimista de la pareja humana que después de un conocimiento mutuo durante un tiempo, deciden unir sus vidas para siempre, desde el punto de vista del matrimonio cristiano; la aparición de las crisis y discusiones y posibles formas de ir solucionando estas cosas y otros pequeños escollos que se nos presentan en la convivencia diaria.

Pero existe otro problema por el que vale la pena limar todas las asperezas que se puedan presentar y ceder ante todas las razones existentes propias y ajenas. Tanto el marido como la esposa. Me estoy refiriendo a los hijos. Uno de los fines propios del matrimonio son ellos y el deber de todos los padres es educarlos, integrarlos en la sociedad y, como cristianos, también a la Iglesia. No debemos perder de vista que para crear vida, para perpetuar la Creación en lo que a las personas se refiere, Dios ha querido contar con el hombre y la mujer. Somos con-creadores con el Creador.

Y somos complementarios en nuestra unicidad y el hijo o la hija de esa unión llevan los genes del padre y de la madre. Precisamente esa es una de las razones por las que se lucha por ellos, se les defiende de todo y somos capaces de los mayores sacrificios cuando lo vemos enfermos o con algún problema grave. Son alguien nuestro a quienes queremos y con quienes nos forjamos hermosos planes de futuro para su bien. Pero ¿nos planteamos todo esto cuando se piensa en el divorcio? ¿Se calcula el daño que se les puede causar?

No nos equivoquemos. Aunque haya una separación más o menos amistosa y con acuerdos aceptados por ambos cónyuges (porque lo son a pesar de la separación o el divorcio debido al vínculo matrimonial), lo que los niños y niñas habidos en el matrimonio desean es ver a su padre y a su madre juntos, felices y que les transmitan paz, estabilidad y seguridad en su existencia.

Y lo digo con conocimiento de causa. Desgraciadamente he presenciado alguno de estos casos y los niños, incluso adolescentes, se han pasado las horas de clase llorando, han bajado su rendimiento escolar, se han vuelto taciturnos o irascibles y su comportamiento personal con padres y profesores ha cambiado radicalmente. En todos, la tristeza hacía acto de presencia en sus vidas y se asomaba por sus ojos.

En unos casos pudimos intervenir al conocer a los padres y, como amigos, hablar con ellos desde el corazón y la amistad. En otros, tuvimos que contemplar los hechos desde una impotencia personal, ciertamente lamentable en todos los aspectos. Créanme. Son muy penosas estas situaciones, pero con niños por en medio, todavía más.

Y cuando la situación tenía arreglo y se solucionaba el problema evitando el divorcio o la separación, había que ver en esos niños la luz de su mirada, irradiando una felicidad difícilmente descriptible.

Es necesaria para cualquier cristiano la oración personal, la meditación, y lo que queramos pero también debemos aprender a orar juntos. Desde nuestra propia experiencia lo puedo asegurar. El matrimonio es un largo camino que se recorre con ayudas. Y una de las fundamentales es la Gracia propia de este Sacramento. Y además, la oración la potencia.

Existen medios que también son ayudas: el Apostolado de la Oración (APOR), Talleres de Oración, Rezo del Santo Rosario a nivel individual o en familia, Grupos de Oración,…son múltiples y cualquier sacerdote nos puede orientar en este sentido. Pero lo fundamental es querer hacerlo. No me vale decir ‘Es que no tengo tiempo’, porque hace más el que quiere que el que puede. Se trata de echarle reaños a la cosa y anteponer los intereses de Dios, que ha depositado su Fe y Esperanza en nosotros, a los nuestros. Él ya nos dará el salario que nos corresponda, no lo duden, porque a generosidad no Le gana nadie. Nosotros hemos estado y estamos en ello, y realmente se saca mucho fruto de cara a la convivencia matrimonial y a nuestra proyección en la Iglesia como piedras vivas de la misma.

No olvidemos tampoco este hecho: el amor que nos ha unido viene de Dios. Es cierto que nuestro cariño, por muy grande que pueda ser, es ínfimo comparado con el que Él nos tiene que es infinito, pero debemos corresponderle de alguna manera, y permaneciendo mutuamente fieles el marido con la esposa y viceversa, es una de las formas de hacerlo. Y la fidelidad conyugal es uno de los grandes valores del Matrimonio.

Hoy en nuestra sociedad se presentan unos valores (contravalores, diría yo) que van en sentido opuesto a este aspecto matrimonial, pero quien tenga claras sus ideas cristianas me dará la razón. Este tema ha salido en algunas conversaciones con amigos y cuando me ha llegado el momento de opinar, en tono jocoso les he dicho que si con una mujer ya tenía suficiente trabajo y dedicación, ¿para qué iba a complicarme la vida con otra? Sería estúpido.

Y tengan claro las señoras que me puedan leer que lo dicho anteriormente no tiene ningún sentido peyorativo ni despectivo. Al contrario. Lo que pretendo es colocarlas con la dignidad que tienen y merecen y no ser moneda de cambio de nadie. No en vano ocupó la mujer un lugar en el Pensamiento de Dios en la Creación, con una misión que cumplir. Y muy grande, por cierto.

Vean, si no, lo que dice el Libro de los Proverbios, en su capítulo 31, versículos 10 al 31: ‘Una mujer completa, ¿quién la encontrará? Es mucho más valiosa que las perlas. En ella confía el corazón de su marido, y no será sin provecho. Le produce el bien, no el mal, todos los días de su vida…’. Personalmente me atrevo a sugerirles que lean toda la cita anotada. Es para disfrutarla y sacarle mucho provecho, tanto los varones como las mismas mujeres. Vean el final de la cita: ‘Engañosa es la gracia, vana es la hermosura, la mujer inteligente, ésta será alabada. Dadle del fruto de sus manos y que en las puertas la alaben sus obras’. De antología, ¿verdad?

Y los caballeros no se pierdan este fragmento bíblico del Libro de la Sabiduría y analicen si, aunque está referido a ésta, se puede aplicar a sus respectivas esposas: ‘Es a ella a quien he amado y buscado desde mi juventud: me he esforzado por hacerla mi esposa y me he convertido en amante de su belleza’. (Sab. 8, vers. 2,9,16). Y una aclaración. De esos tres versículos he hecho un resumen buscando la unidad de contenido, pero si lo desean, pueden leer el capítulo 8 y, aunque referido a la Sabiduría, pueden analizar si se le puede aplicar a las esposas.


Si observamos un poco el relato de la Creación, podremos ver que la mujer está a la misma altura del hombre. Es semejante a él por su propia naturaleza. De todos los seres creados con anterioridad no hubo ninguno que satisficiese al varón. No eran como él. Solamente la mujer pudo ser una compañera que compartiese su misma dignidad. Pienso que el autor del Génesis nos quiere enseñar, cuando nos presenta el hecho de que ‘fue creada de una costilla de Adán’, (Gen. 2, 21) que Eva pertenece a su misma raza, es decir, varón y mujer son idénticos en cuanto a dignidad y humanidad pero diferentes y complementarios en cuanto a cualidades y funciones.

Ahora vamos a ver qué dice Jesús en el Evangelio. ‘Se acercaron unos fariseos y, para ponerlo a prueba, le preguntaron: -¿Puede uno separarse de su mujer por cualquier motivo?- Jesús les respondió: -¿No habéis oído que el Creador, desde el principio, los hizo varón y hembra, y que dijo: Por eso dejará el hombre a su padre y a su madre, se unirá a su mujer y serán los dos uno sólo? De manera que ya no son dos, sino uno solo. Por tanto, lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre’. (Mt. 19, 5-7). Si eso lo dijo Jesús, ¿qué podemos hacer sino realizar eso en nuestros matrimonios? La unidad y la indisolubilidad, propiedades del matrimonio, están perfectamente definidos y suficientemente claros para entender el mensaje de la Palabra a los fariseos que le preguntaron y a la sociedad del siglo XXI. Porque el LOGOS sigue siendo actualidad permanente.

Ya sé que hay muchos aspectos más para tratar, pero no lo quiero hacer excesivamente largo. Cuantos me lean pueden saber más que yo de este tema y tener la riqueza de su propia experiencia. Y también es posible que hayan profundizado más que yo en este tema. En definitiva todos estamos embarcados en la misma nave: la de Pedro. La Iglesia. Y desde ella procuramos vivir nuestro matrimonio.

Como resumen de todo les voy a dejar esta vez con Santo Tomás de Aquino. Miren cómo resume el Matrimonio: ‘Los bienes del Matrimonio son tres: el primero lo constituyen los hijos, que han de ser aceptados y educados para el servicio de Dios; el segundo es la fe o lealtad que cada uno de los cónyuges debe guardar al otro; el tercer bien es el Sacramento, esto es, la indisolubilidad del matrimonio, por ser signo de la unión indisoluble de Cristo con la Iglesia’. (Sobre los Sacramentos, 1, c., p. 339)
Que Dios y la Virgen nos bendigan.

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