domingo, 2 de octubre de 2011

Avaricia (y II)

EL CAMBISTA Y SU MUJER.-QUENTIN MESSYS.-RENACIMIENTO

El avaro es una persona poco o nada comunicativa incapaz de considerarse solidaria con nadie ni con nada como hemos visto en el caso de Judas en la entrada anterior. Nada de lo que pueda ocurrir a los demás le afecta ni le llama la atención. Vive como pobre para morir siendo rico. El dramaturgo francés Molière captó genialmente la figura de este personaje en su comedia ’El avaro’, en la que nos muestra al personaje principal capaz de vender su alma por dinero.

¿Significa esto que no se debe tener dinero ahorrado para cubrir las necesidades personales y familiares? ¡No, por favor! No se trata de eso. El ahorro es necesario. Casi imprescindible. Fíjense en este pensamiento: ‘No prohíbe Cristo enriquecerse, sino hacerse esclavo de las riquezas: quiere que usemos lo necesario, pero no que guardemos avariciosamente. Es propio del que sirve el guardar las cosas, y propio del señor el darlas’. (SAN JUAN CRISÓSTOMO, Catena Aurea, vol VI, p. 315). Quien esto dice, Padre de la Iglesia, tiene clara su objetividad del tema.

AVARICIA.-JACOB MATHAM.-S. XVI - XVII

Es bueno que las personas busquemos una cierta riqueza exterior en proporción a la necesidad que tengamos en nuestra condición social. El pecado se dará en el exceso de la medida y en las actitudes de desentendernos de los que padecen auténtica necesidad. Hago referencia a esas situaciones en las que el dinero hace embrutecer a las personas hasta el extremo de malvivir y de no auxiliar con él a nuestros semejantes en la medida de nuestras posibilidades. Que no nos impida SER PERSONAS conscientes de nuestra solidaridad, incluso a costa de alguna renuncia por nuestra parte. ‘Dichoso el rico que es hallado sin tacha y que no se afana tras el oro. ¿Quién es éste para que lo felicitemos? Porque ha hecho maravillas en su pueblo’ (Eclo. 31, 8-9). Ya ven que la misma Escritura va en apoyo de quienes saben utilizar sus caudales.

Si las personas tendemos a ayudarnos mutuamente en cuantos problemas o necesidades vayan surgiendo, desarrollando así el sentido de la solidaridad, necesariamente dependeremos unos de otros. Cáritas y otras Organizaciones son un claro ejemplo de ello a través de las personas que las hacen funcionar y de cuantos colaboran en ellas a través de sus donativos monetarios, alimenticios, de ropa o atendiendo a llamadas concretas para solucionar casos verdaderamente sangrantes.

Pero el avaro solamente magnifica ‘su’ dinero, porque si se dedica a atender a los demás va perdiendo capital. Y eso, aunque no lo sepa o no lo quiera admitir, lo embrutece. Por tanto es un pecado contra la caridad y la justicia. Contra Dios en definitiva, puesto que Él es la Caridad, el Amor, en grado infinito. Y el avaro está ninguneando al Supremo Hacedor para erigirse en adorador de su propio dios: el dinero.

LA MUERTE.-VALDÉS LEAL.-BARROCO

Y todo ¿para qué? Es indiscutible que lo mismo que todos hemos nacido desnudos, desnudos moriremos en el sentido de que nada de ese tipo de capital nos llevaremos a la presencia de Dios cuando nos reclame ante Él. Y entonces, ¿qué le presentaremos? ¿Los arcones llenos de monedas o nuestras cuentas bancarias rebosantes de inútiles ahorros con los que acaso no hayamos ayudado a quienes están viviendo momentos angustiosos y trágicos tanto ellos como sus familias, con tal de acumular la fortuna personal? Absurdo, ¿no les parece?

Pero no centremos solamente en el dinero la avaricia. También existen avaros de posesión de libros (que luego no leen), de aparatitos informáticos siempre a la última tecnología que realmente no los necesitan así, pudiendo arreglarse con otros inferiores. Su codicia les lleva a querer tener el mejor coche, el mejor reloj o el mejor lo que sea. Presumen y se jactan de tener lo último ante quien sea, sencillamente porque ellos no lo tienen y, tal vez, no lo pueden tener, con lo cual la humillación ajena también hace acto de presencia. Santo Tomás de Aquino dijo que la avaricia ‘es un pecado contra Dios, al igual que todos los pecados mortales, en lo que el hombre condena las cosas eternas por las cosas temporales’. Realmente lo verdaderamente importante no consiste en tener, especialmente si se emplea bien la cabeza, sino en saber usarlo correctamente y para el bien.

Jesucristo, el Logos, la Palabra, dice en el Evangelio: ‘Nadie puede servir a dos amos; porque odiará a uno y querrá al otro o será fiel a uno y al otro no le hará caso. No podéis servir a Dios y al dinero’ (Mt. 6, 24). Y no se queda ahí. También dice: ‘Aquel de vosotros que no renuncia a todo lo que tiene, no puede ser discípulo mío’ (Lc. 14, 33)

Desde la avaricia pueden surgir situaciones, igualmente malas o peores quizá, como es el robo, el fraude o la estafa, situaciones todas de codicia que no conducen a nada decente, ya que pueden llevar al perjurio y al endurecimiento del corazón. Carlos Dickens, novelista inglés del siglo XIX, escribió una novela, ‘Cuento de Navidad’. En la que trata de un hombre avaricioso, miserable en grado superlativo, que se enfrenta a tres espíritus (de las Navidades pasadas, de las presentes y de las futuras) a través de los cuales ve el enfoque de su vida. El novelista enfoca desde el punto positivo la situación y el avaro protagonista rehará su vida empleando el dinero para el bien de forma generosa. Y encuentra la felicidad verdadera en la ayuda al prójimo.

No conozco a nadie que no se haya sentido feliz leyendo este relato, especialmente por su desenlace referido a la capacidad de reacción positiva del protagonista. Siempre se está a tiempo de volver a empezar o de dar marcha atrás en nuestras conductas erróneas. Personalmente lo he releído siete u ocho veces. Me ha hecho ver, como a otros que lo conocen, que si la avaricia es un pecado, tiene una solución con fuerza de voluntad y la ayuda divina, de salir de esa situación absurda y darse a los demás. Dios siempre está esperando a todos en el Sacramento de la Reconciliación.

‘Si estáis inclinados a la avaricia, pensad con frecuencia en la locura de ese pecado, que nos hace esclavos de lo que ha sido creado para servirnos; pensad que al morir, en todo caso, será menester perderlo todo, dejándoselo a quien, tal vez, lo malversará o se servirá de ello para su ruina y perdición’. (SAN FRANCISCO DE SALES, Introducción a la vida devota)

Cuando dejemos este mundo solamente podremos llevarnos los frutos de nuestras buenas obras, de nuestra oración, de nuestros sacrificios y de todas las respuestas que hayamos dado a la pregunta del Creador: ‘¿Qué es lo que has hecho? La sangre de tu hermano me grita desde la tierra’. (Gen.4, 10). Pienso que a nadie nos gustaría enfrentarnos a esa pregunta con respuestas negativas y con las manos vacías en ese momento verdaderamente trascendental.

MESA CON CARCOMA

¿Qué sentido tiene el atesoramiento absurdo y sin sentido de caudales, algunos adquiridos quizá de forma ilícita? Nuestro Maestro hace referencia varias veces al tema de la avaricia. También nos dice: ‘No acumuléis tesoros en esta tierra, donde la polilla y la carcoma echan a perder las cosas y donde los ladrones socavan y roban. Acumulad mejor tesoros en el cielo, donde ni la polilla ni la carcoma echan a perder las cosas y donde los ladrones no socavan ni roban. Porque donde está tu tesoro, allí está también tu corazón’. (Mt. 6, 19-21).

Y para nosotros, discípulos suyos, la elección pienso que no es dudosa. Nuestros caudales, la oración, el servicio y la ayuda a los demás, la entrega personal en el trabajo por la Iglesia, la colaboración en Parroquias o entidades diocesanas, no son alimento de carcoma alguna.

Que Jesucristo Redentor y Nuestra Señora de Walsingham nos bendigan y protejan.

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