domingo, 28 de noviembre de 2010

Bienaventurados los pacíficos, porque serán llamados hijos de Dios.


El Papa ya está en el Vaticano inmerso en su trabajo, que no es poco. Quedan los gratos recuerdos de su visita, pero debemos continuar nuestro camino. Es este caso, como ya apunté con anterioridad, continuar comentando las Bienaventuranzas. ‘Bienaventurados los pacíficos, porque serán llamados hijos de Dios’.

Aquí distingo dos cosas a considerar. Por un lado, qué supone ‘ser pacíficos’. Por otro, qué es ‘ser hijos de Dios’ como consecuencia de ser pacíficos, según se desprende del enunciado de la Bienaventuranza.

Analizando el primer aspecto, pienso que ser pacífico no se refiere solamente a no querer tener conflicto de ninguna clase, ya que eso a nadie nos gusta y cuando tenemos alguno, solemos pasarlo bastante mal. Queremos vivir en paz con todos y acaso eso nos pueda conducir a una pasividad que nos impida desarrollar plenamente nuestro compromiso.

Es cierto que la paz es sinónimo de tranquilidad y de entendimiento entre todos. Es sosiego, serenidad, quietud, reposo,…Y todo eso está muy bien hasta cierto punto, ya que los cristianos no podemos contentarnos con eso. En el fondo, pienso que Jesucristo pide más. Nos pide algo más.

Sus discípulos debemos, además de lo dicho con anterioridad, procurar conservar la paz, la amistad, la armonía entre todas las personas que podamos y también, entre Dios y nosotros. Incluso procurar que no surjan conflictos en la medida que lo podamos evitar. Si observamos algo que nos haga pensar en la existencia de una ruptura o perturbación en la relación de dos o más personas, no podemos instalarnos en una pasividad estéril con la excusa de que ‘no es nuestro problema’.

Tal vez debiéramos enterarnos de las causas o razones que hayan podido provocar esa situación, analizarlas en nuestro interior y ver hasta dónde podemos intervenir. Si realmente no podemos hacer nada, pues…mala suerte, pero lo habremos intentado. A fin de cuentas todos somos ‘hijos del mismo Padre que hace salir el sol sobre justos e injustos’. (Mt. 5, 45).

Vamos fijarnos en lo que dice Jesús. San Juan nos cuenta que en cierta ocasión su Maestro y amigo (también nuestro) dijo: ‘La paz os dejo, mi paz os doy’. (Jn. 14, 22). Pero San Mateo relata este pasaje de la siguiente manera: No penséis que he venido a poner paz en la tierra; no vine a poner paz, sino espada’. (Mt. 5, 45).

¡Hombre! ¿Cómo puede contradecirse Jesús diciendo una cosa y su contraria? ¿Cómo puede darnos SU paz y decir que ha venido a traer espada? No. Realmente no hay contradicción alguna. Lo contrario de paz, su antónimo, es la guerra. Y Jesús no ha dicho en ningún momento que haya venido a traer la guerra. No tiene sentido eso en boca del Salvador, a quien damos el título de ‘Príncipe de la Paz’, ¿no?

Si recuerdan, el anciano Simeón ya dijo a María, su Madre, que el Niño ‘está para caída y levantamiento de muchos en Israel y para blanco de contradicción’. (Lc. 2, 34). Dicho de otra manera. Habrá personas que lo combatirán y personas que lo seguirá aun a costa de sus vidas.

Cuando dice ‘he venido a separar al hombre de su padre y a la nuera de sus suegra’ (Mt. 10, 35), ¿no estamos presenciando, por ejemplo tantos casos como se dan de familias en las que los padres son auténticos testigos y discípulos de Cristo, con una vida de entrega total a la Iglesia, y sus hijos están totalmente alejados de ella y de Dios? Y al contrario. Jóvenes totalmente enamorados del mensaje del Evangelio y fervientes seguidores de Jesús, mientras que los padres hacen lo imposible por apartarlos de esas ideas, en contra de que sean ordenados sacerdotes o del ingreso en alguna Orden religiosa, si sienten la llamada a esa vocación.

El sentido de ‘traer la espada’ (no la guerra, cuidado) pienso que es este. Seguir a Jesús y a su mensaje evangélico supone una entrega, unos sacrificios, unas renuncias, que no pueden verse con ojos humanos solamente. La materialidad de las cosas nos impide ver, en muchos casos, la trascendencia del Evangelio en nuestras vidas y nos puede llevar a la concepción de unos criterios erróneos que nos aparten del verdadero camino que Dios nos traza.

Tal vez San Lucas nos expone mejor el pensamiento de Jesús sobre este aspecto al decir: ‘Pensáis que he venido a traer la paz a la tierra? Os digo que no, sino la disensión’. ((Lc. 12, 51).

Sí, amigos. El Evangelio no es, en modo alguno, un cuentecito muy bonito que contamos a los niños pequeños, aunque de hecho así lo hagamos para que puedan entender mejor la historia del pueblo de Dios y los hechos de Jesucristo desde su concepción a su Ascensión.

La Paz (así, con mayúscula) que Cristo nos da, tiene su origen, pienso yo, en esa unión espiritual entre Dios, Uno y Trino, y su criatura, las personas. ‘Yo en ellos –dice Jesús- y Tú en Mí, para que sean consumados en la unidad y conozca el mundo que Tú me enviaste y amaste a estos como me amaste a Mí’. (Jn. 17, 23).
Pedro Orrente Jumilla
Necesariamente, esa unidad entre Creador y criatura, entre Dios y nosotros, conlleva ser portadores de la Paz que Cristo nos da. La suya. No la que da el mundo, muchas veces manipulada y engañosa, que se compra en ocasiones con estériles resignaciones o se vende a fuerza de compromisos más o menos hábiles.

La Paz de Cristo puede y debe desarrollarse en nuestro interior para proyectarse a nuestro alrededor con el testimonio de nuestra propia vida, sin cálculos premeditados, sino intentando hacer efectivos en nosotros los Frutos y Dones que el Espíritu Santo nos pueda dar para ser espejos de Dios.

La transmisión de esa Paz por nuestra parte supone vivir plenamente entregados a los planes y la voluntad de Dios, dispuestos a una cooperación personal con Él en todo momento, lugar y circunstancia, totalmente abandonados en sus manos.


Al cristiano portador de la Paz de Cristo nada debe asustarle ni preocuparle. Santa Teresa de Jesús supo sintetizarlo muy bien: ‘Nada te turbe, nada te espante. Todo se pasa. Dios no se muda. La paciencia todo lo alcanza. Quien a Dios tiene, nada le falta. Sólo Dios basta’. De ahí que hagamos todo cuanto Dios pida de nosotros y nos sintamos unidos a Él a través de nuestra oración, de nuestra acción y de los Sacramentos.

Como cristianos responsables, ser pacíficos, aunque no seamos inmunes a roces o discusiones con nuestros semejantes, supone que debemos estar donde esté la verdad y la justicia, con un equilibrio interior que nos conduzca a la imparcialidad necesaria para poder resolver conflictos propios y ajenos con claridad de ideas, serenidad de espíritu y pacificación interior.

Podremos dialogar o debatir un problema, una situación, pero sin alteraciones de nuestro carácter con las que podamos empeorar las cosas en vez de contribuir a solucionarlas, mirando en primer lugar aquello que sirva para unir y potenciarlo, más que lo que pueda desunir, a lo que hay que restar importancia. Acaso presentando los hechos desde una serena visión de conjunto, teniendo en cuenta los valores positivos que puedan (o podamos) tener las personas, juntamente con quitar hierro a la/s situación/es que haya, para contribuir a zanjarlas o llegar a acuerdos.

Llevar la Paz de Cristo en nuestro interior es mostrarnos dispuestos a derribar murallas entre el entendimiento de las personas para que haya concordia entre ellos. Fíjense bien en San Pablo: ‘a ser posible, y cuanto de vosotros depende, tened paz entre todos’. (Rom. 12, 18).

Pienso que lo planteado es que tengamos paz entre todos, pero teniendo en cuenta que la actitud de los demás para nosotros puede no ser fácil o no ser aceptada nuestra mediación. Por eso dice al principio de la cita dos cosas, a mi parecer importantes, para lograr nuestra paz con todos: ‘A ser posible’. Evidentemente, si la otra u otras personas no quieren, difícilmente podremos lograr algo. Por eso añade a continuación: ‘y cuanto de nosotros depende’, o sea, que por parte nuestra hay que poner todo cuanto sea necesario para que nadie, ni nosotros mismos, podamos decir o pensar después que ‘hubiésemos podido hacer más de lo que hicimos’.

Para ser conscientemente hijos de Dios, acaso tendríamos que ser plenamente conscientes también de a través de la Paz que Jesús nos da, (¡Atención! No nos la promete. LA DA) hemos de vivir la Vida de Dios en nosotros.

No es necesario insistir en que la filiación divina la tenemos en virtud del Bautismo que recibimos. Por este Sacramento somos miembros del Cuerpo de Cristo y participamos de su misma carne y sangre. Él mismo, cuando enseñó el Padre Nuestro, ya nos mostró que a Dios le debíamos llamar Padre, como Él también le llamaba al invocarlo como ‘Abba’.

San Pablo nos dice: ‘Y por ser hijos, envió Dios a nuestros corazones el Espíritu de su Hijo, que grita ¡Abba, Padre! De manera que ya no es siervo, sino hijo, y si hijo, heredero por la gracia de Dios’. (Gal. 4, 6-7).

Este concepto apenas se menciona en el Antiguo Testamento. Es Isaías quien nombra a Dios como Padre: ‘Con todo, tú eres nuestro padre. Abraham no nos conoció y nos desconoció Israel, pero tú, ‘oh, Yavé!, eres nuestro padre’. (Is. 63, 16). También el salmista recoge este aspecto paternal de Dios hacia nosotros: ‘Tú eres mi hijo, hoy te he engendrado yo’. (Sal. 2, 8). Pero San Juan lo recoge con más nitidez: ‘Ved qué amor nos ha mostrado el Padre, que seamos llamados hijos de Dios y lo seamos’. (I Jn. 3, 1).

Todas estas citas pueden darnos pie, perfectamente, para que llevemos (o procuremos llevar) esa Paz regalada por Jesús a cada uno de nosotros, según el espíritu de esta Bienaventuranza. Cuando veamos que nos puede faltar porque nuestro espíritu se agita por la circunstancia que fuere, no vacilemos en acudir a Él. Acaso en nuestro interior oigamos una voz que nos susurre: Juan, Oscar, Carmen, Luisa, Irene,…mi Paz te dejo. Mi Paz te doy’. Será una fuerza increíble para seguir en nuestra permanente lucha por el Reino en colaboración con el Redentor.

Estamos empezando el Adviento. Y la Paz se hace presente también a través de Isaías, cuando dice: ‘Habitará el lobo con el cordero, y el leopardo se acostará con el cabrito, y comerán juntos el becerro y el león, y un niño pequeño los pastoreará’. (Is. 11, 6). Y en este tiempo, ese niño convoca nuestra Esperanza, nuestra expectación en el encuentro personal con Él a través de su Nacimiento, que celebraremos en unas semanas, siendo portador de la Paz que todos anhelamos y que ya adulto, nos dará.

Esto tiene un claro peligro que nos lo impediría: el pecado. Es el mayor obstáculo con el que nos podemos encontrar. Pero si vivimos con intensidad una vida fundamentada en la oración y los Sacramentos, lo podremos conseguir.

Para ello tenemos un puntal sobre el que apoyarnos que siempre está dispuesto a echarnos una mano y todo el brazo si es necesario, con tal que sigamos a su Hijo: la Virgen. Ella es nuestra mayor valedora ante Dios, nuestra Intercesora en todo cuanto le pidamos y capaz de acogernos en sus amorosos brazos como niños recién nacidos y darnos el calor del Amor que dio también a su hijo Jesús.

ZURBARÁN

Encomendémonos a Ella y a su Hijo. Repitamos con insistencia, como una jaculatoria, lo que decimos en la Santa Misa: 'Cordero de Dios, que quitas el pecado del mundo DANOS LA PAZ’.


Que el Cordero y Nuestra Señora de Itatí nos bendigan, nos protejan y nos llenen de la Paz de Jesucristo.

domingo, 21 de noviembre de 2010

El Papa en España (y II)


Desde Santiago de Compostela marchó a consagrar el templo de la Sagrada Familia en Barcelona. Aquí se deben hacer unas consideraciones previas, como una especie de preámbulo histórico, para poder entender mejor la dimensión de esta visita a la Ciudad Condal.

El templo de la Sagrada Familia comenzó a construirse en 1882 y fue el arquitecto Antoni Gaudí quien llevó a cabo esta tarea a partir de su genial idea de lo que quería que fuese este templo. Se ha costeado y se costea exclusivamente con las aportaciones de cuantas personas quieran hacer algún donativo, por insignificante que sea. Con el tiempo se ha ido consolidando como un emblema, quizá el más importante, de Barcelona. Su conclusión está prevista, aproximadamente, para dentro de unos treinta años.

En cuanto a Antoni Gaudí, ‘arquitecto genial y cristiano consecuente, con la antorcha de su fe ardiendo hasta el término de su vida, vivida en dignidad y austeridad absolutas’, en palabras de S.S. el Papa, siento una especial admiración por él desde que visité Barcelona siendo estudiante. Visité su Paque Güell, distintos edificios hechos por este arquitecto y lo que entonces había construido de este templo de la Sagrada Familia. Por sus virtudes, devoción a la Eucaristía y vida profundamente cristiana, desde el año 2003 se encuentra en Roma la causa de su beatificación.



Conociendo estos datos tal vez se comprenda mejor en principio, que S. S. haya querido consagrar el templo personalmente. Al final de la ceremonia litúrgica se dio lectura a la Bula Papal promulgando la iglesia como Basílica Menor. A partir de este momento ya está abierta al culto católico.

Benedicto XVI dijo muchas cosas en su homilía que son para leer, releer y meditar. Fíjense: ‘Mire cada cual cómo construye. Pues nadie puede poner otro cimiento que el ya puesto, que es Jesucristo (I Cor. 3, 10-11), dice San Pablo en la segunda lectura. El Señor Jesús es la piedra que soporta el peso del mundo, que mantiene la cohesión de la Iglesia y que recoge en unidad final todas las conquistas de la humanidad’. Sigue diciendo: ‘La Iglesia no tiene consistencia por sí misma; está llamada a ser signo e instrumento de Cristo. El único Cristo funda la única Iglesia; Él es la roca sobre la que se cimienta nuestra fe’.
En nuestro trabajo personal, ‘Yo planté, Apolo regó; pero quien dio crecimiento fue Dios. Ni el que planta es algo ni el que riega, sino Dios que da el crecimiento. El que planta y el que riega son iguales; cada uno recibirá su recompensa conforme a su trabajo. Porque nosotros somos cooperadores de Dios, y vosotros sois arada de Dios, edificación de Dios’. (I Cor. 3, 6-9). Esa es nuestra misión: ser cooperadores de Cristo en la evangelización. Sustentándonos en la roca que es Jesucristo, estamos sustentando la Iglesia con nuestra oración, nuestras actividades apostólicas, con nuestra vida en definitiva.

Nosotros pasaremos. Tal vez queden nuestras obras cuando Dios nos llame a su presencia , a la Vida que anhelamos, pero pasaremos el testigo a nuestros hijos, nietos, amigos y a cuantos deseen continuar la obra del Salvador en sucesivas generaciones posteriores hasta la Parusía final. Es el Maestro que nos sigue llamando a cada uno para que ‘vayamos a dar fruto y que éste permanezca’, porque sigue siendo Él quien nos elige y no nosotros a Él. (Jn. 15, 16).

Continúa diciendo el Papa: ‘En este sentido, pienso que la dedicación de este templo de la Sagrada Familia, en una época en la que el hombre pretende edificar su vida de espaldas a Dios, como si ya no tuviera nada que decirle, resulta un hecho de gran significado’. Y pone el dedo en la llaga, porque hoy nos olvidamos de Dios , de cuanto le debemos, como si fuese un invento de siglos pasados y hoy, siglo XXI, estuviésemos tan sobrados de todo que tanto los poderosos como los que no lo son se consideran autosuficientes para todo.

Se pretende ningunear la Creación y transformarla en un azar, en un ‘porque sí’, camino que lleva al fracaso de vidas y de obras como la misma Historia nos demuestra con cuantos han querido erigirse en líderes de totalitarismos, a espaldas de Dios, y han acabado en un rotundo fracaso.

A través de la genialidad de Gaudí, continúa diciendo: ‘Gaudí, con su obra, nos muestra que Dios es la verdadera medida del hombre. Él mismo, abriendo así su espíritu a Dios, ha sido capaz de crear en esta ciudad un espacio de belleza, de fe y de esperanza, que lleva al hombre al encuentro con quien es la Verdad y la Belleza misma’. Y continúa: ‘Así expresaba el arquitecto sus sentimientos: “Un templo es la única cosa digna de representar el sentir de un pueblo, ya que la religión es la cosa más elevada en el hombre”. Y pone el colofón con esta cita de San Pablo: ‘¿No sabéis que sois templo de Dios? El templo de Dios es santo: ese templo sois vosotros’. (I Cor. 3, 16-17).

Un laico podrá ser arquitecto, abogado médico, maestro, albañil, electricista o la profesión que pueda tener. Es obra de Dios. Es un ser trascendente y como tal, igual que Gaudí, estar abierto a la Verdad, a la Belleza, a través del Autor de todo. Solamente es necesario abrirse al Misterio Divino. Aceptarlo y adorarlo. Del resto, que no es poco, ya se encargará Dios.

Es posible que así lo hiciese Antoni Gaudí. Una de sus obras, un siglo después, ha sido consagrada por el Vicario de Cristo en la tierra, y en ese marco de técnica, luz, belleza y fe sobre todo, el mismo Cristo se hace presente en la Eucaristía igual que en el humilde altar de un misionero en la selva americana o africana. Es la grandeza y universalidad de Dios que a todos ama por igual y siempre está dispuesto al perdón y a la acogida del pecador arrepentido, sea quien sea y esté donde esté. Sirva como ejemplo el caso de Dimas, el Buen Ladrón, que pidió a Jesús misericordia. La respuesta fue inmediata: 'En verdad te digo: HOY estarás conmigo en el paraíso'. (Lc. 23, 43).

Precisamente por ese motivo el Papa no puede ni debe silenciar desviaciones y errores de la sociedad. Sigue diciendo: ‘Sólo donde existen el amor y la fidelidad, nace y perdura la verdadera libertad. Por eso, la Iglesia aboga por adecuadas medidas económicas y sociales para que la mujer encuentre en el hogar y en el trabajo su plena realización; para que el hombre y la mujer que contraen matrimonio y forman una familia sean decididamente apoyados por el Estado; para que se defienda la vida de los hijos como sagrada e inviolable desde el primer momento de la concepción; para que la natalidad sea dignificada, valorada y apoyada jurídica, social y legislativamente. Por eso, la Iglesia se opone a todas las formas de negación de la vida humana y apoya cuanto promueva el orden natural en el ámbito de la institución familiar’.

Aquí, ya lo ven, toca temas candentes en todas las partes del mundo: la dignificación de la mujer, que tanta importancia tiene en la sociedad, en la Iglesia, en la familia natural con su saber hacer y su saber estar, en su trabajo y profesión entre otras muchas cosas.

Aquí está defendiendo también la familia tradicional en el matrimonio formado por un hombre y una mujer, precisamente en esa Basílica dedicada a la Sagrada Familia, en cuyo espejo debiéramos mirarnos todas las familias.

Aquí está también el apoyo decidido, audaz, de la vida de esos niños y niñas a los que se les niega el derecho a nacer por la circunstancia que sea, pero que sea cual fuere, no tiene justificación alguna. Es el planteamiento para que nosotros seamos las voces de esos seres inocentes que jamás la tendrán al ser troceados en el vientre materno por quienes practican los abortos.

Y lo mismo cabe decir de ese pretendido progresismo de la eutanasia a través de la cual se le disputa absurdamente a Dios el derecho de disponer de las vidas de sus hijos.

Deseo cerrar esta entrada con esta intervención papal referida al genial arquitecto Gaudí: ‘Hizo algo que es una de las tareas más importantes hoy: superar la escisión entre conciencia humana y conciencia cristiana, entre existencia en este mundo temporal y apertura a una vida eterna, entre belleza de las cosas y Dios como Belleza. Esto lo realizó Antoni Gaudí no con palabras sino con piedras, trazos, planos y cumbres’.

Personalmente, con esta entrada, deseo hacer mi pequeño homenaje a la visita de S. S. Benedicto XVI a España, al genial Antoni Gaudí y a su templo, hoy ya Basílica Menor, de la Sagrada Familia.


Que nuestro Señor Jesucristo y nuestra Madre la Moreneta de Montserrat , nos bendigan a todos.

domingo, 14 de noviembre de 2010

S. S. Benedicto XVI en España (I)


Sí. Ha venido a vernos. A compartir su precioso tiempo y su Magisterio con nosotros. Incluso a despertar nuestras conciencias, acaso aletargadas, para retomar el espíritu del Evangelio, doctrina fiel de nuestro Salvador Jesucristo, para hacerlo presente en nuestras personas y en nuestra sociedad a pesar de las dificultades y de la concepción que hoy se tiene de la forma de vivir.

Es cierto que he interrumpido, momentáneamente, la dinámica de las Bienaventuranzas que retomaré inmediatamente que finalice este tema por la actualidad que tiene, pero he sentido vivos deseos de compartir con ustedes estas reflexiones que me he hecho a nivel personal por una parte y a nivel familiar por otra, porque el mensaje del Pedro de hoy, sucesor del primer Pedro amigo de Cristo, Vicario del Salvador en este mundo, nos afecta a todos, ya que el mensaje que nos envía en sus homilías, en sus intervenciones, con sus actitudes, van dirigidos a la Humanidad, a la Iglesia, a nosotros sin excepción, que somos piedras vivas de ese templo también vivo que es la Iglesia.

Realmente han sido dos días de evangelización y catequesis que a unos ha llenado muchísimo y a otros, nada. Incluso ha tenido detractores, pero ‘las puertas del infierno no prevalecerán contra la Iglesia’ (Mt. 16, 18). Oír al Papa es oír la voz de Dios en nuestro siglo XXI. ‘El que a vosotros oye, a mí me oye; el que a vosotros desprecia, a mí me desprecia, y el que me desprecia a mí, desprecia al que me envió’ (Lc.10, 16). Y en este sentido voy a poner y comentar brevemente algunos de los puntos más significativos de sus mensajes.

De antemano les pido disculpas por algunas fotografías que acompañan esta entrada. Las he obtenido directamente de la retransmisión por TV de este magnífico evento. Me hubiese gustado muchísimo estar en Santiago de Compostela y en Barcelona, pero mis limitaciones físicas no me lo permiten.

Si Su Santidad manifiesta sus preocupaciones por la aparición de un laicismo radical y por la secularización de una sociedad a la que no llega, o no quiere recibir, el mensaje de Jesucristo a través de la Iglesia que fundó, da igual que lo diga en España, en Perú, México, Francia, Finlandia o el país que sea, porque eso es una realidad que se está dando en todo el mundo.

Es un hecho real y que desvirtúa las verdaderas dimensiones del ser humano que, mal que les pese a algunos, ha sido creado por Dios a su imagen y semejanza, que ante su Creador rompió el pacto cordial y entrañable con Él a través de la primera actuación del Maligno en la Historia de la Humanidad y que, para no perder esa figura tan querida del ser humano, no dudó en hacerse hombre, participar absolutamente en todo cuanto pueda tener la naturaleza humana, menos en el pecado (como Dios verdadero que es no puede tenerlo) y padecer una Pasión, Muerte y Resurrección con la que consiguió nuestro rescate.

Y eso, en general, las personas de este siglo no lo valoramos lo suficiente. A pesar de haberlo advertido, de haber querido quedarse real y verdaderamente entre nosotros a través de la Eucaristía, hay muchas personas, tal vez demasiadas, que bien lo ignora o bien lo combaten. Lo que ocurre es que, como nos cuenta San Pablo cuando refiere su conversión, ‘duro te es dar coces contra el aguijón’. (Hch. 26,14). No caen en la cuenta que ir en contra de Dios supone llevar todas las de perder, aunque, al menos en este mundo, las apariencias les engañen como engañaron a Saulo de Tarso. Pero a cuantos permanezcamos en la fidelidad al Maestro, nos quedará la recompensa de la Vida verdadera plenificando la felicidad a la que todos aspiramos.

¿Tanto cuesta, como dice Benedicto XVI, ‘sustituir el enfrentamiento por un encuentro, y la pugna vivaz por el diálogo fructífero’? De las homilías he intentado seleccionar algunas cosas como un sencillo homenaje personal a quien ha querido visitarnos, pero no me ha resultado fácil, ya que han sido unas intervenciones muy densas. No obstante lo intento:

‘La Europa de las ciencia y de las tecnologías, la Europa de la civilización y de la cultura, tiene que ser a la vez la Europa abierta a la trascendencia y a la fraternidad con otros continentes’.

Ya ven. No cabe la autocontemplación o la autocomplacencia. Es necesaria una amplitud de horizontes que nos conduzcan a todos a una apertura hacia los demás, sean del país y de la cultura que fueren, desde el prisma de ese anciano Evangelio que permanece jovencísimo y actual, capaz de dar respuesta a las personas y a las sociedades y capaz también de hacer vibrar nuestros espíritus.
Es necesario ‘que Dios vuelva a resonar gozosamente bajo los cielos de Europa; que esa palabra santa no se pronuncie jamás en vano’. Sí, amigos. Bajo los cielos de la vieja Europa pero también bajo los cielos del admirable continente americano y de cualquier parte de nuestro planeta.

Estamos tan acostumbrados a la rutina diaria que tanto nos envuelve que apenas tenemos tiempo para dedicarlo a lo verdaderamente trascendente. Incluso en los ambientes coloquiales, cuando se quiere reafirmar algún hecho que se ha realizado, surge con una facilidad pasmosa la expresión ‘te lo juro’, circunstancia que he podido constatar personalmente en distintas ocasiones.

Esto nos demuestra un desconocimiento de lo que es y supone un juramento. Nada menos que poner a Dios como testigo de lo que decimos. Y eso no podemos banalizarlo por cualquier circunstancia, pues sería tomar el nombre de Dios en vano. Jurar solamente debe hacerse en situaciones muy importantes que reúnan las tres condiciones para que el juramento sea válido: jurar con verdad, con justicia y con necesidad. No nos debe extrañar, pues, que Su Santidad diga que ‘esa palabra santa no se pronuncie jamás en falso’.

Aunque hay muchas cosas dichas por el Papa, a cuál mejor y más útil, anotaré algunas frases, pero créanme que apenas voy a comentar algo de ellas porque están bastante claras y porque el mensaje que incluyen tiene la riqueza suficiente para que cada persona analice cómo le puede afectar personalmente o socialmente. Veamos:

‘Los apóstoles daban testimonio de la resurrección del Señor con mucho valor. (Hch, 4, 33). En efecto, en el punto de partida de todo lo que el cristianismo ha sido y sigue siendo no se halla una gesta o un proyecto humano, sino Dios, que declara a Jesús justo y santo frente a la sentencia del tribunal humano que le condenó por blasfemo y subversivo; Dios, que ha arrancado a Jesucristo de la muerte; Dios, que hará justicia a todos los injustamente humillados por la historia. Para los discípulos que quieren seguir e imitar a Cristo, el servir a los hermanos ya no es una mera opción, sino parte esencial de su ser’. (Homilía en la Catedral de Santiago de Compostela).

Creo que no descubro nada nuevo si digo que este Papa que gobierna actualmente la barca de Pedro, es una de las mentes más preclaras de los siglos XX y XXI. Siento enorme respeto y admiración por él. Personalmente me he detenido en ese precioso final del párrafo: ‘Para los discípulos que quieren seguir e imitar a Cristo, el servir a los hermanos ya no es una mera opción, sino parte esencial de su ser’. ¿Qué tal? Sencillamente, genial. No sé a ustedes, pero personalmente me ha hecho mucho bien y me ha colocado en una especie de satisfacción al ver que, a pesar de los fallos y caídas que cada uno tenemos, marcho por la senda adecuada: la vida como actitud de servicio a Dios a través de nuestros semejantes.

Más adelante y en la misma línea, da otro gran paso dirigido a quien corresponda: ‘Al proponer este nuevo modo de relacionarse en la comunidad, basado en la lógica del amor y del servicio, Jesús se dirige también a los ‘jefes de los pueblos’, porque donde no hay entrega por los demás surgen formas de prepotencia y explotación que no dejan espacio para una auténtica promoción humana e integral’.

¿Se dan cuenta de la enorme actualidad de lo que dice Su Santidad? ‘Jesús se dirige también a los jefes de los pueblos’. Hoy todos los pueblos tienen sus jefes, sus dirigentes, y Jesús de Nazaret sigue hablándoles a través del Evangelio, sean católicos o no, porque el Mensaje de Cristo es universal.

‘Como mensajero del Evangelio que Pedro y Santiago rubricaron con su sangre, deseo volver la mirada a la Europa que peregrinó a Compostela. ¿Cuáles son sus grandes necesidades, temores y esperanzas? ¿Cuál es la aportación específica y fundamental de la Iglesia hacia esa Europa, que ha recorrido en el último medio siglo un camino hacia nuevas configuraciones y proyectos? Su aportación se centra en una realidad tan sencilla y decisiva como ésta: que Dios existe y que es Él quien nos ha dado la vida’.

‘Dios existe y nos ha dado la vida’
. A todos. Sin excepción. Se piense como se piense, se crea en lo que se crea, solamente hay una realidad: la existencia de Dios, señor de la vida y de su final natural. Nadie puede disponer de ella sino Él. Su Autor. Lo contrario sería como negar que nuestro sol existe. Solamente hemos de querer verlo. Y S.S. lo ha expresado con una claridad meridiana.

‘Dejadme que proclame desde aquí la gloria del hombre, que advierta de las amenazas a su dignidad por el expolio de sus valores y riqueza originarios, por la marginación o la muerte infligidas a los más débiles y pobres. No se puede dar culto a Dios sin velar por el hombre su hijo y no se sirve al hombre sin preguntarse por quién es su Padre’. No necesita comentario. Habla muy claro.

Lo dejo aquí esta semana. La próxima, Dios mediante, la dedicaré a su estancia en Barcelona donde consagró la Basílica de la Sagrada Familia.



Que Dios, Padre, Redentor y Santificador nuestro y Nuestra. Señora de Bystrica, Reina de los Apóstoles, nos bendigan y acompañen siempre.

domingo, 7 de noviembre de 2010

Bienaventurados los limpios de corazón. Ellos verán a Dios.


Seguimos con esta sexta Bienaventuranza. Debemos avanzar poco a poco, porque en ella existen varios conceptos que es conveniente analizarlos para tener después una visión de conjunto clara del contenido que hay en ella.

En la expresión ‘los limpios de corazón’ ya existen varios conceptos y varias respuestas para nuestra vida de cristianos. Y la segunda parte, ‘ellos verán a Dios’, ¿qué sentido tiene? ¿Qué hay que mirar, pues, en el fondo de esta Bienaventuranza? Afortunadamente cuento con que el Espíritu Santo nos ilumine a todos, como criaturas suyas que somos y miembros de la Iglesia, con el fin de profundizar en las raíces de este mensaje del Salvador.

En principio, pienso que para ‘ver a Dios’ es necesaria una limpieza de corazón, entendida aquí como una ausencia absoluta de pecado alguno y viviendo a tope la Gracia que se nos regala en abundancia. Sería la pureza llevada a rajatabla en todo. Esta visión divina no la podemos entender igual que cuando vemos a cualquier miembro de nuestra familia, a los amigos o a cualquier objeto que tenemos en nuestro domicilio.

Aquí, en este mundo donde vivimos, no podremos ver físicamente a Dios, salvo que Él quiera conceder este Regalo (y lo pongo con mayúscula por la dimensión que tendría y el valor que supondría) a alguna persona concreta.

En este sentido, recuerdo la anécdota que se cuenta de Santa Teresa de Jesús. Sin entrar en valoraciones, lo que personalmente he leído es que en el convento de La Encarnación se encontró la Santa con un niño en una escalera y le preguntó quién era. Le respondió con otra pregunta: ‘Y tú, ¿Quién eres?’ a lo que Santa Teresa respondió: ‘Yo soy Teresa de Jesús’. Y el infante contestó: ‘Y yo soy Jesús, de Teresa’. ¿Realmente ocurrió así? Suponiendo que así fuese, y que realmente fuese el Niño Dios quien habló con ella, ¿fue un Regalo el que tuvo esta Doctora de la Iglesia? ¿Cómo quedaría después de esta experiencia? En cualquier caso son excepciones con las que Dios nos sorprende a los humanos.

Lo normal, independientemente de estas Gracias que Dios puede conceder a quien quiera y como quiera, no es eso. Estas son excepciones con las que nos sorprende a los humanos, pero lo normal es que sea en la otra Vida que nos tiene prometida cuando le ‘veamos’ tal y conforme es. Como dice San Pablo: ‘Ahora vemos por un espejo y oscuramente; entonces veremos cara a cara’. (I Cor. 13, 12).

Las Escrituras ya nos dicen algo (realmente, bastantes cosas) al respecto, porque es San Juan ahora quien nos dice: ‘A Dios, nadie le vio jamás; el Hijo único, que es Dios y está en el seno del Padre, nos lo ha dado a conocer’. (Jn. 1, 18).
JAMES TISSOT
Y también está recogido en el Evangelio de Juan el momento en que Felipe le pide a Jesús que les muestra al Padre. Éste le da la respuesta adecuada: ‘Llevo tanto tiempo con vosotros, ¿y aún no me conoces, Felipe? El que me ve a mí, ve al Padre. ¿Cómo me pides que os muestre al Padre? (Jn. 14, 9).

Pienso que no debemos perder nuestro tiempo en este tipo de disquisiciones y afanes de ‘ver’ a Dios en esta vida. Además. ¿Para qué tenemos los ojos de nuestra Fe? Por ella podríamos ‘verlo’, sentirlo, vivirlo,… Ahora estamos aquí, con los pies en el suelo, sin falsos angelismos, pero con nuestra Fe y nuestra Esperanza puesta indudablemente en Él, razón de nuestra vida y motor de nuestra existencia. Desde este prisma debemos intentar ganar para Dios la construcción del Reino, a través de las pequeñas batallas de cada día, dejándonos impregnar de su Gracia, haciéndolo presente en todos nuestros actos. Recordemos a San Pablo: ‘Ya comáis, ya bebáis o ya hagáis alguna cosa, hacedlo todo para gloria de Dios’. (I Cor. 10. 31). Es, quizá, una de la mejores maneras de ‘verlo’ con la Fe. Esa podría ser otra forma de verlo.

Y tengamos paciencia. Ya lo veremos cuando nos llegue el momento. Y tan grande será éste, que además lo ‘poseeremos’ porque allí ya no habrá secretos. Ni tampoco Fe ni Esperanza. Solamente Amor infinito y adoración perfecta. Sigue diciendo el apóstol Juan: ‘Queridos. Ahora somos ya hijos de Dios, y aún no se ha manifestado lo que seremos. Sabemos que, cuando se manifieste, seremos semejantes a Él, porque le veremos tal cual es’. (I Jn. 3, 2).

Mientras esto llegue, mantengámonos fieles a nuestro compromiso con Él. A la opción personal que, si bien iniciada en el Bautismo, día a día debemos renovarle desde nuestra propia libertad. Que nuestro compromiso sea firme y absoluto, sin fisuras, estando con Él a las duras y a las maduras. ‘Por esta causa sufro, pero no me avergüenzo, porque sé de quién me fío y estoy seguro de que puede guardar mi depósito para aquel día’, nos dice también San Pablo en la segunda Carta a Timoteo, en el versículo 12 del primer capítulo.




Cuando vengan las ‘podas’ de la Viña a la que todos pertenecemos, las pruebas por las que todos pasamos, saldremos fortalecidos, porque Jesús, que siempre es fiel con cada uno de nosotros, no nos abandonará. Y de eso hablo y escribo con conocimiento de causa, ya que a través de esas pruebas, he podido ver y entender con meridiana claridad a través de mi Fe, el mensaje de Jesús contenido en el Evangelio: ‘Yo soy la vid. Vosotros los sarmientos. El que permanece en mí y mi yo en él, ese da mucho fruto, porque sin mí nada podéis hacer’. (Jn. 15, 5).

En todos los problemas que tuve en mi vida, siempre acudí a Él y a la Madre. Jamás me he sentido defraudado. Hubo ocasiones de ‘noche oscura’, de sentir vacía y falta de sentido mi oración. Y siempre hubo respuesta por parte de Ellos. Fue una manera de ver a Dios a través de esos acontecimientos personales que, estoy seguro, todos tenemos o hemos tenido. Vienen a ser, pienso yo, momentos de purificación en los que se pone a prueba nuestra capacidad de creer y esperar en ese Alguien a quien seguimos porque lo queremos hondamente, radicalmente, como la razón propia de nuestro ser y existir.

RESURRECCIÓN DE XTO.,EN GLORIA.-Lorenzo Lotto, 1543

En ese proyecto vital cristiano que tenemos vamos trazando un camino con la mirada puesta en la Cruz y su más allá: la Resurrección de Jesucristo, gracias a la cual somos lo que somos y nos unimos visceralmente a su proyecto salvador escribiendo páginas de Historia de la Iglesia desde nuestra propia historia.

Todo esto va conformando la limpieza de corazón que nos permite ‘ver’ a Dios en los acontecimientos diarios y en la misma Creación como manifestación de la Divinidad. ‘¿Quién subirá al monte de Yavé, se estará en su lugar santo?’, dice el salmista. Y continúa con la respuesta: ‘El hombre de limpias manos y puro corazón’ (Sal. 24 (V23), 3-4). Y eso supone tenr una rectitud de conciencia y de intenciones en cuanto hagamos.

¿Recuerdan ustedes el cuento de ‘Pinocho’? Tenía a Pepito Grillo que siempre le afeaba lo que no hacía bien y le sugería lo bueno. Nosotros también tenemos nuestro ‘Pepito Grillo’ particular: es la voz de nuestra conciencia que siempre está atenta a la rectitud de nuestros actos. De ahí que debamos estar atentos a su voz para distinguir lo que debemos o no debemos hacer en aras de la limpieza de nuestro corazón.

No en vano la puso el Creador en nuestro interior para ayudarnos a peregrinar. Y nosotros, cristianos, hemos de estar atentos a los ‘gemidos inefables del Espíritu en nosotros’: ‘El mismo Espíritu viene en ayuda de nuestra flaqueza , porque nosotros no sabemos pedir lo que nos conviene; mas el mismo Espíritu aboga por nosotros con gemidos inefables’. (Rom. 8, 26). Él nos sugiere conductas y actitudes a seguir en nuestro proceso formativo y de cumplimiento de la voluntad divina. Él es quien ilumina nuestra conciencia.

Si ella nos hace ver que vamos por caminos erróneos, también nos indica las posibilidades de rectificación que debamos hacer. La limpieza de corazón es tomar nuestra opción por el bien, sin duda alguna, no dejando resquicio por ninguna parte a nada que nos pueda alejar de nuestro Padre común.

Seamos, pues, coherentes con nuestro compromiso cristiano. Sepamos ‘ser’. Sepamos ‘estar’.Sepamos y queramos ser intachables, íntegros en nuestra totalidad imitando a Jesús de Nazaret, que con su modo de vivir su etapa humana entre nosotros nos trazó un patrón de conducta y de fidelidad.

Es lógico suponer que podamos tener dudas respecto a cualquier punto o problema, en cuyo caso tal vez sea aconsejable, incluso necesario, consultar con algún experto que nos pueda aconsejar, dar una luz por pequeña que sea. Aquí entramos en el caso de la consulta con un sacerdote o, mejor aún, a un acompañante espiritual que, precisamente porque conoce cómo somos, podrá manifestar una opinión más certera.


Entonces la ‘limpieza de corazón’ irá conformándose un día tras otro y, con el esfuerzo de nuestra voluntad, brillará como la aurora. Paulatinamente iremos entrando en el conocimiento de Dios a través de las Escrituras, de la meditación, de la contemplación,…

Poco a poco iremos adquiriendo una experiencia, unos conocimientos más profundos que se traducirán en una seguridad absoluta de nuestras señas de identidad cristianas que irán afirmando y confirmando en nuestra personalidad las huellas de los motivos de credibilidad que tengamos, de la razón de ser de nuestro seguimiento y adoración a la Santísima Trinidad.


La oración de Jesús a su padre nos acompañará en nuestro proceso: ‘Padre. No pido que los tomes del mundo, sino que los guardes del mal. Ellos no son del mundo, como no soy del mundo yo. Santifícalos en la verdad, pues tu palabra es verdad. Como tú me enviaste al mundo, así yo los envié a ellos al mundo, y yo por ellos me santifico, para que ellos sean santificados de verdad’. (Jn. 17, 15-19). Nos sentimos identificados con el ‘ellos’ de las palabras de Jesús, ¿no? Realmente es muy hermoso…y muy serio.


De la misma manera que los apóstoles se distribuyeron por el mundo para dar a conocer el mensaje del Maestro, para nosotros el ‘envío’ de Jesús se hace realidad en nuestros ambientes, a todos cuantos nos rodean y con quienes tratamos. Para nosotros, el ‘podéis ir en paz’ del final de nuestras Eucaristías es el ‘envío’, la misión a la que nos lanza Jesucristo después de haberlo recibido en cada Eucaristía. Siempre yendo ‘más allá’ sin conformismos ni adocenamientos de ninguna clase, renovándonos continuamente con ayuda del Espíritu de Dios. ‘No os conforméis a este siglo, sino que os transforméis por la renovación de la mente, para que procuréis conocer cuál es la voluntad de Dios, buena, grata y perfecta’. (Rom. 12, 2).

Sepamos ver los signos de los tiempos que nos ha tocado vivir y, desde nuestra nada e insignificancia, analicemos si hemos de cambiarlos, transformarlos o potenciarlos, para lo cual debemos seguir el consejo del Salvador: ‘Sed prudentes como serpientes y sencillos como palomas’. (Mt. 10, 16).

En cierta ocasión dijo también que ‘los hijos de este siglo son más astutos en el trato con los suyos que los hijos de la luz’. (Lc. 16, 8). Y yo propongo, entre otras cosas porque ya lo he llevado a efecto con excelentes resultados, ¿por qué no darle la vuelta y ser ‘los hijos de la luz más astutos que los hijos de este siglo’? Pienso que hay un largo camino hasta conseguir ser ‘Bienaventurados por ser limpios de corazón, para poder ver a Dios’.


Que Jesús de Nazaret y la Madre de Dios de Marpingen nos bendigan y protejan.