viernes, 3 de marzo de 2017

Dolor…, enfermedad…, ¿por qué? (I)

      Una soleada mañana de cualquier día. Un hombre arrastra lentamente el carro de la compra en una Gran Superficie. Suena su teléfono: '-¿Es don Fulano de Tal? -Sí. ¿Quién es? -Soy una agente de la Guardia Civil. Un coche acaba de atropellar a su esposa frente a su casa. Venga en  cuanto pueda. -Voy allá de inmediato.'
      En unos pocos segundos se había producido como un cataclismo en el interior de aquella persona. Abordó a una empleada de aquel comercio: 'Acaba de decirme la Guardia Civil que un coche ha atropellado a mi esposa...' No lo dejó terminar: 'Márchese en seguida con su mujer y no se preocupe de nada'. Salió rápidamente. El coche arrancó y encontró la puerta de salida ya abierta. Mentalmente dio las gracias a quien la abrió y mientras conducía iba pensando: '¿Por qué, Señor? ¿Qué ha ocurrido? ¿Es así como me han dicho? No lo sé, pero ahora más que nunca confío en Ti. Te encomiendo a mi mujer. Sé que para Ti no hay nada imposible'.

      Cuando llegó al lugar había una enorme muchedumbre y mucha Policía. Uno de los Agentes le indicó dónde podía aparcar y se dirigió de inmediato donde su mujer yacía en el suelo con un charco de sangre bajo su cabeza. Un hombre joven, con unas gasas en las manos, le sostenía la cabeza taponando la enorme herida que tenía. Pensó que sería algún sanitario por la profesionalidad con que hacía las cosas y marchó con los Agentes que lo reclamaban para averiguar quién era ella, dirección y un sinfín de burocracia que en esos momentos odió sin límites porque le impedía estar junto a ella.
      Una potente sirena se oía y la ambulancia que llegó se detuvo prácticamente junto a ella. Bajaron una doctora y dos enfermeros portando una camilla. El marido preguntó a la doctora a qué hospital iban a llevarla y le contestó escuetamente 'al más cercano'. Antes de partir buscó al hombre joven que atendió a su esposa mientras estuvo en el suelo, pero no lo vio. Preguntó por él a algunos conocidos que había y contestaron que no lo sabían. No lo habían visto marcharse. A quienes preguntó, nadie lo había visto marcharse ni tampoco nadie lo había visto nunca, pero lo cierto es que no estaba y no le pudo agradecer su comportamiento y buen hacer con su esposa.
      Subió al coche para seguir la ambulancia y mientras conducía iba pensando muchas cosas. ¿Cómo era posible que nadie le hubiera visto marchar? Necesariamente tuvo que atravesar aquel cordón más o menos circular que rodeaba la escena mirando la actuación de la Policía y de los sanitarios. ¿Habría desaparecido? Esta idea la desechó, pero unos días más tarde que pudo hablar con varias personas que lo vieron llegar pidiendo paso con voz recia diciendo que era médico, se lo volvieron a asegurar al marido, ya que no le quitaron el ojo de encima al llamarles la atención la oportunidad de su llegada y los movimientos precisos y seguros con que colocó de lado en un momento a la persona accidentada, sacó de su bolsillo el paquete de gasas y las colocó en el occipital que sangraba mucho.
      La teoría de la desaparición empezó a tomar fuerza, pero en ese caso, ¿quién era? Dejó esos pensamientos porque tenía que avisar a sus hijos y comunicarles lo ocurrido. Y su mujer, ¿cómo estaría? Sabía que bien atendida, pero él no podía estar con ella para cogerla de la mano por lo menos, porque aparte de ese gesto de calor y ánimo, poco más podía hacer.
        Cuando llegó a urgencias del hospital su hija ya había llegado. Le informó que la habían entrado con mucha rapidez para hacerle radiografías y la sacarían cuando acabasen. Poco después salió en la camilla y él se le acercó: '¿-Cómo te encuentras?', le dijo. '-¿Quién eres?' respondió. '-Soy tu marido'. '-¿Mi marido? ¿Yo tengo marido?' le dijo. Acercándose y poniendo su cara frente a los ojos abiertos de ella,le habló: '-Mírame. Yo soy tu marido'. Alargó su mano buscando su cara. Él la tomó pero la respuesta que le dio lo dejó helado: '-No veo nada. Lo veo todo negro'. En su interior, un pensamiento atravesó su cerebro y su alma: '¡Dios mío! Me la han dejado ciega...'.
      Tal vez el preámbulo de esta entrada, que finalizaré en la próxima, haya sido algo extenso, pero es rigurosamente cierto todo cuanto he expuesto, pues conozco ese caso. Lo he elegido para que sirva como punto de apoyo y de partida al tema que voy a tratar: el sentido cristiano de la enfermedad y del dolor. Al menos lo voy a intentar, ya que en ese campo tengo una larga experiencia. Es algo que está ahí, a diario y que difícilmente, de alguna u otra forma, todos los mortales estamos sujetos a ellos desde la edad más temprana.
 LA LECCIÓN DE ANATOMÍA DEL DOCTOR NICOLAES TULP.-REMBRANDT.-BARROCO
      Nuestro organismo ha atravesado a lo largo de la historia por circunstancias que muchísimas veces han llamado la atención y la curiosidad de las personas que se han sentido atraídas por sus manifestaciones y que han dado lugar a numerosos descubrimientos que, con el paso del tiempo, han dado lugar a la ciencia médica.
       Por supuesto no voy a entrar en esta ciencia porque no soy médico, pero sí quisiera analizar y comentar las distintas actitudes humanas que se dan entre nosotros cuando nos encontramos inmersos en alguna enfermedad, tanto a nivel humano como a nivel cristiano.
      Ya lo iremos viendo poco a poco.
      Que Nuestra Señora de Eunate y su Hijo nos bendigan a todos.