sábado, 22 de octubre de 2011

La envidia (I)

EL TIEMPO SUSTRAE LA VERDAD A LA ENVIDIA Y LA DISCORDIA.-NICOLÁS POUSSIN.-BARROCO

Me parece que este pecado capital tiene realmente la importancia suficiente como para que se haya incluido dentro de la catalogación de los ‘pecados mortales’, que ‘matan’ el alma.

Pero hay que evitar simplismos o banalidades. Cuando hay personas que al padecerla son capaces de desear el mal a otras personas porque ambicionan poseer algo que los otros tienen y que el envidioso ambiciona (bienes, cualidades, éxitos,…) es porque se le debe aplicar, ciertamente igual que a los otros seis pecados capitales, una atención especial que conduzca a quien la sufra hacia unas vías de análisis personal y caminos a seguir que reconduzcan su conducta personal y una fuerza férrea para arrancar esa lacra de su vida. Dice el Libro de la Sabiduría: ‘No iré con el que de envidia se consume, porque la envidia no tiene nada que ver con la sabiduría’. (Sab. 6, 23).

LA ENVIDIA.-ANGELO BRONZINO.-RENACIMIENTO

Para Santo Tomás, la característica básica de la envidia es ‘la tristeza del bien ajeno’, de donde se puede deducir lo mal que debe pasarlo quien sienta envidia de algo o de alguien porque él ni lo tiene ni lo puede alcanzar. ¿Vale la pena pasarlo tan mal? En una línea parecida, nos dice San Basilio: ‘Es la envidia un pesar, un resentimiento de la felicidad y prosperidad del prójimo. De aquí que nunca falte al envidioso ni tristeza ni molestia. ¿Está fértil el campo del prójimo? ¿Su casa abunda en comodidades de vida? ¿No le faltan ni los esparcimientos del alma? Pues todas estas cosas son alimento de la enfermedad y aumento de dolor para el envidioso. De aquí que este no se diferencia del hombre desarmado, que por todos es herido’. (San Basilio. Homilía sobre la envidia).

LA ENVIDIA.-EL BOSCO.-GÓTICO

¿Cómo se manifiesta? Pienso que de tantas maneras como personas ambicionan algo ajeno. Podría ocurrir, por ejemplo, que en el lugar de trabajo haya algún compañero o compañera que destaque por su eficiencia, por su dedicación y valía que conlleve el logro de unos éxitos que le conduzcan a unos triunfos tales que le conduzcan a escalar puestos en la Empresa. Y, claro, le gustaría ser como él, tener sus triunfos, sus logros, pero por la circunstancia que fuere, no puede o no sabe, pero eso le produce una desazón capaz de despertar sentimientos de odio. Vistas así las cosas, eso es fatal. Un auténtico calvario.

¿No sería más sencillo aceptarse como es, hacer lo que buenamente puede y plantearse unos objetivos en su vida profesional, social o familiar adaptados a sus verdaderas capacidades, a sus auténticas posibilidades, haciendo al máximo lo que honradamente pueda? No está obligado a más.

Cuando alguien consigue un cargo con mayor remuneración, aunque también con mayor responsabilidad, pueden venir los siguientes planteamientos a cargo de las personas conflictivas o envidiosas: ¿Por qué él y no yo? ¿Qué tiene mejor que yo no tenga? ¿Quién se habrá creído que es?

Claro. A partir de ahí vienen una cadena de pensamientos y actitudes sin fin con efecto de bola de nieve: a medida que va rodando, más grande se hace y no se sabe cuál de todas es peor, porque transforma la vida en un auténtico infierno. Pero, eso sí, procura que nadie pueda vislumbrar sus auténticos pensamientos. Y si alguien lo intuye y se lo hace ver con la mayor de las delicadezas, lo niega rotundamente y hasta él mismo se puede creer que no es envidioso. ¿Cómo va a ser capaz de envidiar a nadie?

Esto no es ninguna novedad. La Historia está plagada de hechos que han pasado a la posteridad como paradigma de la envidia. Y la Sagrada Escritura, en cuanto a Historia del pueblo elegido por Dios para llevar a efecto sus planes redentores de la Humanidad, también ofrece estos hechos desde los primeros tiempos de la actividad humana en nuestro planeta.

En el Génesis se nos narra el asesinato de Abel, hijo de Adán y de Eva, a manos de su hermano Caín. (Gen.4, 1-12). El telón de fondo, la envidia.

JOSÉ VENDIDO POR SUS HERMANOS.-KONSTANTIN FLAVITSKY.-S. XIX

Más adelante, entre los doce hijos de Jacob, también aparece este lastre con su hermano José y lo intentan solucionar vendiendo a su hermano, a quien envidian visceralmente, a unos mercaderes que se dirigen a Egipto, aun a costa de producir a su padre el dolor por la supuesta tragedia de que una fiera lo había matado. Y tuvieron la canallada de presentarle la túnica de José, hijo preferido de Jacob, con la sangre de un cabrito que ellos mataron, haciéndola pasar ante su padre como que la sangre era de su hermano. (Gen. 37, 12-36).

SAÚL INTENTA ATRAVESAR A DAVID

¿Seguimos? ¿Hablamos de la envidia que tuvo el rey Saúl con David después que éste venciese a Goliat? ‘Y las mujeres cantaban a coro: Saúl mató a mil; David a diez mil. Saúl se irritó mucho y, muy airado por estas palabras, decía: A David le dan diez mil y a mí me dan mil; ya sólo le falta ser rey. Y a partir de aquel día, Saúl miró a David con malos ojos’ (1Sam. 18, 7-9). Esto ya era demasiado. Tanto, que llegó al extremo de intentar matarlo. ‘Al día siguiente el mal espíritu enviado por Dios entró en Saúl y empezó a delirar por toda la casa. David estaba tocando el arpa como otros días. Saúl, que tenía la lanza en la mano, la blandió pensando: “Clavaré a David contra la pared”. Pero David lo esquivó por dos veces’. (1Sam. 18, 10-11). Naturalmente, esto provocó que David huyese para conservar la vida.

Sí, amigos. La envidia es un tema muy serio. Tanto, que por envidia hay personas que comprometen su salvación eterna con palabras como ‘Aunque me condene…’ y a continuación expresan lo que las corroe. Triste, ¿verdad? Personalmente estoy convencido de que quien adopte esa actitud no calibra suficientemente el alcance y significado de ese deseo y hasta es posible que con el tiempo y la Gracia de Dios rectifique. Pero no deja de ser lamentable.

Y es que la envidia es una fábrica de resentimientos y de actitudes negativas ante la vida y ante los demás en continua producción. Pero especialmente ante Dios. Y todo en conjunto es un manantial inagotable de amargura personal que no deja vivir en paz a nadie, pudiendo llegar en algunos casos a destruirlo como persona normal.

ENVIDIA.-LUCA SIGNORELLI.-RENACIMIENTO

Pienso que para los cristianos, entre los que me incluyo, si llegáramos a advertir estos sentimientos por mínimos que fueren, debemos acudir al Crucificado y ponernos ante Él con nuestra nada, con nuestros pecados y miserias humanas pidiéndole, incluso desesperadamente, como en ocasiones hace el salmista, el don que habitualmente pedimos al rezar el Padre Nuestro: ‘No nos dejes caer en la tentación. Y líbranos del mal’.

No olvidemos que la envidia, como pecado, es diabólica. Y este nefasto personaje para nuestra vida de Gracia, para nuestra paz espiritual, siempre está dispuesto y a punto para arrebatar a Dios alguno de sus hijos. Y para ello suscita, además de sentimientos de envidia, lo se puede derivar de ella: difamación, mentiras, descrédito de los demás,…

La Biblia, que como hemos visto en los pasajes anteriormente expuestos, nos hace ver casos concretos motivados por la envidia, también nos advierte contra ella. Así podemos ver: ‘El corazón apacible es vida del cuerpo; pero la envidia es la carcoma de los huesos’ (Prov. 14, 30). Continúa más adelante:’Cruel es el furor, impetuosa la ira, pero ¿quién puede aguantar la ira? (Prov. 27, 4)

ENVIDIA.-JACOB MATHAM.-RENACIMIENTO

Pues sí. Ya ven. La envidia es feroz y por eso precisamente la Palabra nos advierte del cariz destructor que encierra. Suele empezar por cosas pequeñas y puede llegar a extremos insospechados como hemos visto en el caso del rey Saúl y cómo San Pablo nos advierte también refiriéndose a este tipo de personas: ‘Y por haber rechazado el verdadero conocimiento de Dios, Dios los ha dejado a merced de su depravada mente, que los impulsa a hacer lo que no deben. Están llenos de injusticia, malicia, codicia y perversidad; son envidiosos, homicidas, camorristas, mentirosos, malintencionados, chismosos, calumniadores, impíos, insolentes, soberbios, fanfarrones, inventores de maldades, rebeldes a sus padres, inconsiderados, desleales, desamorados y despiadados’. (Rom. 1, 28-31).

Antes comentaba que el envidioso niega que sea así. No lo reconoce o no lo quiere reconocer. Pero a Dios no lo va a engañar. Un cristiano inmaduro nunca reconocerá su situación, y, por tanto, no podrá reconciliarse con Él ni tampoco pedirle ayuda para salir de ese pozo sin fondo. ‘Portémonos con dignidad, como quien vive en pleno día. Nada de comilonas y borracheras; nada de lujuria y libertinaje; nada de envidias y rivalidades’. (Rom. 13, 13).

¡Caramba! ¿Tan ciegos podemos llegar a ser que pensemos que podemos engañar a nuestro Creador? ¡Si Él nos ha engendrado! ‘Así dice el Señor que te hizo, el que te formó en seno materno y te auxilia’. (Is. 44, 2). El salmista incide en lo mismo: ‘Tú formaste mis entrañas, me tejiste en el vientre de mi madre’ (Sal. 139(138), 13). Está clarísimo, ¿verdad? Y un Ser que nos ha formado y nos ha destinado a servirle y adorarle, que solamente desea nuestro bien, ¿dejará de conocernos? ¿Valdrá la pena que nos pulamos en actitudes y actos para hacernos, con su ayuda, semejantes a Él dentro de nuestras limitaciones humanas? Y obviamente, la envidia, como pecado, sesga esa trayectoria hacia nuestro Padre común.

En ese magistral canto al Amor que San Pablo hace en la primera de sus cartas a los fieles de Corinto, superconocidísima por todos y, posiblemente, también meditadísima, nos hace ver la realidad de la envidia dentro de todos los aspectos a los que se refiere: ‘El amor…no tiene envidia…Todo lo excusa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo aguanta’ (1Cor. 13, 4-7). O sea, que la envidia es la antítesis del amor. Se opone a él. Y si Dios es Amor…está claro ¿no? Se opone al mismo Dios.

En la próxima entrada acabaremos de desgranar este pecado capital y veremos el antídoto contra su veneno.

Que Jesucristo y Nuestra Señora de Kazán nos bendigan a todos.


domingo, 2 de octubre de 2011

Avaricia (y II)

EL CAMBISTA Y SU MUJER.-QUENTIN MESSYS.-RENACIMIENTO

El avaro es una persona poco o nada comunicativa incapaz de considerarse solidaria con nadie ni con nada como hemos visto en el caso de Judas en la entrada anterior. Nada de lo que pueda ocurrir a los demás le afecta ni le llama la atención. Vive como pobre para morir siendo rico. El dramaturgo francés Molière captó genialmente la figura de este personaje en su comedia ’El avaro’, en la que nos muestra al personaje principal capaz de vender su alma por dinero.

¿Significa esto que no se debe tener dinero ahorrado para cubrir las necesidades personales y familiares? ¡No, por favor! No se trata de eso. El ahorro es necesario. Casi imprescindible. Fíjense en este pensamiento: ‘No prohíbe Cristo enriquecerse, sino hacerse esclavo de las riquezas: quiere que usemos lo necesario, pero no que guardemos avariciosamente. Es propio del que sirve el guardar las cosas, y propio del señor el darlas’. (SAN JUAN CRISÓSTOMO, Catena Aurea, vol VI, p. 315). Quien esto dice, Padre de la Iglesia, tiene clara su objetividad del tema.

AVARICIA.-JACOB MATHAM.-S. XVI - XVII

Es bueno que las personas busquemos una cierta riqueza exterior en proporción a la necesidad que tengamos en nuestra condición social. El pecado se dará en el exceso de la medida y en las actitudes de desentendernos de los que padecen auténtica necesidad. Hago referencia a esas situaciones en las que el dinero hace embrutecer a las personas hasta el extremo de malvivir y de no auxiliar con él a nuestros semejantes en la medida de nuestras posibilidades. Que no nos impida SER PERSONAS conscientes de nuestra solidaridad, incluso a costa de alguna renuncia por nuestra parte. ‘Dichoso el rico que es hallado sin tacha y que no se afana tras el oro. ¿Quién es éste para que lo felicitemos? Porque ha hecho maravillas en su pueblo’ (Eclo. 31, 8-9). Ya ven que la misma Escritura va en apoyo de quienes saben utilizar sus caudales.

Si las personas tendemos a ayudarnos mutuamente en cuantos problemas o necesidades vayan surgiendo, desarrollando así el sentido de la solidaridad, necesariamente dependeremos unos de otros. Cáritas y otras Organizaciones son un claro ejemplo de ello a través de las personas que las hacen funcionar y de cuantos colaboran en ellas a través de sus donativos monetarios, alimenticios, de ropa o atendiendo a llamadas concretas para solucionar casos verdaderamente sangrantes.

Pero el avaro solamente magnifica ‘su’ dinero, porque si se dedica a atender a los demás va perdiendo capital. Y eso, aunque no lo sepa o no lo quiera admitir, lo embrutece. Por tanto es un pecado contra la caridad y la justicia. Contra Dios en definitiva, puesto que Él es la Caridad, el Amor, en grado infinito. Y el avaro está ninguneando al Supremo Hacedor para erigirse en adorador de su propio dios: el dinero.

LA MUERTE.-VALDÉS LEAL.-BARROCO

Y todo ¿para qué? Es indiscutible que lo mismo que todos hemos nacido desnudos, desnudos moriremos en el sentido de que nada de ese tipo de capital nos llevaremos a la presencia de Dios cuando nos reclame ante Él. Y entonces, ¿qué le presentaremos? ¿Los arcones llenos de monedas o nuestras cuentas bancarias rebosantes de inútiles ahorros con los que acaso no hayamos ayudado a quienes están viviendo momentos angustiosos y trágicos tanto ellos como sus familias, con tal de acumular la fortuna personal? Absurdo, ¿no les parece?

Pero no centremos solamente en el dinero la avaricia. También existen avaros de posesión de libros (que luego no leen), de aparatitos informáticos siempre a la última tecnología que realmente no los necesitan así, pudiendo arreglarse con otros inferiores. Su codicia les lleva a querer tener el mejor coche, el mejor reloj o el mejor lo que sea. Presumen y se jactan de tener lo último ante quien sea, sencillamente porque ellos no lo tienen y, tal vez, no lo pueden tener, con lo cual la humillación ajena también hace acto de presencia. Santo Tomás de Aquino dijo que la avaricia ‘es un pecado contra Dios, al igual que todos los pecados mortales, en lo que el hombre condena las cosas eternas por las cosas temporales’. Realmente lo verdaderamente importante no consiste en tener, especialmente si se emplea bien la cabeza, sino en saber usarlo correctamente y para el bien.

Jesucristo, el Logos, la Palabra, dice en el Evangelio: ‘Nadie puede servir a dos amos; porque odiará a uno y querrá al otro o será fiel a uno y al otro no le hará caso. No podéis servir a Dios y al dinero’ (Mt. 6, 24). Y no se queda ahí. También dice: ‘Aquel de vosotros que no renuncia a todo lo que tiene, no puede ser discípulo mío’ (Lc. 14, 33)

Desde la avaricia pueden surgir situaciones, igualmente malas o peores quizá, como es el robo, el fraude o la estafa, situaciones todas de codicia que no conducen a nada decente, ya que pueden llevar al perjurio y al endurecimiento del corazón. Carlos Dickens, novelista inglés del siglo XIX, escribió una novela, ‘Cuento de Navidad’. En la que trata de un hombre avaricioso, miserable en grado superlativo, que se enfrenta a tres espíritus (de las Navidades pasadas, de las presentes y de las futuras) a través de los cuales ve el enfoque de su vida. El novelista enfoca desde el punto positivo la situación y el avaro protagonista rehará su vida empleando el dinero para el bien de forma generosa. Y encuentra la felicidad verdadera en la ayuda al prójimo.

No conozco a nadie que no se haya sentido feliz leyendo este relato, especialmente por su desenlace referido a la capacidad de reacción positiva del protagonista. Siempre se está a tiempo de volver a empezar o de dar marcha atrás en nuestras conductas erróneas. Personalmente lo he releído siete u ocho veces. Me ha hecho ver, como a otros que lo conocen, que si la avaricia es un pecado, tiene una solución con fuerza de voluntad y la ayuda divina, de salir de esa situación absurda y darse a los demás. Dios siempre está esperando a todos en el Sacramento de la Reconciliación.

‘Si estáis inclinados a la avaricia, pensad con frecuencia en la locura de ese pecado, que nos hace esclavos de lo que ha sido creado para servirnos; pensad que al morir, en todo caso, será menester perderlo todo, dejándoselo a quien, tal vez, lo malversará o se servirá de ello para su ruina y perdición’. (SAN FRANCISCO DE SALES, Introducción a la vida devota)

Cuando dejemos este mundo solamente podremos llevarnos los frutos de nuestras buenas obras, de nuestra oración, de nuestros sacrificios y de todas las respuestas que hayamos dado a la pregunta del Creador: ‘¿Qué es lo que has hecho? La sangre de tu hermano me grita desde la tierra’. (Gen.4, 10). Pienso que a nadie nos gustaría enfrentarnos a esa pregunta con respuestas negativas y con las manos vacías en ese momento verdaderamente trascendental.

MESA CON CARCOMA

¿Qué sentido tiene el atesoramiento absurdo y sin sentido de caudales, algunos adquiridos quizá de forma ilícita? Nuestro Maestro hace referencia varias veces al tema de la avaricia. También nos dice: ‘No acumuléis tesoros en esta tierra, donde la polilla y la carcoma echan a perder las cosas y donde los ladrones socavan y roban. Acumulad mejor tesoros en el cielo, donde ni la polilla ni la carcoma echan a perder las cosas y donde los ladrones no socavan ni roban. Porque donde está tu tesoro, allí está también tu corazón’. (Mt. 6, 19-21).

Y para nosotros, discípulos suyos, la elección pienso que no es dudosa. Nuestros caudales, la oración, el servicio y la ayuda a los demás, la entrega personal en el trabajo por la Iglesia, la colaboración en Parroquias o entidades diocesanas, no son alimento de carcoma alguna.

Que Jesucristo Redentor y Nuestra Señora de Walsingham nos bendigan y protejan.