domingo, 13 de septiembre de 2009

Otra vez las manos

Es que es un tema que siempre me ha llamado la atención. Siendo adolescente oí por primera vez a un sacerdote que nos invitaba a que mirásemos nuestras manos alguna vez para preguntarnos luego si les teníamos llenas o vacías. Era, en definitiva, una invitación a que analizásemos nuestras vidas a ver si con lo que hacíamos en ese momento las llenábamos con hechos que le dieran un sentido o, por el contrario, llevábamos una vida sin él, sin rumbo, lo que traía como consecuencia unas manos vacías. Una vida vacía y sin una ruta fija.

Luego nos explicó la parábola de los talentos y volvieron a salir las manos. Nos puso en situación de caminar haciendo cosas a través de las cuales podíamos ofrecer a Dios unos ‘intereses’ a través de unas manos llenas de obras buenas trabajando en el campo de los Evangelios. Pero que no enterrásemos los valores recibidos de Él.

Todo esto viene a cuento de que esta mañana en la Eucaristía, cuando ha llegado el momento de rezar comunitariamente el Padre Nuestro, oración que Cristo enseñó a todos a través de los apóstoles (Mt. 6, 9-13), un grupo de personas han levantado sus manos a la altura del pecho aproximadamente y, con las palmas extendidas hacia arriba, han orado de esa manera.

Y esos recuerdos que he expuesto anteriormente han fluido de nuevo a mi mente. ¿Qué simboliza orar así con las manos? Es cierto que con el cuerpo también se ora y las manos forman parte del mismo, pero cuando las veo así, pienso que es una forma de pedir… que es una forma de suplicar… que es una forma de adorar…

Pero también es una forma de apertura a Dios y a los demás. Yo debo ser receptivo a lo que Dios me dice y me pide porque es la fuente de todo. Es la Fuente de la Vida. Mis manos están en actitud de espera y de donación a la vez. Estamos dando a Dios todo el amor del que podamos ser capaces. Estamos recibiendo de Él su Amor sin límites ni condicionantes. Dios es así. Es actitud de dejarnos amar por quien es nuestro Padre, por quien nos da la facultad de poderle llamar ‘Abbá’, según nos enseñó Jesucristo.

Pienso que la oración es dejarnos querer por Dios, que al ser Amor, está haciendo de Padre nuestro. De la oración debemos orientar nuestra acción apostólica y lanzarnos a llenar nuestras manos con lo que el Espíritu Divino quiera hacer con los demás a través de nosotros. Nuestras manos serán entonces las manos del mismo Dios que actúa a través de nosotros.

El mismo Jesucristo se retiraba solo al monte, noches enteras, para hablar con su Padre. De esos momentos orantes nacía la fuerza de su predicación por los caminos de su tierra. ‘Concurrían numerosas muchedumbres para oírle y ser curados de sus enfermedades, pero Él se retiraba a lugares solitarios y se daba a la oración’ (Lc. 5, 15-16). Es necesario para ‘estar en forma’ evangélica. Es…¿cómo lo podría expresar? Lo voy a intentar: como si la Alianza de Dios con su pueblo a través de Moisés, en el Sinaí, la estuviese realizando a nivel individual con cada uno de nosotros en cada momento de oración, a partir de nuestra apertura y disponibilidad a la Trinidad.

Cuando en la Comunión he estado ayudando al sacerdote celebrante a darla a los que han asistido a la Eucaristía, seguía pensando en eso y en lo que nos dijo el sacerdote que impartió el Curso de Ministros Extraordinarios de la Comunión: ‘No olviden que no son sus manos las que van a dar el Cuerpo de Cristo. Es el mismo Cristo que se da a través de sus manos, que ahora son las Suyas’.
Si esto lo asumimos y somos plenamente conscientes de ello, también podremos decir con San Pablo: ‘Ya no vivo yo, es Cristo quien vive en mí’. (Gal. 2, 20). Y el alma irá buscando al Amado, como dijo San Juan de la Cruz:


¿Adónde te escondiste,
Amado, y me dejaste con gemido?
Como el ciervo huiste,
habiéndome herido;
salí tras ti clamando, y eras ido.

Pastores, los que fuerdes
allá por las majadas al otero,
si por ventura vierdes
aquel que yo más quiero,
decilde que adolezco, peno y muero.


Buscando mis amores
iré por esos montes y riberas;
ni cogeré las flores
ni temeré las fieras;
y pasaré los fuertes y fronteras.

¡Oh, bosques y espesuras
plantadas por la mano del Amado!
¡Oh, prado de verduras,
de flores esmaltado!
Decid si por vosotros ha pasado



RESPUESTA DE LAS CRIATURAS

Mil gracias derramando
pasó por estos sotos con presura,
y, yéndolos mirando,
con sola su figura
vestidos los dejó de hermosura.

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