sábado, 19 de mayo de 2012

El Credo (II)

ICONO CONMEMORATIVO DEL PRIMER CONCILIO DE NICEA
Efectivamente, vamos a seguir profundizando en este tema. Pensando en él me planteé otra cuestión. Para cualquiera de nosotros puede ser fácil orar o recitar el Credo, pero, ¿siempre ha existido esa oración? Tenemos claro que el ‘Padre nuestro’  nos lo enseñó el mismo Jesucristo, (‘Así, pues, habéis de orar: Padre nuestro, que estás en los cielos,…’ Mt. 6, 9-13 y Lc. 11, 2-4), pero, ¿y el Credo? Personalmente tengo claro que si la Santísima Trinidad es el eje, el ‘leit motiv’ de su contenido, es ahí por donde se debe buscar su origen.

Jesucristo nos mostró al Padre (Felipe, uno de los doce apóstoles, dirigiéndose a Cristo, le dijo: «Señor, muéstranos al Padre y nos basta»; Jesús le respondió: «¿Tanto tiempo hace que estoy con vosotros y no me habéis conocido? El que me ha visto a mí ha visto al Padre». Jn. 14, 8-9) y dejó muy claro: Pero os digo la verdad: os conviene que yo me vaya. Porque si no me fuere, el Abogado no vendrá a vosotros; pero si me fuere os lo enviaré’. (Jn. 16, 7), con lo cual manifiesta la Trinidad de Dios en su Unicidad.

Luego el Credo, siendo el resumen de las principales verdades que debemos creer, había que buscar una forma breve, verdadera, real para que los cristianos la pudieran manifestar, tanto los catecúmenos que se preparaban para recibir el Bautismo en la Iglesia primitiva como la generalidad de los cristianos para manifestar aquello en lo que creían, guardando fidelidad a las enseñanzas del Redentor.

Eso quiere decir que si Él es la Palabra, el Logos, las verdades que contiene están  reveladas por el mismo Dios. Los apóstoles elaboraron la redacción de esta oración y se escribió bajo la inspiración del Espíritu Santo, de la misma manera que quienes escribieron los textos del Antiguo Testamento fueron los instrumentos, ya que el Autor verdadero era y es el mismo Dios.

Así nació el primer Credo, llamado ‘símbolo de los Apóstoles’, porque es lógico pensar que fue en su tiempo cuando se elaboró y ellos, según lo que habían visto y oído a su Maestro, revisarían su redacción contenido de manera que coincidiese con lo que Jesús les enseñó, si bien al principio sería más breve.

Así ha llegado hasta nosotros sin cambiar lo fundamental de su contenido. Otra cosa es la redacción que se le ha venido dando a lo largo de los siglos transcurridos, el enriquecimiento que se le ha dado al desarrollar alguna de sus partes.

CONCILIO DE NICEA.-EL HEREJE ARRIO YACE EN UNA FOSA
 Por ejemplo. En el siglo IV, un presbítero de Alejandría llamado Arrio se enfrentó a su obispo diciendo que Jesucristo no era Dios mismo porque era una creación de Dios, lo cual era a todas luces una herejía, conocida como ‘arrianismo’. Hubo que dar una respuesta y el Magisterio de la Iglesia se manifestó en el Concilio Universal reunido en la ciudad de Nicea, en el Asia Menor (hoy llamada Iznik, en la actual Turquía), y en el cual se definió la doctrina de la consustancialidad y se condenaba la mencionada herejía.
 
Joseph Ratzinger, actualmente nuestro Santo Padre Benedicto XVI, escribió al principio de su libro La Eucaristía centro de la vida’: ‘El Credo niceno es, como todos los grandes Símbolos de la fe en la antigua Iglesia, desde sus propios cimientos una confesión del Dios trinitario. Su contenido esencial es una afirmación del Dios vivo como Señor nuestro, del cual procede nuestra vida y hacia el cual ella misma revierte’. (Capítulo primero: ‘Dios está con nosotros y entre nosotros’

En este Concilio se hizo profesión expresa de fe en la divinidad del Salvador quedando así redactado: ‘Creo en un solo Señor Jesucristo, Hijo único de Dios, nacido del Padre antes de todos los siglos: Dios de Dios, Luz de Luz, Dios verdadero de Dios verdadero. Engendrado, no creado: de la misma naturaleza que el Padre, …’. ¿Les suena de algo esta redacción? Pues así es. En la Misa se reza muchísimas veces el Credo con esta forma del Concilio de Nicea, adaptada a los giros lingüísticos de la actualidad.

No es éste el único caso. No olvidemos que la Iglesia ha ido formándose con el paso de los años y según las circunstancias lo aconsejaban o se creía conveniente, se daban orientaciones o normas en las que se hacía presente la Iglesia, Madre y Maestra, como dijo el recordado Papa Juan XXIII, y como puede comprobarse en la Historia de la Iglesia.
  Primer Concilio de Constantinopla.- Iglesia de Stavropoleos.-Bucarest, Rumania
Unos años después de Nicea, un tal Macedonio de Constantinopla, negaba que el Espíritu Santo fuese Dios como el Padre y el Hijo. También hubo que pararle los pies y aclarar las cosas. Esta vez fue la ciudad de Constantinopla la que acogió el siguiente Concilio Universal. En él se reafirmó el Credo niceno y se introdujo en esta oración la consustancialidad del Espíritu Santo con el Padre y con el Hijo, con estas palabras referidas al Paráclito: ‘Señor y vivificador; que procede del Padre y del Hijo; que con el Padre y el Hijo juntamente es adorado y conglorificado’.
  
Llegamos a un momento en el que creo conveniente, si no necesario, ver una cosa fundamental desde mi punto de vista. Verán ustedes.

Supongo que ya se habrán dado cuenta que cada cosa que escribo tiene una fundamentación bíblica. Y no puede ser menos. Si el protagonista de ambos blogs es Jesucristo, Hijo Único de Dios, que es la Palabra, el Logos, hay que fundamentarse en Él.

El tema que nos ocupa (que tendrá varias entradas, Dios mediante), el CREDO, no podía ni debía ser menos, claro. Y puse manos a la obra para buscar textos bíblicos, especialmente en el Nuevo Testamento, que apoyasen cuanto dice su contenido. También he consultado diversos autores que en algunos casos me han marcado una pauta o guía a seguir y de los que he aprendido muchas cosas. No en vano tienen unos conocimientos bastante más profundos que los míos.

Sí. Por muchos años que tengamos, por mucho bagaje cultural, religioso, espiritual que tengamos, siempre hay que estar abiertos al aprendizaje de cualquier cosa, especialmente si nos sirve para nuestro progreso como cristianos.

Además. Si tenemos en cuenta que estamos tratando con temas referidos a la Santísima Trinidad, los conocimientos son inabarcables, como inabarcable es Dios. No obstante, Él se deja descubrir por nosotros, especialmente cuando vamos con un corazón puro, un alma limpia y la sencillez  de la humildad de María, la Madre.

Es curioso, pero como decíamos anteriormente, la primera palabra que tiene, CREO, tiene una relación directísima con la Fe. Nos fiamos de Dios que se manifiesta a lo largo de la Historia y se hace Historia en cada uno de nosotros al hacernos sus colaboradores, sus instrumentos, en lo que quiere y cuando quiere, siempre que somos capaces de abrirnos a cumplir su voluntad poniéndonos incondicionalmente a su disposición. Sin reservas ni condiciones. 

Abraham, nuestro padre en la fe, así lo hizo. Moisés, adalid de Yavéh para sacar de la esclavitud a su pueblo de la tiranía del Faraón, también lo hizo así. Jesús de Nazaret también se puso a disposición del Padre para nuestra Redención y sacarnos de la esclavitud del pecado.

ALEGORÍA DE LA FE.-TIZIANO.-RENACIMIENTO
 Cuando empezamos a decir ‘creo’ ponemos nuestra fe en que cuanto dice es doctrina revelada por Dios y el CREDO, por tanto, es infalible. Aceptamos que todo cuanto dice es cierto y eso significa que nos ponemos a disposición de Dios al cual aceptamos en nuestra vida, aunque jamás le hayamos visto con nuestros ojos carnales. (‘Nadie conoce al Hijo, sino el Padre, y al Padre no lo conoce nadie más que el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar’.-Mt. 11, 27). Aunque con los ojos de fe lo tengamos presente y lo hagamos el eje y motor de nuestra existencia.

Jesucristo ya nos plantea este tema a través de San Juan: ‘No os inquietéis. Confiad en Dios y confiad también en mí’. (Jn. 14, 1). A estas alturas, en pleno siglo XXI, ya tenemos elementos de juicio más que suficientes para creer en Jesús de Nazaret, vencedor absoluto de la muerte y Señor de la Vida.

San Pablo insiste en este punto en su carta a los cristianos de Roma: ‘En definitiva, ¿qué dice la Escritura? Que la palabra está cerca de ti; en tu boca y en tu corazón. Pues bien. Esta es la palabra que nosotros anunciamos. Porque si proclamas con tu boca que Jesús es el Señor y crees con tu corazón que Dios lo ha resucitado de entre los muertos, te salvarás. En efecto. Cuando se cree con el corazón actúa la fuerza salvadora de Dios, y cuando se proclama con la boca se alcanza la salvación. Pues dice la Escritura: Quienquiera que ponga en Él su confianza no quedará defraudado’. (Rom. 10, 8-11).

Cada uno podrá pensar lo que quiera, pero si no nos queremos ‘defraudar’, como dice el apóstol, hemos de asumir el contenido del Credo de forma plena, vital, absoluta y hacerlo Vida en nuestra vida.

Esta oración o manifestación básica de nuestra fe continúa desarrollando las Verdades (así, con mayúscula), centrándolas en las Personas Trinitarias.

BODAS DEL CORDERO.-APOCALIPSIS
 En primer lugar manifiesta nuestra creencia en el Padre: CREO EN DIOS PADRE TODOPODEROSO. Y lo hace de una manera personal: CREO, porque soy yo desde mi interior, desde mi corazón, desde mi fe, quien confiesa que Dios es realmente mi Padre y que asumo cuanto digo como cosa propia dentro de mi filiación como cristiano, como dice Pedro: ‘…que vuestra fe y vuestra esperanza descansan en Dios’. (1 Pe. 1, 21). Y San Juan también nos dice: ‘Oí luego algo así como la voz de una inmensa muchedumbre, como la voz de aguas caudalosas, como la voz de truenos fragorosos. Y decían: ¡Aleluya! El Señor Dios nuestro, el todopoderoso, ha comenzado a reinar. Alegrémonos, regocijémonos y démosle gloria, porque han llegado las bodas del Cordero. Está engalanada la esposa, vestida de lino puro, brillante. El lino que representa las buenas acciones de los creyentes’ (Ap. 19, 6-8).

No tiene, pues, ningún sentido que cuando en una ceremonia religiosa el sacerdote pregunta a la Asamblea ‘Creéis en Dios Padre Todopoderoso…’, se responda ‘Sí, creeMOS’., porque yo puedo decir y manifestar lo que yo creo, pero lo que otros creen, aun sabiendo que todos somos cristianos, es cosa personal de cada uno.  San Juan pone la rúbrica cuando dice: ‘Y la vida eterna consiste en esto: en que te conozcan a ti el único Dios verdadero, y a Jesucristo tu enviado’. (Jn. 17, 3).
                                                                                                                                                                                                                                                             Dando un paso más, empezamos a desgranar todo aquello que a lo largo de los siglos ha dado lugar a esta síntesis de nuestras creencias.

Y el primer lugar es para el Padre. ¿Alguien se habrá parado a pensar en lo que encierran esas doce primeras palabras? Sí. Una docenita, pero ¡cuánto valor encierra su contenido! Decimos que creemos en Él y lo demostramos manifestando que es el Autor de todo, del cielo y de la tierra, como Señor, Padre y Origen de cuanto abarca el Universo. ‘Al principio creó Dios el cielo y la tierra’. (Gen. 1, 1). Él, con su sabiduría y Amor, nos ha puesto a nosotros, el género humano, como destinatarios de su obra creadora, dándonos con ello la mayor dignidad con que jamás nos hubiésemos atrevido a soñar, dotándonos de inteligencia, voluntad y libertad. ¿Somos plenamente conscientes de lo que estamos diciendo?

Decir que ‘creemos en Dios Padre Todopoderoso, creador del cielo y de la tierra’, equivale a decir que aceptamos, asumimos y proclamamos su perfección infinita, su justicia infinita, su santidad infinita. Su eternidad e inmutabilidad infinitas. Es ser conscientes de que aceptamos al Padre tal como es, con su Omnisciencia, Omnipresencia y Omnipotencia, aunque nosotros, pobres mortales, no podamos llegar a lo más mínimo de la realidad de su Ser. Otra cosa es que, como veremos al final, cuando estemos en su Reino por un acto de su infinita misericordia, podamos contemplarle cara a cara y adorarle con absoluta perfección, superada ya nuestras barreras humanas de este mundo en que estamos viviendo.

SANTÍSIMA TRINIDAD.-BECCAFUMI.-MANIERISMO
Esa es la razón de tributarle el culto de Latría, debido únicamente a Dios, Uno y Trino, como iremos viendo.

Desde los albores del cristianismo, una jovencísima Iglesia ya decía (y nos sigue diciendo) referido a Dios: ‘Cristo estaba presente en la mente de Dios antes de que el mundo fuese creado, y se ha manifestado al final de los tiempos para vuestro bien, para que por medio de él creáis en el Dios que lo resucitó de entre los muertos y lo colmó de gloria. De esa forma, vuestra fe y vuestra esperanza descansan en Dios’. (1 Pe. 1, 20-21).

San Juan también nos muestra la alabanza a Dios en el mundo futuro que todos esperamos, gozando de la presencia de Dios: ‘Oí algo así como la voz de una inmensa muchedumbre, como la voz de aguas caudalosas, como la voz de truenos fragorosos. Y decían: - ¡Aleluya! El Señor Dios nuestro, el todopoderoso, ha comenzado a reinar. Alegrémonos, regocijémonos y démosle gloria, porque han llegado las bodas del Cordero’. (Ap. 19, 6-7).

A través de las visiones que Dios concedió a Juan, hay una invitación a la adoración al Santo de los Santos dirigida a las personas de todos los tiempos y edades. Así nos dice de nuevo: ‘Vi también algo semejante a un mar, mezcla de fuego y de cristal; sobre este mar de cristal estaban, con las cítaras que Dios les había dado, los vencedores de la bestia, de su estatua y de su nombre cifrado. Cantaban el cántico de Moisés, siervo de Dios, y el cántico del Cordero, diciendo: -Grandes y maravillosas son tus obras, Señor, Dios todopoderoso; justo y fiel tu proceder, rey de las naciones. ¿Cómo no respetarte, Señor? ¿Cómo no glorificarte? Sólo tú eres santo, y todas las naciones vendrán a postrarse ante ti, porque se han hecho patentes tus designios de salvación’. (Ap. 15, 2-4).

Si aquí, cuando tenemos las ideas claras y nuestro corazón está despierto, somos capaces de mantener esos momentos de oración contemplativa en los que Él entra en nosotros, hace morada en nosotros, y llena nuestro ser con su presencia inundando de felicidad y agradecimiento nuestra adoración, ¿qué será cuando lo que hacemos aquí sea ante Él mismo y nuestra oración y adoración sean perfectas? Todo esto es lo que estamos manifestando diciendo que creemos en Dios Padre Todopoderoso, porque ‘ahora vemos por medio de un espejo y oscuramente; entonces veremos cara a cara. Ahora conozco imperfectamente, entonces conoceré como Dios mismo me conoce’. (1 Cor. 13, 12). ‘Y es que lo invisible de Dios, su eterno poder y su divinidad se ha hecho visible desde la creación del mundo a través de las cosas creadas’. (Rom. 1, 20).



Que Dios nuestro Padre y Nuestra Señora la Virgen de Copacabana nos bendigan.

martes, 1 de mayo de 2012

El Credo (I)

SANTÍSIMA TRINIDAD.-ALBERTO DURERO.-RENACIMIENTO


Bueno. Tengo que cambiar el chip. Los pecados capitales, llamados también mortales, como vimos, ya han sido tratados. Los siete. Y también las virtudes que se oponen o con las que se combate cada uno de ellos. Ahora hay que buscar otro tema. Me he puesto a reflexionar para elegir uno de los varios que veía. Al final me he decidido por este del título de la entrada: El Credo.

Pero antes debo decirles algo. El sistema de publicación de las entradas al blog ha cambiado y todavía no estoy familiarizado con el mismo. Esto se consigue, básicamente, con la práctica. Les ruego que si hay algún fallo me disculpen. Otra vez saldrá mejor. Muchas gracias.

Volviendo al tema que nos ocupa. ¿Por qué precisamente éste y no otro? Pues miren ustedes…Basta con otear el panorama que se ofrece  a nuestros ojos sobre las actitudes de muchos cristianos, demasiados y quizá excesivos, que no tienen clara su relación con Dios y con la Iglesia. Al menos con la profundidad, responsabilidad y compromiso que se debe tener según la edad y madurez religiosa que tenga cada uno, ya que, como tantísimas veces he oído comentar, incluso a sacerdotes, hay cristianos que continúan con una fe de la Primera Comunión y no se han preocupado en profundizar más en ella.

Algunas veces, al finalizar la Eucaristía dominical, suelo ir a saludar a algunos conocidos o amigos que me encuentro en el templo, a interesarme por ellos, por su familia,…Pero en una de esas ocasiones me ocurrió una anécdota que no me resisto a contársela. Tras las preguntas sobre las familias respectivas, se me ocurrió preguntarles, ya que no vivían en la localidad donde resido: ‘¿Cómo es que hoy os veo en esta iglesia?’  Y uno de ellos me respondió: ‘Pues ya lo ves. Hemos venido a cumplir con la Parroquia’.

Sinceramente. Hay ocasiones en las que una frase puede dar pie a una reflexión. Y personalmente les puedo asegurar que estuve rumiando aquella frase extrapolándola a otros cristianos en general. Pensé: ¿Solamente se ha ‘cumplido’ con la Parroquia? El hecho del ‘cumplimiento’, ¿puede hacer referencia al ‘cumplo y miento’?

Vino luego una especie de reacción contra mí mismo.: No seas retorcido. ¿Por qué tienes que pensar así? ¿Dónde tienes archivado el capítulo 13 de tu amigo Pablo, el que escribió por primera vez a los fieles de Corinto dándoles unas pautas de la caridad tan hermosas?¿No tendrías que pensar en aplicártela?’ Y es cierto. En ocasiones nos pasamos un poco en nuestras apreciaciones, pero inmediatamente vino otra cuestión: ‘¿Cómo es que cumple con Parroquia? ¿Es que tras cualquier Parroquia no hay Nadie con Quien realmente hay que cumplir y, además, a tope?

Y si a estas personas, o a cualquier cristiano en general que suele asistir los domingos a nuestros templos, les preguntásemos: ‘Oiga, ¿por qué asiste usted a la Misa? ¿Cuáles son sus motivos de credibilidad, su razón de creer, como cristiano?’ ¿Qué nos contestaría? Eso en caso de que nos contestase algo, porque entra dentro de lo posible que nos pusiera cara de tablero de ajedrez y pensara en su interior: ‘Pero ¿qué me está diciendo este hombre’?

Pues sí, amigos. Esta es la razón por la que he elegido hablar del Credo. Qué osadía, ¿verdad? Pienso que mi atrevimiento es grande, pero confío ciegamente en el Espíritu Divino que alienta la vida de la Iglesia y que, como parte de ella que soy y somos todos en virtud de nuestro Bautismo, nos ayuda en nuestra tarea de extender el Reino de Dios en este planeta que nos ha tocado vivir.

Habría que partir de la base de que si esa supuesta persona que antes he mencionado, a la que le preguntábamos por sus motivos de credibilidad, ha crecido en la fe a la par que en edad y en madurez humanas, al hacerle la pregunta citada nos hubiera respondido con aplomo y seguridad: ‘Rece usted el Credo y conocerá por qué estoy aquí en este momento y cuáles son mis motivos de credibilidad por los que me preguntaba’. ¡Caramba! ¿Cómo nos hubiésemos quedado nosotros? Cabe también en lo posible que los que se quedasen con cara de tablero ajedrezado fuésemos nosotros, porque hay pocos cristianos que hablen gallardamente de su cristianismo. Si habíamos ido por lana al hacerle la pregunta, probablemente saldríamos trasquilados al oír esa respuesta.

Sí, señor. Así es. El Credo que rezamos no es otra cosa que una manifestación, una proclamación de las principales verdades de nuestra fe. Es aquello en lo que creemos en síntesis y lo manifestamos.

En él están contenidas  las verdades básicas de nuestra Religión católica en un resumen. Y precisamente porque creemos y manifestamos  lo que dice esta oración, es por lo que se ha venido en llamarla CREDO, ya que la primera palabra que empleamos al rezarla, es ésa: CREO.

Analizando pausadamente lo que decimos cuando lo rezamos, podemos ir cayendo en la cuenta la importancia que tiene Dios en nuestra vida, y a medida que pensamos en la segunda parte del Credo, la que hace referencia a Jesucristo, Dios y Hombre verdadero, también caemos en la cuenta, además de la entrega voluntaria y del sacrificio Redentor, del enorme, del infinito Amor del Padre que para rescatarnos del pecado, de las garras de Satán, no dudó en enviarnos a su Hijo para cumplir esa misión, con tal de que su obra mimada y última de su Creación, no se perdiera.

Acabo de mencionar la ‘segunda parte del Credo’ y eso me da pie para anotar, aunque estoy seguro que ustedes ya lo saben, que esta oración tiene tres partes.

En la primera se hace mención de la Primera Persona de la Santísima Trinidad, el Padre, así como de su obra creadora.



En la segunda nos referimos a la Segunda Persona de la Trinidad y su labor redentora con el género humano, relatando brevísimamente su historia desde su Concepción hasta su Ascensión a los Cielos, mencionando, incluso dos personajes que intervinieron: su Madre y el procurador romano.

RESURRECCIÓN DE CRISTO.-ANNIBALE CARRACCI.-BARROCO
La última parte se dedica a la Tercera Persona de la Divinidad y a su labor santificadora.



La Santísima Trinidad es, pues, la gran protagonista del Credo, por eso su contenido es el mayor y más importante motivo de nuestra credibilidad como cristianos católicos.

Esa debe ser la diferenciación entre un cristiano sólido, cuya vida es consecuencia de un Credo visceralmente asumido y practicado desde la radicalidad de la Fe, la Esperanza y el Amor en el Dios Uno y Trino, y un cristiano ‘pasado por agua’, es decir, que ha recibido el Bautismo, de niño ha acudido a una catequesis infantil (lógico hasta aquí) pero que luego no solamente no ha evolucionado sino que la catequesis recibida la ha echado en el cajón del olvido y, ya adulto, comienza a fabricarse una religión a su medida y conveniencia, lo cual ya no es tan lógico.

Grotesco, ¿no? Pues desgraciadamente conozco muchos de esos casos. Y lo peor es que creen tener la razón.

Hemos de estar mentalizados de que cuando nos santiguamos ‘en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo’, estamos alineándonos con la Santísima Trinidad y, en su Nombre, lo estamos haciendo TODO. Desde las cosas más insignificantes como es bendecir la mesa antes de cualquier comida que hagamos o al salir de nuestros respectivos hogares a la calle, hasta vivir el acontecimiento más importante, grandioso y trascendental como es empezar la liturgia de una celebración de la Eucaristía.

Santiguarnos es manifestar nuestra creencia y nuestra Fe en las Tres Personas a través de esa señal de la cruz que nos hacemos y entramos en comunión con nuestro Dios. Ese es el deber primario y básico que tenemos como creyentes católicos.

Y más aún.  Estoy convencido del deber de profundizar en su contenido y esa es una de las razones de esta entrada en el blog y de su continuación en entradas posteriores.

Hago una pequeña pausa en el contenido de esta entrada para hacerles una confidencia. Una de las razones que me condujeron a tener el otro blog, fue con el objetivo de presentar una especie de biografía del Salvador desde los tiempos inmediatamente anteriores a su concepción y posterior nacimiento en Belén, hasta su Ascensión, siguiendo de forma necesariamente breve, con los primeros tiempos de su obra: la Iglesia, presentando algunos episodios de su vida (desde el prisma del Arte, desde luego) y de su mensaje.

Fácilmente se ve con ello que se trata de desarrollar la segunda parte del Credo. Por eso a la izquierda de este blog, en el apartado ‘Mi lista de blogs’, puse el enlace con ‘El Logos en el Arte Universal’. No solamente eso, sino que si entran en mi blog de Arte citado, verán que a la izquierda coloqué un enlace con otro blog católico, francamente magnífico, titulado ‘Arte, Fe y Cultura’, que no tiene desperdicio alguno, cosa que podrán comprobar si entran en el mismo.

Todo son maneras de profundización y formación en nuestras razones y motivos de credibilidad, en nuestra oración, en nuestra vida cristiana en definitiva, con el Autor de la Belleza y del Arte.



Seguiremos profundizando en este tema con la ayuda del Espíritu Santo y Nuestra Señora de Barangay. Que ellos nos iluminen, asistan y bendigan.