viernes, 28 de enero de 2011

Confesar los pecados mortales una vez al año,…(I)

Cristo y la mujer adúltera.-Tintoretto.-RENACIMIENTO

…en peligro de muerte y se ha de comulgar. ‘Pero ¡qué me dices! ¿Confesarme yo? ¡Pero si no tengo pecados! Mi vida es tranquila y no hago daño a nadie. Además, ¡hasta voy a Misa los domingos!’. No sé si a ustedes les suena de algo esta parrafada. En realidad está compuesta con expresiones que he oído en mi vida, dichas por personas diferentes. Hay, desgraciadamente, bastantes más, pero con este botón de muestra como introducción al tema del segundo Mandamiento de la Santa Madre Iglesia, son suficientes, ¿no creen?

Estas frases y otras semejantes manifiestan unos convencimientos personales totalmente desenfocados de la realidad. En los casos que he podido exponer conceptos y el significado auténtico de este Mandamiento al posibilitar el diálogo, se han aclarado. Otras personas se han mantenido en sus creencias y no han querido salir de su error.

Ignoro si es por orgullo, por no dar su brazo a torcer, por soberbia,…Fíjense: ‘El principio de la soberbia es apartarse de Dios y alejar de su Hacedor su corazón. Porque el pecado es el principio de la soberbia y la fuente que le alimenta mana maldades’. (Si. 10, 14-15). Esto lo dice el Libro del Eclesiástico o Sirácida. Si este tipo de personas lo leyeran, ¿pensarían lo mismo? Dejémoslo en la duda.

Las personas siempre se han reconocido pecadoras ante Dios y le han manifestado la necesidad del perdón divino. Fíjense lo que se dice en el Antiguo Testamento: ‘Ten piedad de mí, oh Dios, según tu amor, por tu inmensa ternura borra mi delito, pues mi delito yo lo reconozco. Mi pecado sin cesar está ante mí; contra ti, contra ti sólo he pecado, lo malo a tus ojos cometí. Así eres justo tú cuando das sentencia, sin reproches cuando juzgas’. (Sal. 51 (50), 3-6). ¿Lo recuerdan? Es el salmo ‘Miserere’, del rey David.

La confesión, por su categoría de Sacramento, hace presente al mismo Cristo cuando alguien se confiesa, pues es Él quien otorga el perdón al penitente a través del sacerdote. Esto es algo que, en general, no se tiene asumido o se desconoce. Pero no sólo es así, sino que al confesarnos se nos aplican los méritos de Cristo. Isaías nos dice: ‘Soy yo, soy yo quien por amor de mí borro tus pecados y no me acuerdo más de tus rebeldías’. (Is. 43, 25). En el mensaje de Dios a través del profeta nos manifiesta que continuamente nos espera para que volvamos a estar con Él.

¿Qué pretende la Iglesia al poner este Mandamiento y en los términos con que lo hace? En relación con nosotros busca nuestro bien. En relación con Jesús, no solamente que tengamos un contacto con Él, sino que lo tengamos ‘algo más’ que una vez al año. Lo ideal es la frecuencia en recibirlo.

Hace doce meses, en enero de 2009, ya escribía en este mismo blog: El Mandamiento de la Iglesia de confesar, al menos, una vez al año, supone una actitud de mínimos. Para el cristiano consciente y enamorado de Dios, debe suponer una frecuencia mucho mayor. (“¿Hijos pródigos? ¡Pues claro que lo somos!”.- domingo 31 de enero de 2010). En esa entrada trataba el Sacramento de la Reconciliación o Penitencia y por eso no me voy a extender mucho en lo que se refiere en cuanto a Sacramento. Si les parece bien, les invito a abrir el historial del blog y leer más en este sentido.

Si tuviésemos en cuenta que con la confesión de nuestros pecados o faltas alcanzamos la Gracia de Dios e incluso la aumentamos cuando nos confesamos sin tener pecados mortales, acaso aumentaría la frecuencia de acercarnos a la confesión.

En cuanto al comentario de algunas personas referente a que “¡Pero si no tengo pecados!”, tal vez debieran tener presente lo que dice el Libro de los Proverbios: ‘Porque el justo, aunque siete veces caiga, se levanta otras tantas; pero los malvados zozobran en la desgracia’. (Prov. 24, 16). Y como cristianos debemos buscar continuamente la sintonía con nuestro Salvador, buscando un mayor trato con Él mediante los Sacramentos y la Oración. También se pronuncia San Juan en este sentido: ‘Si decimos “No tenemos pecado”, nos engañamos y la verdad no está con nosotros…’. (I Jn. 1, 8)

Los últimos jueves de cada mes nos reunimos un grupo que pertenecemos al Apostolado de la Oración con el Delegado Diocesano en la Basílica de Santa María de Alicante. Además de lo provechoso que resulta la hora de retiro con la Exposición del Santísimo y la Eucaristía posterior, siempre se sienta el sacerdote un rato para confesar antes de marchar al Obispado. Siempre hay quien aprovecha la ocasión para confesar. Es que necesitamos la armonía con Jesucristo, sentirnos cerca de Él y permanecer en esa intimidad espiritual que nos da la oración.

Además, la confesión no solamente es manifestar nuestro arrepentimiento de los pecados cometidos. Existe la posibilidad, y somos muchos los que así lo hacemos, de consultar dudas que podamos tener, actitudes que debamos adoptar, caminos que debemos seguir en los problemas que tengamos, en nuestra profesión, en nuestra familia, en nuestra sociedad, para que nuestro cristianismo no sea una mera rutina, sino un compromiso radical con Jesucristo y su Evangelio. Y en la confesión también se suele tratar este tipo de cosas.

No obstante, cada vez que nos acerquemos a la confesión hemos de considerar una serie de cosas que la Iglesia nos aconseja para que el Sacramento que vamos a recibir sea válido. ¿Por qué digo ‘que sea válido’? Ahora lo vemos.

Cuando vamos a ese encuentro personal con Jesús, como tanta gente se encontró con Él según nos cuentan los Evangelios, debemos tener en cuenta que vino precisamente por los pecadores. Esto lo repite varias veces y los cuatro Evangelios coinciden. ‘No he venido a llamar a los justos, sino por los pecadores’. (Mat 9, 12-13 ) ; ‘Yo os digo que en el cielo será mayor la alegría por un pecador que haga penitencia que por noventa y nueve justos que no necesitan de penitencia’. (Lc.15,7).

Debemos pararnos a pensar primero en nosotros mismos. Ver cuáles han sido las actitudes, acciones u omisiones que nos han alejado de Dios y nos han acercado al pecado, desde la última confesión bien hecha, así como las circunstancias que se dieron en ese fallo, ya que según éstas, pueden aumentar o disminuir su gravedad. Hay ocasiones que recordamos un pecado concreto del cual nos debemos confesar, pero…nos da vergüenza contar eso para que el sacerdote no piense mal de nosotros.

Bueno. En cierta ocasión leí, no recuerdo dónde, que a la hora de hacer algo malo, o al menos no correcto, el diablo se encargaba de que perdiéramos la vergüenza, pero cuando reaccionábamos y veíamos la necesidad de confesarnos de ‘eso’ y ponernos en paz con Dios, el mismo diablo nos ponía todas las vergüenzas habidas y por haber para que no nos acercásemos a la Reconciliación con la Divinidad.

Hay veces que por esa vergüenza o por respetos humanos nos callamos algún pecado y nos acusamos de todos los demás. La confesión no nos vale aunque hayamos recibido la absolución del sacerdote, ya que a él lo podremos engañar, pero a Jesús, que está presente en la Confesión, no lo engañamos. ‘Si no declaras la magnitud de la culpa, no conocerás la grandeza del perdón’. (San Juan Crisóstomo, Homilía sobre Lázaro, 4)

Ya ven lo que dice este Padre de la Iglesia. Cuando venzamos ese miedo o vergüenza debemos confesarnos de lo que ya dijimos y hacer constar el pecado que con anterioridad nos callamos. Por eso decía más arriba del Sacramento ‘que sea válido’, porque si nos callamos algo no nos vale la confesión.

No perdamos de vista que éste es el Sacramento de la confianza en Jesús. ¿Qué le dijo al paralítico antes de curarlo? ‘Ten confianza, hijo: tus pecados te son perdonados’. (Mt. 9, 2). Con nosotros dice lo mismo: ‘Ten confianza’. Además. ¿A qué vamos a tener miedo? El Maestro nos espera con los brazos abiertos para darnos su perdón, y con él, su Gracia, su Paz, su ayuda para esa lucha interior que a veces tenemos y nos ayuda a evitar la caída en tentaciones que nos puedan conducir a un nuevo pecado. ‘Feliz el hombre que soporta la tentación, porque después de probado recibirá la corona de vida que el Señor prometió a los que le aman’. (Stg. 1, 12).

‘El que antes de la culpa nos prohibió pecar, una vez aquella cometida, no cesa de esperarnos para concedernos su perdón. Ved que nos llama el mismo a quien despreciamos. Nos separamos de Él, mas Él no se separa de nosotros’. (San Gregorio Magno. Homilía 34 sobre los Evangelios). Ya ven que eso siempre ha sido una constante de la Iglesia animándonos continuamente a vivir en paz con Dios. En esta ocasión es este Padre de la Iglesia quien lo dio en su momento.

Este es el efecto principal de este Sacramento: la reconciliación con Dios y con la Iglesia, ya que también la perjudicamos de alguna manera al ser miembros de esa gran familia en virtud del Bautismo que recibimos en su día.: San Pablo también decía a la iglesia de Éfeso: “Poneos la armadura de Dios, para poder resistir las maniobras del diablo. Porque nuestra lucha no es contra fuerzas humanas ... Nos enfrentamos con los espíritus y las fuerzas sobrenaturales del mal” (Ef. 6, 11-12).

Seguiremos tratando este Mandamiento. Que Nuestro Señor Jesucristo y Nuestra Señora de Concepción de Granada nos bendigan a todos.

domingo, 16 de enero de 2011

Primer Mandamiento de la Iglesia (y III)


ÚLTIMA CENA.-LEONARDO DA VINCI

Queda todavía un punto por tratar, mínimo si se quiere, pero que es necesario tratarlo porque aunque no lo parezca, tiene su importancia y es el hecho de que debamos permanecer en las Eucaristías hasta que éstas finalicen en su totalidad y nos marchemos, salvo casos plenamente justificados, antes de tiempo. No sé si todas las personas que los domingos llenan, más o menos, las naves de nuestros templos, desde la majestuosa Catedral hasta la humilde ermita, tienen clara la razón de ser de su presencia para la celebración eucarística, pero realmente es que este Mandamiento eclesial tiene su fundamento en los Mandamientos divinos que Dios entregó a Moisés en el Sinaí:

‘Guarda el sábado, para santificarlo, como te lo ha mandado Yahvé, tu Dios. Seis días trabajarás y harás tus obras, pero el séptimo es sábado de Yahvé, tu Dios. No harás en él trabajo alguno, ni tú, ni tu hijo, ni tu hija, ni tu siervo, ni tu sierva, ni tu buey, ni tu asno, ni ninguna de tus bestias, ni el extranjero que está dentro de tus puertas; para que tu siervo y tu sierva descansen como descansas tú. Acuérdate de que siervo fuiste en la tierra de Egipto, y de que Yahvé, tu Dios, te sacó de allí con mano fuerte y brazo tendido; y por eso Yahvé, tu Dios, te manda guardar el sábado’. (Dt. 5, 12-15).

'Acuérdate del día del sábado para santificarlo. Seis días trabajarás y harás toda tu obra, mas el sábado es el día de reposo del Señor tu Dios. No hagas ningún trabajo en él; ni tú, ni tu hijo, ni tu hija, ni tu siervo, ni tu criada, ni tu bestia, ni tu extranjero que está dentro de tus puertas. Porque en seis días el Eterno hizo el cielo, la tierra y el mar, y todo lo que contienen, y reposó en el séptimo día. Por eso, el Señor bendijo el sábado y lo declaró santo'. (Ex. 20, 8-11)

Los hebreos recordaban este mandato con la celebración del ‘sabbat’, día sagrado de la semana judía. Nosotros los cristianos celebramos ese mandamiento divino el domingo, por ser el día de la Resurrección de Jesucristo, nuestro Redentor. Pero la obligación de santificar ese día sigue siendo la misma y para nosotros es la Santa Misa, Memorial de la Pasión, Muerte y Resurrección del Maestro, el acto litúrgico idóneo para ello. No olvidemos que cuando instituyó la Eucaristía en el cenáculo, antes de su pasión, nos dijo ‘haced esto en memoria Mía’. (Lc. 22, 19).

El autor de la Carta a los Hebreos, dice: ‘Por tanto, queda un reposo para el pueblo de Dios, porque el que ha entrado en su reposo, también ha reposado de sus obras, como Dios de las suyas. Procuremos, pues, entrar en aquel reposo, para que ninguno caiga en semejante ejemplo de desobediencia’. (Heb. 4, 9-11).

No olvidemos que en aquellos tiempos Israel estaba rodeado de pueblos politeístas y esa fue la razón por la que Dios les advirtió que no tuvieran más Dios que a Él. Y cuando surgía alguna de las infidelidades de Israel con Yahvé, siempre aparecía la figura del profeta que reconducía el comportamiento del pueblo de Dios.

El hambre era grande en Samaria por la sequía existente. Ajab, cuando vio al profeta Elías le increpó ‘¿Eres tú, ruina de Israel?’ Y fíjense en la respuesta: ‘No soy yo la ruina de Israel, sino tú y la casa de tu padre, apartándoos de los mandamientos de Yahvé y yéndoos tras los baales. Anda, convoca a todo Israel al monte Carmel, y a los cuatrocientos cincuenta profetas de Baal, que comen de la mesa de Jezabel’. (I Re. 18, 1-45). Les pongo toda la cita para que lean todo el pasaje, aunque supongo que ya lo conocerán sobradamente. Es uno de los ejemplos de la actuación de Dios cuando se apartaban de Él detrás de otros dioses.

¿Dónde voy a parar con estos comentarios? Pues…ya verán. Nosotros somos hoy los continuadores de aquel pueblo, en ese nuevo pueblo formado por Jesucristo al que llamó Iglesia, dotándolo de una estructura básica con sus doce Apóstoles de los cuales uno de ellos fue el ‘primus inter pares’, o sea, ‘el primero entre iguales’. Es decir, Pedro.

Luego estaban todos cuantos abrazaron el cristianismo y todos tenían claro que debían dar el nuevo culto a Dios a través de la Eucaristía que el Maestro instituyó el primer Jueves Santo de la Historia. Lo hacían por un convencimiento y necesidad viscerales sin necesidad de mandato alguno.

Con el paso de los años se fue enriqueciendo la Liturgia hasta llegar a la celebración que intentamos vivir cada vez que asistimos a la Santa Misa.

Pero es que hoy han aparecido otros ‘baales’ en nuestra sociedad que se adueñan del corazón humano en muchísimos casos y lo alejan del culto al verdadero Dios. ‘No tendrás más Dios que a mí’. (Dt. 5, 7). Pero aparece el dios dinero, el dios sexo, el dios droga, el dios afán de poder y de mando, el dios hedonismo y tantos otros como existen pugnando por desplazar, incluso anular, al Dios verdadero, Señor de la Creación y de la Historia.

Y la Iglesia, como los Profetas de antaño, continuamente está dando avisos de que esos no son los caminos agradables a Dios y denuncian situaciones que nos puedan apartar de Él: aborto, eutanasia, destrucción de la familia natural y de valores humanos y cristianos…Naturalmente, eso molesta a quienes quieren combatir, incluso hacer desaparecer, a la Iglesia y a Dios.

Pero es inútil. Algunos miles de años avalan que eso que pretenden es una pérdida de tiempo. Han caído imperios e instituciones, y si la Iglesia permanece es por la asistencia del Espíritu Santo que la asiste. ‘¿Humana? Luego divina’. Esta frase la decía uno de mis profesores de Religión queriendo decir que si estando compuesta por personas, con sus pecados, infidelidades, fallos y dificultades y todavía permanece, es signo inequívoco de que su Fundador está permanentemente con ella. Y estos tiempos no son ninguna excepción.

Ahí tenemos las múltiples apariciones de la Santísima Virgen (a Juan Diego Cuauhtlatoatzin en el cerro del Tepeyac, México; a Lucía dos Santos y a sus primos, Jacinta y Francisco Marto, en Fátima, Portugal; a Bernadette Soubirous, una pobre y analfabeta niña de catorce años, en Lourdes, Francia; en Zeitoun, Egipto; a la Hermana Agnes Sasagawa en Akita, Japón y tantos otros lugares) en los que recomienda el rezo del Santo Rosario y de la necesidad de hacer penitencia por el mundo, entre otras cosas también con el rezo de la Corona de la Misericordia, contribuyendo de forma decisiva al apoyo de la Iglesia de su Hijo.

Y la Eucaristía, la Misa, es una manifestación de Dios entre nosotros. Y de nosotros uniéndonos a Él con nuestra fidelidad y aceptación que renovamos en cada una de ellas, desde la salida del sacerdote al altar hasta que abandona el presbiterio al finalizar la celebración.

No tienen sentido la aparición de ‘prisas’ que impulsan a marcharnos, por ejemplo, cuando el sacerdote ha finalizado de dar la Comunión. No, por favor. Si alguien está hablando con nosotros y sin finalizar le damos la espalda y nos marchamos, humana y socialmente eso sería, cuanto menos, una grosería.

Si Jesucristo nos habla en la Misa y antes de que termine de decirnos cosas nos marchamos, ¿cómo llamaríamos a ese gesto nuestro con Él? ¿Desprecio? ¿Abandono? No lo sé. Pero en cualquier caso sería una incorrección, como mínimo. Una falta de delicadeza hacia quien tanto nos quiere.

Pienso que ese es el sentido de oír Misa ‘entera’ todos los domingos, fiestas de guardar y cuantas veces acudamos a celebrar la Eucaristía. Todo en ella es importante, incluida la bendición final. Y cuando el presidente de la Asamblea nos diga ‘podéis ir en paz’, enviándonos a nuestros quehaceres, pienso que aún debiéramos esperarnos a despedirnos de la Virgen y a dar gracias por la Eucaristía vivida.

Si miramos esto con objetividad, concluiremos en que esos cuarenta y cinco o sesenta minutos que suele durar una Misa, es muy poco pedirnos en comparación a lo que obtenemos. Realmente ¿podemos considerar mucho este tiempo de estar con Dios en una semana?

Hace muchos años tuve la oportunidad de asistir a una Misa celebrada según el rito oriental. Aquello fue un descubrimiento. La duración fue de poco menos de tres horas, pero el tiempo se me pasó imperceptiblemente. ¡Qué liturgia tan bonita! O al menos eso me pareció a mí. De acuerdo que el valor de la Misa es el mismo, pero la manifestación litúrgica es muy diferente. ¿Y a los cristianos de rito latino nos parecen largas?

Prescindo ahora de que para los cristianos que tenemos las ideas claras nos gustaría asistir a diario a la Santa Misa y recibir a Jesús en la Eucaristía, además del tiempo que permanecemos con Él en la oración que hacemos en nuestro domicilio u otro lugar. Si todos los cristianos fuésemos conscientes de nuestros deberes con Dios y de su presencia real den las Eucaristías, no sería necesario que la Iglesia nos lo recordara con este Primer Mandamiento.

Ya sé que el que no puede asistir a toda la Misa ‘entera’, está obligado, si puede, a asistir por lo menos a la parte esencial, es decir, desde el Ofertorio a la Consagración y a la Comunión, pero eso es en casos excepcionales. Yo me he referido a que en la cotidianidad de nuestra asistencia debemos estar presentes desde que empieza hasta que finaliza, como he dicho anteriormente.


Que Jesucristo y Nuestra Señora del Roble nos bendigan con abundancia.

domingo, 9 de enero de 2011

Primer Mandamiento de la Iglesia (II)

ALBERTO DURERO.-RENACIMIENTO
En la entrada anterior comenzábamos a profundizar un poco en el primer Mandamiento de la Iglesia y en algunas razones por las que se aconseja que sea así y no de otra forma. Vamos a continuar un poco más con este tema.

La Segunda Persona de la Santísima Trinidad, Dios como la Primera y la Tercera Personas, se hace Hombre para rescatarnos del pecado. Y padece, muere en la Cruz y resucita. Eso es lo que se realiza sobre el Altar.

El sacrificio de Jesús, Sacerdote, Profeta y Rey, se renueva de forma incruenta y, por ser Él quien es, tiene un valor infinito. Si la ofensa a Dios en el Paraíso fue infinita, la reparación debía ser también infinita. Si por un hombre vino el pecado, un Hombre debía satisfacer a Dios y reparar el mal. En Cristo, Dios y Hombre verdadero, se dan las dos condiciones. De ahí el valor infinito de la Misa. De ahí que no tengamos derecho a ninguna objeción. Al amor de Dios por la Humanidad, que se renueva en cada Eucaristía, ¿qué podremos objetar? A través de ella nosotros tributamos a Dios, Uno y Trino, el culto de Latría que le corresponde. A través de él, le damos gracias, lo adoramos y le ofrecemos expiación y satisfacción por nuestros pecados.


‘Nuestro Salvador, en la última Cena, la noche que le traicionaban, instituyó el sacrificio eucarístico de su cuerpo y sangre,, con el cual iba a perpetuar por los siglos, hasta su vuelta, el sacrificio de la cruz y a confiar así a su Esposa, la Iglesia, el memorial de su muerte y resurrección; sacramento de piedad, signo de unidad, vínculo de caridad, banquete pascual, en el cual se come a Cristo, el alma se llena de gracia y se nos da una prenda de la gloria venidera’. (Concilio Vaticano II.- Constitución ‘Sacrosanctum Concilium’, nº 47).

Es por todo eso que, como decía al principio, si alguien ‘se aburre’ o dice que ‘siempre se hace lo mismo’, es que no tiene claro todavía qué es la Santa Misa y necesita conocerla, meditarla y llevarla a su vida. La Misa siempre será la misma, la celebre un sacerdote o sea concelebrada por cincuenta y dos, se celebre en El Vaticano o en las selvas del Matto Grosso por un misionero.

Cuando Jesús ofreció su Cuerpo y su Sangre aquel Jueves Santo memorable bajo las especies de pan y de vino, anunciaba ya aquel sacrificio cruento que se iba a celebrar en el Gólgota siendo Él mismo el Sacerdote que lo ofrecía y la Víctima que se entregaba en aquel Altar que era la Cruz. Esa fue, realmente, la Primera Misa, al haber Sacrificio y víctima.

Hoy en la Misa sigue ofreciéndose Jesús. La Víctima, pues, es la misma. Pero Cristo resucitado se vuelve a ofrecer de forma diferente al no haber derramamiento de sangre. En el Calvario se ofreció al Padre. Ahora se ofrece nuevamente por el ministerio del sacerdote que preside la Asamblea.

¿Entienden la importancia del Sacerdocio y su dignidad? ¿Entienden la importancia de haya vocaciones de jóvenes que, con una sólida preparación y convencimiento, sean santos y sabios sacerdotes? Sin embargo no se debe olvidar que lo mismo que está la vocación al sacerdocio también hay una vocación al laicado.

Cuando hace muchos años me propusieron ir al Seminario, lo consulté con mi director espiritual y me lo dijo muy claro: ¿Tú sacerdote? No. Tu puesto es ser laico. Seglar comprometido con la Iglesia. Procura ser un buen marido y un buen padre’. Y en ello estoy con todos mis defectos y las virtudes que pueda tener. Todos tenemos algo que hacer y algo que decir en esta aventura de vivir el Evangelio dentro de la Iglesia fundada por Jesucristo. Fíjense:

‘El sacerdocio común de los fieles y el sacerdocio ministerial o jerárquico se ordenan el uno para el otro, aunque cada cual participa de forma peculiar del único sacerdocio de Cristo. Su diferencia es esencial, no sólo gradual. Porque el sacerdocio ministerial , en virtud de la sagrada potestad de que goza, modela y dirige al pueblo sacerdotal, efectúa el sacrificio eucarístico ofreciéndolo a Dios en nombre de todo el pueblo; los fieles, en cambio, en virtud de su sacerdocio real, asisten a la oblación de la Eucaristía, y lo ejercen en la recepción de los Sacramentos, en la oración y acción de gracias, con el testimonio de una vida santa, con la abnegación y la caridad operante’. (Concilio Vaticano II. Constitución dogmática ‘Lumen Gentium’, núm 10).

Una cosa que me llamó poderosamente la atención hace muchos años en una charla a la que asistí, fue que en la Misa el sacerdote, cuando hace las oraciones, lo hace en nombre de la Iglesia a la que representa y pertenece igual que nosotros. Pero en la Consagración es Cristo quien habla a través de él ofreciéndose al Padre y volviendo a hacer lo mismo que el primer Jueves Santo de la Historia en el cenáculo, junto a sus amigos.

Por eso el sacerdote, válidamente ordenado, es insustituible, porque nadie puede sustituirlo en esa sublime misión. Podrá ser alto o bajo, mayor o joven, mejor o peor, pero eso no cuenta para nada porque es Cristo mismo quien está ahí.

Pero ¿y los que estamos ‘oyendo’ la Misa? Entrecomillo esa palabra porque personalmente no me gusta. Ya sé que el Mandamiento dice ‘Oír Misa entera…’, pero pienso que la Misa es para ‘vivirla’. Oírla parece que indica pasividad, inacción,… Vivirla encierra un dinamismo y participación interna y externa. No somos máquinas. Somos los destinatarios del sacrificio de Jesús de Nazaret y eso requiere una correspondencia que se traduce en la participación activa y convencida de toda nuestra persona.

Quiere decir que debemos sentirnos identificados con la liturgia eucarística sabiéndonos beneficiarios de los frutos del Sacrificio. Sentirnos unidos al mismo Cristo que se hace presente. Tener la honradez y sinceridad necesarias para darnos a Él, que previamente se dio por nosotros. Que no se nos pueda aplicar nunca aquello de ‘este pueblo me honra con los labios pero su corazón está lejos de mí’. (Is. 29, 13).

DUCCIO DI BUONINSEGNA.-GÓTICO

Sería terrible, porque con Dios no se juega. Y todos cuantos hacen mofa de Él y de las cosas santas, debieran saber que por una parte llevan las de perder y por otra, que tendrán que rendir cuanta de sus actos ante el Altísimo cuando comparezcan ante Él, como cualquier ser humano cuando muera. Lamento ponerme apocalíptico, pero lo que digo es cierto.

Y respecto a los que dicen que ‘siempre se hace lo mismo’, habría que responderles que cuando a diario comen, por ejemplo, también hacen siempre lo mismo y no se cansan ni se aburren: se sientan, mastican, beben, y no se lamentan por ello ni se cansan.

Verán ustedes. Yo, como cualquier otro cristiano que intentemos vivir visceralmente el Evangelio y seguir las enseñanzas del Maestro, solemos ser fervientes enamorados de la Eucaristía por lo que realmente ES. De Ella sacamos nuestras fuerzas apostólicas. Por Ella nos mantenemos firmes en la Fe. Con Ella podemos tener al Redentor haciendo morada en nosotros y prepararnos para esa Vida Eterna que todos anhelamos tener cuando nos presentemos ante el Altísimo y comenzar esta nueva etapa de Adoración perfecta para toda la Eternidad.

Eso es una de las cosas por las que tal vez me haya extendido tanto en este primer Mandamiento de la Iglesia, para que más que una ‘obligatoriedad’ veamos un camino hacia Jesús de Nazaret, ante esa presencia real suya tantas veces proclamada por la Iglesia y muchos de sus santos que, por Gracia de Dios, han tenido encuentros místicos con Él o con la Virgen.

¿No les parece que por esas razones hay que pensar que nuestra asistencia a la Santa Misa debe ser eminentemente participativa, mediante los cantos del momento y de las respuestas que damos a lo que dice el sacerdote, pero trascendiendo también nuestras propias respuestas, siendo conscientes de lo que significa lo que dice el sacerdote y de nuestras propias respuestas?

Y esa participación personal tiene su máximo sentido cuando somos nosotros mismos los que nos ofrecemos juntamente con Jesucristo al Padre en el Ofertorio, con nuestros problemas, nuestras limitaciones, nuestras enfermedades y dolores, nuestras oraciones y sacrificios, nuestros esfuerzos cotidianos por vivir honradamente, honestamente, y dar una imagen, lo más aproximada posible, de lo que debe ser la vida de un cristiano. Pío XII decía: ‘Es preciso que (los fieles) se inmolen a sí mismos como hostias…y deseosos de asemejarse a Jesucristo, que sufrió tan acervos dolores, se ofrezcan como hostia espiritual con el mismo Sumo Sacerdote y por medio de Él mismo’. (Encíclica Mediator Dei, nº 25)

En el mes de abril, ya del año pasado, concretamente los domingos 11 y 25 de abril, ya escribí algo sobre la Santa Misa y la Eucaristía titulándolos ‘El Amor de los Amores’ y Jesucristo Eucaristía’, pero es que este es un tema, como cualquiera que haga referencia a Dios, inagotable. A ellos les remito si así lo desean.

En cierta ocasión le preguntaron al Padre Pío (hoy San Pío de Pietrelcina) sobre los beneficios que recibimos al asistir a la Santa Misa. No se pierdan la respuesta: ‘No se pueden contar. Los veréis en el Paraíso. Cuando asistas a la Santa Misa, renueva tu Fe y medita en la Víctima que se inmola por ti a la Divina Justicia, para aplacarla y hacerla propicia. No te alejes del altar sin derramar lágrimas de dolor y de amor a Jesús, crucificado por tu salvación. La Virgen Dolorosa te acompañará y será tu dulce inspiración’. No tiene desperdicio. Seguramente conocerán ustedes, incluso mejor que yo, cómo eran las Eucaristías que celebraba, por lo que cuando dice esto, tiene conocimiento de causa para hacerlo. Con este pensamiento les dejo.


Que La Santísima Trinidad y la Virgen de Cotoca nos bendigan

sábado, 1 de enero de 2011

Primer Mandamiento de la Iglesia (I)


Hemos entrado en un nuevo año. En él vamos a seguir intentando trabajar mejor para hacer realidad los planes y pensamientos de Dios a través de nosotros, con Su ayuda. Los cristianos somos así. Personalmente les felicito a todos ustedes por ello y por el año que iniciamos. Y para comenzar, pienso que nada mejor que tocar este primer Mandamiento de la Iglesia referido a la Santa Misa. Acaso sea algo largo, y precisamente esa es la razón por la que voy a presentarlo en varias partes, pero la Eucaristía y la Iglesia no merecen que se escatime tiempo ni espacio.

‘Oír Misa entera todos los domingos y fiestas de guardar’. Verán ustedes. En todos los lugares donde he sido destinado profesionalmente, he tenido ocasión de hablar y tratar a muchísimas personas. Muchos diálogos, múltiples opiniones sobre diversidad de temas. Inevitablemente surgían algunos religiosos. Y en ocasiones, la Misa y la ‘obligatoriedad’ de asistir todos los domingos y fiestas de guardar, era uno de los que cuando surgía, o alguien lo hacía surgir, más tiempo ocupaba y provocaba las más dispares opiniones..

No es este el lugar ni el momento más apropiado para comentar aquellas opiniones, aunque tal vez me apoye en alguna de ellas para tratar la Misa, en el sentido que la Iglesia da en su primer Mandamiento.

Una de las cosas que se comentaban, y aun hoy se oye con alguna frecuencia, es que ‘en la Misa me aburro mucho’ o que ‘allí siempre se dice y se hace lo mismo’, lo cual da pie a pensar en el gran desconocimiento existente de lo que realmente allí acontece, la falta de formación e información de muchas personas y de la falta de interés, apertura y receptividad para intentar profundizar en lo que verdaderamente es.

Personalmente me pregunto: ¿Por qué? ¿Por qué se acude a ‘cumplir con Parroquia’, como algunos llaman al hecho de asistir a una Eucaristía, sin un planteamiento mínimo de la razón verdadera de estar allí? ¿Es que no tenemos garra, empuje o testimonio suficiente para que cuantos nos rodean acudan por ‘convencimiento’ y no por un mero ‘cumplimiento’?

Realmente falta una Catequesis de profundización en los Misterios básicos de nuestra fe que consoliden los motivos de credibilidad de cada uno, independientemente de que muchos coincidamos en los mismos.

Para que la generalidad de los cristianos pueda entender, asumir y proyectar a su vez que la Misa es real y verdaderamente el acto litúrgico básico, central y fundamental con el que los católicos ofrendamos a la Trinidad el culto de Latría que se le debe, es necesaria, pienso, una implicación y compromiso serio con el pueblo de Dios, que es la Iglesia. ‘Predica la Palabra, insiste a tiempo y a destiempo, arguye, enseña, exhorta con toda longanimidad y doctrina, pues vendrá un tiempo en que no sufrirán la sana doctrina; antes, deseosos de novedades, se amontonarán maestros conforme a sus pasiones y apartarán los oídos de la verdad para volverlos a las fábulas’. (II Tim. 4, 2-3). Así hablaba San Pablo a Timoteo y así parece que nos está hablando ahora a nosotros.

RENACIMIENTO.-Matthias Grünewald


Porque lo que realmente estamos celebrando es nuestra presencia y participación en la renovación del mismo sacrificio de Cristo en el Calvario, si bien de forma incruenta, pero tan real como hace dos mil y pico años. Y nosotros somos tan protagonistas como lo fue San Juan cuando estuvo al pie de la Cruz, acompañando y acogiendo a la Virgen doliente, Madre del Redentor.

No tenemos derecho a quedarnos solamente con las formas, las apariencias, los cantos, las posturas o las respuestas que damos, en ocasiones como si fuésemos autómatas, sin saber lo que decimos. Hemos de meternos en el fondo de lo que allí se realiza. Todas esas formas mencionadas son medios, entre otros, para conducirnos al fondo, que es el sacrificio eucarístico.

Con el culto que damos a Dios manifestamos nuestro reconocimiento y aceptación de su suprema Majestad, a quien debemos amar, servir y adorar con ‘todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas’. (Deut. 6, 5). Malaquías ya profetizó: ‘Porque desde el levante hasta el poniente es honrado mi nombre entre las naciones, y en todo lugar se ofrece en mi honor un sacrificio de incienso y una ofrenda pura’. (Mal. 1, 11).

Cuando se llega a la Consagración, eje y centro culminante de la Misa, Cristo se hace realmente presente allí en el altar, volviendo a ofrecerse al Padre como sacerdote y víctima y haciendo presente nuevamente su Pasión, Muerte y Resurrección, de forma incruenta. Es el momento que todos, salvo los físicamente impedidos, debemos permanecer arrodillados dando a Dios nuestra adoración, imperfecta, sí, al ser nosotros imperfectos, pero agradable a Dios que, al ver el fondo de nuestros corazones y nuestra rectitud de intención, la acepta complacido.

¿Vamos a ser insensibles ante este Misterio? ‘Es que yo no veo a Jesucristo por ninguna parte’, dicen algunos. Oiga. Yo tampoco lo veo físicamente, pero la Fe me dice que allí está real y verdaderamente en Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad. Y eso ya es un motivo para dar sentido a mi vida. ‘Si alguno me ama, guardará mi palabra, y mi Padre le amará, y vendremos a él y haremos morada en él’. (Jn. 14, 23). Es la respuesta del mismo Jesucristo como podemos leer en el Evangelio de San Juan.

Para eso es necesaria nuestra presencia física en el lugar de la celebración de la Eucaristía. No sirve ver la Misa por TV u oírla por radio. Pero ¿y los enfermos e impedidos? Veamos. Si están impedidos físicamente por la causa que fuere, están dispensados. Otra cosa es que por devoción vean u oigan la Misa por TV u oigan Radio María o cualquier otra emisora que la retransmita. Si luego hay alguien sacerdote o seglar autorizado que les lleve la Comunión a casa, mejor.

Recuerdo que cuando me operaron por primera vez la columna vertebral y estuve con un corsé de escayola desde la ingle hasta el sobaco varios meses, no podía salir de casa. Me conformaba con la Misa de la Televisión o la radio, meditando las homilías y las lecturas de cada día. Pero me faltaba lo fundamental: la Comunión, porque entonces no había ningún seglar autorizado.

Un día vino a visitarme un sacerdote amigo, de otra Diócesis. Cuando le comenté este hecho, marchó a la Parroquia y, previa comunicación al párroco, tomó lo necesario y celebró la Eucaristía en mi casa. Jamás agradeceré suficientemente este gesto. Fue una inyección de moral, de Vida, este contacto con Jesucristo que ya necesitaba como el aire que respiraba.

Un motivo de comentario a veces surgido es, cuando un domingo no se puede asistir a Misa, ir otro día entre semana para cumplir el precepto. Pues…no. El precepto está puesto por la Iglesia precisamente el domingo porque es el día de la Resurrección de Jesús. Y si lo que conmemoramos es la pasión, Muerte y RESURRECCIÓN del Maestro, que fue precisamente ‘Pasado el sábado…’, es precisamente ese día el que debemos ir. ‘Pasado el sábado, María Magdalena y María la de Santiago, y Salomé, compraron aromas para ir a ungirle. Muy de madrugada, el primer día después del sábado, en cuanto salió el sol, vinieron al monumento. Se decían entre sí: ¿Quién nos removerá la piedra de la entrada al monumento? Y mirando, vieron que la piedra estaba removida; era muy grande. Entrando en el monumento, vieron un joven sentado a la derecha. Vestido de una túnica blanca, y quedaron sobrecogidas de espanto. Él les dijo: No os asustéis. Buscáis a Jesús Nazareno, el crucificado; ha resucitado, no está aquí; mirad el sitio en el le pusieron’. (Mc. 16, 1-6). Queda claro, ¿no?

Por eso la Iglesia autorizó que la víspera del domingo, a partir del atardecer del sábado, también se pudiera cumplir con el precepto, especialmente si el domingo existe una causa por la que no podemos ir.

De todos modos, teniendo en cuenta lo que acontece en el Altar, es el único sacrificio agradable a Dios. ¿Por qué? Muy sencillo. En la Antigua Alianza había unos sacrificios ofrecidos a Yavé que eran necesarios como medio de adoración a la Divinidad por parte del pueblo israelita. Pero eran como una especie de preparación al auténtico sacrificio con la auténtica Víctima, como hemos visto en la profecía de Malaquías.

Theotokos

La próxima semana, Dios mediante, continuaremos. Que Jesucristo y la Virgen, Madre de Dios, cuya festividad de su Maternidad celebramos hoy nos bendigan.