¿Cuál es el esquema de los Sacramentos? Ahí hay algo que se ve porque son, como hemos dicho, unos símbolos, unos signos.
Pero hay algo interno en todos ellos que sin duda es lo más importante de la fe. Todo Sacramento es el momento de más riqueza de nuestra fe. Más incluso que cualquier oración. Toda una vida dedicada a darse golpes de pecho no es nada en comparación con la Confesión de un niño o de un adulto, de una Unción de Enfermos o de un Bautismo, .
¿Por qué? Porque lo que realmente está ocurriendo cuando un sacerdote celebra una Misa tanto en el Vaticano como en la selva del Matto Grosso en el Brasil, o haciendo una Unción a un enfermo en una chabola o en una lujosa mansión, es esto :
Tanto el sacerdote como los que puedan estar presentes están simbolizando, representando a toda la Iglesia, deseosa de superar sus traumas y sus sufrimientos y deseosa de celebrar y de vivir la alegría. Y simbolizar a la Iglesia significa representar a la Humanidad, la que ha vivido, la que vive y la que vivirá.
Al mismo tiempo existe otra cosa. Todo Sacramento simboliza a Dios y lo hace presente en el hombre. Es este sueño, aparentemente utópico, de que el hombre siempre ha buscado a Dios. Hasta el hombre de las cavernas que apenas conocía el fuego era capaz de orientar a sus muertos hacia donde sale el sol, porque más o menos conscientemente lo buscaba, aunque no supiese darle un nombre o un contenido. Pero Dios estaba ahí, también con esos ancestros de la Humanidad como lo está ahora con nosotros a través de cualquier acontecimiento, a la vuelta de cualquier esquina.
Miren ustedes : En cada Sacramento siempre hay dos elementos. El hombre que busca su liberación y su felicidad a pesar de sus angustias y problemas, y un Dios a tope, total y absoluto, dispuesto a echarnos una mano.
Cada vez que se está realizando un Sacramento se produce un hecho nuclear: JESÚS DE NAZARET ACONTECE EN TODOS LOS SACRAMENTOS Y SE HACE PRESENTE REALMENTE con todo lo que eso significa y con todo lo que conlleva, o sea :
El Dios que se hace hombre,
El Dios solidario.
El Dios-Hombre que rompe todas las barreras y todos los esquemas.
El Dios-Hombre que sufre y es fiel hasta la cruz.
El Dios-Hombre que resucita victorioso.
Eso y todo lo que pueda significar la persona de Jesús de Nazaret se hace presente en cualquier Sacramento.
Y cuando cuatro o cinco personas mayores están en la Misa de las 8 de la mañana en un pueblecito perdido de cualquier montaña, cuando hay un enfermo con un cáncer que lo está devorando silenciosa pero cruelmente, cuando varias personas participan de cualquier Sacramento, ... están representando a toda la Humanidad enferma, doliente y necesitada de liberación.
Esas personas descubren que Cristo es un ser genial que viene hasta nosotros de verdad, realmente, pero no en plan paternalista sino dejándonos llevar a nosotros la iniciativa haciendo uso de la libertad con que nos creó.
Ese Dios hecho hombre, nacido de mujer, que conoció el dolor hasta el extremo y supo lo que es morir, no de viejo como posiblemente nosotros, sino en la plenitud de su juventud y de su madurez humanas, en plena vitalidad y que cuando experimenta la soledad y la burla de los que lo llevaron a la cruz, le hace exclamar : “¡Padre! ¿Por qué me has abandonado?”
Ante ese Dios que experimenta todo lo que cualquiera de nosotros podemos experimentar y aún más, menos el pecado, no tenemos más remedio que callar, admirar, quitarnos el sombrero y decirle. “Vale, Señor. Me has convencido y aquí me tienes para lo que quieras, cuando quieras y como quieras. Eres capaz de hacerte solidario en mi dolor, en mi amor, en mi vejez o en mi juventud, en mi todo.
Te interesas en serio por cada uno de nosotros y por eso te alabo y te alabamos. Por eso te bendigo y te bendecimos. Por eso te doy mi aplauso sin reservas desde el lugar que me corresponde en la Historia y en Tu Historia”.
Entonces podemos decir de nosotros mismos que no somos solamente personas sino que somos el MAYOR SACRAMENTO DE DIOS, de su inteligencia, de su amor y de su misterio. ESA ES, AHÍ ESTÁ, NUESTRA EXPRESIÓN Y ACEPTACIÓN DEL SACRAMENTO.
Y la otra parte del binomio es Dios que se siente enamorado de todos y cada uno de nosotros y de la Humanidad entera, superior a los dinosaurios, al Universo y a cualquier semillita que contiene el milagro de la vida en sus entrañas, porque en aquel “HAGAMOS AL HOMBRE A NUESTRA IMAGEN Y SEMEJANZA” DIOS NOS CREÓ CON TODO SU AMOR Y SU PODER : NOS HIZO A SU IMAGEN. A IMAGEN DE DIOS NOS CREÓ .De ahí que se encuentre a gusto con nosotros como lo estaba en el Paraíso cuando bajaba a pasear y a dialogar con Adán y Eva a la caída de la tarde, antes del pecado. Y esa amistad con ellos es la que nos ofrece ahora a todos mediante los Sacramentos.
Por eso Dios se deshace en Amor cuando en cualquier Sacramento se siente amado y acogido por el hombre al que ha reconquistado por la muerte y resurrección de su Hijo.
Y nosotros que hemos captado su emoción, le correspondemos ofreciéndole a su propio Hijo en el Sacrificio Eucarístico.
Y ese Dios eterno y tierno como un padre y una madre, mayúsculo y gigante, no tiene más remedio que extender su brazo gigante y poderoso, abrazarnos en su locura y decirnos muy quedamente en nuestra intimidad con Él: “Cuenta conmigo”.
Y los dos, Hombre y Dios, se unen en una misma palabra, en un mismo gesto, en un mismo símbolo que es el Sacramento. De ahí que los Sacramento sean el acontecimiento cumbre de toda la fe.
Por eso una Misa vivida a tope, conscientes de que estamos siendo signo de toda la Humanidad, de la vida misma, nos hace exclamarle a Dios : “Gracias, Padre, por ser Quien eres y por ser Como eres, porque me estás recordando lo que has hecho conmigo a través de tu Hijo Jesús de Nazaret y te doy gracias por cuanto soy, me das y me conservas.
Y te alabo y te bendigo desde mis limitaciones y de mi nada, por mi propia Historia desde que me llamaste a esta vida hasta que me vuelvas a llamar para ir junto a Ti en la VIDA AUTÉNTICA PARA TODA LA ETERNIDAD ”.
Y no tengamos miedo de la respuesta que Dios nos vaya a dar. Siempre luchará por nosotros y junto a nosotros transmitiéndonos su energía para que seamos capaces de construir el mundo que Él desea desde nuestros ambientes.
Por todo lo que estamos viendo podemos decir que cualquiera de los Sacramentos es infinitamente mayor que 30.000 oraciones o que un millón de lo que ustedes quieran, porque estamos celebrando el acontecimiento de la presencia real de Cristo en ellos y la fuerza que Dios nos da.
Dios se ha comprometido para que cada vez que se den las condiciones instituidas por Jesús en los Sacramentos, darnos su Gracia y su TODO porque está a nuestro lado.
Pero para eso también se requiere nuestra participación. Que nuestro SÍ sea de una forma consciente y comprometida. Aunque Dios nos ame, nos abrace y se vuelque en nosotros, si no tenemos fe, si no nos abrimos a Él, si nuestro corazón es una peña, Dios se queda a las puertas de nuestro muro. Choca contra la piedra de nuestro corazón.
Si vivimos lo que creemos que es nuestra fe desde la rutina y por obligación, nos estamos cargando el Sacramento. Lo estamos convirtiendo en cualquier cosa, menos en lo que es. Y los Sacramentos son todos iguales en cuanto lo que significan, pero requieren de nuestra participación.
Cuando recibimos cualquiera de ellos diciéndole a Dios: “Jesús. Estoy contigo, pero te necesito cada vez más. Creo en Ti, pero aumenta mi fe. Tengo un montón de problemas pero contigo todo se resolverá y junto a Ti nada me asusta ni nada temo”, es cuando el Sacramento explosiona en nosotros como una primavera que revienta los senos de la tierra y hace nacer la Vida, y en este caso , la Vida de Dios en nosotros.
A partir de ahí nuestra fe se irá trasformando y ganando en madurez, porque la explosión del amor de Dios se convierte en una implosión en nuestro interior que nos prepara para lo que sea, porque Dios estará en nuestra intimidad. Y ahora es el momento de invitarles a acercarnos a Él con la oración ... ... ...
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