sábado, 14 de julio de 2012

Credo (V).-Padeció bajo el poder de Poncio Pilato (I)

AGONÍA EN GETSEMANÍ.-TIÉPOLO.-BARROCO

Padeció… ¡Con qué ligereza solemos pronunciar esa palabra cuando rezamos el Credo! Hay ocasiones en las que el concepto que encierra una palabra se queda corto e insuficiente ante la magnitud del caso en el que la podamos emplear. Y esta es una de ellas. Ciertamente se puede aplicar a situaciones concretas en las que se ajusta el padecimiento de alguien con el significado que contiene o encierra en sí misma esta palabra (suele ser lo habitual), pero en el caso del Credo y referido a Cristo…me parece que no. Se queda corta.

Varias veces y en situaciones diferentes, (Ejercicios Espirituales, oración personal, retiros,…) he meditado la Pasión de Jesús de Nazaret. Francamente, todo se queda corto ante esos momentos terribles, horrorosos, por los que tuvo que pasar por Amor a todos y cada uno de nosotros.

Esa es la razón por la que al empezar a comentar esta parte del Credo, soy consciente de que me voy a quedar corto.

Siempre he querido, o al menos lo he intentado, meterme dentro del momento, dentro del escenario que he meditado. Dentro del personaje sujeto de la meditación. Y la Pasión, Muerte y Resurrección del Salvador no son una excepción. Unas veces no he conseguido nada. Otras me he visto enfrentado a mis propias limitaciones. Siempre he quedado con la impresión de quedarme corto ante tamaño sufrimiento, libremente aceptado por la salvación de la Humanidad. Inevitablemente, más pronto o más tarde, me venía a la cabeza una expresión tantas veces oída pero no por ello menos cierta: ‘Y todo esto por mí’.

He tenido que echar mano del Arte. En ningún otro sitio hubiese podido encontrar un apoyo tan fenomenal más que en el concepto que de cada momento han tenido, básicamente, los pintores. Van a ayudar mucho a enriquecer esta entrada y acaso a hacernos pensar un poquito. Empecemos.

Según hemos ido viendo y según nos relatan las Sagradas Escrituras, la Segunda Persona de la Santísima Trinidad quiso hacerse hombre para redimir a todo el género humano. Así fue preparando los distintos momentos de la Historia de este planeta que el Creador nos regaló, hasta llegar ‘la plenitud de los tiempos’. Llegó el momento.

Sin embargo, para llegar al momento de los padecimientos de la Pasión de Cristo, es necesario retrotraernos a su vida pública para darnos cuenta cómo se fue gestando el odio que lo llevó a la Cruz. Él fue dando a conocer la actitud de Dios con respecto a la especie humana (‘Cierto es, y digno de ser por todos recibido, que Cristo Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores, de los cuales yo soy el primero’. 1Tim. 1, 15)

 SAN CIRILO DE JERUSALÉN, DOCTOR DE LA IGLESIA

 Cirilo de Jerusalén, uno de los Padres de la Iglesia dijo en su Catequesis: ‘Cristo por elección a su Pasión, feliz de su hazaña, sonriendo a la corona, encantado de salvar a la humanidad – y no avergonzándose de la Cruz porque salvaba la tierra entera. El hombre que abordaba el sufrimiento no era un hombre ordinario, sino un Dios hecho hombre’ (XIII, 6).
ENSEÑANDO A LOS DISCÍPULOS.-JAMES TISSOT.-S.XIX-XX
Pero no todo cayó bien, especialmente entre los poderosos. De eso era perfectamente consciente y así lo hacía saber a sus discípulos: ‘Comenzó a enseñarles cómo era preciso que el Hijo del hombre padeciese mucho, y que fuese  rechazado por los ancianos y por los príncipes de los sacerdotes y los escribas, y que fuese muerto y resucitado después de tres días. Claramente les hablaba de esto’. (Mc. 8, 31). Se preocupaba de que ellos se fuesen acostumbrando a oír esto y que lo fuesen asimilando.

Esta persecución, más o menos solapada, por muy consciente que fuese, tenía que influir en su estado de ánimo y no sería nada extraño que, como hombre que era, acudiese a su padre, como cualquiera de nosotros a pedir fuerzas. ‘En cuanto salieron, los fariseos se confabularon con los herodianos para planear el modo de acabar con Él’. (Mc. 3, 6). Este es uno de tantos ejemplos en este sentido, pero no podían tolerar tampoco que se atribuyese el poder de perdonar los pecados: ‘Estaban sentados allí algunos escribas, que pensaban entre sí: ¿Cómo habla así éste? Blasfema. ¿Quién puede perdonar los pecados  sino sólo Dios?’ (Mc. 2, 6-7). Era una acusación de blasfemia la que pasaba por sus cabezas. Cualquier situación, palabra o acción de Jesucristo pasaba por el tamiz de los juicios de todos esos personajes para ver en qué lo podían coger.

Aparecía en ocasiones como signo de contradicción entre quienes le oían proclamar la Buena Nueva, creando división entre ellos: ‘Había entre las muchedumbres gran cuchicheo acerca de Él. Los unos decían: Es bueno. Pero otros decían: No; seduce a las turbas. Sin embargo nadie hablaba libremente de Él por temor de los judíos’ (Jn. 7, 12-13).

Pero no siempre fue así. Al principio le oían, incluso en las distintas sinagogas, y se le aceptaba hasta el extremo que tanto los judíos como sus gerifaltes espirituales lo consideraban como un rabí o maestro. ‘Los fariseos, oyendo que había hecho enmudecer a los saduceos, se juntaron en torno a Él, y le preguntó uno de ellos, doctor, tentándole: Maestro, ¿cuál es el mandamiento más grande de la Ley? Él le dijo: Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente’. (Mt. 22, 34-37).

Claro, que eso suponía chocar muchas veces con sus antagonistas, porque no consideraba suficiente  manifestar su interpretación de la Ley entre quienes le escuchaban, sino que muchos de ellos, generalmente del pueblo llano, estaban viendo claramente que esas enseñanzas e interpretaciones, además de manifestar unos aspectos nuevos para sus oyentes, palpaban que ‘les enseñaba como quien tiene autoridad, y no como sus maestros de la ley’ (Mt. 7, 29).

Este conjunto de situaciones en las que manifestaba su autoridad moral dejando, incluso, en entredicho y sin argumentos a quienes le discutían, iban conformando poco a poco el caldo de cultivo de la animadversión que paulatinamente iba creciendo en sus conciencias y los conducía a buscar la perdición de Jesús, lo cual no significa que algunos de los fariseos, además de Nicodemo o José de Arimatea, mirasen con buenos ojos lo que decía: ‘Dijeron entonces algunos de los fariseos: No puede venir de Dios este hombre, pues no guarda el sábado. Otros decían: ¿Y cómo puede un hombre pecador hacer tales milagros? Y había desacuerdo entre ellos’. (Jn. 9, 16).
 
Más adelante continúa diciendo San Juan: ‘Otra vez se suscitó desacuerdo entre los judíos a propósito de estos razonamientos. Pues muchos de ellos decían: Está endemoniado, ha perdido el juicio; ¿Por qué le escucháis? Otros decían: Estas palabras no son de un endemoniado, ni el demonio puede abrir los ojos a los ciegos’. (Jn. 10, 19-21). Ya ven. No eran unánimes. Había entre ellos quien vislumbraba algo que podía venir de lo Alto. Con estos antecedentes no es raro que esperasen cualquier ocasión propicia para quitárselo de en medio, la cual se presentó en la persona de Judas Iscariote, a través de una traición valorada en treinta monedas de plata. Continuamos.

Después de la cena con la que celebraron la Pascua, marchó con los once restantes ‘a un lugar llamado Getsemaní’, (testigo directísimo de estos prolegómenos de su Pasión) y les dijo: Sentaos aquí mientras voy a orar un poco más allá. Llevó consigo a Pedro y a los dos hijos de Zebedeo; comenzó a sentir tristeza y angustia, y les dijo: Siento una tristeza mortal; quedaos aquí y velad conmigo’. Con estas palabras ya podemos atisbar un poco los sentimientos que invadían su espíritu. Sabía lo que se le venía encima y, como hombre, le daba pavor.


Por eso ‘cayó rostro a tierra y estuvo orando así: Padre mío, si es posible, que pase de mí esta copa de amargura; pero no sea como yo quiero, sino como quieres tú’. De esta escena, San Lucas nos la completa con un detalle estremecedor. ‘Entonces se le apareció un ángel del cielo que lo estuvo confortando. Preso de la angustia, oraba más intensamente, y le entró un sudor que chorreaba hasta el suelo como si fueran gotas de sangre’ (Lc. 22, 43-44). ¿Cómo lo estaría pasando? ¿Realmente el ‘Padeció…’ del Credo es capaz de dar a entender toda la intensidad de este momento en Jesús de Nazaret? Y no era más que el comienzo.

AGONÍA DE JESÚS EN GETSEMANÍ.- James Tissot.-S. XIX - XX

El torrente Cedrón y el huerto de Getsemaní fueron testigos directos de estos hechos y de los que siguieron: ‘Judas, llevando consigo un destacamento de soldados romanos y los guardias puestos a su disposición por los jefes de los sacerdotes y los fariseos, se dirigió a aquel lugar. Iban armados y equipados con linternas y antorchas’. (Jn. 18, 3).

PRENDIMIENTO DE CRISTO.-ALEXANDRE BIDA.-ROMANTICISMO
Realmente cuando rezamos el Credo no hay tiempo material para pensar estos detalles, pero ¡caramba! Por lo menos sí podemos tenerlos en cuenta, aunque sea mínimamente, ya que aún siguen más. ‘El que iba a entregarle les dio una señal, diciendo: Aquel a quien yo besare, ese es; prendedlo. Y al instante, acercándose a Jesús, dijo: Salve, Rabí. Y le besó. Jesús le dijo: Amigo, ¿a qué vienes? Entonces se adelantaron y echaron las manos sobre Jesús apoderándose de Él’. (Mt. 26, 48-50).

PRENDIMIENTO DE JESUS.-COSIMO ROSELLI.-RENACIMIENTO
Sí, amigos. El beso de la ignominia. ¿Cómo le sentaría al Maestro? ¿Qué sentiría en su interior? Generalmente el beso es un signo de cariño, de afecto mutuo, de alegre confianza,…pero ¿el de Judas? Ese tenía el sabor de la traición. Y Jesús lo aguantó y, casi con toda seguridad, perdonando a quien así obraba: ‘Amigo, ¿a qué vienes?’ (Mt. 26, 50) y San Lucas da más detalles: ‘Judas, ¿con un beso entregas al Hijo del hombre? (Lc. 22, 48). Llamarlo ‘amigo’. ¿Amigo? Me parece que no es ése el concepto que nosotros tenemos de la amistad. Pero así se mostró la grandeza del Salvador.

En ese momento comenzaba la procesión del padecimiento. Del moral, del psíquico, del físico y de todo lo que queramos, referido a nuestra salvación personal a causa del infinito Amor que nos daba quien es el Amor de los Amores.



Que Él y Nuestra Señora de las Angustias nos bendigan.