martes, 14 de mayo de 2013

Pero…¡faltaba uno!

FRANÇOIS JOSEPH NAVEZ.-S. XIX

Efectivamente, faltaba uno. ¿Por qué no estaba allí con todos? No se sabe. Se pueden hacer conjeturas de todo tipo y personalmente no voy a ser menos, pero la realidad no la sabremos. Sí sabemos que el apóstol Tomás es considerado generalmente como el prototipo de la duda, pero ¿realmente es así?



Confieso que no tengo preparación bíblica para adentrarme en sesudos estudios más o menos científicos o documentados, pero basándome en el Evangelio y en algunas personas muchísimo más preparadas que yo, voy a tratar el tema de la Resurrección del Maestro desde lo que se refiere a Santo Tomás.



Pienso que después de haber tratado el pasaje de la aparición al resto de Apóstoles sin estar él presente, es conveniente, si no necesario, conocer previamente algunas intervenciones suyas que aparecen en los Evangelios.

 CARL BLOCH.-REALISMO DANÉS



Una de ellas, señalando a Tomás como protagonista, la vemos cuando Jesucristo presiente la cercanía de su Pasión. Así dice Marcos en su Evangelio: ‘Subían camino de Jerusalén y Jesús iba por delante de sus discípulos que lo seguían sobrecogidos y asustados. Entonces tomando consigo a los doce comenzó a decirles lo que le iba a pasar: -Mirad, estamos subiendo a Jerusalén y el Hijo del hombre va a ser entregado a los jefes de los sacerdotes y a los maestros de la ley, que lo condenarán a muerte y lo entregarán a los paganos; se burlarán de él, le escupirán, lo azotarán y lo matarán, pero a los tres días resucitará’. (Mc. 10, 32-34).



Habiendo sido avisado de la gravedad de la enfermedad de su amigo Lázaro, hermano de Marta y de María, se dirigían hacia Betania, muy cercana de Jerusalén. Los apóstoles estaban esperanzados en la curación de este amigo del Maestro, si bien iban preocupados, si no temerosos, por lo que les había dicho sobre su Pasión. Pero Jesús les aclaró las ideas: ‘Entonces Jesús se expresó claramente. –Lázaro ha muerto. Y me alegro de no haber estado allí por vuestro bien: porque así tendréis un motivo más para creer. Vamos, pues, allá. Tomás, por sobrenombre ‘el Mellizo’, dijo a los otros discípulos: -Vamos también nosotros a morir con él’. (Jn. 11, 14-16).




Existen dos preocupaciones, Lázaro muerto, según les dice Jesús y lo que con anterioridad también les ha contado sobre sus padecimientos. Y es Tomás quien se dirige a sus compañeros con una exhortación muy comprometida: morir con el Maestro.
MONASTERIO DE SILOS.-ROMÁNICO.-SIGLO XI
 Un pensamiento o resolución propia de la amistad que les une con Él. Nos muestra su fidelidad e identificación de unir su propio destino con quien continuamente les enseñaba en sus constantes desplazamientos por Galilea. ¿Podríamos tomarlo como una declaración de intenciones? En cualquier caso lo que pienso que está claro en este episodio es que no desea abandonarlo.



Existe otro momento muy especial y significativo. Estaban reunidos los doce con Él para celebrar la Pascua, aunque realmente era una cena de despedida. ¿Era, pues, un ‘adiós’? Realmente, según me parece, era un ‘hasta luego’. Lo que ocurre es que ninguno de ellos podía imaginarse el auténtico alcance de aquellos momentos.



Habían presenciado el gesto por parte de Jesús de lavarles los pies. Habían oído cómo, después de darles el precepto de amarse unos a otros como Él lo había hacho con ellos, Pedro manifiesta su intención de seguirlo donde sea y la respuesta que recibió indicándolo que esa noche lo negaría tres veces antes de que el gallo cantase. 
REMBRANT VAN RIJN .-BARROCO
Pero tampoco entendían el alcance de aquello que estaba pasando. Pero en esta ocasión se dirige a todos y les dice: ‘En la casa de mi Padre hay muchas moradas. Si no fuera así os lo diría, porque voy a prepararos el lugar. Cuando yo me haya ido y os haya preparado el lugar, de nuevo volveré y os tomaré conmigo, para que donde yo estoy estéis también vosotros. Pues para donde yo voy, vosotros conocéis el camino’. (Jn. 14, 2-4).



Pero allí había alguien presente que, aunque creía conocer el significado de esas palabras, quería tener una mayor seguridad. O quizá una seguridad total. Absoluta. Y tomando la palabra se dirige a su Maestro asumiendo la portavocía de todos y le pregunta con una claridad meridiana: ‘No sabemos a dónde vas; ¿cómo, pues, podemos saber el camino?’ (Jn. 14, 5).




No era el momento de saber y asumir que el lugar era la cruz. Y menos aún lo doloroso y cruel de ese camino. Eso vendría más adelante. 
BENJAMIN WEST.-S. XVIII - XIX
Pero a través de esa intervención de Tomás, nos ha llegado una de las mejores definiciones que Jesucristo da de sí mismo: ‘Yo soy el camino, la verdad y la vida; nadie viene al Padre sino por mí. Si me habéis conocido, conoceréis también a mi Padre. Desde hora le conocéis y le habéis visto’. (Jn, 14, 6-7).



Independientemente de este episodio, pero íntimamente ligado a él, hemos de agradecer de alguna manera a Tomás su intervención, pues a través de ella podemos descubrir algunas posturas nuestras con respecto a Dios que están en un mismo plano con este apóstol. Por ejemplo. Él tenía una duda sobre el significado de las palabras de su Maestro. Nosotros, cuando meditamos el Evangelio, que es la Palabra, ¿no nos han surgido dudas sobre cómo llevarlas a cabo o simplemente, qué significado tienen para nuestra vida?



No obstante, de la misma manera que Tomás le pregunta directamente y con absoluta confianza lo que no entiende, es muy probable que también  nosotros, desde la intimidad de la oración, de la meditación o de la adoración, siendo conscientes de nuestras propias limitaciones e ignorancia, le hayamos interrogado para conocer su respuesta o le hayamos pedido luz al Espíritu para conocer aquello que desconocíamos. Y Jesús, de la misma manera que le dio su respuesta, también nos la dará. Vendrá directamente a nuestro corazón, a través de la homilía de la Misa dominical, de la palabra del Papa Francisco o del Magisterio de la Iglesia. Pero llegará. De forma inmediata o al tiempo que Dios considere oportuno. Pero quedaremos satisfechos.




Después de habernos metido en estas dos intervenciones de Tomás, es posible que  ahora entendamos mejor el episodio central de esta entrada. 
LÉONARD LIMOSIN .- RENACIMIENTO
Es cierto que todos o al menos la mayoría de cuantos lo lean ahora ya lo conozcan, pero siempre se descubren nuevos aspectos. ¿Cómo ocurrió? En la entrada anterior ya tratamos la aparición al resto de los Apóstoles, pero, como dice el título de la entrada, faltaba uno: Tomás. No solamente no tuvo el gozo de ver al Resucitado, sino que cuando se lo contaron no lo creyó. Sigamos a San Juan en su relato.



‘Tomás, uno de los doce, llamado Dídimo, no estaba con ellos cuando vino Jesús. Los otros discípulos le dijeron: -Hemos visto al Señor. Él les dijo: -Si no veo en sus manos las huellas de los clavos y meto mis dedos en el lugar de los clavos y mi mano en su costado, no creeré’. (Jn. 20, 24-25). Ante semejante respuesta y actitud podríamos plantearnos si obedece a un sentimiento de escepticismo o a cualquier otra causa. Probablemente conocía la forma horrorosa de su muerte. Conocería, como cualquier persona de la época lo que significaba la muerte en una cruz, además del sufrimiento anterior por la flagelación y la coronación de espinas. Ahora, humanamente, no podía admitir que estuviera vivo. O quizá tenía miedo a admitir la realidad de lo que le estaban transmitiendo por si luego venía un desengaño.

 
PEDRO PABLO RUBENS.-BARROCO

A buen seguro, él como los otros apóstoles, habrían sufrido por el martirio infringido a su Maestro y por el tormento que le ocasionó la muerte. Pienso que se negaba a sufrir más con el desengaño que le podría ocasionar que fuera un error de los otros diez. Quizá hubiese oído que también se había aparecido a las mujeres que habitualmente le acompañaban y, de forma directa, a María Magdalena, pero no. Era demasiado hermoso y no quería soñar para luego despertar a la cruda realidad.




Era, pues, necesario que tuviese su propia experiencia. Y la tuvo.
ALONSO BERRUGUETE .- RENACIMIENTO
 ¡Vaya si la tuvo! Y además a cargo del mismísimo Jesús que a través de sus dudas legó un mensaje, no solamente  a Tomás y a los otros apóstoles, sino a los hombres y mujeres de todos los tiempos: ‘Ocho días después, estaban otra vez sus discípulos dentro y Tomás con ellos. Se presentó Jesús en medio estando las puertas cerradas, y dijo: -La paz con vosotros. Luego dice a Tomás: -Acerca aquí tu dedo y mira mis manos; trae tu mano y métela en mi costado, y no seas incrédulo sino creyente. Tomás le contestó: -Señor mío y Dios mío. Jesús le dijo: -Porque me has visto has creído. Dichosos los que no han visto y han creído’. (Jn. 20, 26-29.

Sí. Tomás se rinde a la gozosa evidencia, sublimada ahora por el hondo convencimiento, tantas veces demostrado, de la divinidad de Jesús. Hace marcha atrás y de la misma manera que a todos sus compañeros manifestó su incredulidad, ante todos manifiesta este cambio de actitud y de convencimiento. Y lo manifiesta con esa frase tan hermosa que ha llegado hoy hasta nosotros como el paradigma más completo de la fe: ‘Señor mío y Dios mío’. Después de Tomás, cuántas veces habremos tomado su confesión los hombres y mujeres de todos los tiempos dirigiéndonos a Dios en nuestra adoración o en cualquier momento del día, con las mismas intenciones de este apóstol. 
 Esta allí hablándole y animándole al camino de la Fe. Pero a la vez le da y nos transmite a nosotros esa nueva Bienaventuranza: ‘Porque me has visto has creído. Dichosos los que no han visto y han creído’. 
 LUCA SIGNORELLI.-RENACIMIENTO
Parece que quiere decirnos que es fácil creer cuando se ven las cosas, pero cuando no se ven…Humanamente hemos de admitir que hay ocasiones que nos cuesta, especialmente cuando nos enfrentamos a una situación o problema muy difícil con los que la vida de cada día nos ofrece en ocasiones. Y nos aferramos a Él, incluso con desesperación. Y si tarda en venir la luz que necesitamos somos capaces de desesperarnos e incluso de preguntarle ‘dónde está’.

Sin embargo, cuando en cierta ocasión leí el fragmento de San Gregorio Magno que pongo a continuación, lo asumí en mi interior. Era una posibilidad que no se me había ocurrido. Veamos lo que dice este Padre de la Iglesia: ‘¿Qué es, hermanos muy amados, lo que descubrís en estos hechos? ¿Creéis acaso que sucedieron porque sí todas estas cosas: que aquel discípulo elegido estuviera primero ausente, que luego al venir oyese, que al oír dudase, que al dudar palpase, que al palpar creyese? Todo esto no sucedió porque sí, sino por disposición divina.




La bondad de Dios actuó en este caso de un modo admirable, ya que aquel discípulo que había dudado, al palpar las heridas del cuerpo de su Maestro, curó las heridas de nuestra incredulidad. 
 VERROCHIO.- SIGLO XIV.-RENACIMIENTO
Más provechosa fue para nuestra fe la incredulidad de Tomás que la fe de los otros discípulos, ya que, al ser él inducido a creer por el hecho de haber palpado, nuestra mente, libre de toda duda, es confirmada en la fe. De este modo, en efecto, aquel discípulo que dudó y que palpó se convirtió en testigo de la realidad de la Resurrección’. (San Gregorio Magno.- Homilía 26, 7-9).



Cuando nuestra fe es capaz de dar una respuesta de fe creyendo a ciegas en ese Jesús, Dios y Hombre verdadero, sin condiciones ni límites, estamos haciendo realidad esa bienaventuranza y manifestando la madurez de nuestra fe, porque ‘creemos sin ver’ y pasamos a ser dichosos. Y no me resisto a traer el testimonio de Isabel cuando unos treinta y cuatro años antes dijo lo mismo, quizá con otras palabras, a la Madre de Jesús cuando fue a visitarla a su casa de Ain Karin: ‘Dichosa la que ha creído que se cumplirá lo que se le ha dicho de parte del Señor’. (Lc. 1, 45).

VISITACIÓN A STA. ISABEL.-PAUL TROGER.-ROCOCÓ
Que Jesús Resucitado y la Virgen Nuestra Madre nos bendigan.