Retomando el tema iniciado en la entrada anterior, y tal como les decía al finalizar, me parece muy interesante tratar aunque sea de forma sencilla y clara la pereza espiritual. ¡Ah! ¿Pero existe ese tipo de pereza? Pues sí. Y es más frecuente de lo que nos podamos imaginar. ¿Cuántas personas podrá haber que, creyendo que ya saben mucho de la vida, se permiten el lujo de decir que eso de ‘ir a Misa’, o ‘eso de rezar el Rosario’, por ejemplo, es una pérdida de tiempo?
Son cosas, dicen, ya superadas en los tiempos que vivimos y, además de no hacerles caso (o despreciarlas), pueden llegar incluso a combatirlas, no solamente verbalmente a nivel personal, sino incluso a nivel social. ¿Cómo se entiende, si no, la profanación de capillas en alguna Universidad o los ataques ideológicos o verbales en público al Santo Padre?
¿Cómo se pueden entender las calumnias lanzadas en público en algunas manifestaciones callejeras a la Iglesia Católica y la justificación, so capa de progresismo baratero, del aborto libre? No. El alejamiento de la criatura de su Creador trae estas consecuencias. Dios no es negociable ni se puede jugar con Él. Él es como es: Inmutable, Misericordioso, todo Amor,…pero también infinitamente Justo.

¿Qué podemos decir ante la Palabra del Señor de los Señores? Su Palabra es rabiosamente actual como en los tiempos del Éxodo israelita y va dirigida a todo el género humano. En las distintas apariciones de Nuestra Señora y Madre en Lourdes, Fátima y tantos lugares de nuestro planeta, no cesa de recomendar que recemos. Y el mismo Jesucristo recomendó a la Santa María Faustina Kowalska el rezo de la Coronilla de la Divina Misericordia pidiendo al Padre que la tenga con nosotros.
¿Y qué tiene que ver esto con la pereza espiritual? Pues exactamente lo que decía al principio: los cristianos bautizados tibios o gélidos que consideran que rezar o cualquier relación con Dios es una pérdida de tiempo, están haciendo gala de la posesión de la acedía en grado superlativo.
En la medida que permitamos que la acedía entre en nuestro interior, la pereza espiritual que conlleva contribuirá a alejarnos de ese Padre que tenemos en el cielo. El Catecismo de la Iglesia Católica, en su punto 2094, dice entre otras cosas: ‘Se puede pecar contra el amor de Dios de diversas maneras…La acedía o pereza espiritual llega a rechazar el gozo que viene de Dios y a sentir horror por el bien divino’. Tétrico, ¿no creen?

Es también el Catecismo de la Iglesia Católica quien en el tema de las tentaciones en la oración, también nos advierte para nuestro bien: ‘Otra tentación a la que abre la puerta la presunción, es la acedía. Los Padres espirituales entienden por ella una forma de aspereza o desabrimiento debidos a la pereza, al relajamiento de la ascesis, al descuido de la vigilancia, a la negligencia del corazón. “El espíritu está pronto pero la carne es débil”. (Mt. 26, 41)’. (C.I.C. 2733).
Y esto es grave. Ya sé que nadie, o muy pocos, no desean hablar de la muerte, pero está ahí. Nadie la puede evitar y cada uno tenemos nuestro propio momento. Eso significa que cuando estemos en presencia de Dios, que ya no habrá engaños ni razonamientos falsos, veremos nuestra vida, nuestras acciones y omisiones, pero…ya no habrá vuelta atrás. Como dijo San Juan de la Cruz, “En el atardecer de la vida, seremos juzgados sobre el amor”.
Así las cosas, todos deberemos plantearnos nuestra situación personal en cuanto a la acedía se refiere y, entre otras cosas, tener en cuanta los efectos perniciosos que pueda tener para cada uno. Por ejemplo, si una de las cosas a tener en cuenta en este tipo de pereza espiritual es que alguien reconoce que va por un camino equivocado, que se desespere y eso le haga ver una falsa solución como es el ‘ya no hay nada que hacer’. Esa especie de desesperación le impediría ser objetivo y pensar en la Paternidad de Dios para cada persona, ya que Dios no desea la muerte o pérdida del pecador, sino su conversión y restablecimiento de las relaciones mutuas entre Él y la persona que sea.

Pero es que después, cuando Jesucristo comienza su predicación, rompe los esquemas de muchas personas de su tiempo enseñándoles a llamar ‘PADRE’ a Yavéh. Y Él mismo, en su agonía en Getsemaní, es el primero en esos momentos crudos y trascendentes, ante lo que se le viene encima, clama con toda su ternura y confianza de Hombre: ‘¡Abba, Padre! Todo te es posible. Aparta de mí esta copa de amargura. Pero no se haga como yo quiero, sino como quieres tú’. (Mc. 14, 36).
Una vez vencida la muerte y Él resucitado y glorioso, casi a punto de volver a su Reino, no quiso dejarnos abandonados. No era su estilo. Se apareció a sus discípulos y les encargó una misión fundamental, que tiene mucho que ver con nosotros. ‘Sopló sobre ellos y les dijo: Recibid el Espíritu Santo. A quienes les perdonéis los pecados, Dios se los perdonará; y a quienes se los retengáis, Dios se los retendrá’. (Jn. 20, 22-23). Esa es la gran solución para nosotros, pecadores de todos los tiempos: el Sacramento de la Reconciliación. Ahí cobra sentido de actualidad la cita anterior de Isaías 1, 18.

ABRAHAM INTERCEDIENDO POR SODOMA
¿Casos de acedía en la Sagrada Escritura? ¡Claro que los hay! Cuando María, la hermana de Marta y de Lázaro, ‘se presentó con un frasco de perfume muy caro, casi medio litro de nardo puro y ungió con él los pies de Jesús’, Judas Iscariote, uno de los discípulos, el que lo iba a traicionar, protestó diciendo: ¿Por qué no se vendió este perfume en trescientos denarios para repartirlo entre los pobres?’ (Jn. 12, 1-8). Realmente a Judas no le importaban los pobres, según se desprende de lo que sigue en el relato evangélico. En él hace acto de presencia su acedía, su fastidio y enfado por el gesto de amor de María hacia el Maestro y probablemente que no pudiese manejar él ese dinero.

ESAÚ VENDE SU PRIMOGENITURA A JACOB.-HENDRICK TER BRUGGHEN.-S. XVII
Realmente es triste contemplar cuántos cristianos (al menos están bautizados), en lo referente a sus deberes con Jesucristo y la Iglesia que fundó para nuestro bien, ignoran la existencia de unas prácticas cristianas, de un Decálogo en que se encierra una Ley Moral que todos llevamos impresa en nuestro interior, la necesidad de comunicación con el Supremo Hacedor a través de la oración, de la meditación de la Lectio Divina,…
Y en muchas ocasiones consideran que todo eso es una pérdida de tiempo que no lleva a ninguna parte. Pero cuando tienen una necesidad, un problema, una enfermedad por ejemplo, acuden a Él y se atreven a pedirle cosas a cambio de otras: ‘Si Tú me solucionas esto yo a cambio te prometo …, o daré limosna a …’ Por favor. Seamos serios. Con Dios no se juega. Él nos quiere muchísimo más que todo eso y si nos conviene nos lo da gratuitamente. Solamente nos pide que le queramos. Que le tengamos en cuenta.
¿Cuánta soledad podrá encontrar Jesús en el Sagrario sin que nadie acuda a visitarle? ¿Cuántas personas acuden a la Misa dominical y no se molestan en una mínima genuflexión ante el Sagrario o en arrodillarse en el momento de la Consagración? ¡Y es el momento clave en que la Palabra con la que se creó el universo, la Persona que murió tras amarga y cruenta Pasión para resucitar después, se hace presente realmente ante nosotros! ¿Ignorancia? ¿Desidia? ¿Pereza? No sé, pero como mínimo, pienso que es una falta de consideración con el Señor.

Pienso que eso no le gustará nada en absoluto a Dios. Y hay que buscar un remedio a esas actitudes. Un modo de vencerlas. Y ese remedio es una virtud llamada diligencia. De ella hablaremos la próxima entrada y pondremos punto final a este tema.
Que Jesucristo, realmente presente en todos los Sagrarios del mundo, y su excelsa Madre Ntra. Sra.de Einsiedeln, nos guarden y bendigan.
