domingo, 24 de mayo de 2009

El encargo de Jesucristo

Podríamos estar dándonos golpes con la cabeza contra la pared toda nuestra vida y jamás podríamos entender la grandeza de Dios. Ni su generosidad. Ni su providencia. Ni su… Podríamos estar poniendo cuanto quisiéramos. No podríamos entender nada de Dios porque su infinitud no tiene cabida en nuestros parámetros de inteligencia humana.

Pero por esa misma razón, Dios que es omnisciente ha querido que, al menos, podamos descubrir algo de su Esencia, de su forma de ser, de su forma de actuar, de su forma de amar,… Y emprende un largo camino junto a nosotros en el que, a través de su misteriosa pero eficaz e incomprendida pedagogía, nos lleva a través de esa larga Historia de Amor titulada “La Biblia”.

Y por si fuera poco, es capaz de acampar entre nosotros haciéndose el Maestro visible que nos muestra el cumplimiento y la plenitud de esa Historia en esa persona llamada Jesús al que añadieron ‘de Nazaret’ por el lugar en el que vivió bastantes años con su madre. Él nos explica que ha llegado la plenitud de los tiempos y que ese Dios que habló por boca de los profetas y de otras personas está hablando en vivo y en directo con las personas de su época.

Y la Palabra ‘vino a los suyos, pero los suyos no le recibieron’ (Jn. 1, 11). ¿Cómo le iban a recibir? A los poderosos, a los instalados, no les interesaba. Estaban muy acomodados en su situación. El pueblo llano tenía otro concepto del Mesías que estaba esperando y en Jesús veían un rabí que hablaba con autoridad (Mt.7, 29) y con una manera de decir las cosas diferente a como estaban acostumbrados a oír de los sacerdotes del Templo y de los rabinos. Los milagros les asombraban, pero no llegaban a más.

Es a partir de la Resurrección y de Pentecostés cuando el pueblo empieza a reaccionar a golpes de Espíritu Santo.


Aquel momento de la Anunciación a María de que el Verbo de Dios, el LOGOS, la Palabra, iba a hacerse hombre, es posible que en la Ascensión de Jesús a su Reino, ya se dieran cuenta cuantos contemplaban este hecho que ya no era el Verbo quien se marchaba, sino Jesús de Nazaret, verdadero Dios pero también verdadero hombre. Y su marcha no es para desentenderse de nosotros, sino para que completemos su misión en el tiempo y en la Historia desde dentro de la Iglesia: ‘Id por todo el mundo y predicad el Evangelio a toda criatura’ (Mc. 16, 15). Y Él estar apoyándonos desde la derecha del Padre y asistiéndonos en todos nuestros trabajos por el Evangelio: ‘Yo estaré con vosotros siempre hasta la consumación de los siglos’ (Mt. 28, 20).

Hay personas que recopilan los hechos y ‘dichos’ del Maestro y que luego Mateo, Marcos, Lucas y Juan darán forma literaria desde sus particulares puntos de vista y de sus propios objetivos.

Pero no son solamente estos escritos, pues también hay otros, los Hechos de los Apóstoles, las distintas Cartas y el Apocalipsis de Juan, a través de los cuales nos podemos permitir hoy ir descubriendo el mensaje que nos va transmitiendo la Palabra a cada uno de nosotros y a la Humanidad entera.

Dentro de ese campo de los descubrimientos, y con esto comienzo a responder a Euterpe en su comentario del domingo 3 de mayo, vemos que lo que Juan nos transmite en los capítulos 13 al 17 de su Evangelio en esos momentos de máxima intimidad con los amigos que habían compartido con Él tanta cosas, lo podemos entender mejor o peor, pero podemos vernos reflejados ahí como unos comensales más en esa cena de intimidad y despedida. También nos está hablando muy directamente a nosotros.

Después los Apóstoles y otros discípulos se encargarán de ir anunciando la Buena Nueva por todo el mundo, a costa de no pocos trabajos y de sufrir muchas afrentas y penalidades. Lo demuestra el hecho de que todos, a excepción de San Juan, sufrieran martirio.

Uno de los que se toman muy en serio esta misión es Saulo de Tarso. Con él empieza la Teología a tomar carta de naturaleza. Podríamos decir que San Pablo es el primer teólogo de la Historia de la Iglesia. Con una clarividencia solamente comprensible desde una asistencia personal y especial del Espíritu Santo, va desgranando en sus cartas todos los descubrimientos que va haciendo de las Escrituras y de Jesucristo.

Es el primero, me parece a mí, en descubrir el auténtico sentido y profundidad de esa sinfonía compuesta por Dios titulada “AMOR”, cuya partitura se encuentra en el capítulo 13 de la primera carta que dirige a los cristianos de Corinto. Todos estamos invitados a interpretar esa sinfonía aunque no sepamos solfeo. No es necesario. Pero sí es necesario que tengamos fuerza de voluntad para interpretarla a diario en el gran concierto de nuestra propia vida.

No es solamente para ser leída en las bodas cuando un hombre y una mujer deciden libremente unir sus vidas para siempre, dando un toque más o menos poético a la ceremonia religiosa. Es para hacer vida común de la pareja, DURANTE TODA LA VIDA, el contenido de ese fragmento bíblico a través del esfuerzo cotidiano aun a pesar de las dificultades.

Pero eso también va dirigido a todos los laicos, sean de la condición que fueren, a los sacerdotes y personas consagradas. A todos.

Y eso es solamente un ejemplo de los centenares que se podrían poner. Al descubrimiento del pensamiento y de los planes de Dios, solamente podremos llegar abriéndonos a Él y leyendo, meditando y orando la Palabra divina.

Así es como llegaríamos a conclusiones como la de nuestr@ colaborador/a Euterpe, a quien agradezco su opinión y sus buenos deseos a la vez que l@ animo a continuar con sus trabajos y colaboraciones.

Efectivamente ‘somos templos de Dios’ (I Cor. 3, 16). Pero no somos capaces de descubrir, ni siquiera adivinar, el alcance real de lo que eso significa. ¿Cómo podremos intuir el significado de que la Eternidad, la Omnipotencia, la Perfección, la Inmutabilidad, la Inmensidad, la Infinitud, la Sabiduría Divinas, puedan estar en nuestro interior y seguir siendo pecadores e imperfectos? Pues la solución la da Euterpe: es un Don que Dios nos hace inmerecidamente por nuestra parte, porque somos sus criaturas.

Y permítame decirle que toca usted un aspecto muy interesante para los cristianos, que de alguna manera yo menciono en la última entrada correspondiente al sábado 16 de mayo: la AUTOESTIMA de los cristianos. Personalmente, aunque no mencione directamente ese sentimiento o concepto, pero lo aludo cuando digo que ‘Cristianos y humildes, SÍ. Tontos o pusilánimes, ¡NO!’

¿Por qué? Muy sencillo. Si Dios nos ha llamado a la vida dándonos la categoría de ‘hijos y herederos’ según San Pablo (Rom. 8, 17), no debemos llevar en nosotros falsos conceptos de humildad y transformarlos en estériles conformismos pensando que son voluntad de Dios.

Como hijos de Dios tenemos una dignidad que es LA MISMA dignidad de Dios, por lo tanto no debe tener cabida en nosotros un autodesprecio que solamente nos puede conducir a la nada y al vacío. Y, efectivamente, estoy de acuerdo con ese sacerdote al que oyó decir que ‘el autodesprecio es uno de los peores enemigos de la santidad’. Y si tenemos obligación de desearla y buscarla, como dijo Jesús: ‘Sed perfectos como vuestro padre celestial es perfecto’ (Mt. 5, 48), no tenemos derecho a obstaculizar la acción de Dios en nosotros, ya que solamente Él, el Infinitamente Santo, nos la puede dar.

Y en este aspecto, la dedicación a nuestros semejantes en la medida de nuestras posibilidades (y no me refiero solamente a las económicas, ya que les podemos dedicar algo de nuestro tiempo según los talentos recibidos de nuestro Padre, en nuestra profesión, en nuestros ratos de ocio o tiempo libre, desde nuestra vocación y nuestro propio estado, etc., etc., etc.), es realmente fundamental y decisiva.

Pero no debemos desanimarnos pensando que nada tenemos que hacer. No sirve decir que el mundo está muy mal y que no podemos hacer nada. Miremos los más cercanos a nosotros y a poco que profundicemos podremos ver cómo hay montones de viñas del Señor en las que podemos encontrar nuestra propia realización humana y cristiana. Y, ¿por qué no?, también nuestra santificación.

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