sábado, 30 de julio de 2011

Contra soberbia, humildad (I)

VIRGEN DE LA HUMILDAD.-FRA ANGÉLICO.-RENACIMIENTO

Les aseguro que me siento incómodo escribiendo sobre los vicios o pecados capitales, como hice en la entrada anterior, porque cuando un cristiano descubre las maravillas de Dios y todo cuanto Él hace con todos y cada uno de nosotros, cosa que el soberbio no puede admitir porque no le da la real gana, me sublevo contra estas actitudes que impiden el normal desenvolvimiento de la acción divina el este mundo.

Pero las cosas son así y, además, me parece que todos conocemos que a cada pecado capital se opone una Virtud (y lo pongo con mayúscula), que en contra de lo que pueda parecer, no es ninguna utopía tenerla ya que el origen de todas las virtudes está en el mismo Dios, que es la Perfección Suprema. Siguiendo los consejos que nos marca el Evangelio y siguiendo la normativa de la Iglesia, Madre y Maestra nuestra, podremos desterrar de nosotros cualquier pecado.

LA MODESTIA.- WILLIAM ADOLPHE BOUGUEREAU.- ACADEMICISMO

Eso es lo que ocurre con la soberbia. La virtud opuesta es la humildad, presente en numerosas ocasiones en la Sagradas Escrituras, por ejemplo:
‘Hijo, pórtate con modestia y serás amado más que el dadivoso. Cuanto más grande seas, humíllate más, y hallarás gracia ante el Señor; porque grande es el poder del Señor, y es glorificado en los humildes’. (Eclo. 3, 19-21).

Los Salmos nos ponen esta virtud a nuestra consideración en distintas ocasiones.
‘Bueno y recto es Yavéh, por eso señala a los errados el camino. Y guía a los humildes por la justicia y adoctrina a los mansos en sus sendas’. (Sal. 25(24), 8-9). Esta es una de esas ocasiones. Pero es que si echamos un vistazo a lo que Dios dice a Isaías, también lo tenemos claro: ‘Mis miradas se posan sobre los humildes y sobre los de contrito corazón, que temen mis palabras’. (Is. 66, 2b). Realmente, leyendo estas citas y meditándolas posteriormente, no se puede comprender que haya personas, cristianos que dicen ser de primera fila, que desean estar en todas partes para que todos los vean cual figurines de escaparate y ocupar lugares preferentes en Parroquias o lugares cristianos, con lo cual hacen un flaco favor a la Iglesia. Absurdo, ¿no creen?

Para ellos podría aplicarse lo que aconseja Jesús:
‘Cuando alguien te invite a una boda, no te pongas en el lugar de preferencia, no sea que haya otro invitado más importante que tú, y venga el que te invitó a ti y al otro y te diga: Cédele a éste tu sitio, y entonces tengas que ir todo avergonzado a ocupar el último lugar. Más bien, cuando te inviten, ponte en el lugar menos importante; así, cuando venga el que te invitó, te dirá: Amigo, sube más arriba, lo cual será un honor para ti ante todos los demás invitados. Porque el que se ensalza será humillado, y el que se humilla será ensalzado’. (Lc. 14, 8-11).

Son dos posturas diferentes, pero acaso complementarias, ya que retratan perfectamente esas dos posturas antagónicas de la persona soberbia y de la humilde. No obstante, sin menospreciar lo dicho anteriormente, es en el Nuevo Testamento, según estamos viendo y como culminación del Antiguo, donde debemos fijarnos más, porque hay unas referencias a esta virtud que son definitivas para la solidez de nuestro convencimiento de luchar por conseguir tener la humildad. De ser humildes. Y es el mismo Maestro.

Él mismo se nos presenta como culminación de esta virtud:
‘Tomad sobre vosotros mi yugo y aprended de mí que soy manso y humilde de corazón, y hallaréis el descanso para vuestras almas, pues mi yugo es blando y mi carga ligera’. (Mt. 11, 29-30). Verdaderamente definitivo. No hay que darle más vueltas. Su mansedumbre quedó patente en su Pasión aguantando todo cuanto le hacían.
Unos pocos años después, será San pablo quien nos exalta esta virtud en la persona del Maestro: 'Tened los mismos sentimientos que tuvo Cristo Jesús, quien, existiendo en la forma de Dios, no reputó codiciable tesoro mantenerse igual a Dios, antes se anonadó, tomando la forma de siervo y haciéndose semejante a los hombres; y en la condición de hombre se humilló, hecho obediente hasta la muerte, y muerte de cruz, por lo cual Dios le exaltó y le otorgó un nombre sobre todo nombre, para que al nombre de Jesús doble la rodilla cuanto hay en los cielos, en la tierra y en los abismos, y toda lengua confiese que Jesucristo es Señor para gloria de Dios Padre’. (Fil. 2, 5-11).

Pablo lo captó y así lo trasmitió, no solamente a los fieles de Filipos, sino también a los fieles del año 2011, o sea a nosotros, y así podemos ver que se abajó hasta nosotros para rescatarnos del pecado. Su Amor no podía hacer otra cosa con la humanidad a pesar de lo que supuso para Él la Pasión y Muerte en la cruz. Y en cuanto a nosotros, la hermosura de la sencillez de los actos, de las palabras, de los gestos,…pienso que nos ayudan a estar más cerca de Jesús de Nazaret, a quien de una forma u otra, intentamos imitar, seguir y servir.

CRUCIFIXIÓN.-GIOVANNI BELLINI.-RENACIMIENTO

Precisamente ahí tenemos nuestro punto de referencia: el reconocimiento personal del lugar que nos corresponde realmente ante la grandeza e infinitud de Dios, desde el prisma de esta virtud, porque
‘la humildad dispone para acercarse libremente a los bienes espirituales y divinos’. (Santo Tomás de Aquino, Suma Teológica).

Es cierto que nos reconocemos pecadores al ponernos ante la Santísima Trinidad, pero no es menos cierto que a pesar de todo y por el infinito amor que nos tiene, siempre está inclinado ante cada uno de nosotros en permanente escucha de nuestras peticiones o llamadas que le hacemos desde nuestros sufrimientos y angustias:
‘Desde lo hondo a Ti grito, Señor. Señor, ¡escucha mi voz! Estén tus oídos atentos a la voz de mi súplica’. (Sal. 130(129), 1-2).

SAN FRANCISCO.-CARAVAGGIO.-BARROCO

Y desde nuestro agradecimiento a la Providencia divina, solamente reconocida desde la óptica de la humildad, acudimos a la presencia del Santo de los Santos también para anonadarnos ante el sentimiento de saber que estamos en su presencia. Entonces colocamos nuestra nada ante la grandeza de su misericordia.

Teniendo en cuenta esta actitud con Dios, será más sencillo vernos ante el prójimo en nuestro trato con él, superando esa facilona tentación de creernos superiores o por encima de los demás, porque en él también esta Dios, también está el cariño de Dios, también tiene unos talentos regalados por el Hacedor y por el que también ha muerto en la Cruz. Incluso podremos ser capaces de conocer sus cualidades y valores, aceptarlos e incluso ayudarle a potenciarlos, ya que
‘sólo a pasos de humildad se sube a lo alto de los cielos’. (San Agustín. Sermón sobre la humildad y el temor de Dios).

Solamente el amor nos puede dar la luz necesaria para ver las ventajas y los valores del prójimo abandonando en la cuneta las envidias y resquemores que pudiéramos sentir. Cada uno es quien es y es como es y a partir de eso hemos de aceptarnos como somos y buscar sin descanso el perfeccionamiento que el Padre desea que tengamos, según nos explicó Jesús:
‘Sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto’. (Mt. 5, 48).

Pero ¡ojo! No podemos perder de vista la continua presencia del orgullo, la arrogancia o la altanería que siempre se encuentran al acecho para hacerse dueños de nosotros. Existen personas que acaso llevadas de los progresos de la técnica, de los medios que manejan, de la preparación y competencia personal que puedan tener en el desarrollo de su profesión, tomen una actitud independiente centrada en ellos mismos que les aparte de todos y de todo, incluso de Dios, al que su propia miopía moral les impide ver y mucho menos reconocerlo como el Autor de esos valores.

Esa actitud les puede llevar a errores como interpretar que no está por debajo de nadie y que, por tanto, no hay necesidad alguna de tener algo ‘tan desfasado’ como la humildad. Les costaría mucho ver que ser humildes supone para cada uno la permanente y continua forja de la armadura que nos defienda de caer en las redes del Maligno. Y en esa forja de la humildad tenemos, básicamente, la Oración, los Sacramentos y estar constantemente en la presencia de nuestro Padre que siempre está al quite en cuantas cosas le pidamos para ser agradecidos por los dones y gracias que a diario nos dispensa.

Conociendo los talentos con los que adorna nuestra existencia conoceremos mejor los valores que poseemos y desde una consciente responsabilidad vislumbraremos que ellos son precisamente la forma de trabajar por el Reino de Dios, sin un inútil engreimiento de creer que somos algo o de ser mejores que otros.

Deberemos poner todo nuestro empeño en basar nuestra humildad sobre dos valores siempre permanentes, aunque hoy haya personas que prescindan de ellos para construir un mundo sin valores, e incluso, intentando eliminar a Dios de sus vidas y, lo que es peor, de la sociedad. Esos valores son la justicia y la verdad.

Ser justos y veraces supone que se nos pueda ver como ‘bichos raros en extinción’, lo cual no es de extrañar, pues a Jesús ya intentaron combatirlo cuando exaltaba alguno de estos valores.
‘Si os mantenéis fieles a mi palabra, seréis verdaderamente mis discípulos; así conoceréis la verdad y la verdad os hará libres’ (Jn. 8, 31-32). Y también nos dice San Mateo: ‘Buscad primero el reino de Dios y su justicia, y todo lo demás se os dará como añadidura’ (Mat. 6:33).

Así, desde la humildad, siempre miraremos hacia Jesucristo que es el referente válido que tenemos para buscar el perfeccionamiento en la virtud y, poco a poco, ir puliendo esas aristas de la imperfección que impiden nuestro acercamiento a Él, nuestro modelo. Lo contrario, sería caer en la tentación de mirarnos en el espejo de una caricatura de la humildad.

‘El que entre vosotros quiera ser grande, sea vuestro servidor, y el que entre vosotros quiera ser el primero, sea vuestro siervo, así como el Hijo del hombre no ha venido a ser servido, sino a servir y a dar su vida en redención de muchos’. (Mt. 20, 26b-28). Así nos transmite San Mateo el pensamiento y consejo de Jesús a sus amigos.
LAVATORIO DE LOS PIES A PEDRO.-TINTORETTO.-RENACIMIENTO

Pero con los pies en el suelo. No vayamos a pensar que ser humildes supone una negación de nosotros mismos. Dios nos ha hecho únicos e irrepetibles y desde esa unicidad, con los talentos que nos ha dado, hemos de darle la respuesta que Él espera, desde nuestra autoestima como criaturas suyas y sin renunciar a nada de nuestra intimidad que contribuya a perfeccionar nuestra filiación divina. Y la humildad es un valor que requiere una gran dosis de esa energía humana que todos poseemos.

Defender nuestros posicionamientos cristianos desde nuestra energía vital, sin caer en la incomprensión de los demás, pero siendo inflexibles en nuestros planteamientos cristianos, en nuestros motivos de credibilidad, en el respeto hacia quien nos dirigimos, es un objetivo que continuamente debemos perseguir. Y en este caso entra en juego otra virtud complementaria de la humildad: la caridad hacia los demás, que en muchas ocasiones cuesta mantener, pero que hay que hacerlo como cristianos responsables.

Manteniendo nuestro equilibrio interior conoceremos el valor real de las cosas y sabremos cuál es el lugar que realmente tiene Dios en nuestra vida, el que tienen los demás respecto a nosotros mismos. Acaso entonces la humildad nos conduzca a sentirnos poco menos que nada ante la inmensidad del Dios Padre y Creador nuestro y del universo, ante el cual nos humillamos, no en el sentido peyorativo de la expresión, sino en el sentido que Jesús quiere y anotado más arriba en la cita de San Lucas:
‘El que se humilla será ensalzado’

Acaso el salmo 130 nos manifieste con claridad la postura del humilde:
‘Señor, mi corazón no es altanero, ni son altivos mis ojos. Nunca perseguí grandezas ni cosas que me superan. Aplaco y modero mis deseos; estoy como un niño en el regazo de su madre’. (Sal. 131(130), 1-2). Ya ven. Un texto totalmente apto para una meditación que nos ayude a profundizar en nuestra humildad sin caer en la arrogancia.

Desde ella seremos dignos de confianza a los ojos de cuantos nos rodean que sabrán captar la grandeza de nuestro ser, de nuestra personalidad. Cuanto más humildes seamos, mayores logros obtendremos en todas nuestras empresas, tanto a nivel profesional como en el familiar y apostólico.

SAN MARTÍN DE PORRES

Si en todas ellas hemos de ponernos a disposición de Dios, en este último tipo de empresas, las apostólicas, más fervor emplearemos en pedir al señor de la mies la humildad necesaria para llevarlas a efecto sabiéndonos instrumentos y colaboradores en sus manos, a pesar de la distancia existente entre Él y su criatura. Pero así lo quiere. Así lo desea. Y como a los discípulos de antaño, también a nosotros nos envía a predicar la Buena Nueva en los ambientes en los que nos desenvolvemos.

Fijémonos en este texto que me parece que complementa lo anterior:
‘Hijo mío, atiende a la humildad, que es la virtud más sublime y la escalera para subir a la cima de la santidad; porque los propósitos solo se cumplen por humildad, y las fatigas de muchos años por la soberbia quedan reducidas a la nada. El hombre humilde es semejante a Dios, y lo lleva consigo en el templo de su pecho; el soberbio es odioso a Dios, y se asemeja al demonio’. (San Basilio.- Admoniciones a sus hijos espirituales). Bueno, pues…ahí está. Quien lo dice merece un crédito, ¿no?

Con todo lo expuesto pienso que podría ser suficiente para exaltar la virtud de la humildad, ya que este blog no es, ni muchísimo menos, un tratado sobre ella, pero está cojo. Le falta algo. O mejor dicho, Alguien. Sí, amigos. Falta hablar del paradigma de la humildad en una persona concreta: LA VIRGEN. La Madre de Dios. La Llena de Gracia. Pero eso queda para la próxima entrada.
Que Nuestro Maestro, Jesús de Nazaret y su Madre Nuestra Señora de los Milagros, nos bendigan y ayuden en todo.

miércoles, 13 de julio de 2011

La soberbia (II)

CAÍDA DE LOS ÁNGELES REBELDES.-FRANÇOIS VERDIER.-BARROCO


Ya vimos la opinión que sobre este tema existía en la Biblia y en algunos de los Padres de la Iglesia. Pero no pedemos perder de vista que la soberbia siempre está latente en cualquier lugar. Donde menos se la espera. Y además, disfrazada de la mejor de las apariencias.

Cuando digo esto me estoy acordando de la parábola del fariseo y el publicano, como les decía en la entrada anterior. ¿La recuerdan? Leída superficialmente, el fariseo es un tipo perfecto:
‘El fariseo, en pie, oraba para sí de este manera: ¡Oh, Dios! Yo te doy gracias de que no soy como los demás hombres, rapaces, injustos, adúlteros, ni como este publicano. Ayuno dos veces en la semana, pago el diezmo de todo cuanto poseo’. (Lc.18, 11-12).

Una respuesta frívola podría ser responderle en estos términos: ‘Pues no, muchacho. No eres como los demás porque, para empezar, no eres más estúpido porque no te entrenas. Si no, para la estupidez que arrastras, el grado superlativo absoluto sería insignificante para ti’. Pero eso, pienso francamente, no sería lo adecuado.

Podemos empezar por ver lo que dice uno de los Padres de la Iglesia:
‘De cuatro maneras suele presentarse la arrogancia: primero, cuando cada uno cree que lo bueno nace exclusivamente de sí mismo; cuando cree que la gracia ha sido alcanzada por los propios méritos; cuando se jacta uno de tener lo que no tiene; y cuando se desprecia a los demás queriendo aparecer como que se tiene lo que aquellos desean; así, el fariseo de la parábola se atribuye a sí mismo los méritos de sus buenas obras’. (S. Gregorio Magno. Catena Aurea, vol VI)

San Francisco de Sales también opina sobre este personaje de la parábola:
‘Juzgan algunos temerariamente, no con amargura, sino por orgullo, pareciéndoles que a medida que rebajan la estimación de otro realzan la suya propia; espíritus arrogantes y presuntuosos, que se glorían en sí mismos y se elevan tanto en su propia estimación, que miran todo lo demás como humilde y bajo. Tal era el necio fariseo cuando decía: No soy como los demás hombres’. (San Francisco de Sales. Introducción a la vida devota).

‘Como el publicano estaba cerca de él, se le presentaba ocasión para aumentar su orgullo. Prosigue: no como este publicano. Como diciendo: yo soy único, éste es como los demás’. (San Agustín. Catena Aurea, vol. VI)

Estas citas nos introducen en este tipo de persona. Hay que ver el fondo. El personaje bien lo merece y nosotros merecemos emplear un estudio más serio. En principio parece acudir a Dios en su oración espontáneamente, pero ¿realmente lo hace o está diciéndole la ‘perfección’ de sus actitudes y forma de vida? ¿No parece que le está pidiendo (o exigiendo) a Dios un premio a sus ‘muchos’ méritos?

Lo que realmente estamos presenciando ¿no es una vanidad presuntuosa, un orgulloso engreimiento nacido de su egoísmo, una soberbia de creerse superior a otros, como del publicano que estaba detrás de él sin osar levantar la mirada del suelo?

Clama a Dios para que le oiga, para que conozca su ‘perfección’, como si Él no conociese todo eso e infinitamente más de lo que cuenta. En el fondo pienso que no está poniendo a Yavéh como autor real de los bienes de los que hace alarde y de los que parece ser su propio alfa y omega. Está apareciendo claramente una ausencia de Dios en el origen de sus dones. El propio fariseo es el eje de su acción de gracias a través de su egocentrismo que, según dice, le hace diferente de los demás. Tanto su ayuno como sus limosnas van de cara a la galería.

PARÁBOLA DEL FARISEO Y EL PUBLICANO.-JAMES TISSOT.-S. XIX

De haber existido en aquella época la prensa escrita, es probable que se le hubiese visto en las primeras páginas de los principales diarios pregonando las cosas que hacía y enriquecido el texto con alguna fotografía.

Con su actitud, parece que está haciendo realidad lo que dice el Eclesiástico:
‘El principio de la soberbia es apartarse de Dios y alejar de su Hacedor su corazón’. (Eclo. 10, 14). En su juicio de situarse por encima de los demás y, además, dar gracias por eso, ¿no es faltar a la caridad?

El Libro de los Proverbios recoge algo indicativo del pensamiento del Creador sobre este tipo de personas:
‘Temer a Dios es aborrecer el mal; la soberbia, la arrogancia, el mal camino, la boca perversa, las detesto’. (Prov. 8, 13). No alberga duda alguna. Se entiende a las mil maravillas, al menos, para los que tenemos la cabeza bien enroscada sobre los hombros, intentando cumplir los planes y la voluntad de Dios.

Cuando Jesús expone esta parábola, pienso que lo deja en el sitio que le corresponde:
‘El que se ensalza, será humillado’. (Lc. 18, 14). Y San Pablo remata lo que dice Jesús: ‘De gracia habéis sido salvados por la fe y esto no os viene vosotros, es un don de Dios; no viene de las obras, para que nadie se gloríe; que hechura suya somos, creados en Cristo Jesús, para hacer buenas obras, que Dios de antemano preparó, para que en ellas anduviésemos’. (Ef. 2, 8-10). Que es lo que está situado en las antípodas de los soberbios, puesto que piensan que ellos son el origen de la autonomía que creen tener sobre el bien y el mal, sobre la propia vida y las vidas ajenas. Si no, que se lo pregunten a cuantos pretenden legislar sobre la ‘muerte digna’ con el vano pretexto de hacer un bien a la humanidad.

Sí, amigos. Ignoro sus pensamientos pero pienso que es necesario un conocimiento real y objetivo de nosotros mismos, saber reconocer fallos y defectos propios y buscar los medios para no caer en la superficialidad, en la banalidad, en la…soberbia.
San Bernardo de Claraval, monje cartujo, personaje básico en la historia de la Iglesia y de notoria influencia en su siglo, dijo en este sentido: ‘El desconocimiento propio genera soberbia; pero el desconocimiento de Dios, genera desesperación’. Inteligente el buen fraile, ¿verdad?

S. BERNARDO DE CLARAVAL

Me parece que todos hemos tenido alguna experiencia por haber conocido alguna persona así. Habremos observado, quizá, su ambición de ‘brillo’ personal para que todos estén pendientes de ella así como su exclusividad para absorber la atención de todos en el aspecto que sea: todas las medallas que haya que poner tienen exclusivamente como destinataria a esa persona.

En su profesión no duda en atender servilmente a sus superiores para escalar puestos aun a costa del descrédito o la calumnia de sus compañeros. Consiguen hacerse odiosos, insoportables, lo que hace que se queden aislados. Si hay alguien que realmente destaca, lo aborrece o lo odia, pero si alguna persona o compañero le dirige alguna loa o alabanza la acepta convencido de merecerla. Hasta es capaz de pensar que se han quedado cortos.

Desean que todos los busquen, ser los preferidos porque se creen imprescindibles. Están convencidos de que no hay nadie mejor que ellos, porque sus ‘virtudes’ son las más perfectas. Todo lo que pueda hacer cualquier persona, ellos lo hacen mejor que nadie. Y cuando acaba su trabajo, su obra, su…lo que sea, queda esperando el aplauso y los parabienes de todos, si bien se apresura, sumido en una falsa modestia, en decir frases como ‘¡Oh, no tiene importancia! Cualquiera lo puede hacer’.

Nueva cita:
‘Pero lo más triste y lamentable es que este pecado sume al alma en tan espesas tinieblas, que nadie se cree culpable del mismo. Nos damos perfecta cuenta de las vanas alabanzas de los demás, conocemos muy bien cuándo se atribuyen elogios que jamás merecieron; mas nosotros creemos ser siempre merecedores de los que se nos tributan’. (Santo Cura de Ars. Sermón sobre el orgullo)

En su fuero interno están engordando su ego, su vanidad, su altanería,…San Pablo les diría:
‘No seamos codiciosos de la gloria vana provocándonos y envidiándonos unos de otros’. (Gal. 5, 26).

En el fondo, sus actitudes los hacen desgraciados, porque esas ansias de felicidad que todos anhelamos no las pueden alcanzar, ya que sus actitudes actúan como una venda en los ojos de su inteligencia que les impide el conocimiento del auténtico camino a la felicidad. A los ojos de Dios, el soberbio está carente de méritos. ¿Recuerdan esta expresión?
‘Dios resiste a los soberbios y a los humildes da su Gracia’. Es del apóstol amigo de Jesús, Pedro, en 1Pe. 5, 5. ¿Por qué? La razón nos la da Santo Tomás de Aquino en su Summa Teológica: ‘Si bien todos los vicios nos alejan de Dios, solo la soberbia se opone a Él; a ello se debe la resistencia que Dios ofrece a los soberbios’.

El soberbio es caprichoso, su voluntad es la que prevalece, hasta el extremo que la antepone a la voluntad de Dios. Piensa que es Dios quien tiene que amoldarse a sus caprichos e incongruencias. En lugar de cumplir la voluntad del Altísimo, es Éste quien debe amoldar sus planes, proyectos y pensamientos a los de estas personas. No quieren servir a Dios, sino que Él les sirva y obedezca, lo cual es, sencillamente, estúpido.

‘El horizonte del orgulloso es terriblemente limitado: se agota en él mismo. El orgulloso no logra mirar más allá de su persona, de sus cualidades, de sus virtudes, de su talento. El suyo es un horizonte sin Dios. Y en este panorama tan mezquino ni siquiera aparecen los demás: no hay sitio para ellos’. (S. Canals. Ascética meditada).

¿Saben a quién se les podría comparar? ¿Recuerdan a Lucifer?
Es el paradigma del pecado de soberbia. Lo tenemos en él y en los otros ángeles que se rebelaron contra su Creador. Nada más y nada menos que pretendieron ser iguales a Él.

CAÍDA DE LOS ÁNGELES REBELDES.-FRANS FLORIS, EL VIEJO.-RENACIMIENTO

Luzbel, con su orgullo a cuestas, hizo suyos los dones con los que su Creador le adornó y se rebeló en su contra. No asumió la supremacía de Dios sobre él y sobre todos los ángeles que creó. Al grito de
‘¡No serviré!’ (como dice el profeta Jeremías en 2, 20: ‘…rompiste tus coyundas y dijiste: No te serviré.) comenzó lo que hoy llamaríamos una contienda entre este ángel rebelde y los que le siguieron que, lógicamente, solamente podía tener un final : perder.

Su pensamiento de igualarse a Dios es una muestra de soberbia suprema.
‘Ha bajado al seol tu gloria al son de tus arpas; los gusanos serán tu lecho y gusanos serán tu cobertura. ¿Cómo caíste del cielo, lucero brillante, hijo de la aurora? ¿Echado por tierra el dominador de las naciones? Tú, que decías en tu corazón. Subiré a los cielos; en lo alto, sobre las estrellas de Dios, elevaré mi trono; me instalaré en el monte santo, en las profundidades del aquilón. Subiré sobre la cumbre de las nubes y seré igual al Altísimo’ (Is. 14,14). Isaías se está refiriendo al rey de Babilonia, pero estas palabras se las podrían aplicar a los ángeles rebeldes, ¿no creen?

COMBATES ENTRE ÁNGELES Y DEMONIOS.-TAPIZ DEL S.XVI

Pero las Escrituras continúan en otro lugar, concretamente en el Apocalipsis:
‘Hubo una batalla en el cielo: Miguel y sus Ángeles combatieron contra el dragón. El dragón y sus ángeles pelearon pero no pudieron triunfar ni fue hallado lugar para ellos en el Cielo. Echaron, pues, al enorme dragón, a la Serpiente antigua, al Diablo o Satanás, como era llamado, y fue precipitado a la tierra y sus ángeles fueron precipitados con él’. (Ap. 12, 7-9)

San Pedro hace mención a este tema:
‘Dios no perdonó a los ángeles que pecaron, sino que, precipitados en el tártaro, los encerró en prisiones tenebrosas reservándolos para el juicio’ (2 Pe. 2, 4).

EXPULSIÓN DE LOS ÁNGELES REBELDES.-PEDRO PABLO RUBENS.-BARROCO

A esto conduce la soberbia o cualquier otro pecado capital que, al cometerlo a sabiendas, nos podemos igualar a esta rebelión al optar por estar en contra de nuestro Padre. Y, como decía anteriormente, con ellos no tuvo consideración alguna. Con el género humano quiso venir Él mismo, la Segunda Persona de la Santísima Trinidad, asumiendo la naturaleza humana para redimirnos. Y no solamente esto, sino que nos dejó el medio (el Sacramento de la Reconciliación) para volver a estar en sintonía con Él e incluso recibirlo en nuestro interior con el Sacramento de la Eucaristía.



PRIMADO DE PEDRO.-PERUGINO.-RENACIMIENTO

Pienso que no vale la pena estar de parte de los perdedores. Sabemos que, como en el caso de los ángeles rebeldes, llevaríamos las de perder si nos situásemos en su bando. Jesús, cuando se dirige a Pedro y le promete el Primado de la Iglesia, le dice entre otras cosas:
‘Tu eres Pedro y sobre esta piedra edificaré yo mi iglesia, y las puertas del infierno no prevalecerán contra ella’. (Mt. 16, 18). Pues…ya lo sabemos. Ahora, a obrar en consecuencia con el Bautismo que un día recibimos a pesar de las dificultades. Siempre habrá un Ser Supremo que nos ayudará.

Que el Cristo de la Salud y Nuestra. Señora de Bureta, nos bendigan y asistan siempre.