domingo, 27 de junio de 2010

Obras de Misericordia (III). Visitar y cuidar a los enfermos


Cabizbajo, como sobrellevando el peso del mundo, sin humor y resignado a la fuerza,…Sí. Éste podría ser el retrato de un enfermo con escasos horizontes. Es un cuadro con el que muchos de nosotros nos hemos podido encontrar casi a diario, si no lo hemos sufrido en nuestras carnes.

Y sin embargo existen muchísimos enfermos que llevan su enfermedad ‘deportivamente’, porque son capaces de reírse de ellos mismos y de su enfermedad y vivir el día a día con un envidiable sentido del humor, procurando no amargar a quienes tienen a su alrededor. Pero ¿eso es lo habitual? No lo sé, pero me temo que no.

Y acaso esta obra de misericordia vaya en este sentido, porque estas personas, estos enfermos, están necesitados de ayuda y cuidados, no solamente físicos, sino también afectivos. Y no digamos espirituales.

La enfermedad es algo inherente a la persona y me parece que todos, en mayor o menor grado, hemos pasado por ella. Y según vamos avanzando en edad y nuestro cuerpo va perdiendo fuerzas y defensas, nos volvemos más vulnerables y nos percatamos que vamos avanzando etapas en la vida.

Nos volvemos más sensibles y acaso tengamos más necesidad de comunicación, de ser escuchados, de sentir un calor humano a nuestro alrededor por parte de la familia, de los amigos, de los compañeros,…

Es un hecho que hemos constatado cuando hemos llevado la Comunión a los enfermos que no pueden salir de casa por su enfermedad. Desean contarnos cosas de sus dolencias, de su familia,… Y se les debe escuchar. Esa actitud es para ellos como un bálsamo que les alivia de alguna manera. Cuando terminamos suelen pedirnos que vayamos a verlos en cuanto podamos entre semana.

Puede haber alguno que piense o diga (les aseguro que yo lo he oído) ‘¿Por qué me castiga Dios con esta enfermedad? ¿Qué habré hecho yo?’ Y las cosas no pueden ir por ahí. Seguir ese camino es una demostración de no conocer las Escrituras, porque no podemos ni debemos perder de vista la actitud de Jesús con los enfermos en su etapa vivida entre nosotros.

Por donde iba, le sacaban enfermos de toda índole y demostró que no era insensible ante el dolor ni el sufrimiento humanos. Paralíticos, ciegos, cojos, leprosos,… A todos curaba aunque previamente les pedía que tuvieran fe. Incluso muertos, a quienes resucitó (la hija de Jairo, el hijo de la viuda de Naím, a su amigo Lázaro).

Tanto es así, que la Iglesia recogió su testigo y hace presente a Jesús en la enfermedad desde los primeros tiempos hasta hoy, a través de los Sacramentos, especialmente la Eucaristía, pero específicamente podemos leer lo que dice Santiago: ‘Si alguno de vosotros cae enfermo, que llame a los presbíteros de la Iglesia para que oren sobre él y lo unjan con óleo en nombre del Señor. La oración hecha con fe salvará al enfermo; el Señor lo restablecerá, y le serán perdonados los pecados que hubiera cometido’. (Sant. 5, 14-15).

Pero nosotros, aun siendo mucho lo que dice, no podemos quedarnos ahí. Hemos de llegar a lo que dice San Pablo: ‘Ahora me alegro de mis padecimientos por vosotros y suplo en mi carne lo que falta a las tribulaciones de Cristo por su cuerpo, que es la Iglesia’. (Col. 1, 24). Si sabemos que hay enfermos y sin importar que los conozcamos o no, nuestros propios padecimientos podemos ponerlos en manos de Dios y ofrecérselos por ellos. Él sabe lo que cada uno necesita en cada momento.

Por eso, aunque nos tengamos que morder nuestra propia impotencia ante el hermano enfermo al que visitamos intentando transmitirle paz, serenidad o ánimo. Al no poder aliviar sus padecimientos, tenemos la oración de intercesión y el ofrecimiento de los males propios para que el Padre común que tenemos actúe como quiera y cuando quiera. ¿Es así o no lo es? Y eso es poner en funcionamiento la Comunión de los Santos.

Recuerdo una vivencia muy especial para mí que voy a compartir con ustedes. Un amigo y compañero de profesión con quien tenía una relación personal muy frecuente, ya que estábamos en el mismo grupo de oración y de formación, enfermó. Su corazón estaba muy castigado y había estado ingresado en el hospital en diversas ocasiones. En una de ellas fuimos varios a compartir con él nuestro tiempo y nuestro humor, ya que él lo tenía muy desarrollado.

Cada vez que íbamos no podíamos evitar la impresión de que la habitación donde estaba encerraba algo muy especial, porque nos parecía que era como un lugar donde el mismo Jesús estaba sufriendo a través de Ricardo, nuestro amigo. Pues bien. Cuando llegó la hora de irnos le cogí la mano para despedirme de él hasta la próxima visita. ‘Hasta pasado mañana’, le dije. Él me respondió indicando hacia arriba con el índice de la mano libre: ‘No. Hasta el Cielo. Allí nos veremos’.

¿Cómo podría decirles el sentimiento y el impacto que recibí? Se me hizo un nudo en la garganta que me impedía decirle nada, pero aun pude balbucear algo ininteligible. Veinte minutos después, cuando llegué a mi casa, mi esposa me dijo que habían llamado del hospital diciendo que Ricardo había fallecido. Sinceramente, lloré. Eran muchas vivencias las que compartimos y que en ese sentimiento de impotencia recordé agolpándose en mi memoria. Después, vino la oración y la vuelta inmediata al hospital para organizar las cosas necesarias junto con los demás compañeros del equipo de formación.

Es muy probable que ustedes también tengan sus propias experiencias ante el dolor y la enfermedad y tal vez de mayor envergadura. Discúlpenme la confidencia y la confianza con ustedes. Creo que me entenderán.

El mundo de la enfermedad y del dolor abarca un campo muy grande, pero cuando nos metemos dentro, bien como enfermos bien como visitadores, cuidadores o animadores, sabiendo empatizar con quien sufre, pienso que estamos siendo solidarios con esos pedazos de la Cruz de Jesucristo en el siglo XXI. Y eso no es difícil. Basta que queramos compartir nuestro tiempo libre con esas personas que directa o indirectamente están pidiendo un mínimo de atención y saber que se les sigue considerando personas. Es el sentido que tiene esta Obra de Misericordia.

Y con los ancianos ocurre exactamente lo mismo. Son seres humanos que han dejado lo mejor de su vida en la familia, en la sociedad,…Han luchado mucho por sacar todo cuanto dependía de ellos adelante. Y cuando pienso que se habla de darles ‘una muerte digna’, en un infame gesto de ocultar la eutanasia, me sublevo contra los que así piensan bajo la capa de un falso e inicuo progresismo. ¿Quiénes son ellos para arrogarse una función que únicamente pertenece al auténtico Señor de la vida y de la muerte? Solamente Dios puede disponer de la vida. A cada uno nos va a llegar el momento y será cuanto menos lo esperemos. ‘Velad, pues no sabéis el día ni la hora’ (Mt. 25, 13).

Si somos personas que participamos de la sensibilidad de Jesús ante los enfermos y ancianos nos sentiremos portadores del calor humano que pueda llevar a esas personas el bálsamo de la compañía, del saber escucharles, del detalle oportuno ante su soledad haciéndole ver que es una persona muy importante para todos, pero especialmente, para Dios.


Que Jesús de Nazaret y Nuestra Señora del Cabo nos bendigan y ayuden en nuestra labor de cada día.

domingo, 20 de junio de 2010

Obras de misericordia (II)


Hay un dicho popular que dice ‘Algo tendrá el agua cuando la bendicen’. Y sí. ¡Claro que tiene algo! A poco que nos pongamos a bucear en la Biblia nos encontraremos con muchos pasajes que pueden significar muerte o vida, según el contexto que tengan en cada momento.

A modo de vista rápida tenemos el paso del Mar Rojo por los israelitas (Ex. 14, 15-31). Supuso muerte para los egipcios y vida y libertad para el pueblo israelita. Y más adelante, cuando el agua comenzó a escasear y Moisés acudió de nuevo a Yavé, éste le dijo que acudiese a la roca de Horeb y golpease en ella con su cayado. De allí brotó el agua que calmó la sed del pueblo (Ex. 17, 1-7).

Acaso hoy que los avances tecnológicos nos permiten tener agua en nuestras propias casas, no se llegue a valorar tanto el contenido que encierra ‘dar de beber al sediento’, pero desgraciadamente eso no ocurre en todas partes. Existen lugares en este planeta que su escasez la hace un bien codiciado y necesario. Y si la tienen, acaso está contaminada. Y de ella beben y se asean.

A fuerza de contemplar tantas veces fotografías de lugares en el que sus habitantes, mal nutridos y sin agua, apenas subsisten que casi no les hacemos caso debido quizá a nuestra propia impotencia personal para solucionar ese gravísimo problema que, pese a quien pese, ahí está presente a los ojos del resto de la humanidad.

Creo recordar que en cierta ocasión, hace ya muchos años, Manos Unidas estuvo llevando a cabo un proyecto de construir una obra que llevase agua potable a un poblado. Esa Institución tiene, al menos por lo que yo conozco, el objetivo de ir solucionando problemas de este tipo y de otros muchos. Gracias a la labor callada, incansable y abnegada de sus componentes existen seres humanos que tienen mínimamente cubiertas estas necesidades básicas.

Hubo épocas, especialmente en la Edad Media, en que eran muchos los caminantes que cuando se desplazaban de un lugar a otro tenían que recurrir a ir bebiendo agua en las fuentes de los pueblos o pedirla en las casas solitarias que se encontraban a su paso.

Sí. Tiene su importancia dar de beber al sediento. Cuando Elifaz, uno de los amigos de Job, le visita y habla con él, le dice, entre otras cosas, ‘no diste de beber al sediento’. (Job 22, 7). Y es el mismo Jesucristo quien enseña a los discípulos la importancia que tiene este gesto: ‘Quien dé un vaso de agua a uno de estos pequeños por ser discípulo mío, os aseguro que no se quedará sin recompensa’ (Mt. 10, 42).



Y es también Jesucristo quien da al agua un sentido que trasciende su mismo objetivo físico. Cuando tiene un encuentro en el pozo de Siquem con una samaritana, valiéndose de la sed que tiene le pide agua a esa mujer, cosa que le extraña a ella, ya que los judíos y samaritanos no se llevaban muy bien. El diálogo entre ambos, catequético al cien por cien por parte de Jesús, no admite duda alguna: ‘Si conocieras el don de Dios y quién es el que te pide de beber, sin duda que tú misma me pedirías a mí y yo te daría agua viva’. Y sigue más adelante. ‘Todo el que bebe de esta agua volverá a tener sed; en cambio el que beba del agua que yo quiero darle nunca más volverá a tener sed. Porque el agua que yo quiero darle se convertirá en su interior en un manantial del que surge la vida eterna.’ (Jn. 4, 6-14). Jesús desea abordar, precisamente en esa mujer, la sed de amor y cariño que todos anhelamos y que solamente Él es capaz de plenificar.

Todos tenemos ese tipo de sed por mucha agua material que bebamos. ¿Cuántas veces hemos acudido a la Palabra para buscar la serenidad, la paz interior en determinados momentos difíciles por los que hemos atravesado? Y en esa meditación seria, profunda, confiada y de abandono en las manos del Creador de todo y de nosotros mismos, hemos vista colmada y calmada la sed de Dios que teníamos. No hay nada comparable a los momentos íntimos de diálogo con Jesús Sacramentado después de recibirle en la Eucaristía, en las visitas que le hacemos en el Sagrario o en la compañía que le hacemos en una Exposición del Santísimo.


Mi esposa y yo estamos deseando que llegue el último jueves de cada mes para acudir, juntamente con otros miembros del Apostolado de la Oración (APOR), a esa hora de oración comunitaria en un templo con el Santísimo expuesto, seguido de la Misa. Precisamente hace unos días, el domingo día 13 de junio, nos juntamos las tres Diócesis de la Comunidad Valenciana en la localidad de Gata de Gorgos para orar en común ante el Santísimo. Es de suponer la gozada que esto supuso. Nos llenamos de esos ríos de Agua Viva que Jesús explicó a la mujer de Samaria.

Realmente, cuando se habla en público en alguna homilía o charla y nos damos cuenta de la atención que la gente presta y el aprovechamiento que siente para su vida, nos damos cuenta de la sed de Dios que existe hoy en pleno siglo XXI por mucho que determinados Gobiernos pretendan eliminar a este Ser Supremo de la vida de los ciudadanos. Y cada vez se sale más convencido de lo que Jesús prometió: ‘Las puertas del infierno no prevalecerán contra la Iglesia’ (Mt. 16, 18).

Sí. Yo también pienso que algo tiene el agua cuando el mismo Jesús la elige como símil para explicar lo que es su Gracia e incluso Él mismo, valiéndome del dicho popular con el que encabezo esta entrada. Confiémonos al Amor de su Sagrado Corazón y al de su Madre. Ellos calmarán nuestra sed de Vida Eterna.

Que Jesús de Nazaret y Nuestra Señora la Virgen de Candelaria nos bendigan.

sábado, 12 de junio de 2010

Las Obras de Misericordia (I)

De eso hace ya muchos ¿años luz? Bueno. No tanto. Pero los veo tan lejanos… Era una tarde anodina en el Colegio de los Padres Franciscanos de mi ciudad natal, en la preparación para recibir por primera vez a Jesús Sacramentado. El padre Buenaventura se esforzaba en explicarnos y en que aprendiésemos las Obras de Misericordia. Y nosotros hacíamos lo que podíamos, creo yo, pero la realidad era que nos costaba mucho. Aquello de las Corporales y las Espirituales no lo acabábamos de asimilar del todo…

Ese recuerdo es el que me hizo pensar: ¿y por qué no? Apenas se oye hablar de las Obras de Misericordia y da la impresión de estar pasadas de moda, pero analizando su contenido, aunque sea de forma superficial, podremos ver que encierran una actualidad y vigencia que merecen, al menos, algún comentario aunque sea breve.

El hecho de no tener grandes ni profundos estudios sobre este ni otros temas, como he dicho en ocasiones anteriores, no impide que haya leído, estudiado o meditado desde mi juventud muchos temas de la Iglesia, la Palabra, la Moral, los Sacramentos u otros temas que han contribuido a tener una formación eclesial que, acaso por mi vocación profesional, me ha llevado a transmitir a los demás mediante cursillos de diversa índole, reuniones formativas o lo que en cada momento ha ido surgiendo en la Parroquia a la que hemos pertenecido mi esposa y yo o en los lugares de nuestra Diócesis en los que hemos sido llamados.

El Papa y la Jerarquía no cesan de indicar que los cristianos debemos estar presentes en los medios de comunicación social aprovechando la tecnología existente. Cuando me matriculé en la Universidad en Informática para ponerme al día en esta materia, pude entrever que el mundo de los blogs ofrecía un campo fenomenal para hacer presente a Jesús de Nazaret. Ahí nació, ya hace dos años, este blog a través del cual he ido experimentando que en pleno siglo XXI el Logos no deja indiferente a nadie. Continúa atrayendo a la gente. Sigue siendo el eje motor de la vida de muchos que, en ocasiones, se la ofrecen entera y viven por Él, con Él y en Él.

No sé si me estoy poniendo pesado, pero es que estas reflexiones que me hago son el motivo por el que he decidido escribir algo sobre las Obras de Misericordia que, me da la impresión tienen su origen en la doctrina de Jesucristo, más concretamente cuando habla a sus discípulos del Juicio Final. (Mt. 25, 31-46).

Allí nombra a los que tienen hambre o sed, a los que están desnudos o en la cárcel, a los emigrantes o forasteros,… Sí. Hay un amplio campo para la meditación, la deducción y el comentario. Solamente es menester voluntad y apertura al Espíritu por nuestra parte y Él hará el resto.


El Salvador ya dejó claro en cierta ocasión que no he venido a abolir la Ley y los Profetas, sino a llevarlas hasta las últimas consecuencias’. (Mt. 5, 17). Y en ese sentido viene bien recordar que en el A.T. Isaías, al hablar de la clase de ayuno que quiere Dios, también pone frente a nosotros la misericordia del Creador con nuestros semejantes (Is. 58, 6-7). Y es lo que nos toca en la medida de nuestras posibilidades, no solamente económicas, sino también las que puedan corresponder al empleo de los talentos que el Señor nos ha dado a cada uno.

De cualquier modo, el contenido de las Obras de Misericordias ha estado siempre latente en la existencia de las personas y en la vida de la Iglesia. Y ya entramos en materia.

Soy consciente de que en cada una de ellas hay muchísimo que decir, muchísimo que interpretar, muchísimo que hacer,…pero a fin de cuentas no se trata de dogmatizar y mucho menos de dar lecciones a nadie (no soy quién para ello), pero sí de plantearnos a nivel personal qué podemos hacer desde nosotros mismos para realizar lo que en conciencia creamos que debemos y podemos hacer.

La primera de las Obras Corporales es dar de comer al hambriento. ¡Qué raro es el día que las noticias de la prensa impresa, en la televisada o simplemente en la cotidianidad de cada día no nos tropezamos con esta terrible lacra de hoy.

Lo sencillo es entregar a Cáritas algún donativo para sus comedores o para las atenciones más perentorias que deben atender a diario. Incluso podremos dar de comer nosotros a cualquier necesitado, pero no vayamos a caer en el simplismo de pensar que le damos la limosna para que se compre el alimento o darle el alimento mismo y pensar que ya tenemos tranquila nuestra conciencia. También hemos de cuidar la forma que tengamos de dárselo para que en su necesidad no se sienta humillado con nuestro gesto, porque hay unas formas de dar … y otras formas de dar (con altanería, autosuficiencia, prepotencia,…por ejemplo).

No debemos perder de vista que por muy indigente que sea es un ser humano que tiene una dignidad, y ésta es la propia de un hijo de Dios. Y como tal y como persona, nuestro respeto debe ser absoluto.

Imposible olvidar el día que vino una señora que conocíamos y sabía que estábamos en Caritas parroquial a decirnos que un matrimonio de su escalera estaba pasando necesidad. En un momento recogimos alimentos entre todos los vecinos de nuestra escalera y marchamos a llevárselos. En su nevera solamente había una lata de sardinas en conserva. Pasaban frío también al habérseles terminado el gas butano de todas las bombonas de su casa. Se solucionó momentáneamente ese caso y a continuación se tomó nota para darles semanalmente una bolsa con alimentos hasta que encontrase trabajo alguno de ellos. Fue enorme la satisfacción personal de cuantos contribuimos a solucionar ese caso.

Tal vez no hubiese sido posible si un grupo de señoras, en su reunión formativa semanal en la parroquia en la que se planteaban algunos problemas familiares que se conocían referentes a necesidades alimentarias y de otra índole, no hubiese pedido al párroco la creación de Caritas parroquial. Éste acudió al Obispado y, tras los trámites necesarios, se fundó esta Institución en nuestra Parroquia. En cuanto lo comunicó desde el ambón en el que exponía su homilía dominical y solicitó colaboradores, hubo una respuesta inesperada: al cabo de un mes ya había quinientos socios y unas dos decenas de voluntarios/as para colaborar directamente en la Parroquia o visitando a personas necesitadas.

Personalmente no me cabe la menos duda que la acción del Espíritu fue la que nos movió a tanta gente.

Ahora bien. Tampoco podemos perder de vista el otro tipo de ‘hambre’ que existe. En el primer Cursillo de Cristiandad para jóvenes con edades comprendidas entre los 17 y los 22 años al que asistí como coordinador del mismo, pude constatar el hambre de Dios que había. Y también que los muchachos la tenían sin ser totalmente conscientes de ello. Así lo manifestaban después de cada una de las charlas en los planteamientos escritos que nos pasaban. Eso nos llevó a que después de la cena de cada día hiciésemos un diálogo abierto, fuera de todo convencionalismo o estructuras, en el que exponían sus dudas y manifestaban sus opiniones.

Y sí. Hubo que ‘darles de comer’.Fue una experiencia maravillosamente enriquecedora para ellos y para todo el equipo que impartíamos el Cursillo.

Pienso que es necesario enfrentarnos a nuestros propios problemas con mentalidad abierta y corazón sincero. Creo que Zaqueo, cuando oyó hablar a Jesús durante la cena que compartieron, supo encontrar la respuesta adecuada y dar un vuelco al comportamiento de su vida. Su conversión fue una opción personal y radicalmente efectiva en el ámbito social y como persona. Fue el nacimiento de un hombre nuevo que transformó su corazón de piedra en un corazón de carne, despojándose del ‘hombre viejo’ que llevaba. Parece como su hubiese oído ya a Pablo dirigirse a los cristianos de Colosas: Despojaos del hombre viejo con todas sus obras y vestíos del nuevo, que sin cesar se renueva para lograr el perfecto conocimiento según la imagen de su Creador’. (Col. 3, 9-10). Después vendría la transformación en su entorno devolviendo lo que había defraudado.

Nuestro cristianismo no lo podemos fundamentar solamente en unas prácticas externas si no están basada en el encargo de servirnos unos a otros, ayudándonos mutuamente, como manifestó Jesucristo el Jueves Santo en el lavatorio de los pies a los discípulos. (Jn. 13, 12-17).

Juan insiste en esto: Si alguno tiene bienes en este mundo y viendo a su hermano pasar necesidad le cierra su corazón, ¿cómo puede permanecer en el amor de Dios? Hijos míos, no amemos de palabra ni con la boca, sino con hechos y de verdad’ (IJn. 3, 17-18). Es el enfoque que le da a este tema.

En definitiva, es dar de comer a cuantos tienen, quizá sin saberlo, hambre de Dios. Y en estos tiempos que corren hay así mucha gente. Y, como también dijo Jesús en la multiplicación de los panes y de los peces, ‘Dadles vosotros de comer’ (Mt. 13, 16). Y ese ‘vosotros’, hoy, somos nosotros.

Que Jesucristo, la Palabra hecha Hombre, y su Madre Nuestra Señora de El Viejo, nos bendigan con abundancia.

domingo, 6 de junio de 2010

El Padre Nuestro (y IV)

Y ahora hay que adentrarse en la recta final de esta oración comprometida y comprometedora, porque de alguna manera nos obliga a plantearnos continuamente nuestras actitudes ante los diferentes momentos que nos toca vivir y, como cristianos, vivirlos de cara al Padre intentando darle la respuesta que Él espera de cada uno de nosotros.

No nos dejes caer en la tentación. ¡Ay, qué crudo lo tenemos! Nada menos que la tentación. Concepto tal vez banalizado en nuestra sociedad, pero que encierra en sí mismo un contenido que algo debe tener que cuando Jesús enseña esta oración a sus discípulos y, por extensión, a sus discípulos de todos los tiempos. Y nos recomienda que pidamos a Dios que no nos deje caer en ella.

Pero atención, no nos confundamos. En ningún momento nos dice que pidamos que nos libre de tenerlas, sino que cuando las padezcamos tengamos el coraje suficiente para hacerles frente y la humildad necesaria para acudir a nuestro Padre pidiéndole que no puedan con nosotros. Con su ayuda podemos dominarlas a través del dominio de nuestro propio ego, entre otras cosas. No olvidemos nuestras limitaciones humanas y, por tanto, nosotros solos, solamente con nuestras propias fuerzas, nada tenemos que hacer. Pienso que ese es el sentido de esta petición.


Tentaciones de Jesús.-James Tissot
El mismo Jesús no se libró de tenerlas y las padeció en ese período de preparación en el desierto de cara al comienzo de su vida pública. (Mt. 4, 1-11). Estuvo directamente acosado por el mismísimo Satanás. Y el Salvador pudo con él, le venció, pero el diablo no cejó en su empeño. Si tenemos en cuenta los Evangelios podremos ver que son bastantes las ocasiones en que este personaje se hace presente: Curación de un mudo (Mt. 9, 32-33) ; un endemoniado ciego y mudo, (Mt. 12, 22) ; un niño endemoniado, (Mt. 17, 14-18) ; en Gerasa, (Mc. 5, 1-15) ; María, llamada Magdalena, de la cual habían salido siete demonios ( Lc. 8, 1-2) ; y Jesús siempre se compadecía de los posesos y mandaba sobre los espíritus malignos que los poseían.

Nosotros no somos mayores que el Maestro. El tentador siempre está al acecho buscando cualquier resquicio en nuestra defensa contra él, intentando penetrar a través de las cosas, objetos, circunstancias, que nos alejan del camino recto que Dios nos marca a cada uno. ‘Estad alerta y velad, que vuestro adversario el diablo, como león rugiente, anda buscando y busca a quién devorar, al cual resistiréis firmes en la fe… Y el Dios de toda gracia, que os llamó en Cristo a la Gloria eterna, después de un breve padecer os perfeccionará y afirmará, os fortalecerá y consolidará’. (1Pe. 5, 8-10). Pedro, el gran amigo de Jesús, sabe lo que está diciendo y así se lo dice en esa carta a los cristianos del Ponto, Galacia, Capadocia, Asia y Bitinia. Y… a nosotros mismos.

Personalmente me maravillo de lo que es capaz de escribir Pedro, rudo pescador, absolutamente incapaz de entender nada de cuanto vivía y presenciaba mientras estuvo con Jesucristo, y que a partir de Pentecostés tuvo una radical transformación que le permitió ir desarrollando su Primado en la Iglesia naciente, a impulsos del Espíritu Santo. Y eso es un estímulo para nosotros para darnos cuenta que el Espíritu Divino también actúa sobre nosotros si nos abrimos a su acción.

¿Qué vamos a temer si nos mantenemos firmes en la Fe, la Esperanza y el Amor con la ayuda del mismo Espíritu que, además de resucitar a Jesús al tercer día de su muerte en la Cruz, impulsó e impulsa la Iglesia, ante la cual ‘las puertas del infierno no prevalecerán’? (Mt. 16, 18).




Jesús, en su agonía en Getsemaní, va buscar a sus amigos. Tal vez tuviese necesidad de un apoyo material para esos momentos tan amargos de su existencia. Y los encuentra dormidos. Cuando se despiertan aún es Él quien les anima y aconseja: ‘¿De modo que no habéis podido velar conmigo una hora? Velad y orad para no caer en tentación; el espíritu está pronto, pero la carne es flaca’. (Mt. 26, 40-41). Ya lo estamos viendo, amigos. Es la recomendación de Jesús para todas las personas de todos los tiempos. Él y su Madre, la Virgen, no nos dejan, pero es necesario aportar todo nuestro esfuerzo y voluntad hasta el límite de nuestras posibilidades. Ellos hacen el resto, que no va a ser poco.

La Maternidad de la Virgen no es un hecho aislado en base a unas simples palabras pronunciadas en un momento difícil. No es solamente el hecho material de que el Salvador las dijera en esos momentos tan horrorosos y amargos para Él. Ahí está contenido todo lo que puede implicar una maternidad espiritual para todos los componentes de la Humanidad. Y la Virgen, estoy seguro de ello, se emplea a fondo para ayudarnos a superar cuantas pruebas o tentaciones tengamos a las que nos somete el maligno. No en vano es la Mujer que le aplastará la cabeza y contribuirá a que el bien se esté instaurando constantemente en la Creación.

Y líbranos del mal. Pero no minusvaloremos al tentador. Es terrible y tiene su propio poder, ciertamente inferior al de Dios, pero es superior a nosotros.

El mal existe y esto es un hecho cierto e incuestionable. Y el autor del mismo no es otro que ese ser lleno de soberbia que se alzó contra su Creador. ‘¿Cómo caíste del cielo, lucero brillante, hijo de la aurora? ¿Echado por tierra el dominador de las naciones? Tú, que decías en tu corazón: subiré a los cielos; en lo alto, sobre las estrellas de Dios, elevaré mi trono; me instalaré en el monte santo, en las profundidades del aquilón. Subiré sobre la cumbre de las nubes y seré igual al Altísimo. Pues bien, al sepulcro has bajado, a las profundidades del abismo.’ (Is. 14, 12-15). Isaías nos hace una descripción de la soberbia de ese ser que quiso y quiere destruir la acción del Creador.

‘Fuiste perfecto en tus caminos desde que fuiste creado hasta el día en que fue hallada en ti la iniquidad’. (Ez. 28, 15). Es este otro profeta que también nos da un retrato de este funesto personaje.

De ‘este ser’ es de quien Jesús nos recomienda que pidamos vernos libres de sus acechanzas, de su poder fatal, de su reino de tinieblas, mentiras y pecados. De su negación de Dios. Si nuestros corazones están ansiosos de felicidad, de libertad, de alegría, no tenemos cabida en las seducciones de este engendro del mal. Nuestro objetivo es el Dios Uno y Trino que nos llamó a la vida y nos destinó a la Felicidad (así, con mayúscula) y al Bien. El mismo Salvador no dudaba lo más mínimo en actuar contra él cuando le presentaban personas poseídas, como he comentado con anterioridad.

Las falacias y falsas apariencias de bondad del maligno no son otra cosa que un apartarnos de los caminos de Dios. Sus propósitos son debilitar las naciones (versículo 14 del capítulo indicado de Isaías), trastornar los reinos (vers. 16), devastar las ciudades y no liberar a sus cautivos (vers. 17). El libro de Job es muy gráfico en ese sentido: Vinieron un día los hijos de Dios a presentarse ante Yavé y vino también entre ellos Satán, a quien preguntó Yavé: ¿De dónde vienes? Respondió Satán: Vengo de dar una vuelta a la tierra y pasearme por ella’. (Job 1, 6-7). Ya ven. Siempre está paseando por ella, por los que debieran ser nuestros dominios de la Creación. (Gen. 1, 27-28). Y no va a hacer turismo precisamente.

Tan envidioso estaba de la felicidad de Adán y de Eva como de la felicidad que tenemos hoy nosotros intentando seguir a ese Dios Amor que tanto espera de nosotros y nos destina a la Eternidad en ese estado de perfecta Bienaventuranza, adorando en plenitud a la Trinidad con el resto de la Iglesia Triunfante. ‘Pero temo que como la serpiente engañó a Eva con su astucia, también corrompa vuestros pensamientos, apartándolos de la sinceridad y de la santidad debidas a Cristo’. (I Cor. 11, 3). ¿Qué les parece la recomendación que Pablo hace a sus amigos de Corinto? Conocía el tema por dónde iba, ¿verdad?

Pues ese es el mal que debemos evitar y saber de dónde puede venir. Nuestros caminos hacia Dios pasan por la oración y por una confianza absoluta en Él. Sin bajar la guardia ni un solo instante. Acudiendo a la Virgen sin dudar un momento. No en vano la hemos elegido como Madre nuestra y defensora. Y ella ha dado abundantes muestras de acogida, amparo y protección a quien confiadamente acude a ella en busca de auxilio. La donación ‘Ahí tienes a tu Madre’ (Jn. 19, 27) es de una actualidad constante para cada uno de nosotros.
Áhí tienes a tu Madre .- Autor: Albrecht Altdorfer

Ese mal no pensemos, como nos explicaban siendo pequeños, que es un ser rojo con rabo y cuernos, feo con avaricia y con un tridente en la mano. No banalicemos. Como adultos tenemos capacidad de conocer que como espíritu tiene poder y es superior a nosotros. Se nos puede presentar de múltiples maneras: presentando el aborto como un progreso social, prohibiendo procesiones y otras manifestaciones religiosas por las calles, sembrando discordia entre personas provocando celos y envidias entre ellos, minando la moral y las creencias religiosas de las personas presentándolas como hechos caducos y superados,… Es la destrucción por la destrucción. Es el odio por el odio.

Pero no podemos perder de vista un hecho trascendente para toda la Humanidad: Cuando Jesucristo murió en la Cruz y derramó toda su sangre por cada una de las personas que nacieron y murieron, por las que ahora vivimos y por todas cuantas nazcan después, venció definitivamente al pecado, al mal personificado en Satán, al infierno y a todo cuanto se oponga a sus planes. Y Jesús nos quiere para Él. ‘Venid, benditos de mi Padre, tomad posesión del reino preparado para vosotros desde la creación del mundo’. (Mt. 25, 34).

Ese es nuestro auténtico objetivo. No nos dejes caer en la tentación y líbranos del mal.




Que nuestro Padre del cielo y Nuestra señora de Fátima nos concedan abundantes bendiciones y nos ayuden a perseverar en la Gracia.