domingo, 7 de noviembre de 2010

Bienaventurados los limpios de corazón. Ellos verán a Dios.


Seguimos con esta sexta Bienaventuranza. Debemos avanzar poco a poco, porque en ella existen varios conceptos que es conveniente analizarlos para tener después una visión de conjunto clara del contenido que hay en ella.

En la expresión ‘los limpios de corazón’ ya existen varios conceptos y varias respuestas para nuestra vida de cristianos. Y la segunda parte, ‘ellos verán a Dios’, ¿qué sentido tiene? ¿Qué hay que mirar, pues, en el fondo de esta Bienaventuranza? Afortunadamente cuento con que el Espíritu Santo nos ilumine a todos, como criaturas suyas que somos y miembros de la Iglesia, con el fin de profundizar en las raíces de este mensaje del Salvador.

En principio, pienso que para ‘ver a Dios’ es necesaria una limpieza de corazón, entendida aquí como una ausencia absoluta de pecado alguno y viviendo a tope la Gracia que se nos regala en abundancia. Sería la pureza llevada a rajatabla en todo. Esta visión divina no la podemos entender igual que cuando vemos a cualquier miembro de nuestra familia, a los amigos o a cualquier objeto que tenemos en nuestro domicilio.

Aquí, en este mundo donde vivimos, no podremos ver físicamente a Dios, salvo que Él quiera conceder este Regalo (y lo pongo con mayúscula por la dimensión que tendría y el valor que supondría) a alguna persona concreta.

En este sentido, recuerdo la anécdota que se cuenta de Santa Teresa de Jesús. Sin entrar en valoraciones, lo que personalmente he leído es que en el convento de La Encarnación se encontró la Santa con un niño en una escalera y le preguntó quién era. Le respondió con otra pregunta: ‘Y tú, ¿Quién eres?’ a lo que Santa Teresa respondió: ‘Yo soy Teresa de Jesús’. Y el infante contestó: ‘Y yo soy Jesús, de Teresa’. ¿Realmente ocurrió así? Suponiendo que así fuese, y que realmente fuese el Niño Dios quien habló con ella, ¿fue un Regalo el que tuvo esta Doctora de la Iglesia? ¿Cómo quedaría después de esta experiencia? En cualquier caso son excepciones con las que Dios nos sorprende a los humanos.

Lo normal, independientemente de estas Gracias que Dios puede conceder a quien quiera y como quiera, no es eso. Estas son excepciones con las que nos sorprende a los humanos, pero lo normal es que sea en la otra Vida que nos tiene prometida cuando le ‘veamos’ tal y conforme es. Como dice San Pablo: ‘Ahora vemos por un espejo y oscuramente; entonces veremos cara a cara’. (I Cor. 13, 12).

Las Escrituras ya nos dicen algo (realmente, bastantes cosas) al respecto, porque es San Juan ahora quien nos dice: ‘A Dios, nadie le vio jamás; el Hijo único, que es Dios y está en el seno del Padre, nos lo ha dado a conocer’. (Jn. 1, 18).
JAMES TISSOT
Y también está recogido en el Evangelio de Juan el momento en que Felipe le pide a Jesús que les muestra al Padre. Éste le da la respuesta adecuada: ‘Llevo tanto tiempo con vosotros, ¿y aún no me conoces, Felipe? El que me ve a mí, ve al Padre. ¿Cómo me pides que os muestre al Padre? (Jn. 14, 9).

Pienso que no debemos perder nuestro tiempo en este tipo de disquisiciones y afanes de ‘ver’ a Dios en esta vida. Además. ¿Para qué tenemos los ojos de nuestra Fe? Por ella podríamos ‘verlo’, sentirlo, vivirlo,… Ahora estamos aquí, con los pies en el suelo, sin falsos angelismos, pero con nuestra Fe y nuestra Esperanza puesta indudablemente en Él, razón de nuestra vida y motor de nuestra existencia. Desde este prisma debemos intentar ganar para Dios la construcción del Reino, a través de las pequeñas batallas de cada día, dejándonos impregnar de su Gracia, haciéndolo presente en todos nuestros actos. Recordemos a San Pablo: ‘Ya comáis, ya bebáis o ya hagáis alguna cosa, hacedlo todo para gloria de Dios’. (I Cor. 10. 31). Es, quizá, una de la mejores maneras de ‘verlo’ con la Fe. Esa podría ser otra forma de verlo.

Y tengamos paciencia. Ya lo veremos cuando nos llegue el momento. Y tan grande será éste, que además lo ‘poseeremos’ porque allí ya no habrá secretos. Ni tampoco Fe ni Esperanza. Solamente Amor infinito y adoración perfecta. Sigue diciendo el apóstol Juan: ‘Queridos. Ahora somos ya hijos de Dios, y aún no se ha manifestado lo que seremos. Sabemos que, cuando se manifieste, seremos semejantes a Él, porque le veremos tal cual es’. (I Jn. 3, 2).

Mientras esto llegue, mantengámonos fieles a nuestro compromiso con Él. A la opción personal que, si bien iniciada en el Bautismo, día a día debemos renovarle desde nuestra propia libertad. Que nuestro compromiso sea firme y absoluto, sin fisuras, estando con Él a las duras y a las maduras. ‘Por esta causa sufro, pero no me avergüenzo, porque sé de quién me fío y estoy seguro de que puede guardar mi depósito para aquel día’, nos dice también San Pablo en la segunda Carta a Timoteo, en el versículo 12 del primer capítulo.




Cuando vengan las ‘podas’ de la Viña a la que todos pertenecemos, las pruebas por las que todos pasamos, saldremos fortalecidos, porque Jesús, que siempre es fiel con cada uno de nosotros, no nos abandonará. Y de eso hablo y escribo con conocimiento de causa, ya que a través de esas pruebas, he podido ver y entender con meridiana claridad a través de mi Fe, el mensaje de Jesús contenido en el Evangelio: ‘Yo soy la vid. Vosotros los sarmientos. El que permanece en mí y mi yo en él, ese da mucho fruto, porque sin mí nada podéis hacer’. (Jn. 15, 5).

En todos los problemas que tuve en mi vida, siempre acudí a Él y a la Madre. Jamás me he sentido defraudado. Hubo ocasiones de ‘noche oscura’, de sentir vacía y falta de sentido mi oración. Y siempre hubo respuesta por parte de Ellos. Fue una manera de ver a Dios a través de esos acontecimientos personales que, estoy seguro, todos tenemos o hemos tenido. Vienen a ser, pienso yo, momentos de purificación en los que se pone a prueba nuestra capacidad de creer y esperar en ese Alguien a quien seguimos porque lo queremos hondamente, radicalmente, como la razón propia de nuestro ser y existir.

RESURRECCIÓN DE XTO.,EN GLORIA.-Lorenzo Lotto, 1543

En ese proyecto vital cristiano que tenemos vamos trazando un camino con la mirada puesta en la Cruz y su más allá: la Resurrección de Jesucristo, gracias a la cual somos lo que somos y nos unimos visceralmente a su proyecto salvador escribiendo páginas de Historia de la Iglesia desde nuestra propia historia.

Todo esto va conformando la limpieza de corazón que nos permite ‘ver’ a Dios en los acontecimientos diarios y en la misma Creación como manifestación de la Divinidad. ‘¿Quién subirá al monte de Yavé, se estará en su lugar santo?’, dice el salmista. Y continúa con la respuesta: ‘El hombre de limpias manos y puro corazón’ (Sal. 24 (V23), 3-4). Y eso supone tenr una rectitud de conciencia y de intenciones en cuanto hagamos.

¿Recuerdan ustedes el cuento de ‘Pinocho’? Tenía a Pepito Grillo que siempre le afeaba lo que no hacía bien y le sugería lo bueno. Nosotros también tenemos nuestro ‘Pepito Grillo’ particular: es la voz de nuestra conciencia que siempre está atenta a la rectitud de nuestros actos. De ahí que debamos estar atentos a su voz para distinguir lo que debemos o no debemos hacer en aras de la limpieza de nuestro corazón.

No en vano la puso el Creador en nuestro interior para ayudarnos a peregrinar. Y nosotros, cristianos, hemos de estar atentos a los ‘gemidos inefables del Espíritu en nosotros’: ‘El mismo Espíritu viene en ayuda de nuestra flaqueza , porque nosotros no sabemos pedir lo que nos conviene; mas el mismo Espíritu aboga por nosotros con gemidos inefables’. (Rom. 8, 26). Él nos sugiere conductas y actitudes a seguir en nuestro proceso formativo y de cumplimiento de la voluntad divina. Él es quien ilumina nuestra conciencia.

Si ella nos hace ver que vamos por caminos erróneos, también nos indica las posibilidades de rectificación que debamos hacer. La limpieza de corazón es tomar nuestra opción por el bien, sin duda alguna, no dejando resquicio por ninguna parte a nada que nos pueda alejar de nuestro Padre común.

Seamos, pues, coherentes con nuestro compromiso cristiano. Sepamos ‘ser’. Sepamos ‘estar’.Sepamos y queramos ser intachables, íntegros en nuestra totalidad imitando a Jesús de Nazaret, que con su modo de vivir su etapa humana entre nosotros nos trazó un patrón de conducta y de fidelidad.

Es lógico suponer que podamos tener dudas respecto a cualquier punto o problema, en cuyo caso tal vez sea aconsejable, incluso necesario, consultar con algún experto que nos pueda aconsejar, dar una luz por pequeña que sea. Aquí entramos en el caso de la consulta con un sacerdote o, mejor aún, a un acompañante espiritual que, precisamente porque conoce cómo somos, podrá manifestar una opinión más certera.


Entonces la ‘limpieza de corazón’ irá conformándose un día tras otro y, con el esfuerzo de nuestra voluntad, brillará como la aurora. Paulatinamente iremos entrando en el conocimiento de Dios a través de las Escrituras, de la meditación, de la contemplación,…

Poco a poco iremos adquiriendo una experiencia, unos conocimientos más profundos que se traducirán en una seguridad absoluta de nuestras señas de identidad cristianas que irán afirmando y confirmando en nuestra personalidad las huellas de los motivos de credibilidad que tengamos, de la razón de ser de nuestro seguimiento y adoración a la Santísima Trinidad.


La oración de Jesús a su padre nos acompañará en nuestro proceso: ‘Padre. No pido que los tomes del mundo, sino que los guardes del mal. Ellos no son del mundo, como no soy del mundo yo. Santifícalos en la verdad, pues tu palabra es verdad. Como tú me enviaste al mundo, así yo los envié a ellos al mundo, y yo por ellos me santifico, para que ellos sean santificados de verdad’. (Jn. 17, 15-19). Nos sentimos identificados con el ‘ellos’ de las palabras de Jesús, ¿no? Realmente es muy hermoso…y muy serio.


De la misma manera que los apóstoles se distribuyeron por el mundo para dar a conocer el mensaje del Maestro, para nosotros el ‘envío’ de Jesús se hace realidad en nuestros ambientes, a todos cuantos nos rodean y con quienes tratamos. Para nosotros, el ‘podéis ir en paz’ del final de nuestras Eucaristías es el ‘envío’, la misión a la que nos lanza Jesucristo después de haberlo recibido en cada Eucaristía. Siempre yendo ‘más allá’ sin conformismos ni adocenamientos de ninguna clase, renovándonos continuamente con ayuda del Espíritu de Dios. ‘No os conforméis a este siglo, sino que os transforméis por la renovación de la mente, para que procuréis conocer cuál es la voluntad de Dios, buena, grata y perfecta’. (Rom. 12, 2).

Sepamos ver los signos de los tiempos que nos ha tocado vivir y, desde nuestra nada e insignificancia, analicemos si hemos de cambiarlos, transformarlos o potenciarlos, para lo cual debemos seguir el consejo del Salvador: ‘Sed prudentes como serpientes y sencillos como palomas’. (Mt. 10, 16).

En cierta ocasión dijo también que ‘los hijos de este siglo son más astutos en el trato con los suyos que los hijos de la luz’. (Lc. 16, 8). Y yo propongo, entre otras cosas porque ya lo he llevado a efecto con excelentes resultados, ¿por qué no darle la vuelta y ser ‘los hijos de la luz más astutos que los hijos de este siglo’? Pienso que hay un largo camino hasta conseguir ser ‘Bienaventurados por ser limpios de corazón, para poder ver a Dios’.


Que Jesús de Nazaret y la Madre de Dios de Marpingen nos bendigan y protejan.

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