lunes, 27 de septiembre de 2010

Las Bienaventuranzas

¡Qué muralla veo frente a mí a la hora de afrontar las Bienaventuranzas! ¿Por qué? Pues verán ustedes. Por una parte hay cosas que van a coincidir con las Obras de Misericordia, anteriormente expuestas y comentadas.


Cosimo Rosselli, 1481

Por otra parte se agolpan en mi mente un cúmulo de ideas tan grande y tantas vivencias, que no sé si voy a poder ordenarlas adecuadamente para su mejor comprensión, porque el Sermón del Monte es lo suficientemente serio y trascendente como para tener el rango de un programa para toda la vida de cualquier cristiano, sea quien sea, sea como sea, viva donde viva.

La Iglesia es universal y ecuménica y los cristianos tenemos ese denominador común en nuestra vida que es el autor de este programa: Jesús de Nazaret. Y eso supone que hay que llevarlo a la práctica si verdaderamente nos consideramos discípulos suyos, con todas las consecuencias. Es difícil, ya lo sé, pero con la oración, tanto individual como comunitaria, los Sacramentos y una gran dosis de abandono en manos del Padre, del Hijo y del Espíritu, lo podremos conseguir a pesar de las dificultades con las que nos encontraremos en nuestro interior, con nosotros mismos, y también con el exterior que nos rodea: personas, situaciones, disgustos, dudas,…

Mateo las recoge en el capítulo 5, versículos 1 al 12 y Lucas en el sexto de los capítulos de su Evangelio como él. o, versículos del 20 al 23, recogiendo solamente cuatro Bienaventuranzas, en vez de las ocho que expone Mateo. Personalmente ignoro la razón. Tal vez porque Mateo, judío converso en el mismo instante de la llamada del Maestro, escribió para sus conciudadanos, también judíos conversos y pensando tal vez en que de esa manera podría contribuir a que completaran sus conocimientos de la doctrina y la figura del Maestro.

No así Lucas. Era gentil, concretamente de Antioquía, persona culta para la época que le tocó vivir y médico. Los destinatarios de su Evangelio fueron, como él, también gentiles convertidos al cristianismo, y quiso transmitirles el mensaje de Jesucristo, como si quisiera que descubriesen, mediante ese mensaje, la universalidad del Evangelio.

No podían perderse las enseñanzas del Salvador, ni su Pasión, Muerte y Resurrección. Ello comportaba un nuevo enfoque de la vida. Una nueva llamada para aprender a asumir una existencia diferente.

Y las Bienaventuranzas marcaban la pauta a seguir, para ellos y también para nosotros en nuestro hoy particular.

Pero no nos confundamos. El Evangelio hay que vivirlo en su totalidad. Sin reservas de ningún tipo, lo cual significa que aunque las Bienaventuranzas sean un programa de vida (el de Jesús),no se pueden mirar desde fuera del Evangelio porque entonces lo estaríamos mutilando.

No olvidemos que a lo largo de la Historia han surgido personas (Madre Teresa de Calcuta, Teresa de Jesús, Rosa de Lima, Catalina de Siena, Ignacio de Loyola, Juan Diego Cuauhtlatoatzin, Juan de la Cruz, Teresa de los Andes y una interminable lista de santos, que hicieron del Evangelio el modelo para sus vidas y de Jesucristo el eje y motor de su existencia.


El joven Rabí de Galilea iba desgranando atardeceres y amaneceres por los polvorientos caminos de su tierra en compañía de sus amigos anunciando la Buena Nueva y ‘viendo la muchedumbre subió a un monte, se sentó y se le acercaron sus discípulos. Entonces comenzó a enseñarles con estas palabras: Dichosos los pobres de espíritu, porque suyo es el Reino de los cielos….’ (Mt. 5, 1-12).

El cómo se enteraron los componentes de la muchedumbre de cuanto decía es lo que menos importancia tiene. Lo realmente importante es el magnífico discurso que pronunció con un contenido lo suficientemente denso como para ser analizada cada una de las Bienaventuranzas despojándonos de las corazas que nos puedan impedir la sinceridad y objetividad con nosotros mismos y ver en qué nos afecta y cómo es nuestro compromiso cristiano desde cada una de ellas.

No olvidemos que las Bienaventuranzas deben ser vistas desde la Palabra divina porque están contenidas en el Evangelio y fue la Palabra, el Logos, quien nos transmitió ese mensaje, hoy vivo, actual, cautivador y… difícil de llevar a cabo, aunque no imposible con Su ayuda. Pidámosla. Nuestra oración debe ser lo suficientemente rica como para que desde nuestra pobreza (Bienaventurados los pobres…) le pidamos fuerza, luz y Gracia para hacerlas posibles en nuestras vidas. ¿No tenemos los Sacramentos? ¿No está a nuestro alcance la Eucaristía, mediante la cual Jesús viene a nosotros y hace morada en nosotros? Pues no tenemos derecho a desperdiciar esas ocasiones de recibirlo.


Sí, amigos. Las Bienaventuranzas deben ser en nosotros un continuo engendrar la Vida de Dios en nuestra existencia. Deben ser ‘una lámpara que se coloque sobre el candelero para que alumbre a todos los que están en la casa’ (Mt. 5, 15-16). Y esa ‘casa’ es todos los ambientes en los que nos movemos para que vean la verdadera Luz a través de nuestra forma de ser, de nuestra forma de actuar, de nuestra manera de descubrir los signos de los tiempos, de nuestra forma de concebir las cosas y los problemas y seamos espejo a través del cual se refleje Dios a los demás.

Debemos aprender a observarnos a nosotros mismos introspectivamente viendo, por ejemplo, la paradoja de nuestra vida entre la pobreza que debemos observar y la riqueza de dones con que Dios ha enriquecido nuestra persona para que sigamos sus caminos y hagamos realidad en nosotros sus planes, viviendo las Bienaventuranzas en su totalidad.

San Pablo decía: ‘Aunque tuvierais diez mil maestros en la fe, padres no tenéis muchos; he sido yo quien os ha hecho nacer a la vida cristiana por medios del Evangelio. Os suplico, por tanto, que seáis imitadores míos’. (I Cor. 4, 15-16). Y eso es un sabio consejo para sepamos transmitir el mensaje de quien nos ha creado. Que seamos el puente a través del cual pasen todos para llegar a Dios y luego olviden, porque lo que realmente deben ver no es el ‘puente’, sino el ‘fin del puente, donde se encuentra el Absoluto, que a fin de cuentas, es el objetivo real de nuestra vida.


Las Bienaventuranzas son el camino real de planificación de nuestra existencia cristiana. Ese conjunto de promesas que Jesucristo hace en el monte son la manifestación de la misma vida que el Salvador vivía en su etapa humana. Son el retrato que hace de sí mismo. Son una invitación personal a cada uno de nosotros para que sigamos sus huellas y nos pongamos en el camino que nos lleve a escribir la aventura de una nueva Historia a través de nuestra historia personal contribuyendo a continuar la creación de un nuevo mundo que siguiendo las enseñanzas que Jesús nos da a través de las Bienaventuranzas y del resto de la Palabra nos conduzca a hacer realidad, con la ayuda del Espíritu de Dios, ‘un cielo nuevo y una tierra nueva’ (Ap. 21, 1).

Sí Es muy hermoso, ya lo sé, pero a pesar de la dificultad de llevarlo a la práctica, ver al Maligno caer al abismo totalmente vencido, a la Trinidad absolutamente triunfante sobre el Mal y a la Mujer aplastando la cabeza de la Serpiente, todo ello con nuestra pobre aportación, habrá valido la pena.


Confiemos en que Nuestra Señora de la Presentación del Quinche y en Dios y pidámosles también que nos bendigan.

domingo, 19 de septiembre de 2010

La enfermedad y el dolor del cristiano (y II)

Esta semana voy a intentar dejar terminado este tema, si bien estoy seguro que no es así, porque el dolor, el sufrimiento del tipo que fuere y la enfermedad podría tener tantas variantes como personas vivimos en este bendito planeta llamado Tierra y es un tema siempre inacabado. Todos podríamos exponer, con lo cual nos enriqueceríamos mucho y acaso nos ayudásemos mutuamente, nuestras propias experiencias así como la forma de intentar dominarlas entre la Medicina y nuestra confianza en el buen Dios. En fin. Vamos allá.

Acaso alguien pudiera pensar que la época bíblica que relatan estos hechos comentados la semana pasada referentes al dolor y la enfermedad, no es la del siglo XXI y ahora hay muchos avances médicos y farmacológicos. Es cierto, pero eso no modifica un àpice la situación. Continúan las enfermedades, continúa el dolor, continúa la esperanza en la curación y en ocasiones…continúan los desengaños en las esperanzas de curación o mejora que teníamos. Y acaso alguno de ustedes me pueda dar la razón.

Incluso me atrevo a decir y digo con conocimiento de causa, que hay unos médicos, enfermeras y enfermeros, así como sacerdotes que llevan la Capellanía en los hospitales, que con sus concienzudos trabajos, con un trato totalmente humanizado y cristiano hacia los enfermos, preocupándose no sólo de sus dolencias físicas sino también de los problemas personales que pueden ser causa de algunas de esas dolencias, hacen una labor humanitaria que jamás estará pagada ni compensada en lo que realmente vale porque va más allá de las tareas clínicas que les corresponden. Y eso los enfermos sabemos valorarlo porque ese trato, cuando vamos amargados a un hospital y encontramos la afabilidad del trato y del ánimo que recibimos, sentimos un agradecimiento tan grande de ver que nos consideran PERSONAS con los problemas de salud que traemos y los otros problemas que llevamos a cuestas, que sentimos hacia ellos un agradecimiento, una seguridad en sus tratamientos que nos hacen estar predispuestos a la sanación ‘de otra manera’.

Incluso existe una Comisión de Humanización formada por profesionales de la salud que intenta marcar pautas de actuación con los enfermos de los hospitales con el fin de hacerles sentir, dentro de lo que cabe, un bienestar y una seguridad en su estancia hospitalaria de la que están muy necesitados. Que dentro de sus dolencias, se encuentren como si estuviesen en su propio domicilio.

¿Saben una cosa? En el campo de las ayudas a enfermos sería injusto no nombrar al voluntariado de hombres y mujeres de todas las edades que se dedican a atender y ayudar enfermos en muchas facetas: facilitando una orientación sobre ubicación de servicios hospitalarios, estando presentes en algunos servicios (Rayos X, hospital de día, oncología y un largo etc.) independientemente de su permanencia en el despacho en el que tienen lo que podríamos llamar su sede, acompañan a los enfermos que los pueden necesitar en su habitación ayudándoles en la comida u otros menesteres,… Con los niños se encargan de distraerlos con juegos, música, teatro o con la mil y una posibilidades y recursos que tienen para hacerles llevadero su problema de salud. Todos tienen una formación específica en lo referente al voluntariado y en relación de ayuda que les hace ser especialmente válidos en los hospitales.

Está claro que hemos de hacer lo que podamos por mejorar nuestra salud (ya sé que esto es evidentísimo) con la medicación y los tratamientos que se nos puedan dar, pues a nadie nos gusta estar enfermo y aguantar el sufrimiento. Pero desde el punto de vista cristiano todo sigue igual que hace siglos, es decir, con la mirada puesta en la Cruz. Los israelitas hicieron la serpiente de bronce en el desierto para ser curados de la picadura de serpientes venenosas (Num. 21, 6-9). Nosotros tenemos Alguien a quien mirar porque se lo debemos todo. No en vano nos dijo que él es el Camino, la Verdad y la Vida.

La serpiente de bronce. 1841.-F.Bruni

Además, la Iglesia, Madre y Maestra, también se preocupa de esta faceta de sus hijos. Juan Pablo II publicó su Carta Apostólica ‘Salvici Doloris’ dando una muestra inequívoca de la postura que tenía la Iglesia manifestada a través del sucesor de Pedro. Lean, por favor:

‘En su actividad mesiánica en medio de Israel, Cristo se acercó incesantemente al mundo del sufrimiento humano. «Pasó haciendo bien », y este obrar suyo se dirigía, ante todo, a los enfermos y a quienes esperaban ayuda. Curaba los enfermos, consolaba a los afligidos, alimentaba a los hambrientos, liberaba a los hombres de la sordera, de la ceguera, de la lepra, del demonio y de diversas disminuciones físicas; tres veces devolvió la vida a los muertos. Era sensible a todo sufrimiento humano, tanto al del cuerpo como al del alma. Al mismo tiempo instruía, poniendo en el centro de su enseñanza las ocho bienaventuranzas, que son dirigidas a los hombres probados por diversos sufrimientos en su vida temporal. Estos son los « pobres de espíritu », « los que lloran », « los que tienen hambre y sed de justicia », « los que padecen persecución por la justicia », cuando los insultan, los persiguen y, con mentira, dicen contra ellos todo género de mal por Cristo..’. (Juan Pablo II, Carta Apostólica Salvifici Doloris, 16.-11-02-84.)

¿Es así o no? Paro hay más. Pienso que en este tema tan sensible para nosotros, debemos caminar espalda contra espalda, hombro con hombro, ayudándonos y animándonos mutuamente. ‘En caso de caída, el uno levanta al otro; pero ¡ay del solo que cae y no tiene a nadie que lo levante!’ (Ecl. 4 10). Estoy bastante metido en este mundo del enfermo y veo, especialmente en los que no pueden salir de casa o viven prácticamente solos, cuánto agradecen la compañía y el diálogo (especialmente cuando se les escucha) cuando les llevamos la Comunión los domingos o los visitamos entre semana. Procuramos acercarnos a ellos con el respeto y el cariño que merecen. En ellos está Cristo. ‘Cuando lo hicisteis con uno de estos mis hermanos más pequeños, conmigo lo hicisteis’ (Mt. 25, 40). Ellos son algo que no se acaba de entender bien en nuestra sociedad, excesivamente mundanizada: el tesoro de la Iglesia. Precisamente por el valor redentor de su dolor y de su sufrimiento.


En este sentido dice San Pablo: ‘Ahora me complazco en mis padecimientos por vosotros y en compensación completo en mi carne lo que falta a las tribulaciones de Cristo por su cuerpo que es la Iglesia’. (Col. 1, 24). Y eso es, ni más ni menos, que sentirnos unidos a aquel Gólgota de la Historia, cuyo Protagonista cambió la faz del mundo y le dio unos nuevos horizontes de los que nosotros somos herederos. De ahí que miremos el futuro con expectativas de esperanza. Fácil no es mucho, ya lo sé. Pero cuando se tiene el sentido de ser protagonista de una epopeya que escribimos con nuestros sufrimientos bajo las banderas de Cristo Resucitado, que ha vencido el dolor y, sobre todo, la muerte, ¿a qué vamos a temer?

El dolor y la enfermedad pueden ser un aliciente que nos impulse a la superación personal, sin que eso signifique que deseemos estar enfermos, pero jamás deberemos desperdiciar la vida en lamentos y ayes estériles que no conducen a ninguna parte. Está claro que en ocasiones son inevitables y tenemos derecho a desahogarnos de alguna manera, pero luego mantengamos nuestra ecuanimidad, nuestra propia autoestima y, muy importante, nuestro sentido del humor. Es tremendo el valor que tiene y la ayuda que da en estos momentos crudos en que ‘aprieta’ ese vecino tan molesto que todos tenemos llamado dolor, siendo fundamental el apoyo, atención, ánimo y cariño que el enfermo pueda recibir de sus familiares y amigos. De esto, doy fe y siempre le he agradecido. Todos sabemos que nos apoyamos mutuamente en todos los acontecimientos familiares del tipo que fuere, el último de los cuales fue el atropello de mi esposa por un automóvil todos vivimos (y sufrimos) su extrema gravedad, en bloque.

El sentido del humor es imprescindible en cualquier momento. Riámonos de nosotros mismos y de nuestras limitaciones. Seamos como el niño o la niña que se hace daño con cualquier cosa y dice ‘¡Pues ahora no lloro!’ cuando sentimos algún que otro ‘mordisco’ que nos desafía en ese cuerpo que el Señor nos ha dado para darle gloria con él. Para eso tenemos su Gracia que se hace presente en los Sacramentos en cualquier momento de nuestra vida y, en estos casos, con más necesidad que nunca. Que nadie tenga miedo o respetos humanos a solicitar el Sacramento de la Unción DE LOS ENFERMOS. ¡Si está puesto para que nosotros nos encontremos con Jesucristo!

Miren ustedes. En nuestra ermita se programó el ‘Día del Enfermo’. El Equipo, con nuestro Vicario parroquial coordinando todo, preparamos un acto cuidando todos los detalles para que los enfermos se encontrasen a gusto y no se sintiesen como algo que va allí para que todos los miren y los compadezcan. No. No era eso. La compasión es lo que menos necesitamos. Se trataba de que se sintiesen protagonistas, personas útiles a través de sus enfermedades y limitaciones, en esa gran familia que es la Iglesia.

En principio estaba previsto que recibieran la Unción los enfermos aquellos a los que llevamos la Comunión, unos ocho, pero dejando la puerta abierta para que si algún enfermo o persona con edad avanzada lo deseaba, también pudiese recibirlo. Incluso a personas que sabíamos que tenían enfermedades más o menos serias o crónicas les invitamos personalmente a recibir el Sacramento. No se atrevían. Salir en medio de tanta gente a que los vieran…les imponía muchos respetos humanos.

El día llegó. El Vicario hizo una explicación del acto (aquello parecía una catequesis en toda regla) y qué era el Sacramento que se iba a dar, invitando a los presentes que creyeran que podían recibirlo por padecer alguna enfermedad, podían hacerlo, haciendo especial hincapié en que NO ERA LA EXTREMAUNCIÓN, que solamente se aplicaba cuando el enfermo estaba moribundo, sino que la Iglesia, no solamente había cambiado el nombre, sino que había querido que los enfermos, aun sin estar graves, pudiesen recibir el Sacramento.

Todo empezó muy bien. Participaron incluso los cuidadores de los enfermos, pero cuando llegó el momento de recibir el Sacramento, se acercaron al Presbiterio unas ciento veinticinco personas de las presentes. Incluso los que habían declinado el ofrecimiento de recibirlo por los respetos humanos al sentirse protagonistas del acto, como me dijo una enferma que había invitado previamente y me dijo que no. Al finalizar, muchísima gente entró a la sacristía a pedir que ese acto se continuase celebrando. Realmente fue emocionante para mucha gente (yo, uno de ellos, como enfermo y como componente del equipo). Y creo que todos aprendimos un poquito más de lo que supone hacer presente a Jesucristo en nuestras dificultades. Fue como el abrazo de ánimo de Jesús a todos nosotros.

Tanto en Antiguo como en el Nuevo Testamento podemos ver que personas como Abraham, Moisés, Elías, Pablo de Tarso, Esteban, y tantos otros no lo tuvieron fácil en los padecimientos y dificultades que tuvieron, pero no les faltó el auxilio de la Gracia que les ayudó en cuanto Dios les pedía. Ahora nos toca a nosotros y permítanme que les haga una sugerencia. Si tenemos momentos de pasarlo mal por el dolor, el sufrimiento del tipo que sea, la enfermedad o lo que cada uno sabe, ¿por qué no lo ofrecemos por las vocaciones, por la perseverancia de los sacerdotes, religiosos, religiosas y de los laicos que día a día hacen presente la realidad de la Iglesia? ¿Se imaginan el valor y los resultados de lo que podamos ofrecer? Si no lo imaginan, no importa, porque Dios que va a recibir todo nuestro sacrificio sabrá acogerlo y hacerlo fructífero donde Él quiera, como Él quiera y cuando Él quiera.

NAUFRAGIO DE SAN PABLO EN MALTA.-Nicolò Circignani

Comenzaba esta entrada con un pensamiento de José Luis Martín Descalzo, sacerdote ya fallecido, y no me resisto a la tentación de cerrarla con este otro, también suyo, que me dio y me sigue dando una gran esperanza. Con personas así, realistas ante el dolor y la enfermedad desde el prisma cristiano de su dura experiencia, vemos que no es imposible cristianizar el dolor y la enfermedad y hacer de ellos una ofrenda permanente en las Eucaristías que vivamos, aunque sean por televisión si no podemos acudir a ellas personalmente por alguna imposibilidad temporal o definitiva. La Comunión de los Santos y Jesucristo triunfante y vencedor de la muerte, ya se encargarán de que fructifiquen nuestros sufrimientos.

‘Os confieso que jamás pido a Dios que me cure mi enfermedad. Me parecería un abuso de confianza; temo que, si me quitase Dios mi enfermedad, me estaría privando de una de las pocas cosas buenas que tengo: mi posibilidad de colaborar con él más íntimamente, más realmente. Le pido, sí, que me ayude a llevar la enfermedad con alegría; que la haga fructificar, que no la estropee yo por mi egoísmo’. (José Luis Martín Descalzo. Sacerdote).




Que Dios, nuestro Padre, y Nuestra Señora de Akita nos colmen de bendiciones.

domingo, 12 de septiembre de 2010

La enfermedad y el dolor del cristiano (I)

‘El dolor es un misterio. Hay que acercarse a él de puntillas y sabiendo que, después de muchas palabras, el misterio seguirá estando ahí hasta que el mundo acabe. Tenemos que acercarnos con delicadeza, como un cirujano ante una herida. Y con realismo, sin que bellas consideraciones poéticas nos impidan ver su tremenda realidad’. (José Luis Martín Descalzo. Sacerdote)

Estas palabras no son mías. Pertenecen a un sacerdote, también periodista y escritor, José Luis Martín Descalzo, que supo, desde su propia experiencia dolorosa, el desgarro que le producía el dolor de su enfermedad renal que, día a día, le hacía volverse hacia Dios y hacia las personas.

Personalmente debo confesarles que me ha ayudado muchísimo leerlo, lo mismo que otro gran amigo de la familia, también sacerdote: Juan de Dios, Juande para los amigos, el cual lleva soportando sus limitaciones físicas desde hace un mínimo de treinta y ocho años (el tiempo que lo conocemos), con una entereza, alegría, buen humor y optimismo envidiables, así como su hermana Asunción, que también ‘entiende’ de este tema.

Permítanme (y excúsenme) que les haga unas confidencias. Sobre este tema no digo nada ‘de memoria’, porque lo he vivido y lo sigo viviendo. Cuando hace veintisiete años, cuatro días después de mi segunda intervención quirúrgica en la zona lumbar de la columna vertebral, el neurocirujano me dijo: ‘Juan Manuel, la operación ha ido todo lo bien que se ha podido porque usted ya no soportaba más operación. Después de cinco horas y media en quirófano ha habido un momento crítico que nos impidió continuar. El dolor le acompañará mientras viva. Cuando ya no pueda soportarlo tome esta medicación que le prescribo’.

Por mi esposa y unas religiosas amigas, supe después que el ‘momento crítico’ coincidió con el momento de la Consagración de la Eucaristía que se estaba celebrando en la capilla de la clínica. ¿Qué quiero decir con esto? Nada…y todo a la vez.

Previamente había pedido la Unción, porque como yo también sé de Quién me fío, quise que también Él me acompañase en el quirófano.

Después…la vida, las limitaciones, el dolor y el sentido del humor que recobré después de los cinco amargos días posteriores a las palabras del neurocirujano, que no se los doy a pasar a nadie, y de la visita que nos hizo nuestro amigo Juande, muy fastidiado, como hacía mucho tiempo que no lo veía de esa manera, pero que se presentaba con una dosis de optimismo físico y espiritual que me supo inyectar. Ahí empezó mi comprensión de lo que supone participar en la Redención de Cristo, sin ningún mérito por nuestra parte, sino por la misericordia de Dios que nos permite esa participación.

A través de los años hasta llegar al momento de redactar este escrito, ha habido muchas experiencias, muchas llamadas de atención del Maestro y de la Madre, mucha oración esperanzada y, en ocasiones, desesperanzada, pero siempre abierto a un futuro mejor y más prometedor en comunión con Jesucristo. Y, desde luego, no vivir haciendo del dolor el eje de nuestra existencia. No. No le hagamos caso. Los calmantes existen. Tomémoslos cuando los necesitemos siguiendo las normas de los médicos, pero llenándonos de proyectos que nos impulsen, dentro de las limitaciones que podamos tener, a una existencia plenificadora fundamentada en el Evangelio. Olvidémonos del dolor. Cristo, en la Cruz, se olvidó de sí mismo para perdonar a los que le crucificaban y para darnos su Madre como Madre nuestra. Y también Él es nuestro Maestro en este tema.


Giovanni Battista Tiepolo

Sabía y sé que con Él, el sufrimiento, las molestias, los dolores, tienen un significado y un sentido plenos. Es necesaria una purificación continua a través de ellos y encontrarnos unidos a todos los que sufren, cada uno a su manera, y todos juntos unidos a la Vid, podremos encontrar una satisfacción a través del ofrecimiento del dolor que Dios puede hacer fructífero. ¿No decimos que creemos en la Comunión de los Santos? Pues hagámosla realidad con nuestro sufrimiento unido al del mundo entero y, todo junto, unidos a Jesucristo.

En diversas ocasiones me he tropezado con personas que llevaban una enfermedad más o menos seria, con un sufrimiento real y duro, lamentándose e interrogándose de por qué Dios le había enviado ese castigo. Y en estos casos reconozco que soy intransigente y cada vez que se plantea esto delante de mí, no puedo callarme.

Vamos a ver. Si el Evangelio nos relata numerosos casos en los que Jesús SE COMPADECE de los enfermos y los cura en cualquier momento, situación y circunstancia, ¿cómo va a mandar, como Dios que es, las enfermedades a las personas? Fijémonos: ‘Recorría Jesús toda Galilea, enseñando en sus sinagogas, predicando el Evangelio del Reino y curando todas las enfermedades y dolencias del pueblo’. (Mt. 4, 23).



George Percy Jacomb-Hood

Jesús vino a curar al hombre entero, alma y cuerpo, y a través de ellas quiere acercar el Reino de Dios a los que le llevan y a quienes los llevan. ‘Llegó uno de los jefes de la sinagoga, se arrojó a sus pies y dijo: Mi hijita se está muriendo. Ven e imponle las manos para que sane y viva. Se fue con él….Cuando llegaron a casa del jefe de la sinagoga les dijeron: Tu hija ha muerto. ¿Por qué molestar ya al Maestro. Jesús dijo: NO TEMAS, TEN SÓLO FE. …Llegando a la casa les dice: ¿A qué viene ese alboroto y ese llanto? La niña no ha muerto, duerme….Tomó consigo al padre de la niña, a la madre y a los que iban con Él y entró donde estaba la niña. Y tomándola de la mano, le dijo: “Talitha qum”, que significa “Niña. A ti te digo. ¡Levántate!”. Y al instante se levantó la niña y echó a andar’. (Mc. 5, 21-43). Claro, que durante el camino a casa de Jairo ocurrió el episodio de la hemorroísa, a quien también curó por su fe. Me parece que es una prueba fehaciente de lo que supone para Jesús la enfermedad y el dolor.

Sí amigos. Jesús no solamente se dejó tocar por esta mujer y por otros enfermos, sino que era y es capaz de conmoverse ante el sufrimiento hasta el extremo de hacer suyas sus dolencias y las nuestras, como recuerda Mateo en la frase de Isaías: ‘Le presentaban muchos endemoniados y arrojaba con una palabra los espíritus, y a todos los que se encontraban mal los curaba, para que se cumpliese lo dicho por el profeta Isaías: Él tomó nuestras enfermedades y cargó con nuestras dolencias.’. (Mt. 8, 16-17). (Is. 53, 4).

Lo mismo en el sentido del castigo. Jesús venía a SALVAR, no a condenar. Ese concepto de Dios se daba en el Antiguo Testamento. ¿Recuerdan el Libro de Job y sus enseñanzas? Después de todo el calvario que tuvo que pasar, de su entereza y confianza en Dios, Éste le premió: ‘Yavé restableció a Job, después de haber rogado él por sus amigos, y acrecentó Yavé hasta el duplo todo cuanto antes poseyera’. (Jb. 41, 10-17).

Veamos lo que dice Ezequiel: ‘Diles: Por mi vida, dice el Señor, Yavé, que yo no me gozo en la muerte del impío, sino en que se retraiga de su camino y viva. Volveos, volveos de vuestros malos caminos’. (Ez. 33, 11). Ese mensaje de Dios, ¿puede desear el castigo de una enfermedad? Y fíjense en Isaías: ‘¿Puede la mujer olvidarse del fruto de su vientre, no compadecerse del fruto de sus entrañas? Pues aunque ella se olvidara, yo no te olvidaría. Mira te tengo grabada en mis manos, tus muros están siempre delante de mí’. (Is.49. 14-16). Incluso podría aplicarse este mensaje divino hoy a este tema tan polémico hoy, por desgracia, sobre la plaga del aborto que la sociedad soporta.

Jesús también se encargó de desmontar este criterio llamando a Dios Padre y mostrándolo con entrañas de misericordia, que no quiere la muerte del pecador, sino su conversión. ‘Vuestro Padre conoce las cosas de que tenéis necesidad antes que se las pidáis. Así pues, habéis de orar vosotros: Padre nuestro, que estás en los cielos…’ (Mt.6, 8-11).

Pienso que todos tenemos claro que nuestro cuerpo es materia y está sujeto al desgaste de su organismo. Aun cuidándolo estamos expuestos a muchas cosas, desde el simple resfriado al accidente de automóvil con sus secuelas, pasando por las herencias genéticas de nuestros antepasados, que todos tenemos. Incluso, con el paso de los años, cuando entramos en lo que se ha venido en llamar ‘la tercera edad’, una forma muy elegante y compasiva de decir que tenemos muchos años vividos sobre nuestros hombros, Jesús no permanece impasible y valora nuestras dificultades. Si leemos Lc. 2, 22-38, vemos que el evangelista recoge precisamente la actuación de dos ancianos, Simeón y Ana, para anunciar a María y a José lo que va a ser el Niño que llevan en sus brazos. Resalta así el amor a Dios de esos dos ancianos, su piedad y su esperanza en que Dios cumpla sus promesas.

Pero nosotros tenemos nuestro hoy. Nuestro día a día llevando a cuestas nuestra frágil salud de hierro, entera o resquebrajada. Pero sabiendo que hay Alguien que vela por nosotros y nos cuida en la salud y en la enfermedad, en la riqueza o la pobreza (¿les suenan de algo estas palabras? Pero nos vienen como anillo al dedo) todos los días de nuestra vida. Y también de nuestra muerte.

Como el tema es algo largo, lo finalizaremos la semana próxima para no cansarles.


Que Jesucristo, que conoció el sufrimiento en sumo grado y venció la muerte, y Nuestra Señora la Virgen de los Remedios de Riohacha, nos llenen con su bendición.

lunes, 6 de septiembre de 2010

Obras de Misericordia (XIII): Corregir al que yerra o se equivoca.

Obras de Misericordia.-Caravaggio

¿Se han equivocado ustedes alguna vez? Yo sí. Y no pocas. A pesar de que se quieran hacer las cosas bien, podemos hacerlas desde una conducta o una visión equivocada.

La pena es cuando después de hechas no tienen solución porque no podamos dar marcha atrás. Y la pena todavía es mayor cuando involuntariamente se ha perjudicado a alguien, aunque sea poco. Lo cierto es que cuando se analizan posteriormente las cosas, independientemente del amargo sabor que nos queda, vemos que si hubiésemos tenido alguien con quien poder consultar, confrontar opiniones, pareceres, buscar soluciones conjuntamente, tal vez hubiese salido mejor lo que emprendimos.

Y si cuando se acabe de llevar a efecto lo que emprendimos algún amigo, familiar o compañero nos indica la posibilidad de haber ido por otros caminos y nos hace ver los fallos que hemos tenido, debemos escuchar con atención y sacar todas las conclusiones que nos parezcan. Siempre será por nuestro bien y para una mejor proyección de futuro.

La samaritana.-Paolo Veronese.-c. 1550

¿Dónde voy a parar con todo esto? Es que en el momento de ponerme a redactar esta entrada, he visto la enorme dificultad existente para hacer ver a otra persona sus errores, sus conductas equivocadas, que nosotros percibimos desde la objetividad de estar ‘fuera de’ la actuación de la otra persona, la cual ve las cosas desde su subjetividad.

En este punto me viene a la memoria el pasaje evangélico que hace referencia a la corrección fraterna. El Apóstol Santiago nos dice al finalizar su carta: ‘Hermanos míos, si alguno de vosotros se desvía de la verdad y otro lo convierte, sepa que el que convierte a un pecador de su extravío, se salvará de la muerte y obtendrá el perdón de muchos pecados’. (Sant. 5, 10-20).

Apóstol Santiago.-El Greco

Desafortunadamente, es rara la comunidad parroquial, social, familiar o del tipo que sea, en la que la convivencia, por muy buena que pueda ser la intencionalidad de sus miembros, no surjan alguna vez voces que puedan estar motivadas por conductas erróneas.

Y tenemos el deber de decir lo que creamos justo y conveniente para ayudar a esa persona, a esa situación y buscar entre todos una solución satisfactoria.

Si tu no se lo adviertes, si no hablas de tal manera que ese malvado deje su mala conducta y así salve su vida, ese malvado morirá debido a su falta, pero a ti te pediré cuenta de su sangre. En cambio, si se lo adviertes al malvado y él no quiere renunciar a su maldad y a su mala conducta, morirá debido a su falta, pero tú habrás salvado tu vida’. (Ez. 3, 18-19).

Y por favor. No me malinterpreten al poner este texto. Pensemos en su edad, en los años que tiene (que aunque sea bíblico, este texto es un venerable anciano) y pensemos que está redactado para unas situaciones definidas y dirigido a unas personas concretas.

Quedémonos con el espíritu de la letra. No veamos ningún malvado ni sangre alguna, ni nada que se le parezca. Lo fundamental es que no caigamos en la omisión de nuestra colaboración para ayudar a personas y situaciones. Seamos instrumentos. Y dejemos a Dios ser Dios ‘que hace salir el sol sobre buenos y malos, y manda la lluvia sobre justos e injustos’. (Mt. 5, 45).

Pero eso sí. La corrección fraterna debemos hacerla desde la humildad, desde nuestra honradez, desde el cariño,…y sin creernos superiores a nadie ni maestros de nada, porque nosotros también podemos ser futuros sujetos para ser corregidos y, lógicamente, lo que no quisiéramos que hiciesen con nosotros, no lo apliquemos a los demás. No caigamos, sin pretenderlo, en lo que dice Jesús: ‘Saca primero la viga de tu ojo y entonces podrás ver para sacar la mota del ojo de tu hermano’. (Mt. 7, 5).

Es cierto que a todos nos pueden asaltar dudas respecto a los sempiternos respetos humanos. Al cabo de muchos años de brega en los que también los he tenido y sufrido, les aseguro que hemos de ignorarlos. Puedo decirles que cuando se trata de hacer el bien, de ayudar a otras personas y de procurar trabajar por Dios y por el Reino, no deben ser frenadas las iniciativas que podamos tener en bien de todos.

También es cierto que para corregir errores ajenos no se debe hacer a cualquiera ni de cualquier manera. Pienso que, en principio, es necesario saber decir las cosas con tacto suficiente para no ofender y una vez iniciado el diálogo buscar las raíces de su actuación, pues debemos tener en cuenta que nadie hace las cosas mal voluntariamente a no ser que tenga una mente retorcida y éste no es nuestro caso. Debemos pensar, por tanto, que puede estar convencido de obrar bien.

Por otra parte, para poder dirigirnos a él o a ella, deberemos tener un trato o confianza suficiente para que nos conozcan y sepan la honradez de nuestra intención. Así estarán predispuestos a escucharnos. Y sabiendo en todo momento que tenemos unos límites, que no lo sabemos todo y, por consiguiente, que existe la posibilidad de que no sepamos corregir al otro de una manera correcta y adecuada. Nadie tiene fórmulas ni recetas seguras para nada. San Pablo dice refiriéndose a los que están muy seguros de sí mismos: ‘Así pues, el que crea estar en pie, mire no caiga’. (I Cor. 10, 12). Y antes de hacer una corrección, considero necesario ponernos en contacto con el Espíritu Santo y pedirle que nos conceda luz y la fuerza de sus Dones En la medida que Él considere oportuna.

Es la caridad la que debe permanecer en el fondo de nuestra actuación y eso, además de todo los expuesto, su pone una gran discreción por nuestra parte evitando comentarios con otras personas. Y nadie nos debemos considerar censores ni inquisidores de nadie, porque la corrección fraterna, en cristiano, no va nunca por ese camino.

No obstante (me parece a mí y con todo el riesgo que tengo de equivocarme), podría darse el caso de tener que comentar el caso con otras personas cuando se dan las condiciones y circunstancias que Jesús nos indica y Mateo refleja en su Evangelio: ‘Si tu hermano no te escucha, toma contigo uno o dos, para que cualquier asunto se resuelva en presencia de dos o tres testigos. Si no les hace caso, díselo a la comunidad; y si tampoco hace caso a la comunidad, considéralo como un pagano o un publicano’. (Mt. 18, 16-17).

Si analizamos el sentido del texto veremos que es relativamente fácil descubrir que en el fondo lo que Jesús desea destacar es la unión de todos con todos para que la comunidad no sufra. No se debe olvidar que TODOS somos sus hijos.

Incluso si se llegase al extremo de tener que intervenir la comunidad porque no hace caso de nuestras observaciones, toda la comunidad debería ponerse en oración de forma especial y nosotros hacer otro intento de diálogo. Si resultase infructuoso, ya sería cosa de intentar entre todos el cambio de su actitud, pero respetando siempre su libertad. Hay personas que no aceptan fácilmente que les digan nada y pueden tomar esas cosas como una injerencia en sus asuntos.

Nosotros habremos actuado como debíamos según el espíritu evangélico, pero la otra persona tiene derecho a seguir su camino aunque sea erróneo. En ese momento ya no tenemos responsabilidad alguna. Acaso nos duela su empecinamiento, pero no podremos obligarle a nada.

Les dejo con estas citas: ‘El que acepta la instrucción va hacia la vida. El que desprecia la corrección, se extravía’. (Prov. 10, 17).

‘La corrección es la llave con que se abren semejantes postemas; ella hace que se descubran muchas culpas, que desconocen a veces incluso los mismos que las cometieron’. (San Gregorio Magno. Regla pastoral, 2, 4).




Que Nuestro Señor y Nuestra Señora de la Evangelización nos asistan y bendigan.