domingo, 25 de marzo de 2012

La pereza (II)

DULCE PEREZA.-RUPERT BUNNY.-S. XIX

Retomando el tema iniciado en la entrada anterior, y tal como les decía al finalizar, me parece muy interesante tratar aunque sea de forma sencilla y clara la pereza espiritual. ¡Ah! ¿Pero existe ese tipo de pereza? Pues sí. Y es más frecuente de lo que nos podamos imaginar. ¿Cuántas personas podrá haber que, creyendo que ya saben mucho de la vida, se permiten el lujo de decir que eso de ‘ir a Misa’, o ‘eso de rezar el Rosario’, por ejemplo, es una pérdida de tiempo?

Son cosas, dicen, ya superadas en los tiempos que vivimos y, además de no hacerles caso (o despreciarlas), pueden llegar incluso a combatirlas, no solamente verbalmente a nivel personal, sino incluso a nivel social. ¿Cómo se entiende, si no, la profanación de capillas en alguna Universidad o los ataques ideológicos o verbales en público al Santo Padre?

¿Cómo se pueden entender las calumnias lanzadas en público en algunas manifestaciones callejeras a la Iglesia Católica y la justificación, so capa de progresismo baratero, del aborto libre? No. El alejamiento de la criatura de su Creador trae estas consecuencias. Dios no es negociable ni se puede jugar con Él. Él es como es: Inmutable, Misericordioso, todo Amor,…pero también infinitamente Justo.

¿Recuerdan lo que dice en el Éxodo? Veamos: ‘No tendrás otros dios fuera de mí. No te harás escultura, ni imagen alguna de nada de lo que hay arriba en el cielo, o aquí abajo en la tierra, o en el agua debajo de la tierra. No te postrarás ante ellas, ni les darás culto, porque yo, el Señor tu Dios, soy un Dios celoso, que castigo la maldad de los que me aborrecen en sus hijos hasta la tercera y cuarta generación, pero soy misericordioso por mil generaciones con los que me aman y guardan mis mandamientos’. (Ex. 20, 3-6).

¿Qué podemos decir ante la Palabra del Señor de los Señores? Su Palabra es rabiosamente actual como en los tiempos del Éxodo israelita y va dirigida a todo el género humano. En las distintas apariciones de Nuestra Señora y Madre en Lourdes, Fátima y tantos lugares de nuestro planeta, no cesa de recomendar que recemos. Y el mismo Jesucristo recomendó a la Santa María Faustina Kowalska el rezo de la Coronilla de la Divina Misericordia pidiendo al Padre que la tenga con nosotros.

JESÚS MISERICORDIOSO

¿Y qué tiene que ver esto con la pereza espiritual? Pues exactamente lo que decía al principio: los cristianos bautizados tibios o gélidos que consideran que rezar o cualquier relación con Dios es una pérdida de tiempo, están haciendo gala de la posesión de la acedía en grado superlativo.

En la medida que permitamos que la acedía entre en nuestro interior, la pereza espiritual que conlleva contribuirá a alejarnos de ese Padre que tenemos en el cielo. El Catecismo de la Iglesia Católica, en su punto 2094, dice entre otras cosas: ‘Se puede pecar contra el amor de Dios de diversas maneras…La acedía o pereza espiritual llega a rechazar el gozo que viene de Dios y a sentir horror por el bien divino’. Tétrico, ¿no creen?

La acedía nos conduce a ser tibios, a enfriar nuestra relación con Dios. Eso es precisamente lo que no desea Dios de nosotros. ¿Recuerdan lo que dice el Apocalipsis? ‘Conozco tus obras y no eres ni frío ni caliente. ¡Ojalá fueras frío o caliente! Pero eres solo tibio; ni caliente ni frío. Por eso voy a vomitarte de mi boca’. (Ap. 3, 15-16). Este mensaje apocalíptico sigue también vigente.

Es también el Catecismo de la Iglesia Católica quien en el tema de las tentaciones en la oración, también nos advierte para nuestro bien: ‘Otra tentación a la que abre la puerta la presunción, es la acedía. Los Padres espirituales entienden por ella una forma de aspereza o desabrimiento debidos a la pereza, al relajamiento de la ascesis, al descuido de la vigilancia, a la negligencia del corazón. “El espíritu está pronto pero la carne es débil”. (Mt. 26, 41)’. (C.I.C. 2733).

Y esto es grave. Ya sé que nadie, o muy pocos, no desean hablar de la muerte, pero está ahí. Nadie la puede evitar y cada uno tenemos nuestro propio momento. Eso significa que cuando estemos en presencia de Dios, que ya no habrá engaños ni razonamientos falsos, veremos nuestra vida, nuestras acciones y omisiones, pero…ya no habrá vuelta atrás. Como dijo San Juan de la Cruz, “En el atardecer de la vida, seremos juzgados sobre el amor”.

Así las cosas, todos deberemos plantearnos nuestra situación personal en cuanto a la acedía se refiere y, entre otras cosas, tener en cuanta los efectos perniciosos que pueda tener para cada uno. Por ejemplo, si una de las cosas a tener en cuenta en este tipo de pereza espiritual es que alguien reconoce que va por un camino equivocado, que se desespere y eso le haga ver una falsa solución como es el ‘ya no hay nada que hacer’. Esa especie de desesperación le impediría ser objetivo y pensar en la Paternidad de Dios para cada persona, ya que Dios no desea la muerte o pérdida del pecador, sino su conversión y restablecimiento de las relaciones mutuas entre Él y la persona que sea.

‘Venid y discutamos –dice el Señor-, aunque vuestros pecados sean como escarlata, blanquearán como la nieve; aunque sean rojos como púrpura, quedarán como la lana’. (Is. 1, 18). Pero no se queda ahí. Más adelante todavía clarifica más su misericordia con el pecador: ‘Soy yo, y sólo yo, quien por mi cuenta borro tus culpas, y dejo de recordar tus pecados’. (Is. 43, 25).

Pero es que después, cuando Jesucristo comienza su predicación, rompe los esquemas de muchas personas de su tiempo enseñándoles a llamar ‘PADRE’ a Yavéh. Y Él mismo, en su agonía en Getsemaní, es el primero en esos momentos crudos y trascendentes, ante lo que se le viene encima, clama con toda su ternura y confianza de Hombre: ‘¡Abba, Padre! Todo te es posible. Aparta de mí esta copa de amargura. Pero no se haga como yo quiero, sino como quieres tú’. (Mc. 14, 36).

AGONÍA EN GETSEMANÍ.-ANDREA MANTEGNA.-RENACIMIENTO

Una vez vencida la muerte y Él resucitado y glorioso, casi a punto de volver a su Reino, no quiso dejarnos abandonados. No era su estilo. Se apareció a sus discípulos y les encargó una misión fundamental, que tiene mucho que ver con nosotros. ‘Sopló sobre ellos y les dijo: Recibid el Espíritu Santo. A quienes les perdonéis los pecados, Dios se los perdonará; y a quienes se los retengáis, Dios se los retendrá’. (Jn. 20, 22-23). Esa es la gran solución para nosotros, pecadores de todos los tiempos: el Sacramento de la Reconciliación. Ahí cobra sentido de actualidad la cita anterior de Isaías 1, 18.

Ahora, tal vez más que nunca, ante los tiempos que estamos viviendo, es necesaria la oración de intercesión por la Humanidad. No tiene sentido la acedía, la pereza espiritual para dirigirnos a nuestro Padre Celestial, como hizo Abraham en su día ante Sodoma (Gen. 18, 16-33), porque a poco que nos fijemos en los signos de los tiempos, cuanto está pasando en el mundo ¿podríamos interpretarlos como avisos de Dios para que nos espabilemos y nos reconciliemos con Él quienes lo necesiten? Con echar un vistazo al Apocalipsis de San Juan debiera ser más que suficiente, ¿no les parece?

ABRAHAM INTERCEDIENDO POR SODOMA

¿Casos de acedía en la Sagrada Escritura? ¡Claro que los hay! Cuando María, la hermana de Marta y de Lázaro, ‘se presentó con un frasco de perfume muy caro, casi medio litro de nardo puro y ungió con él los pies de Jesús’, Judas Iscariote, uno de los discípulos, el que lo iba a traicionar, protestó diciendo: ¿Por qué no se vendió este perfume en trescientos denarios para repartirlo entre los pobres?’ (Jn. 12, 1-8). Realmente a Judas no le importaban los pobres, según se desprende de lo que sigue en el relato evangélico. En él hace acto de presencia su acedía, su fastidio y enfado por el gesto de amor de María hacia el Maestro y probablemente que no pudiese manejar él ese dinero.

En el A.T. también existen casos, por ejemplo el de Esaú despreciando, o al menos, menospreciando los derechos de la primogenitura. (Gén. 25, 29-34). He puesto solamente dos casos para no alargarme demasiado, pero existen más, y en todos ellos se presenta la acedía como oposición a la caridad o al amor a Dios.

ESAÚ VENDE SU PRIMOGENITURA A JACOB.-HENDRICK TER BRUGGHEN.-S. XVII

Realmente es triste contemplar cuántos cristianos (al menos están bautizados), en lo referente a sus deberes con Jesucristo y la Iglesia que fundó para nuestro bien, ignoran la existencia de unas prácticas cristianas, de un Decálogo en que se encierra una Ley Moral que todos llevamos impresa en nuestro interior, la necesidad de comunicación con el Supremo Hacedor a través de la oración, de la meditación de la Lectio Divina,…

Y en muchas ocasiones consideran que todo eso es una pérdida de tiempo que no lleva a ninguna parte. Pero cuando tienen una necesidad, un problema, una enfermedad por ejemplo, acuden a Él y se atreven a pedirle cosas a cambio de otras: ‘Si Tú me solucionas esto yo a cambio te prometo …, o daré limosna a …’ Por favor. Seamos serios. Con Dios no se juega. Él nos quiere muchísimo más que todo eso y si nos conviene nos lo da gratuitamente. Solamente nos pide que le queramos. Que le tengamos en cuenta.

¿Cuánta soledad podrá encontrar Jesús en el Sagrario sin que nadie acuda a visitarle? ¿Cuántas personas acuden a la Misa dominical y no se molestan en una mínima genuflexión ante el Sagrario o en arrodillarse en el momento de la Consagración? ¡Y es el momento clave en que la Palabra con la que se creó el universo, la Persona que murió tras amarga y cruenta Pasión para resucitar después, se hace presente realmente ante nosotros! ¿Ignorancia? ¿Desidia? ¿Pereza? No sé, pero como mínimo, pienso que es una falta de consideración con el Señor.


Pienso que eso no le gustará nada en absoluto a Dios. Y hay que buscar un remedio a esas actitudes. Un modo de vencerlas. Y ese remedio es una virtud llamada diligencia. De ella hablaremos la próxima entrada y pondremos punto final a este tema.

Que Jesucristo, realmente presente en todos los Sagrarios del mundo, y su excelsa Madre Ntra. Sra.de Einsiedeln, nos guarden y bendigan.


miércoles, 7 de marzo de 2012

La pereza (I)

OCIOSIDAD Y VIDA DISIPADA.-WILLIAM HOGARTH.-S. XVIII

Todos estamos acostumbrados a oír hablar de la pereza. Incluso es posible que en algunas ocasiones nos hayamos encontrado con un estado de ánimo en el no teníamos un ápice de ganas para hacer algo que debíamos. Y nos sentábamos tranquilamente esperando un no sé qué.

Hasta que en ese marco de ociosidad abúlica oíamos, sin pretenderlo, una vocecita interior a la que llamamos conciencia, que nos lo ponía muy crudo: ‘Muchacho, muchacha, ¡qué bien estás!, ¿verdad? Pero ¿y ese trabajo que te está esperando? ¿Y ese tema que debes estudiar y prepararlo como tú sabes que puedes y DEBES hacer? ¡Venga! ¡Arriba! ¡Levántate y sacude esa pereza que te está dominando! ¡Demuestra que tú puedes más que tu pereza!’.

Y sí. A veces (otras no, y eso entra dentro de nuestra condición humana), le hacemos caso. Sacudimos esa galbana que amodorra nuestro espíritu, nuestra capacidad de respuesta ante el deber y nos ponemos mano a la obra.

Si esto nos pasa en ocasiones aisladas y no hacemos caso de esa tendencia, no pasa nada porque estaríamos en el campo de la tentación y mientras no caigamos en ella debemos estar tranquilos. Pero si esto se presenta con frecuencia y nos dejamos llevar de esa tendencia a la holgazanería, hasta el extremo de entorpecer nuestra actividad habitual, llegando incluso a perjudicar a otras personas por nuestra pasividad, podríamos llegar al pecado. Incluso al mortal, porque estaríamos faltando a la caridad.

Es obvio que en nuestro quehacer cotidiano pueden presentarse las mil y una situaciones que nos pueden invitar a la dejadez, negligencia, desidia, desinterés, flojedad de espíritu o llamémosle como queramos, pero que en definitiva no beneficia absolutamente en nada nuestra vida cristiana. Y, en definitiva, es ésta la que nos debe preocupar.

LA PEREZA.-JACOB MATHAM.-S. XVI - XVII

Pero ¿qué es ser perezoso? Bueno. Estoy seguro que cada uno de ustedes daría una definición y, además, certera, porque todos conocemos algún que otro caso. El Libro de los Proverbios nos hace una fotografía muy clara de los resultados de la vida del perezoso: ‘Pasé junto al campo del perezoso y junto a la viña del insensato. Y todo eran cardos y ortigas que cubrían su suelo, la cerca de piedra estaba derruida. Al ver aquello me puse a pensar; contemplé y saqué esta lección: duermes un rato, un rato te amodorras, cruzas los brazos y a descansar; y te viene la miseria como un ladrón, y la indigencia como un salteador’. (Prov. 24, 30-34).

Ciertamente que todos tenemos unas obligaciones inherentes a nuestro ‘ser humano’. Como componentes de una sociedad, de una familia, de una profesión y de cada una de las facetas de nuestra existencia, tenemos unos deberes, unos derechos, unas obligaciones que nos comprometen a desarrollarlos y además lo mejor que podamos y sepamos.

Dentro de estos aspectos nos tropezamos con que debemos estar al día en todas las facetas del campo en el que nos desarrollemos, y eso implica bien la realización de cursos posgrado o de perfeccionamiento, bien la lectura de libros o artículos de revistas especializadas en la materia en la que trabajemos.

LA PEREZA.-EL BOSCO.-GÓTICO

Esto parece lógico en el ambiente profesional, pero es que en la familia, por ejemplo, también cabe decir lo mismo, porque para educar unos hijos, para el trato con el cónyuge respectivo, ¿seguro que lo sabemos todo? ¿Todo lo conocemos y lo aplicamos? Y si nos referimos desde el punto de vista cristiano que es el que mayor nos compromete a nosotros, entramos en el aspecto de la profundización en la fe personal como respuesta a lo que Dios espera de nosotros como ejemplos vivos para otras personas, a pesar de los defectos y fallos que podamos tener, ya que en definitiva es la trayectoria de la vida lo realmente importante.

Fallos, incluso pecados, todos tenemos porque no somos ángeles precisamente y si como dice el Libro de los Proverbios ‘el justo, aunque siete veces caiga, se levanta otras tantas’ (Prov. 24, 16), está claro que lo importante es levantarse. Y en eso se suelen fijar mucho las personas de nuestros ambientes.

PEREGRINO A LA PUERTA DE LA OCIOSIDAD.-
EDWARD BURNE JONES.-PRERRAFAELISMO

¿A dónde voy a parar? A que todos debemos ‘ser perfectos como nuestro Padre Celestial’ (Mt. 5, 48) en todos los aspectos personales y conseguirlo nos puede suponer algún sacrificio o renunciar a algo. Y no siempre estamos dispuestos. Cuando renunciamos a nuestro deber en lo que compete a la sociedad que pertenecemos, a lo concerniente a nuestro trabajo o familia, como anteriormente citaba, podemos entrar en el campo de la pereza. Y ese ya es un terreno peligroso, pues según el grado de nuestra inhibición, podríamos caer en la levedad o gravedad de ese pecado capital.

Pero es que caer en la pereza puede conllevar la aparición de unos efectos secundarios. Como una especie de efectos que podrían aparecer y complicar aún más nuestra vida cristiana. Por ejemplo, la ociosidad, que impele a huir de todo lo que suponga trabajo, esfuerzo y sacrificio. Solamente se siente apego y cariño por la comodidad, que en principio está bien, pero no lo es todo.

También puede impulsar a que nuestras conversaciones deriven al terreno del chismorreo, a querer enterarnos de la vida y milagros de otras personas, incluso dando la opinión de lo que ‘TIENEN que hacer y de cómo TIENEN que hacerlo’, como si fuesen sabios perfectos. ¿No estarían faltando (o pecando) contra la caridad?

¿Qué decir de esas personas que por una personalidad lacia, débil, tienen frecuentes variaciones de carácter que les llevan a querer hacer alguna cosa, a emprender un proyecto, para después abandonarlo al aparecer los primeros problemas o dificultades que toda obra conlleva, por su falta de decisión o pereza para buscar las posibles soluciones que puedan existir? Pero claro, eso supone trabajo, dedicación, esfuerzo, competencia, valentía y decisión,…a lo que les cuesta llevar lo mejor de sí mismos, de nuestros valores humanos y cristianos de los que todos somos portadores para ponerlo al servicio de la empresa.

Ante el esfuerzo que debe hacerse ante cualquier trabajo se impone la holgazanería o la negligencia que vienen a estropear la conducta de cualquier persona. ‘Otro extremo contrario es el de los regalados, que, so color de discreción, hurtan el cuerpo a los trabajos, el cual, aunque en todo género de personas es muy dañoso, mucho más lo es en los que comienzan, porque (…) siendo aún nuevo y mozo comienza a tratarse y regalarse como viejo’. (SAN PEDRO DE ALCÁNTARA. Tratado de la oración y meditación). También tiene mucho tino y conocimiento de este tipo de personas, ¿no?

Me parece que todos estaremos de acuerdo en que la vida que tenemos y desarrollamos exige un esfuerzo diario y una capacidad de superación permanente ante cualquier circunstancia u ocasión para actuar según proceda en cada caso.

JOVEN DECADENTE.-
RAMÓN CASAS.-MODERNISMO

Tendremos que analizar, razonar lo más conveniente para inmediatamente poner manos a la obra sin dejar espacio a la molicie. Si no se es capaz de asumir este reto, este costo de nuestro trabajo, si voluntariamente dejamos de conocer el camino a seguir para conseguir llegar a la meta que en teoría se busca, acaso estaríamos transformando la vida en un vacío que sin darnos cuenta nos podría impulsar a una angustia que ahogaría nuestras expectativas.

¿Y en la vida espiritual? También. También se da. En muchísimas ocasiones estamos tan embebidos en nuestros quehaceres mundanos que apenas nos damos cuenta que nuestra relación con Dios está ausente o ínfimamente valorada. ‘Es que Dios nada tiene que ver con este asunto que estoy llevando’, dirían algunas personas. Pero San Pablo tiene la respuesta precisa: ‘Ya comáis, ya bebáis o ya hagáis alguna cosa, hacedlo todo para gloria de Dios’. (I Cor. 10, 31). Eso, para el cristiano, es irrefutable.

Soy de la opinión de que San Juan de la Cruz se refiere a esto cuando dice: ‘El alma que ama a Dios de veras no deja por pereza de hacer lo que puede para encontrar al Hijo de Dios, su Amado. Y después que ha hecho todo lo que puede, no se queda satisfecha y piensa que no ha hecho nada’. (Cántico Espiritual).

INCUNABLE DEL CÁNTICO ESPIRITUAL

Es que un cristiano que desee esa unión íntima con el Creador, siempre le parece poco cuanto haga para hacer Su voluntad. Y en ese sentido la pereza no tiene cabida en nuestra relación con Él.

Toda nuestra existencia debe estar envuelta en la relación con nuestro Creador. Él nos ha dado unos talentos, unos dones, unos carismas, con los que desarrollamos nuestra actividad personal y con ellos debemos aprovechar nuestra actividad, del tipo que sea, para mayor gloria Suya y para que su Reino se haga presente a través de nosotros con nuestro propio testimonio. Con palabras, también, pero cuando sean necesarias. Nuestra vida y actuaciones diversas deben ser espejos a través de los cuales reflejemos el rostro de Dios.

¿Recuerdan la actitud del siervo miedoso y pusilánime cuando rinde cuentas a su señor del talento que le encomendó? San Mateo nos dice la respuesta de su señor cuando le pide cuentas:

PARÁBOLA DE LOS TALENTOS.-LUCAS VAN DOETECHUM.-S. XVI

‘Respondióle su amo: Siervo malo y haragán. Con que sabías que yo quiero cosechar donde no sembré y recoger donde no esparcí? Pues debías haber entregado mi dinero a los banqueros para que a mi vuelta recibiese lo mío con los intereses. Quitadle el talento y dádselo al que tiene diez, porque al que tiene, se le dará y abundará; pero a quien no tiene aun lo que tiene se le quitará y a ese siervo inútil echadle a las tinieblas exteriores; allí habrá llanto y crujir de dientes’. (Mt. 25, 26-30).

San Beda el Venerable, Doctor de la Iglesia del siglo VIII, dice en este sentido: ‘Colocar el talento en un sudario es lo mismo que sepultar lo dones recibidos bajo la capa de la pereza’. (Catena Áurea).

De momento vamos a dejar aquí el tema porque la próxima entrada seguiré con éste, apenas iniciado, que tiene mucho que ver con otro tipo de pereza: la espiritual.
Que Jesús, para cuya vivencia de su Pasión y muerte nos estamos preparando en este tiempo de Cuaresma, y nuestra Señora de los Ángeles nos bendigan