Les aseguro que me siento incómodo escribiendo sobre los vicios o pecados capitales, como hice en la entrada anterior, porque cuando un cristiano descubre las maravillas de Dios y todo cuanto Él hace con todos y cada uno de nosotros, cosa que el soberbio no puede admitir porque no le da la real gana, me sublevo contra estas actitudes que impiden el normal desenvolvimiento de la acción divina el este mundo.
Pero las cosas son así y, además, me parece que todos conocemos que a cada pecado capital se opone una Virtud (y lo pongo con mayúscula), que en contra de lo que pueda parecer, no es ninguna utopía tenerla ya que el origen de todas las virtudes está en el mismo Dios, que es la Perfección Suprema. Siguiendo los consejos que nos marca el Evangelio y siguiendo la normativa de la Iglesia, Madre y Maestra nuestra, podremos desterrar de nosotros cualquier pecado.
LA MODESTIA.- WILLIAM ADOLPHE BOUGUEREAU.- ACADEMICISMO
Eso es lo que ocurre con la soberbia. La virtud opuesta es la humildad, presente en numerosas ocasiones en la Sagradas Escrituras, por ejemplo: ‘Hijo, pórtate con modestia y serás amado más que el dadivoso. Cuanto más grande seas, humíllate más, y hallarás gracia ante el Señor; porque grande es el poder del Señor, y es glorificado en los humildes’. (Eclo. 3, 19-21).
Los Salmos nos ponen esta virtud a nuestra consideración en distintas ocasiones. ‘Bueno y recto es Yavéh, por eso señala a los errados el camino. Y guía a los humildes por la justicia y adoctrina a los mansos en sus sendas’. (Sal. 25(24), 8-9). Esta es una de esas ocasiones. Pero es que si echamos un vistazo a lo que Dios dice a Isaías, también lo tenemos claro: ‘Mis miradas se posan sobre los humildes y sobre los de contrito corazón, que temen mis palabras’. (Is. 66, 2b). Realmente, leyendo estas citas y meditándolas posteriormente, no se puede comprender que haya personas, cristianos que dicen ser de primera fila, que desean estar en todas partes para que todos los vean cual figurines de escaparate y ocupar lugares preferentes en Parroquias o lugares cristianos, con lo cual hacen un flaco favor a la Iglesia. Absurdo, ¿no creen?
Para ellos podría aplicarse lo que aconseja Jesús: ‘Cuando alguien te invite a una boda, no te pongas en el lugar de preferencia, no sea que haya otro invitado más importante que tú, y venga el que te invitó a ti y al otro y te diga: Cédele a éste tu sitio, y entonces tengas que ir todo avergonzado a ocupar el último lugar. Más bien, cuando te inviten, ponte en el lugar menos importante; así, cuando venga el que te invitó, te dirá: Amigo, sube más arriba, lo cual será un honor para ti ante todos los demás invitados. Porque el que se ensalza será humillado, y el que se humilla será ensalzado’. (Lc. 14, 8-11).
Son dos posturas diferentes, pero acaso complementarias, ya que retratan perfectamente esas dos posturas antagónicas de la persona soberbia y de la humilde. No obstante, sin menospreciar lo dicho anteriormente, es en el Nuevo Testamento, según estamos viendo y como culminación del Antiguo, donde debemos fijarnos más, porque hay unas referencias a esta virtud que son definitivas para la solidez de nuestro convencimiento de luchar por conseguir tener la humildad. De ser humildes. Y es el mismo Maestro.
Él mismo se nos presenta como culminación de esta virtud: ‘Tomad sobre vosotros mi yugo y aprended de mí que soy manso y humilde de corazón, y hallaréis el descanso para vuestras almas, pues mi yugo es blando y mi carga ligera’. (Mt. 11, 29-30). Verdaderamente definitivo. No hay que darle más vueltas. Su mansedumbre quedó patente en su Pasión aguantando todo cuanto le hacían.
Unos pocos años después, será San pablo quien nos exalta esta virtud en la persona del Maestro: 'Tened los mismos sentimientos que tuvo Cristo Jesús, quien, existiendo en la forma de Dios, no reputó codiciable tesoro mantenerse igual a Dios, antes se anonadó, tomando la forma de siervo y haciéndose semejante a los hombres; y en la condición de hombre se humilló, hecho obediente hasta la muerte, y muerte de cruz, por lo cual Dios le exaltó y le otorgó un nombre sobre todo nombre, para que al nombre de Jesús doble la rodilla cuanto hay en los cielos, en la tierra y en los abismos, y toda lengua confiese que Jesucristo es Señor para gloria de Dios Padre’. (Fil. 2, 5-11).
Pablo lo captó y así lo trasmitió, no solamente a los fieles de Filipos, sino también a los fieles del año 2011, o sea a nosotros, y así podemos ver que se abajó hasta nosotros para rescatarnos del pecado. Su Amor no podía hacer otra cosa con la humanidad a pesar de lo que supuso para Él la Pasión y Muerte en la cruz. Y en cuanto a nosotros, la hermosura de la sencillez de los actos, de las palabras, de los gestos,…pienso que nos ayudan a estar más cerca de Jesús de Nazaret, a quien de una forma u otra, intentamos imitar, seguir y servir.
CRUCIFIXIÓN.-GIOVANNI BELLINI.-RENACIMIENTO
Precisamente ahí tenemos nuestro punto de referencia: el reconocimiento personal del lugar que nos corresponde realmente ante la grandeza e infinitud de Dios, desde el prisma de esta virtud, porque ‘la humildad dispone para acercarse libremente a los bienes espirituales y divinos’. (Santo Tomás de Aquino, Suma Teológica).
Es cierto que nos reconocemos pecadores al ponernos ante la Santísima Trinidad, pero no es menos cierto que a pesar de todo y por el infinito amor que nos tiene, siempre está inclinado ante cada uno de nosotros en permanente escucha de nuestras peticiones o llamadas que le hacemos desde nuestros sufrimientos y angustias: ‘Desde lo hondo a Ti grito, Señor. Señor, ¡escucha mi voz! Estén tus oídos atentos a la voz de mi súplica’. (Sal. 130(129), 1-2).
SAN FRANCISCO.-CARAVAGGIO.-BARROCO
Y desde nuestro agradecimiento a la Providencia divina, solamente reconocida desde la óptica de la humildad, acudimos a la presencia del Santo de los Santos también para anonadarnos ante el sentimiento de saber que estamos en su presencia. Entonces colocamos nuestra nada ante la grandeza de su misericordia.
Teniendo en cuenta esta actitud con Dios, será más sencillo vernos ante el prójimo en nuestro trato con él, superando esa facilona tentación de creernos superiores o por encima de los demás, porque en él también esta Dios, también está el cariño de Dios, también tiene unos talentos regalados por el Hacedor y por el que también ha muerto en la Cruz. Incluso podremos ser capaces de conocer sus cualidades y valores, aceptarlos e incluso ayudarle a potenciarlos, ya que ‘sólo a pasos de humildad se sube a lo alto de los cielos’. (San Agustín. Sermón sobre la humildad y el temor de Dios).
Solamente el amor nos puede dar la luz necesaria para ver las ventajas y los valores del prójimo abandonando en la cuneta las envidias y resquemores que pudiéramos sentir. Cada uno es quien es y es como es y a partir de eso hemos de aceptarnos como somos y buscar sin descanso el perfeccionamiento que el Padre desea que tengamos, según nos explicó Jesús: ‘Sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto’. (Mt. 5, 48).
Pero ¡ojo! No podemos perder de vista la continua presencia del orgullo, la arrogancia o la altanería que siempre se encuentran al acecho para hacerse dueños de nosotros. Existen personas que acaso llevadas de los progresos de la técnica, de los medios que manejan, de la preparación y competencia personal que puedan tener en el desarrollo de su profesión, tomen una actitud independiente centrada en ellos mismos que les aparte de todos y de todo, incluso de Dios, al que su propia miopía moral les impide ver y mucho menos reconocerlo como el Autor de esos valores.
Esa actitud les puede llevar a errores como interpretar que no está por debajo de nadie y que, por tanto, no hay necesidad alguna de tener algo ‘tan desfasado’ como la humildad. Les costaría mucho ver que ser humildes supone para cada uno la permanente y continua forja de la armadura que nos defienda de caer en las redes del Maligno. Y en esa forja de la humildad tenemos, básicamente, la Oración, los Sacramentos y estar constantemente en la presencia de nuestro Padre que siempre está al quite en cuantas cosas le pidamos para ser agradecidos por los dones y gracias que a diario nos dispensa.
Conociendo los talentos con los que adorna nuestra existencia conoceremos mejor los valores que poseemos y desde una consciente responsabilidad vislumbraremos que ellos son precisamente la forma de trabajar por el Reino de Dios, sin un inútil engreimiento de creer que somos algo o de ser mejores que otros.
Deberemos poner todo nuestro empeño en basar nuestra humildad sobre dos valores siempre permanentes, aunque hoy haya personas que prescindan de ellos para construir un mundo sin valores, e incluso, intentando eliminar a Dios de sus vidas y, lo que es peor, de la sociedad. Esos valores son la justicia y la verdad.
Ser justos y veraces supone que se nos pueda ver como ‘bichos raros en extinción’, lo cual no es de extrañar, pues a Jesús ya intentaron combatirlo cuando exaltaba alguno de estos valores. ‘Si os mantenéis fieles a mi palabra, seréis verdaderamente mis discípulos; así conoceréis la verdad y la verdad os hará libres’ (Jn. 8, 31-32). Y también nos dice San Mateo: ‘Buscad primero el reino de Dios y su justicia, y todo lo demás se os dará como añadidura’ (Mat. 6:33).
Así, desde la humildad, siempre miraremos hacia Jesucristo que es el referente válido que tenemos para buscar el perfeccionamiento en la virtud y, poco a poco, ir puliendo esas aristas de la imperfección que impiden nuestro acercamiento a Él, nuestro modelo. Lo contrario, sería caer en la tentación de mirarnos en el espejo de una caricatura de la humildad.
‘El que entre vosotros quiera ser grande, sea vuestro servidor, y el que entre vosotros quiera ser el primero, sea vuestro siervo, así como el Hijo del hombre no ha venido a ser servido, sino a servir y a dar su vida en redención de muchos’. (Mt. 20, 26b-28). Así nos transmite San Mateo el pensamiento y consejo de Jesús a sus amigos.
Pero con los pies en el suelo. No vayamos a pensar que ser humildes supone una negación de nosotros mismos. Dios nos ha hecho únicos e irrepetibles y desde esa unicidad, con los talentos que nos ha dado, hemos de darle la respuesta que Él espera, desde nuestra autoestima como criaturas suyas y sin renunciar a nada de nuestra intimidad que contribuya a perfeccionar nuestra filiación divina. Y la humildad es un valor que requiere una gran dosis de esa energía humana que todos poseemos.
Defender nuestros posicionamientos cristianos desde nuestra energía vital, sin caer en la incomprensión de los demás, pero siendo inflexibles en nuestros planteamientos cristianos, en nuestros motivos de credibilidad, en el respeto hacia quien nos dirigimos, es un objetivo que continuamente debemos perseguir. Y en este caso entra en juego otra virtud complementaria de la humildad: la caridad hacia los demás, que en muchas ocasiones cuesta mantener, pero que hay que hacerlo como cristianos responsables.
Manteniendo nuestro equilibrio interior conoceremos el valor real de las cosas y sabremos cuál es el lugar que realmente tiene Dios en nuestra vida, el que tienen los demás respecto a nosotros mismos. Acaso entonces la humildad nos conduzca a sentirnos poco menos que nada ante la inmensidad del Dios Padre y Creador nuestro y del universo, ante el cual nos humillamos, no en el sentido peyorativo de la expresión, sino en el sentido que Jesús quiere y anotado más arriba en la cita de San Lucas: ‘El que se humilla será ensalzado’
Acaso el salmo 130 nos manifieste con claridad la postura del humilde: ‘Señor, mi corazón no es altanero, ni son altivos mis ojos. Nunca perseguí grandezas ni cosas que me superan. Aplaco y modero mis deseos; estoy como un niño en el regazo de su madre’. (Sal. 131(130), 1-2). Ya ven. Un texto totalmente apto para una meditación que nos ayude a profundizar en nuestra humildad sin caer en la arrogancia.
Desde ella seremos dignos de confianza a los ojos de cuantos nos rodean que sabrán captar la grandeza de nuestro ser, de nuestra personalidad. Cuanto más humildes seamos, mayores logros obtendremos en todas nuestras empresas, tanto a nivel profesional como en el familiar y apostólico.
SAN MARTÍN DE PORRES
Si en todas ellas hemos de ponernos a disposición de Dios, en este último tipo de empresas, las apostólicas, más fervor emplearemos en pedir al señor de la mies la humildad necesaria para llevarlas a efecto sabiéndonos instrumentos y colaboradores en sus manos, a pesar de la distancia existente entre Él y su criatura. Pero así lo quiere. Así lo desea. Y como a los discípulos de antaño, también a nosotros nos envía a predicar la Buena Nueva en los ambientes en los que nos desenvolvemos.
Fijémonos en este texto que me parece que complementa lo anterior: ‘Hijo mío, atiende a la humildad, que es la virtud más sublime y la escalera para subir a la cima de la santidad; porque los propósitos solo se cumplen por humildad, y las fatigas de muchos años por la soberbia quedan reducidas a la nada. El hombre humilde es semejante a Dios, y lo lleva consigo en el templo de su pecho; el soberbio es odioso a Dios, y se asemeja al demonio’. (San Basilio.- Admoniciones a sus hijos espirituales). Bueno, pues…ahí está. Quien lo dice merece un crédito, ¿no?
Con todo lo expuesto pienso que podría ser suficiente para exaltar la virtud de la humildad, ya que este blog no es, ni muchísimo menos, un tratado sobre ella, pero está cojo. Le falta algo. O mejor dicho, Alguien. Sí, amigos. Falta hablar del paradigma de la humildad en una persona concreta: LA VIRGEN. La Madre de Dios. La Llena de Gracia. Pero eso queda para la próxima entrada.
Que Nuestro Maestro, Jesús de Nazaret y su Madre Nuestra Señora de los Milagros, nos bendigan y ayuden en todo.
Pero las cosas son así y, además, me parece que todos conocemos que a cada pecado capital se opone una Virtud (y lo pongo con mayúscula), que en contra de lo que pueda parecer, no es ninguna utopía tenerla ya que el origen de todas las virtudes está en el mismo Dios, que es la Perfección Suprema. Siguiendo los consejos que nos marca el Evangelio y siguiendo la normativa de la Iglesia, Madre y Maestra nuestra, podremos desterrar de nosotros cualquier pecado.
LA MODESTIA.- WILLIAM ADOLPHE BOUGUEREAU.- ACADEMICISMO
Eso es lo que ocurre con la soberbia. La virtud opuesta es la humildad, presente en numerosas ocasiones en la Sagradas Escrituras, por ejemplo: ‘Hijo, pórtate con modestia y serás amado más que el dadivoso. Cuanto más grande seas, humíllate más, y hallarás gracia ante el Señor; porque grande es el poder del Señor, y es glorificado en los humildes’. (Eclo. 3, 19-21).
Los Salmos nos ponen esta virtud a nuestra consideración en distintas ocasiones. ‘Bueno y recto es Yavéh, por eso señala a los errados el camino. Y guía a los humildes por la justicia y adoctrina a los mansos en sus sendas’. (Sal. 25(24), 8-9). Esta es una de esas ocasiones. Pero es que si echamos un vistazo a lo que Dios dice a Isaías, también lo tenemos claro: ‘Mis miradas se posan sobre los humildes y sobre los de contrito corazón, que temen mis palabras’. (Is. 66, 2b). Realmente, leyendo estas citas y meditándolas posteriormente, no se puede comprender que haya personas, cristianos que dicen ser de primera fila, que desean estar en todas partes para que todos los vean cual figurines de escaparate y ocupar lugares preferentes en Parroquias o lugares cristianos, con lo cual hacen un flaco favor a la Iglesia. Absurdo, ¿no creen?
Para ellos podría aplicarse lo que aconseja Jesús: ‘Cuando alguien te invite a una boda, no te pongas en el lugar de preferencia, no sea que haya otro invitado más importante que tú, y venga el que te invitó a ti y al otro y te diga: Cédele a éste tu sitio, y entonces tengas que ir todo avergonzado a ocupar el último lugar. Más bien, cuando te inviten, ponte en el lugar menos importante; así, cuando venga el que te invitó, te dirá: Amigo, sube más arriba, lo cual será un honor para ti ante todos los demás invitados. Porque el que se ensalza será humillado, y el que se humilla será ensalzado’. (Lc. 14, 8-11).
Son dos posturas diferentes, pero acaso complementarias, ya que retratan perfectamente esas dos posturas antagónicas de la persona soberbia y de la humilde. No obstante, sin menospreciar lo dicho anteriormente, es en el Nuevo Testamento, según estamos viendo y como culminación del Antiguo, donde debemos fijarnos más, porque hay unas referencias a esta virtud que son definitivas para la solidez de nuestro convencimiento de luchar por conseguir tener la humildad. De ser humildes. Y es el mismo Maestro.
Él mismo se nos presenta como culminación de esta virtud: ‘Tomad sobre vosotros mi yugo y aprended de mí que soy manso y humilde de corazón, y hallaréis el descanso para vuestras almas, pues mi yugo es blando y mi carga ligera’. (Mt. 11, 29-30). Verdaderamente definitivo. No hay que darle más vueltas. Su mansedumbre quedó patente en su Pasión aguantando todo cuanto le hacían.
Unos pocos años después, será San pablo quien nos exalta esta virtud en la persona del Maestro: 'Tened los mismos sentimientos que tuvo Cristo Jesús, quien, existiendo en la forma de Dios, no reputó codiciable tesoro mantenerse igual a Dios, antes se anonadó, tomando la forma de siervo y haciéndose semejante a los hombres; y en la condición de hombre se humilló, hecho obediente hasta la muerte, y muerte de cruz, por lo cual Dios le exaltó y le otorgó un nombre sobre todo nombre, para que al nombre de Jesús doble la rodilla cuanto hay en los cielos, en la tierra y en los abismos, y toda lengua confiese que Jesucristo es Señor para gloria de Dios Padre’. (Fil. 2, 5-11).
Pablo lo captó y así lo trasmitió, no solamente a los fieles de Filipos, sino también a los fieles del año 2011, o sea a nosotros, y así podemos ver que se abajó hasta nosotros para rescatarnos del pecado. Su Amor no podía hacer otra cosa con la humanidad a pesar de lo que supuso para Él la Pasión y Muerte en la cruz. Y en cuanto a nosotros, la hermosura de la sencillez de los actos, de las palabras, de los gestos,…pienso que nos ayudan a estar más cerca de Jesús de Nazaret, a quien de una forma u otra, intentamos imitar, seguir y servir.
CRUCIFIXIÓN.-GIOVANNI BELLINI.-RENACIMIENTO
Precisamente ahí tenemos nuestro punto de referencia: el reconocimiento personal del lugar que nos corresponde realmente ante la grandeza e infinitud de Dios, desde el prisma de esta virtud, porque ‘la humildad dispone para acercarse libremente a los bienes espirituales y divinos’. (Santo Tomás de Aquino, Suma Teológica).
Es cierto que nos reconocemos pecadores al ponernos ante la Santísima Trinidad, pero no es menos cierto que a pesar de todo y por el infinito amor que nos tiene, siempre está inclinado ante cada uno de nosotros en permanente escucha de nuestras peticiones o llamadas que le hacemos desde nuestros sufrimientos y angustias: ‘Desde lo hondo a Ti grito, Señor. Señor, ¡escucha mi voz! Estén tus oídos atentos a la voz de mi súplica’. (Sal. 130(129), 1-2).
SAN FRANCISCO.-CARAVAGGIO.-BARROCO
Y desde nuestro agradecimiento a la Providencia divina, solamente reconocida desde la óptica de la humildad, acudimos a la presencia del Santo de los Santos también para anonadarnos ante el sentimiento de saber que estamos en su presencia. Entonces colocamos nuestra nada ante la grandeza de su misericordia.
Teniendo en cuenta esta actitud con Dios, será más sencillo vernos ante el prójimo en nuestro trato con él, superando esa facilona tentación de creernos superiores o por encima de los demás, porque en él también esta Dios, también está el cariño de Dios, también tiene unos talentos regalados por el Hacedor y por el que también ha muerto en la Cruz. Incluso podremos ser capaces de conocer sus cualidades y valores, aceptarlos e incluso ayudarle a potenciarlos, ya que ‘sólo a pasos de humildad se sube a lo alto de los cielos’. (San Agustín. Sermón sobre la humildad y el temor de Dios).
Solamente el amor nos puede dar la luz necesaria para ver las ventajas y los valores del prójimo abandonando en la cuneta las envidias y resquemores que pudiéramos sentir. Cada uno es quien es y es como es y a partir de eso hemos de aceptarnos como somos y buscar sin descanso el perfeccionamiento que el Padre desea que tengamos, según nos explicó Jesús: ‘Sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto’. (Mt. 5, 48).
Pero ¡ojo! No podemos perder de vista la continua presencia del orgullo, la arrogancia o la altanería que siempre se encuentran al acecho para hacerse dueños de nosotros. Existen personas que acaso llevadas de los progresos de la técnica, de los medios que manejan, de la preparación y competencia personal que puedan tener en el desarrollo de su profesión, tomen una actitud independiente centrada en ellos mismos que les aparte de todos y de todo, incluso de Dios, al que su propia miopía moral les impide ver y mucho menos reconocerlo como el Autor de esos valores.
Esa actitud les puede llevar a errores como interpretar que no está por debajo de nadie y que, por tanto, no hay necesidad alguna de tener algo ‘tan desfasado’ como la humildad. Les costaría mucho ver que ser humildes supone para cada uno la permanente y continua forja de la armadura que nos defienda de caer en las redes del Maligno. Y en esa forja de la humildad tenemos, básicamente, la Oración, los Sacramentos y estar constantemente en la presencia de nuestro Padre que siempre está al quite en cuantas cosas le pidamos para ser agradecidos por los dones y gracias que a diario nos dispensa.
Conociendo los talentos con los que adorna nuestra existencia conoceremos mejor los valores que poseemos y desde una consciente responsabilidad vislumbraremos que ellos son precisamente la forma de trabajar por el Reino de Dios, sin un inútil engreimiento de creer que somos algo o de ser mejores que otros.
Deberemos poner todo nuestro empeño en basar nuestra humildad sobre dos valores siempre permanentes, aunque hoy haya personas que prescindan de ellos para construir un mundo sin valores, e incluso, intentando eliminar a Dios de sus vidas y, lo que es peor, de la sociedad. Esos valores son la justicia y la verdad.
Ser justos y veraces supone que se nos pueda ver como ‘bichos raros en extinción’, lo cual no es de extrañar, pues a Jesús ya intentaron combatirlo cuando exaltaba alguno de estos valores. ‘Si os mantenéis fieles a mi palabra, seréis verdaderamente mis discípulos; así conoceréis la verdad y la verdad os hará libres’ (Jn. 8, 31-32). Y también nos dice San Mateo: ‘Buscad primero el reino de Dios y su justicia, y todo lo demás se os dará como añadidura’ (Mat. 6:33).
Así, desde la humildad, siempre miraremos hacia Jesucristo que es el referente válido que tenemos para buscar el perfeccionamiento en la virtud y, poco a poco, ir puliendo esas aristas de la imperfección que impiden nuestro acercamiento a Él, nuestro modelo. Lo contrario, sería caer en la tentación de mirarnos en el espejo de una caricatura de la humildad.
‘El que entre vosotros quiera ser grande, sea vuestro servidor, y el que entre vosotros quiera ser el primero, sea vuestro siervo, así como el Hijo del hombre no ha venido a ser servido, sino a servir y a dar su vida en redención de muchos’. (Mt. 20, 26b-28). Así nos transmite San Mateo el pensamiento y consejo de Jesús a sus amigos.
Pero con los pies en el suelo. No vayamos a pensar que ser humildes supone una negación de nosotros mismos. Dios nos ha hecho únicos e irrepetibles y desde esa unicidad, con los talentos que nos ha dado, hemos de darle la respuesta que Él espera, desde nuestra autoestima como criaturas suyas y sin renunciar a nada de nuestra intimidad que contribuya a perfeccionar nuestra filiación divina. Y la humildad es un valor que requiere una gran dosis de esa energía humana que todos poseemos.
Defender nuestros posicionamientos cristianos desde nuestra energía vital, sin caer en la incomprensión de los demás, pero siendo inflexibles en nuestros planteamientos cristianos, en nuestros motivos de credibilidad, en el respeto hacia quien nos dirigimos, es un objetivo que continuamente debemos perseguir. Y en este caso entra en juego otra virtud complementaria de la humildad: la caridad hacia los demás, que en muchas ocasiones cuesta mantener, pero que hay que hacerlo como cristianos responsables.
Manteniendo nuestro equilibrio interior conoceremos el valor real de las cosas y sabremos cuál es el lugar que realmente tiene Dios en nuestra vida, el que tienen los demás respecto a nosotros mismos. Acaso entonces la humildad nos conduzca a sentirnos poco menos que nada ante la inmensidad del Dios Padre y Creador nuestro y del universo, ante el cual nos humillamos, no en el sentido peyorativo de la expresión, sino en el sentido que Jesús quiere y anotado más arriba en la cita de San Lucas: ‘El que se humilla será ensalzado’
Acaso el salmo 130 nos manifieste con claridad la postura del humilde: ‘Señor, mi corazón no es altanero, ni son altivos mis ojos. Nunca perseguí grandezas ni cosas que me superan. Aplaco y modero mis deseos; estoy como un niño en el regazo de su madre’. (Sal. 131(130), 1-2). Ya ven. Un texto totalmente apto para una meditación que nos ayude a profundizar en nuestra humildad sin caer en la arrogancia.
Desde ella seremos dignos de confianza a los ojos de cuantos nos rodean que sabrán captar la grandeza de nuestro ser, de nuestra personalidad. Cuanto más humildes seamos, mayores logros obtendremos en todas nuestras empresas, tanto a nivel profesional como en el familiar y apostólico.
SAN MARTÍN DE PORRES
Si en todas ellas hemos de ponernos a disposición de Dios, en este último tipo de empresas, las apostólicas, más fervor emplearemos en pedir al señor de la mies la humildad necesaria para llevarlas a efecto sabiéndonos instrumentos y colaboradores en sus manos, a pesar de la distancia existente entre Él y su criatura. Pero así lo quiere. Así lo desea. Y como a los discípulos de antaño, también a nosotros nos envía a predicar la Buena Nueva en los ambientes en los que nos desenvolvemos.
Fijémonos en este texto que me parece que complementa lo anterior: ‘Hijo mío, atiende a la humildad, que es la virtud más sublime y la escalera para subir a la cima de la santidad; porque los propósitos solo se cumplen por humildad, y las fatigas de muchos años por la soberbia quedan reducidas a la nada. El hombre humilde es semejante a Dios, y lo lleva consigo en el templo de su pecho; el soberbio es odioso a Dios, y se asemeja al demonio’. (San Basilio.- Admoniciones a sus hijos espirituales). Bueno, pues…ahí está. Quien lo dice merece un crédito, ¿no?
Con todo lo expuesto pienso que podría ser suficiente para exaltar la virtud de la humildad, ya que este blog no es, ni muchísimo menos, un tratado sobre ella, pero está cojo. Le falta algo. O mejor dicho, Alguien. Sí, amigos. Falta hablar del paradigma de la humildad en una persona concreta: LA VIRGEN. La Madre de Dios. La Llena de Gracia. Pero eso queda para la próxima entrada.
Que Nuestro Maestro, Jesús de Nazaret y su Madre Nuestra Señora de los Milagros, nos bendigan y ayuden en todo.
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