sábado, 24 de julio de 2010

Obras de Misericordia (VII): Soportar con paciencia los defectos del prójimo


El Santo Job

¡Vaya consejo, mandato o como lo queramos llamar! ¿Que yo tengo que aguantar los defectos que tienen los que me rodean, cuando no son sus estupideces, sus engreimientos o sus aires de superioridad, que se creen imprescindibles en todo y para todo y se creen llenos de superciencia y perfección? ¡Ni hablar! ¡De eso nada!

Bueno. Como en todo, hay que matizar y ver el sentido exacto que la Iglesia desea darle a esta Obra de Misericordia. Cuando la admite y aconseja es por algo y, desde luego, es por nuestro bien.

Como punto de partida debemos tener claro que no hay nadie perfecto. Por eso mismo Jesús nos dijo la obligación que todos tenemos de buscar la perfección. ‘Sed perfectos como perfecto es vuestro Padre celestial’. (Mt. 5, 48).

En este punto recuerdo el comentario que hizo una determinada persona a mi esposa: ‘no quería ser perfecta porque en cuanto lo fuese el Señor se la llevaría’.

‘¡Vaya memez!’, fue mi comentario inmediato e irreflexivo, porque si tuviéramos que ser perfectos para morirnos, desde tiempos de Adán hasta hoy nadie habría muerto. Este pensamiento fue en décimas de segundo. Después vino la calma. ¿Por qué tengo que pensar así?

El jardín de las Delicias.-El Bosco

Todos estamos sujetos a este tipo de reacciones humanas, porque somos humanos. Pero los cristianos estamos obligados a más. Como mínimo debemos plantearnos, dentro de la comunicación que debemos tener con Jesús en la oración, ¿qué haría Él en nuestro lugar? Y eso, teniendo en cuenta nuestras limitaciones, no es sencillo pero tampoco imposible.

Veamos. Pienso que ser cristiano no es sinónimo de ser tonto. A grandes niveles, si se aprueba una ley injusta que atenta contra el sagrado derecho a la vida, como puede ser una ley que favorezca el aborto, no puedo quedarme con un conformismo estéril, porque estaría cayendo en el pecado de omisión. Tendré que colaborar con Entidades, Instituciones e incluso a nivel personal hablando con cuantos me rodean, haciendo ver que esa ley lo que está promoviendo en realidad es el asesinato de seres indefensos y en un futuro, más o menos lejano, cargar a las mujeres que abortan con unas secuelas sicológicas difíciles de apartar de su vida y de su pensamiento.

Referido a las personas que nos ‘cargan’ y molestan con sus actitudes no supone en modo alguno la observancia de una pasividad estoica y absurda por nuestra parte. Pienso que eso no está en la observancia del espíritu de esta Obra de Misericordia.

Acaso lo más inmediato y positivo podría ser pensar serenamente en la situación y después, mediante el diálogo, hacerle ver que los caminos que sigue o las actitudes que manifiesta van por senderos equivocados. Y si además, es una persona que intenta llevar el Evangelio a su vida, podremos fundamentar en él nuestros razonamientos con el fin de que reflexione y, desde la oración, que vea lo que debe rectificar y cómo hacerlo. Por su bien y por el de la propia Comunidad, como dice San Pablo: ‘Ayudaos mutuamente a llevar vuestras cargas y así cumpliréis de Ley de Cristo’ (Gal. 6, 2).


Otra cosa es que la persona en cuestión sea conflictiva, vaya a hacer su real gana y no le importe pisotear a los demás con sus actitudes. (Y haberlas, las hay).

Ahí pienso que habría que marcar distancias. Incluso delimitar territorios. Pero nunca dejarse avasallar por nadie, porque todos tenemos una dignidad como personas y como cristianos. Por lo menos deberemos dialogar, razonar, hacer ver esas actitudes negativas,…y si no hay nada que hacer, no tendremos más remedio que ponernos una coraza interior que nos proteja para que estas actitudes no nos hagan daño, o, al menos, el menor posible.

Pero lo que en modo alguno hemos de permitir es el abandono. He conocido el caso de personas que ante dificultades, roces, discrepancias con otras personas en sus comunidades, han abandonado. Lo han dejado todo y se han ido. Entonces, ¿por qué o por quién han estado trabajando? ¿Por la galería para que todos los vieran? ¿Por los sacerdotes? ¿Por las personas con quienes han surgido las discrepancias? Es un grave error.

Nuestro trabajo, aportación, colaboración o como lo queramos llamar deben entrar en el campo de la colaboración con Jesucristo A TRAVÉS DE Parroquias, Instituciones o estructuras eclesiales. Y en casos extremos, en solitario, pero en comunión con la Iglesia. Hemos de colaborar con Él para extender su Reino en este mundo poniendo en funcionamiento los talentos que Dios nos ha dado y de los que deberemos rendirle cuentas (Mt. 25, 31-46). Y lo haremos a través de la Iglesia a la cual pertenecemos y a la que el Espíritu impulsa. Y ahí estamos nosotros en virtud de nuestro Bautismo. Y el Espíritu también nos asiste a nosotros.

En cierta ocasión oí decir a un sacerdote: ‘Lo que nosotros no hagamos, acaso lo puedan hacer otras personas, pero en lo que a nosotros respecta se habrá quedado sin hacer’, lo cual, como decía al principio, sería caer en la omisión. Y eso ya son palabras mayores.

Lo cierto es que si nuestras razones las tenemos fundamentadas en una sólida Roca (‘Aquel que escucha mis palabras y las pone por obra, será como el varón prudente que edifica su casa sobre roca. Cayó la lluvia, vinieron los torrentes, soplaron los vientos y dieron sobre la casa, pero no cayó, porque estaba fundada sobre roca’. Mt. 7, 24-25), nuestro edificio no se tambaleará ni se hundirá. Permaneceremos firmes y sabremos aguantar y soportar con paciencia los defectos o molestias del prójimo y muchas otras cosas más.

En otro orden de cosas existen otros campos, aspectos o tipologías de casos en los que se puede poner aprueba nuestra capacidad de ejercer la paciencia. Dichosos los mansos, (los pacientes) porque ellos heredarán la tierra’. (Mt. 5, 4). La paciencia es la capacidad para sobrellevar los problemas sin alterarse y aguantando el ‘tipo’. Ahí pueden entrar los casos, por ejemplo, del hipotético anciano que tenemos en casa, roto por el paso de los años y de las enfermedades, que parece que con sus ayes o lamentos nos enturbia la existencia. Y sin embargo sabemos dar una respuesta agradecida a los sacrificios que ha tenido que hacer por nosotros a lo largo de su existencia, incluso a costa de nuestra propia salud en muchas ocasiones.

También nos encontramos con casos en los que debemos soportar al vecino o compañero de trabajo gruñón, que nunca encuentra las cosas a su gusto porque cree que todo está siempre mal, que carecen de la palabra amable que hace que todos podamos sobrellevar con mejor humor los sinsabores que los acontecimientos diarios nos pueden traer. Siempre habrá que estar a punto para ofrecerles nuestra mejor sonrisa y nuestra mejor actitud positiva ante la vida. Pero no los juzguemos. A las personas jamás debemos juzgarlas. Eso le corresponde a otro Ser, Padre de todos. Podremos juzgar situaciones, problemas, actitudes,…pero nunca personas. San Pablo nos dejó una pauta en este sentido: ‘Y tú, ¿cómo juzgas a tu hermano? o ¿por qué desprecias a tu hermano? Pues todos debemos comparecer ante el tribunal de Dios... Cada uno dará cuenta a Dios de sí mismo’. (Rom. 14, 10-12).

Humanamente hablando es difícil de llevar a cabo este cometido porque nuestras propias limitaciones nos llevan a ello, pero siempre hemos de empezar de nuevo. Además, nosotros mismos estamos sujetos, precisamente por estas limitaciones, a tener nuestros propios defectos que hacen que los demás nos tengan que ‘aguantar’, con lo cual practican esta Obra de Misericordia, pero en lo posible debemos evitarlo. Creo que todos estaremos de acuerdo en que no hay nadie tan perfecto que pueda permitirse el lujo de ignorar o despreciar la comprensión de los demás. ‘Por vuestra paciencia salvaréis vuestras almas.’ (Lc 21,19.).

Y una nota personal. ¿No creen ustedes que en vez de ‘soportar’ debiera decir ‘sobrellevar o sufrir con paciencia los defectos del prójimo’? Me parece más evangélico, ¿no?




No les canso más. Que nuestro Dios Trinitario y Nuestra Señora de la Concepción de Suyapa nos bendiga y protejan.

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