FINIS GLORIAE MUNDI.-JUAN VALDÉS LEAL.-BARROCO
Tras la exposición, necesariamente breve, de las causas que dieron lugar a los cuatro componentes de los Novísimos o Postrimerías, comienzo la exposición, también necesariamente breve, de cada uno de ellos, si bien debemos considerar que cada uno de ellos forma parte de un todo. Todos están íntimamente relacionados entre sí como iremos viendo. El primero es la muerte necesariamente, ya que es la entrada en la otra vida, sea la que fuere, pero en cualquier caso ya es para la eternidad. Los otros tres ocurren después de ella.
¿Qué se puede decir de la muerte? Es un hecho real y cotidiano. Diariamente en todos los lugares del mundo mueren personas. Podríamos decir sin temor a error alguno que tiene dos características propias: es cierta por lo que he nombrado anteriormente; pero a la vez es incierta en el sentido de que nadie conoce el cuándo ni el cómo deba suceder. Lo mismo mueren ancianos que niños y en distintas circunstancias. No obstante, ¿ya se acaba todo? ¿Todo lo que hemos vivido, sufrido, amado,...se acaba? Desde mi punto de vista de cristiano católico, no. Rotundamente, no. Negar esto supone la negación del Credo, especialmente de los puntos finales donde decimos creer en la resurrección de los muertos y en la vida eterna.
Estamos viviendo tiempos difíciles en los que solemos pasar de largo o de puntillas sobre este tipo de cosas. Va discurriendo nuestra existencia inmersa en los problemas de la vida diaria: el trabajo, la familia, las preocupaciones sociales,...pero de temas trascendentes como el que ahora nos ocupa así como de lo que hay detrás de ella, se suelen evitar de plano como si no existieran o no tuvieran nada que ver con cada uno de nosotros, lo cual no es impedimento para que algunos deriven sus inquietudes , su vocación de eternidad, por caminos equivocados: espiritismo, magia, sectas, etc. Son errores de bulto. El anterior Papa Benedicto XVI dijo en una ocasión el año 2008: 'También hoy es necesario evangelizar sobre la muerte y la vida eterna, realidades particularmente sujetas a supersticiones y sincretismos, para que la verdad cristiana no corra el riesgo de mezclarse con mitologías de diferentes tipos'.
La muerte vista desde el aspecto positivo del cristianismo, tiene un sentido trascendente que nos permite asumirla sin temor alguno, si la vida también la hemos desarrollado desde ese positivismo cristiano y evangélico. San Pablo se refiere a ella en diversas ocasiones, pero destaco dos de ellas contenidas en sus Cartas. Una la dirige a los filipenses: 'Para mí la vida es Cristo y la muerte una ganancia'. (Fil. 1, 21). La otra va dirigida a Timoteo: 'Es doctrina segura: si morimos con Él, viviremos con Él. Si perseveramos, reinaremos con Él. Si lo negamos, también Él nos negará. Si somos infieles, Él permanecerá fiel, porque no puede negarse a sí mismo'. (2Tim. 2, 11-13). ¿Recuerdan el Evangelio de Juan? En él nos expone los deseos de Jesús de tenernos a todos junto a Él en la Eternidad y así se lo pide al Padre en esa oración tan hermosa cuando sabe que ha llegado su hora: 'Padre, yo deseo que todos estos que tú me has dado puedan estar conmigo donde esté yo,para que contemplen la gloria que me has dado, porque tú me amaste antes de la creación del mundo'. (Jn. 17, 24).
Pienso que la muerte debemos mirarla de frente sin preocuparnos excesivamente del día y de las circunstancias. ('En cuanto al día y la hora, nadie lo sabe, ni aun los ángeles del cielo, ni el Hijo. Solamente lo sabe el Padre'. Mt. 24, 36), aunque sí deberíamos pensar que podemos asumirla como hizo Jesucristo con la suya: 'Y Jesús, clamando con voz potente, dijo: -Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu. Y dicho esto, expiró'. (Lc. 23, 46).
Me refiero a que ese momento trascendente lo podemos transformar en un acto de obediencia al padre, ya que nos dirigimos a su encuentro. ¿Recuerdan la parábola de las vírgenes prudentes y de las necias? (Mt. 25, 1-13). Es una llamada de atención de nuestro Maestro a cada uno. Debemos imitar a las vírgenes prudentes y mantener llena nuestra lámpara con el aceite de la Gracia. En definitiva se traduce en intentar estar siempre dispuestos para este Encuentro y los Sacramentos son unos magníficos apoyos y ayudas para conseguirlo. Incluso, desde cualquier momento de nuestra existencia, ofrecerle a Dios ese momento culminante por la persona o intención que deseemos, por cualquier problema familiar, social o del tipo que fuere, etc.
Dentro de su aspecto positivo podemos verla con los mismos ojos del pensamiento de Santa Teresita del Niño Jesús: 'Yo no muero, entro en la Vida'. Si hemos ido desarrollando una Fe viva, madura, sin fisuras en nuestro Redentor Jesucristo como Él desea, aceptaremos la muerte con un paso sereno, seguro, sin traumatismos estériles, porque sabremos que vamos a un encuentro personal con el Jesús del Evangelio y de la Historia que estará esperándonos para recibirnos con el abrazo de bienvenida a su Reino.
Es verdad que morir supone, humanamente hablando, dejar esposo o esposa, hijos, nietos o nietas, amigos y otros seres queridos, pero jamás puede ser considerada como un camino sin esperanza alguna. Al contrario. La muerte supone el final de nuestro camino peregrino, pero además, fijándonos en algunos detalles. Por ejemplo: Ya se habrán dado cuenta que cada vez que rezamos el Ave María a la Virgen y le decimos '...ruega por nosotros, pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte', estamos manifestando una confianza sin límites en su intercesión y valimiento ante la Santísima Trinidad. ¿A qué temer si nos encomendamos a su poder maternal? En la Salve también le rezamos diciendo: 'Ea pues, Señora, Abogada nuestra, vuelve a nosotros tus ojos misericordiosos, y después de este destierro muéstranos a Jesús, fruto bendito de tu vientre'. Más adelante culmina la petición: 'Ruega por nosotros, Santa Madre de Dios, para que seamos dignos de alcanzar las promesas de Nuestro Señor Jesucristo'. El resto, que no será poco, lo hará Ella sin lugar a dudas. Especialmente en ese momento decisivo. Pero ciertamente también debemos implicarnos con la forma de vida que elijamos vivir. Si a pesar de nuestros pecados, de nuestros fallos, queremos aceptar los el cumplimiento de los planes y de la voluntad de Dios en nosotros, Él y Ella responderán. ¡Ya lo creo! A generosidad nadie les gana.
Continuaremos este tema en la próxima entrada. Que nuestro Maestro, Jesús de Nazaret, y Nuestra Señora la Virgen del Saliente nos bendigan y acompañen.
Pienso que la muerte debemos mirarla de frente sin preocuparnos excesivamente del día y de las circunstancias. ('En cuanto al día y la hora, nadie lo sabe, ni aun los ángeles del cielo, ni el Hijo. Solamente lo sabe el Padre'. Mt. 24, 36), aunque sí deberíamos pensar que podemos asumirla como hizo Jesucristo con la suya: 'Y Jesús, clamando con voz potente, dijo: -Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu. Y dicho esto, expiró'. (Lc. 23, 46).
Me refiero a que ese momento trascendente lo podemos transformar en un acto de obediencia al padre, ya que nos dirigimos a su encuentro. ¿Recuerdan la parábola de las vírgenes prudentes y de las necias? (Mt. 25, 1-13). Es una llamada de atención de nuestro Maestro a cada uno. Debemos imitar a las vírgenes prudentes y mantener llena nuestra lámpara con el aceite de la Gracia. En definitiva se traduce en intentar estar siempre dispuestos para este Encuentro y los Sacramentos son unos magníficos apoyos y ayudas para conseguirlo. Incluso, desde cualquier momento de nuestra existencia, ofrecerle a Dios ese momento culminante por la persona o intención que deseemos, por cualquier problema familiar, social o del tipo que fuere, etc.
Dentro de su aspecto positivo podemos verla con los mismos ojos del pensamiento de Santa Teresita del Niño Jesús: 'Yo no muero, entro en la Vida'. Si hemos ido desarrollando una Fe viva, madura, sin fisuras en nuestro Redentor Jesucristo como Él desea, aceptaremos la muerte con un paso sereno, seguro, sin traumatismos estériles, porque sabremos que vamos a un encuentro personal con el Jesús del Evangelio y de la Historia que estará esperándonos para recibirnos con el abrazo de bienvenida a su Reino.
Es verdad que morir supone, humanamente hablando, dejar esposo o esposa, hijos, nietos o nietas, amigos y otros seres queridos, pero jamás puede ser considerada como un camino sin esperanza alguna. Al contrario. La muerte supone el final de nuestro camino peregrino, pero además, fijándonos en algunos detalles. Por ejemplo: Ya se habrán dado cuenta que cada vez que rezamos el Ave María a la Virgen y le decimos '...ruega por nosotros, pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte', estamos manifestando una confianza sin límites en su intercesión y valimiento ante la Santísima Trinidad. ¿A qué temer si nos encomendamos a su poder maternal? En la Salve también le rezamos diciendo: 'Ea pues, Señora, Abogada nuestra, vuelve a nosotros tus ojos misericordiosos, y después de este destierro muéstranos a Jesús, fruto bendito de tu vientre'. Más adelante culmina la petición: 'Ruega por nosotros, Santa Madre de Dios, para que seamos dignos de alcanzar las promesas de Nuestro Señor Jesucristo'. El resto, que no será poco, lo hará Ella sin lugar a dudas. Especialmente en ese momento decisivo. Pero ciertamente también debemos implicarnos con la forma de vida que elijamos vivir. Si a pesar de nuestros pecados, de nuestros fallos, queremos aceptar los el cumplimiento de los planes y de la voluntad de Dios en nosotros, Él y Ella responderán. ¡Ya lo creo! A generosidad nadie les gana.
Continuaremos este tema en la próxima entrada. Que nuestro Maestro, Jesús de Nazaret, y Nuestra Señora la Virgen del Saliente nos bendigan y acompañen.
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