Pues no. No es bueno. Y lo ha dicho el LOGOS. La Palabra de Dios fue pronunciada después que vio al Hombre, recién creado, y que no había nadie semejante a él. Eso, dicho por el Creador, es una gran garantía de la necesidad de la mujer para la complementariedad del varón, cada uno en su rol respectivo, de acuerdo con la época en la que vivimos en pleno siglo XXI.
Son muchas las veces que he oído una frase muy conocida: ‘Detrás de un gran hombre hay una gran mujer’. Pero hoy deberemos pensar también que ‘detrás de una gran mujer puede haber un gran hombre’.
¿A dónde voy con todo esto? Nos estamos encontrando con una Sociedad cada vez más cambiante y parece que todo se cuestiona, como si la razón fuese el único camino válido o útil para analizar o valorar las cosas. Y el Matrimonio, COMO SACRAMENTO, también está cuestionado. La prueba está en la cantidad de matrimonios civiles que se están realizando.
Pero realmente, ¿sigue siendo válido hoy? La mañana del 11 de octubre, cuando fui a comprar el periódico, me preguntaron el motivo por el que iba tan arreglado. Al responder que iba a la boda de unos amigos que se casaban por la Iglesia, me encontré con una respuesta inesperada: ‘¿Pero aún hay gente que se casa por la Iglesia?’.
Esto me obliga a plantearme el desconocimiento generalizado que existe de lo que es una ‘boda por la Iglesia’. Como punto de partida tenemos un amor que, como tal, supone donación. No es simplemente ‘quererse’. Es ‘AMARSE’, lo cual supone hacer efectivo lo indicado por San Pablo en la Primera Carta a los Corintios, en el capítulo 13, versículos 1 al 13, leído en la ceremonia indicada. Es el desarrollo del Mandato de Jesucristo ‘Amaos los unos a los otros. EN ESO conocerán que sois mis discípulos’. (Jn. 13, 34-35). Y lo del AMOR es aplicable también a los padres, a los hermanos, etc.
Referido al Matrimonio eso supone donación mutua, no solamente en los cuerpos, sino también en el respeto mutuo, la estima mutua y un largo etcétera, que puede realizarse a través de mucho diálogo mutuo, saber ceder de sus propios derechos, querer bajarse de los podios respectivos cuando surjan las probables desavenencias o crisis matrimoniales, para encontrarse los dos a ras de suelo y saber disculpar los errores o fallos del otro. Es el Reencuentro a mitad de camino. Sin vencedores ni vencidos. Y volver a empezar sabiendo abrir los brazos mutuamente para continuar viviendo una nueva etapa en su cotidianidad.
Y ustedes me dirán: ‘Todo eso también vale para un matrimonio civil’. Sí. Es cierto. Y también para cualquier otra situación humana. Pero en el caso del matrimonio cristiano, hay una gran diferencia: la pareja acepta en sus vidas y en la vida matrimonial la presencia de Dios que les une y les acompaña en esa gran aventura que solamente terminará cuando uno de los dos marche al Reino de Dios a esperar al otro.
Ese Reino que los dos aceptan hacer realidad en el mundo a través del Sacramento que reciben mediante la entrega mutua, de la cual la misma pareja contrayente es Ministro y Sujeto, así como Materia y Forma. Es el único Sacramento en el que el sacerdote actúa como Testigo de la Comunidad Eclesial y bendice al nuevo matrimonio con la bendición del Ser que en su Providencia ha juntado las vidas de los contrayentes.
Él es el elemento aglutinador de ser ‘una sola carne’ dentro de sus individualidades respectivas. Ellos, por su parte, harán de sus vidas una constante oración, juntos o a nivel individual, como en el caso de Tobías y Sara (Tb. 8, 4-9). La oración aportará la paz, la paciencia, la serenidad necesarias para una buena convivencia, porque procederá de ese Dios que han elegido seguir.
Ellos, hacen realidad el proyecto de Dios en el Génesis de que ‘el hombre no esté solo’, por una parte, y por otra la de ‘creced, multiplicaos y llenad la tierra’. (Gen. 1, 28). Y ahora me pueden decir que eso también lo hacen los que se casan por lo civil, pero yo aclaro que eso lo hacen desde el orden natural. Los que son conscientes de lo que supone recibir el Sacramento, lo hacen desde el orden sobrenatural, colaborando con Dios en esa Creación en constante transformación.
Sinceramente les digo que cuando he visto la pareja que se casaba esa mañana, he presenciado la realidad de cuanto les estoy refiriendo. He visto la hondura del compromiso mutuo y el deseo de que sea una realidad permanente la duración del vínculo sacramental ‘hasta que la muerte los separe’. Incluso cuando el sacerdote, tío de la novia, ha pronunciado el ‘lo que Dios unió, no lo separe el hombre’, además de que ha sido dicho como un canto a la esperanza, ha sido acogido por los novios como un acto de confianza en la ayuda de ese Jesucristo que han aceptado en su convivencia diaria.
Después … todos hemos presenciado el nacimiento de una nueva Iglesia doméstica en ese nuevo matrimonio cristiano. Que Dios los bendiga siempre a ellos y a sus familias y que, aunque vengan los temporales de las crisis, las dificultades o los problemas que se presentan en todos los matrimonios, tengan siempre presente la Roca Angular de la Iglesia, el LOGOS, y que se apoyen en ella con fuerza. No naufragarán. Seguro. La experiencia lo confirma.
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