sábado, 7 de febrero de 2009

San Pablo (1ª parte)

Lo prometí. Y lo que prometo, lo cumplo mejor o peor, pero lo hago. Y es lo que me pasa con San Pablo. Prometí que hablaría algo de él y lo voy a hacer. Creo que se lo merece.

Uniéndome a la conmemoración del Año Paulino, me ha parecido conveniente hacer una semblanza de este apóstol de una manera globalizada y breve. Es como una especie de homenaje a este gran santo que, sin conocer a Jesús en su vida mortal, tuvo la Gracia de verlo (al menos supongo que lo vería) en un determinado momento de su vida, cambiándosela en su totalidad, hasta el extremo de soportar y padecer diversos episodios violentos a lo largo de su vida y acabar dando su vida por Él.

¿Quién era San Pablo? Mi propósito no es sentar ninguna cátedra de nada porque hay personas que saben muchísimo más que yo de éste y de otros temas. Yo solamente soy un laico que deseo dar a conocer a este personaje desde mis limitaciones, pero con el que me siento totalmente identificado y a quien admiro.

Y voy a hacerlo en dos exposiciones con el fin no hacerlo largo y facilitar su lectura. Comencemos.

La persona

Localicemos a nuestro personaje. En un lejano país existió una región que bordeaba el Mediterráneo llamada Cilicia. Tuvo muchísima importancia porque la atravesaba la ruta comercial que unía Siria con Asia Menor.

En esa región estaba situada la ciudad más importante de la zona que en distintas ocasiones fue considerada la capital de esa zona: TARSO.

Allí nació en la primera década de la Era cristiana dentro de una familia acomodada que, aunque era judía, de la tribu de Benjamín, estaba en posesión de la ciudadanía romana, hecho que para la época que le tocó vivir era de un enorme prestigio social y político, y que Pablo heredó por derecho familiar.

Su padre le puso Saulo de nombre en recuerdo de un Rey que tuvo Israel llamado Saúl. Como buen judío su lengua vehicular con la familia y los paisanos era el arameo, aunque según iba creciendo y su educación se afianzaba de cara a los negocios de la familia, también aprendió el latín, lengua de Roma que era la dueña del mundo, y no es descabellado pensar que también el griego, porque tenía que entenderse con muchos comerciantes, no solamente griegos sino también con judíos de la diáspora que se habían helenizado y hablaban esa lengua. ¡Quién le iba a decir lo útil que sería para él en los viajes apostólicos que, con el tiempo realizaría!

Como buenos israelitas, sus padres decidieron que para su educación debía asistir al lugar más famoso de la época, la escuela de Gamaliel, Maestro principal de los fariseos, secta a la cual pertenecía su familia y él también por propia convicción.

A la vez que se iba instruyendo en la Ley de Moisés aprendía la profesión de SKENOPOIOS, es decir, fabricante de tiendas, con la que tenía previsto ganarse la vida. ¡Qué distinto sería su futuro del que se imaginaba!

Siendo joven oyó que en Jerusalén habían ajusticiado a un nazareno de nombre Jesús en una cruz, la muerte reservada a los peores criminales, pero que sus seguidores se empeñaban en decir que después de muerto había resucitado. Le parecía una necedad tan grande que apenas prestaba atención a lo que le parecían bulos, aunque como fariseo e hijo de fariseos creía en la resurrección.

Sin embargo cuando su maestro Gamaliel tuvo que intervenir en el Sanedrín (Hch.5, 34-39) aconsejando que dejaran en paz a los seguidores del Crucificado por si acaso estaban en lo cierto, permaneció en silencio pero ya prestaba mayor atención a todo cuanto se refería a este tema, si bien intuía que esos grupos seguidores del Nazareno iban a ser un serio peligro para los seguidores de la Ley de Moisés.

Tanto era así, que un día ocurrió un suceso que le marcó.

Contaban que un joven llamado Esteban, seguidor del Jesús ajusticiado, hacía prodigios y grandes señales entre el pueblo. Algunos paisanos de la sinagoga de los libertos y otros se levantaron para rebatir sus enseñanzas, pero no podían. Ellos mismos reconocían que les faltaban argumentos ante los que presentaba Esteban.

Y empezaron el juego sucio. Los oficialmente buenos, que estaban metidos en las sinagogas y colaborando directamente con los rabinos, emplearon la mentira y la vileza de la calumnia para difamarlo y levantar falso testimonio contra él, (lo contrario al Mandato que Yavéh dio a Moisés, según Ex. 20, 16), lo cual motivó que fuera llevado ante el Sanedrín.

El Sumo Sacerdote le interrogó sobre las acusaciones que le hacían los falsos testigos y Esteban elaboró una brillante y hábil defensa suya y de esa doctrina que estaba empezando a nacer. Pero cuando dijo que estaba viendo abiertos los cielos y a Jesús a la diestra de Dios, lo consideraron blasfemo y fue condenado a la lapidación, según la norma de la Torah para estos casos. Y a Saulo le pareció justa la sentencia.

Y los siguió. Sentía curiosidad, dentro de su estupor, por lo que le había oído decir y llegó hasta el lugar donde iba a efectuarse la lapidación. Algunos dejaron sus ropas a los pies del joven Saulo.

Pero esa ejecución le marcó. No podía concebir que los verdaderos israelitas se convirtiesen a una religión naciente cuando ellos, pueblo elegido de Yavéh, estaban en posesión de la auténtica religión, según demostraba la Historia de Israel.

Eso hacía crecer en él una animadversión y odio cada vez más feroz contra estas personas que seguían al nazareno, porque veía en este nuevo movimiento un ataque frontal al judaísmo tradicional.

A partir de la muerte de Esteban se desencadenó una persecución contra todos los que profesaban su misma fe y él no podía permanecer ajena a ella.

(Unos días más y termino. Gracias por su comprensión)

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