Por otra parte se agolpan en mi mente un cúmulo de ideas tan grande y tantas vivencias, que no sé si voy a poder ordenarlas adecuadamente para su mejor comprensión, porque el Sermón del Monte es lo suficientemente serio y trascendente como para tener el rango de un programa para toda la vida de cualquier cristiano, sea quien sea, sea como sea, viva donde viva.
La Iglesia es universal y ecuménica y los cristianos tenemos ese denominador común en nuestra vida que es el autor de este programa: Jesús de Nazaret. Y eso supone que hay que llevarlo a la práctica si verdaderamente nos consideramos discípulos suyos, con todas las consecuencias. Es difícil, ya lo sé, pero con la oración, tanto individual como comunitaria, los Sacramentos y una gran dosis de abandono en manos del Padre, del Hijo y del Espíritu, lo podremos conseguir a pesar de las dificultades con las que nos encontraremos en nuestro interior, con nosotros mismos, y también con el exterior que nos rodea: personas, situaciones, disgustos, dudas,…
Mateo las recoge en el capítulo 5, versículos 1 al 12 y Lucas en el sexto de los capítulos de su Evangelio como él. o, versículos del 20 al 23, recogiendo solamente cuatro Bienaventuranzas, en vez de las ocho que expone Mateo. Personalmente ignoro la razón. Tal vez porque Mateo, judío converso en el mismo instante de la llamada del Maestro, escribió para sus conciudadanos, también judíos conversos y pensando tal vez en que de esa manera podría contribuir a que completaran sus conocimientos de la doctrina y la figura del Maestro.
No así Lucas. Era gentil, concretamente de Antioquía, persona culta para la época que le tocó vivir y médico. Los destinatarios de su Evangelio fueron, como él, también gentiles convertidos al cristianismo, y quiso transmitirles el mensaje de Jesucristo, como si quisiera que descubriesen, mediante ese mensaje, la universalidad del Evangelio.
No podían perderse las enseñanzas del Salvador, ni su Pasión, Muerte y Resurrección. Ello comportaba un nuevo enfoque de la vida. Una nueva llamada para aprender a asumir una existencia diferente.
Y las Bienaventuranzas marcaban la pauta a seguir, para ellos y también para nosotros en nuestro hoy particular.
Pero no nos confundamos. El Evangelio hay que vivirlo en su totalidad. Sin reservas de ningún tipo, lo cual significa que aunque las Bienaventuranzas sean un programa de vida (el de Jesús),no se pueden mirar desde fuera del Evangelio porque entonces lo estaríamos mutilando.
No olvidemos que a lo largo de la Historia han surgido personas (Madre Teresa de Calcuta, Teresa de Jesús, Rosa de Lima, Catalina de Siena, Ignacio de Loyola, Juan Diego Cuauhtlatoatzin, Juan de la Cruz, Teresa de los Andes y una interminable lista de santos, que hicieron del Evangelio el modelo para sus vidas y de Jesucristo el eje y motor de su existencia.
El joven Rabí de Galilea iba desgranando atardeceres y amaneceres por los polvorientos caminos de su tierra en compañía de sus amigos anunciando la Buena Nueva y ‘viendo la muchedumbre subió a un monte, se sentó y se le acercaron sus discípulos. Entonces comenzó a enseñarles con estas palabras: Dichosos los pobres de espíritu, porque suyo es el Reino de los cielos….’ (Mt. 5, 1-12).
El cómo se enteraron los componentes de la muchedumbre de cuanto decía es lo que menos importancia tiene. Lo realmente importante es el magnífico discurso que pronunció con un contenido lo suficientemente denso como para ser analizada cada una de las Bienaventuranzas despojándonos de las corazas que nos puedan impedir la sinceridad y objetividad con nosotros mismos y ver en qué nos afecta y cómo es nuestro compromiso cristiano desde cada una de ellas.
No olvidemos que las Bienaventuranzas deben ser vistas desde la Palabra divina porque están contenidas en el Evangelio y fue la Palabra, el Logos, quien nos transmitió ese mensaje, hoy vivo, actual, cautivador y… difícil de llevar a cabo, aunque no imposible con Su ayuda. Pidámosla. Nuestra oración debe ser lo suficientemente rica como para que desde nuestra pobreza (Bienaventurados los pobres…) le pidamos fuerza, luz y Gracia para hacerlas posibles en nuestras vidas. ¿No tenemos los Sacramentos? ¿No está a nuestro alcance la Eucaristía, mediante la cual Jesús viene a nosotros y hace morada en nosotros? Pues no tenemos derecho a desperdiciar esas ocasiones de recibirlo.
Sí, amigos. Las Bienaventuranzas deben ser en nosotros un continuo engendrar la Vida de Dios en nuestra existencia. Deben ser ‘una lámpara que se coloque sobre el candelero para que alumbre a todos los que están en la casa’ (Mt. 5, 15-16). Y esa ‘casa’ es todos los ambientes en los que nos movemos para que vean la verdadera Luz a través de nuestra forma de ser, de nuestra forma de actuar, de nuestra manera de descubrir los signos de los tiempos, de nuestra forma de concebir las cosas y los problemas y seamos espejo a través del cual se refleje Dios a los demás.
Debemos aprender a observarnos a nosotros mismos introspectivamente viendo, por ejemplo, la paradoja de nuestra vida entre la pobreza que debemos observar y la riqueza de dones con que Dios ha enriquecido nuestra persona para que sigamos sus caminos y hagamos realidad en nosotros sus planes, viviendo las Bienaventuranzas en su totalidad.
San Pablo decía: ‘Aunque tuvierais diez mil maestros en la fe, padres no tenéis muchos; he sido yo quien os ha hecho nacer a la vida cristiana por medios del Evangelio. Os suplico, por tanto, que seáis imitadores míos’. (I Cor. 4, 15-16). Y eso es un sabio consejo para sepamos transmitir el mensaje de quien nos ha creado. Que seamos el puente a través del cual pasen todos para llegar a Dios y luego olviden, porque lo que realmente deben ver no es el ‘puente’, sino el ‘fin del puente, donde se encuentra el Absoluto, que a fin de cuentas, es el objetivo real de nuestra vida.
Las Bienaventuranzas son el camino real de planificación de nuestra existencia cristiana. Ese conjunto de promesas que Jesucristo hace en el monte son la manifestación de la misma vida que el Salvador vivía en su etapa humana. Son el retrato que hace de sí mismo. Son una invitación personal a cada uno de nosotros para que sigamos sus huellas y nos pongamos en el camino que nos lleve a escribir la aventura de una nueva Historia a través de nuestra historia personal contribuyendo a continuar la creación de un nuevo mundo que siguiendo las enseñanzas que Jesús nos da a través de las Bienaventuranzas y del resto de la Palabra nos conduzca a hacer realidad, con la ayuda del Espíritu de Dios, ‘un cielo nuevo y una tierra nueva’ (Ap. 21, 1).
Sí Es muy hermoso, ya lo sé, pero a pesar de la dificultad de llevarlo a la práctica, ver al Maligno caer al abismo totalmente vencido, a la Trinidad absolutamente triunfante sobre el Mal y a la Mujer aplastando la cabeza de la Serpiente, todo ello con nuestra pobre aportación, habrá valido la pena.
Confiemos en que Nuestra Señora de la Presentación del Quinche y en Dios y pidámosles también que nos bendigan.
No hay comentarios:
Publicar un comentario