miércoles, 23 de febrero de 2011

Comulgar por Pascua de Resurrección (y II)

LA ÚLTIMA COMUNIÓN DE SAN JOSÉ DE CALASANZ.-FRANCISCO DE GOYA.-PRERROMANTICISMO

Sigamos con el tema. A partir de lo expuesto en la entrada anterior, debe deducirse que si se va a recibir a Jesús en la Eucaristía, como Dios que es, debemos estar en Gracia. Se debe tener una ausencia total de pecado en nuestro interior.

San Pablo se encarga de explicarnos esto: ‘Quien coma el pan y beba el cáliz del Señor indignamente, se hace culpable de profanar el cuerpo y la sangre del Señor. Examínese, pues, cada uno a sí mismo antes de comer el pan y beber el cáliz, porque quien come y bebe sin discernir el cuerpo, come y bebe su propio castigo’ (I Cor. 11, 26-29).

‘Cuando comes la carne y bebes la sangre del Señor, entonces el Señor entra en tu casa; y tú, lleno de humildad, di: Señor, no soy digno…’ (Orígenes. Catena Aurea).

Bueno, pues…es lo que hay. Comulgar en pecado grave sería añadir otro pecado grave a los que ya tuviéramos: el sacrilegio. Al menos, así lo estudié. Pero es que analizándolo objetivamente resulta lógico. A Dios, que es la perfección absoluta, ¿cómo lo vamos a recibir con la mayor de las imperfecciones que es el pecado? Además, éste es la antítesis de Dios puesto que es el nombre que se le da al hecho de estar en la parte del Maligno, de Satanás, enemigo visceral del Creador.

Ya sé que esto del ‘sacrilegio’ y ‘sacrílego’ suena mal en estos tiempos aparentemente tan ‘progres’, pero a las cosas y a los hechos hay que llamarlos de alguna manera, y al hecho de estar comulgando rematadamente mal (quien lo haga) se le da ese nombre. Son cosas del lenguaje y del vocabulario que lo configura.

Si alguien se da cuenta de que por la circunstancia que sea no debe comulgar, es preferible que se quede donde esté participando de la Misa y haga una Comunión espiritual. Con ella se puede recibir la Gracia del Sacramento sin recibir materialmente la Hostia Consagrada.

¿Qué los demás pasan a comulgar? Que pasen…Ya pasaremos nosotros en cuanto podamos. En este caso los respetos humanos no deben ser tenidos en cuenta y no nos debe importar lo que se piense de nosotros, porque el hecho de no comulgar no significa necesariamente que se esté en pecado, ya que puede existir otra circunstancia que lo impida, por ejemplo que no se esta guardando, por la circunstancia que sea, el ayuno eucarístico.

Esta es la tercera de las condiciones para comulgar bien: el ayuno eucarístico. Hasta que no haya transcurrido una hora desde la última comida o bebida no se puede comulgar. En esto no entra el agua. Esta se puede beber en cualquier momento.

Esta condición suele ser una gran desconocida. Personalmente he presenciado que ha habido personas que se han acercado a comulgar y momento antes de hacerlo se han quitado el chicle de la boca. Y no crean que eran niños. Eran adultos. Esto y otras cosas a las que me referiré después, han motivado que el sacerdote mediante avisos y comentarios antes de comenzar la Misa, indique las pautas que la Iglesia manda para comulgar convenientemente.


El fundamento del ayuno eucarístico viene dado del respeto que Jesús merece. Cuando tomamos algún alimento en nuestro estómago se produce una serie de actos conocidos como digestión. Al tragar la Sagrada Forma la enviamos al estómago. ¿Cómo vamos a recibir a Jesús estando los alimentos que ya están en el estómago en pleno proceso digestivo?

Obligación estricta de comulgar no tenemos. Sabiéndolo, habitualmente nos programaremos el tiempo necesario para que desde el desayuno, por ejemplo, hasta el momento de comulgar, haya transcurrido esa hora necesaria, aunque en general, pasa más tiempo. Si no podemos, ofrezcámosle también ese sacrificio interno de no poder recibirlo.

No obstante existen casos en los cuales hay dispensa para el ayuno eucarístico, por ejemplo, los enfermos. Tomar medicamentos en horarios concretos hace que no puedan guardar este tipo de ayuno. Y la Iglesia lo sabe. Y la Iglesia los dispensa.

No puedo dejar de comentar un hecho que me ha llamado la atención. Hay personas que se han detenido a pensar en lo que es la Eucaristía y han llegado a la conclusión de que no son dignos de recibirla al estar el mismo Dios en la Forma Consagrada. Y no comulgan porque se consideran indignos de ello.

Si todos seguimos pensando en esto, llegaremos a la conclusión de que NADIE es digno de comulgar, PERO por lo que ha dicho Jesucristo y encabeza esta entrada, Él QUIERE que le recibamos, aunque, eso sí, en las debidas condiciones que nos marca la Iglesia.

Además, ¿cómo se pueden explicar esos momentos de intimidad absoluta con la Palabra, con el LOGOS, que está en nuestro interior, que ha hecho morada en nosotros? ¿Pueden existir palabras capaces de expresar esos sentimientos que produce el diálogo que recrea y enamora’ en ese abrazo espiritual?

Gracias a la Comunión nos podemos mantener en Gracia para que nos ayude a vivir mejor nuestro cristianismo y a enriquecer nuestra oración.

En fin. Que la Eucaristía es el regalo más grande que podemos recibir. Es cuestión de estar siempre preparados para recibirla en cualquier momento.
Les dejo con lo que escribió S.S. León XIII en su Encíclica 'Mirae Caritatis' en 1902. A pesar del tiempo transcurrido tiene una gran actualidad.

'Cuanto más pura y más casta sea un alma, tanta más hambre tiene de este Pan, del cual saca la fuerza para resistir a toda seducción impura, para unirse más íntimamente a su Divino Esposo'.


Que Jesús Eucaristía y Nuestra Señora de Cotoca nos bendigan.

domingo, 13 de febrero de 2011

Comulgar por Pascua de Resurrección (I)

ÚLTIMA CENA.-Andrea del Castagno.-Renacimiento

‘En verdad os digo que si no coméis la carne del Hijo del hombre y no bebéis su sangre, no tendréis vida en vosotros. El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna, y yo le resucitaré el último día. Porque mi carne es verdadera comida y mi sangre verdadera bebida’ (Jn. 6, 53-55).

Me ha parecido una magnífica introducción para tratar el tercer Mandamiento de la Iglesia: ‘Comulgar por Pascua de Resurrección’. Suele existir un gran desconocimiento y una indiferencia bastante generalizada en muchos cristianos en cuanto a la frecuencia de recibir la Comunión se refiere.

¿Cómo se entiende, si no, que la Iglesia esposa de Cristo, nuestra Madre y Maestra, tenga que hacernos esta llamada para que nos acerquemos una vez al año a recibir el Cuerpo, la Sangre, el Alma y la Divinidad de Jesucristo, y que ésta sea, precisamente, en la Pascua de Resurrección, hecho trascendental y fundamento de nuestra fe.

Yo me pregunto. ¿Realmente se tiene claro lo que se hace cuando cualquier persona se acerca a comulgar? ¿Se tiene claro a Quién se va a recibir? Vemos los templos llenos, incluso abarrotados en ocasiones, pero de los que hay allí, ¿cuántos se acercan a tomar el Pan de Vida? Y de los que se acercan, ¿están todos en las debidas condiciones de tomar la Comunión?

Estos interrogantes y otras cosas voy a intentar tratarlos a nivel básico, elemental, sin meterme en grandes profundidades teológicas ni de ningún otro tipo, más que lo absolutamente necesario para apoyarme en lo que vaya a decir y, por supuesto, desde el prisma docente que la Iglesia tiene para todos sus hijos.

En la entrada anterior ya vimos el tema de la Confesión y de lo necesaria que es para vivir la Gracia. Pues bien, la Comunión es absolutamente necesaria para mantener esa Gracia de forma permanente, hasta que volvamos a alejarnos por el pecado. Entonces hay que volver a empezar el ciclo: confesión, comunión, oración y lucha incesante para mantener e ir aumentando continuamente nuestra amistad y trato con la Santísima Trinidad.

Hemos tenido la inmensa suerte de tener grandes profesores de Religión: los padres Albert, Galvañ, Martínez Sánchez (este último ofició la Eucaristía y el Sacramento del Matrimonio entre mi esposa y yo) y posteriormente hemos contado con la amistad y orientación de muy buenos amigos sacerdotes (Juande, Chimo, José Luis, Gonzalo, Federico, Manuel, Tomás, entre otros) que han contribuido en nuestra formación y profundización de la vida sobrenatural, así como don Darío y don Javier que nos dieron los últimos ejercicios Espirituales Ignacianos.

Todos ellos, de una u otra forma, han contribuido a hacernos conscientes de que ser cristiano no es practicar unos ritos por costumbre sino dar una respuesta comprometida y radical con el Señor de la Creación y de la Historia. Y también a descubrir que no somos células aisladas en el cuerpo de la Iglesia, sino que existe una interrelación de unas células vivas en comunicación mutua que forma lo que conocemos como la Comunión de los Santos, formando la Iglesia militante, purgante y triunfante de Cristo.

Esto nos hace sentirnos especialmente solidarios con los cristianos del mundo entero, de forma especial con aquellos que hoy, siglo XXI, son perseguidos y asesinados por el simple delito de ser cristianos’. Y cuando se recibe el mail de un Obispo de un determinado país del Lejano Oriente pidiendo con angustia, casi con desesperación, oraciones por los cristianos de aquella parte del mundo que corrían un serio peligro de muerte, tanto a laicos como a sacerdotes que figuraban en mis contactos, envié copia del mail recibido para que la oración universal fuese dirigida a Dios por ellos.

Es así. Y la Comunión tiene una fundamental razón de ser en nuestra vida y en esos momentos posteriores a recibirla. En esa especial intimidad que tenemos con el Maestro donde fluye el diálogo íntimo y amoroso entre criatura y Creador, le pedimos por esos casos para que, a través de Él, unirnos a cuantas personas tiene problemas, más o menos graves.

Y mi Padre le amará, y vendremos a él y haremos mansión en él.’ Considerad bien qué inefable dicha es dar hospedaje en nuestro corazón a Dios. Si cualquier persona distinguida o que ocupe algún puesto elevado, o algún amigo rico y poderoso nos anunciara que iba a venir a visitarnos a nuestra casa, ¡con qué solicitud limpiaríamos y ocultaríamos todo aquello que pudiera ofender la vista de esta persona o de este amigo! Lave primero las manchas y suciedades que tiene el que ha ejecutado malas obras, si quiere preparar a Dios una morada en su alma’. (San Gregorio Magno. Homilía sobre los Evangelios). Ya ven cómo explica este Padre de la Iglesia la preparación y disposición para recibir al Señor de los Señores. El Crucificado lo merece, ¿no creen?
CRISTO DE LA VICTORIA

Esta es una de tantas razones por las que no debemos conformarnos con ‘comulgar por Pascua de Resurrección’ solamente. Si realmente somos conscientes de que a Quien recibimos es eje y motor de nuestra existencia, la frecuencia en recibirlo debía ser nuestra pauta de actuación.

Ya ven que varias veces he mencionado la expresión ‘si saben a Quién recibimos’. No lo hago gratuitamente, sino porque me consta que hay personas que se acercan a comulgar y no saben dar razones de qué es la Eucaristía que reciben. De ahí que la Iglesia haya puesto unas condiciones para comulgar como se debe y que a pesar de ello no las conocen.

La fundamental de las tres que hay, es ‘saber a Quién recibimos’. ¿Qué sentido tiene, si no, ir a recibirlo? Hay quien va porque ‘van todos y queda bien’. Eso, alguno hay que me lo ha dicho. Y es de pena, porque esas personas recibieron en su día una catequesis para recibir su Primera Comunión. El paso de los años ha hecho que se hayan enfriado y hayan hecho de la Comunión una costumbre, que yo llamaría acto mecánico, sin profundizar.

No les vamos a pedir que tengan unos grandes conocimientos litúrgicos o cristológicos, pero al menos, que sepan y hagan suyo lo que dice Jesús y San Juan nos transmite: ‘Yo soy el pan vivo bajado del cielo. Si alguno come de este pan, vivirá para siempre, y el pan que yo le daré es mi carne, vida del mundo’. (Jn. 6, 50-51).

Fíjense con qué claridad se nos explica. ‘Para hacer una buena comunión es preciso tener una viva fe en lo que concierne a este gran misterio; siendo este sacramento un ‘misterio de fe’, hemos de creer con firmeza que Jesucristo está realmente presente en la Sagrada Eucaristía y que está allí vivo y glorioso como en el cielo’. Quien esto dijo fue un gran sacerdote, hoy en los altares. Se trata del Santo Cura de Ars, San Juan María Vianney. Pertenece a uno de sus sermones sobre la Eucaristía.

Me da la impresión que desde el principio de la Iglesia hasta hoy, todas las personas han sentido una especial devoción a la Eucaristía, pero especialmente aquellos que de una u otra manera han marcado hitos en su Historia. Ya hemos visto algunas citas, pero no deseo saltarme esta, aun a riesgo de que digan que soy un pesado. Discúlpenme en ese caso. Fíjense:

‘Considera, pues, ahora qué es más excelente, si aquel pan de ángeles o la carne de Cristo, que es el cuerpo de vida. Aquel maná caía del cielo, éste está por encima del cielo; aquel era del cielo, éste del Señor de los cielos; aquel se corrompía si se guardaba para el día siguiente, éste no solo es ajeno a toda corrupción, sino que comunica la incorrupción a todos los que lo comen con reverencia....Aquello era la sombra, esto la realidad.’ (San Ambrosio. Tratado sobre los misterios). Precioso y profundo, ¿no?

Pero la Fe nos tiene que ayudar y ser nuestro soporte. Nosotros, después de la Consagración, vamos a seguir viendo pan y vino, pero ¡cuidado! Eso son las apariencias. El milagro de la transubstanciación se ha producido y allí está, real y verdaderamente, el Cuerpo, la Sangre, el Alma y la Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, verdadero Dios y verdadero hombre. Entenderlo no lo entenderemos. Es demasiado para nosotros. Pero tampoco nos hace falta. Por eso he dicho que la Fe nos tiene que ayudar. No caigamos en la incredulidad del apóstol Tomás. Ya sabemos lo que Jesús le dijo.

INCREDULIDAD DE STO. TOMÁS.-CARL BLOCH.-REALISMO DANÉS

Pero San Cirilo así lo explicaba en sus catequesis: ‘Lo que parece pan no es pan, aunque así sea sentido por el gusto, sino el cuerpo de Cristo, y lo que parece vino no lo es, aunque el gusto así lo quiera, sino la sangre de Cristo’. (San Cirilo de Jerusalén. Catequesis sobre los misterios.)

Ha habido, en ocasiones, quien ha dudado. Y Cristo ha querido manifestarse de alguna manera. Hace relativamente poco, unos dos o tres meses, recibí un mail adjuntándome un power point sobre la Eucaristía. Amigos, es precioso. He podido colocarlo al final de esta entrada. Es el abajamiento de Jesucristo hasta nosotros para dar fuerza a nuestra Fe, que es la que nos debe mover. En él se anotan sucesos históricos referentes al Cuerpo de Cristo Eucarístico que manifiestan la evidencia de la presencia de Dios entre nosotros en la Eucaristía, valiéndose de los modos que le parecen mejor.

Aparecen los lugares de Bolsena-Ovieto, Italia, en 1263; Avignon, Francia, 1433; Siena, Italia, 1730; Bolonia, Italia, 1933; Betania, Venezuela, 1991; Marlboro, Nueva Jersey, Estados Unidos, 1994; … En todos ocurrieron maravillas Eucarísticas. Pero voy a detenerme en el ocurrido en Naju, Korea, en 1994.

Una joven, supongo que nativa, se acercó a comulgar. Cuando el sacerdote depositó la Hostia en su lengua, ésta se transformó en carne y sangre en su boca. Hubo testigos de ello. Este suceso se repitió en otras ocasiones con la misma muchacha. El 31 de octubre de 1995, Julia, que así se llama la joven, fue invitada al Vaticano. Al recibir la comunión de parte de S.S. Juan Pablo II ocurrió lo mismo en el momento de depositarla Sagrada Forma en su boca, con lo cual el mismo Papa fue testigo de este hecho. La Iglesia inició una investigación científica que, según parece, todavía no ha concluido.

Impresionante, ¿verdad? Pero eso no es lo habitual. Jesús quiere que la Fe en Él sea nuestro referente. Cuando se tropezó con la incredulidad de Santo Tomás, lo que le dijo a él, también va dirigido a nosotros: ‘¿Crees porque me has visto? Dichosos los que creen sin haber visto’. (Jn.20, 29).

De momento lo dejamos aquí para no hacerlo muy largo, ya que también está a continuación el power point que les he mencionado. En la próxima entrada concluiremos este Mandamiento de la Santa Madre Iglesia.



Que el Cristo de la Victoria y Nuestra Señora de Gietrzwald nos bendigan y ayuden a todos

Corpus Christi

Este es el power point que me ha impactado. Se lo pongo para compartirlo con ustedes. Veo un complemento magnífico para esta entrada. Confío haber acertado en su publicación.


EucaristaCorpusChristi

domingo, 6 de febrero de 2011

Confesar los pecados mortales una vez al año,…( y II)


Alegoría de la Virtud y el Vicio.-PAOLO VERONÉS.-MANIERISMO

Bien. Ya hemos buscado, recordado y analizado nuestros pecados. Lo normal es que luego analicemos también nuestros sentimientos con Jesús. Queriéndolo como lo queremos, cuando vemos todas esas cosas que nos han apartado de Él, es normal que sintamos un ‘algo’ en nuestro interior que nos haga sentirnos mal e incómodos con nosotros mismos porque ‘Dios no merece que le haya hecho esto. Señor, perdóname. Lo siento. Voy a confesarme para volver nuevamente contigo y no dejarte más, pero ayúdame’. ‘Ten piedad de mí, ¡oh, Yaveh!, porque estoy angustiado…Haz resplandecer tu faz sobre tu siervo y sálvame en tu piedad’. (Sal. 31 (30), 10-17).

Sí. Esa arrancada, ese sentimiento y ese propósito es la contrición o dolor de los pecados por haberle hecho esa mala pasada al Creador. Ese es el punto de partida de la confesión. Y ese deseo de no volver a dejar a Nuestro Señor, es un deseo vehemente, impetuoso, íntimo,…es el propósito de enmendar nuestras actuaciones, las actitudes negativas de nuestra vida. Luego, la realidad y la experiencia nos enseñan que volveremos a caer, pero siempre tendremos el camino de vuelta. Somos así.

Siempre he oído un dicho o refrán popular que dice que las personas somos el único animal que tropezamos dos veces (y más) con la misma piedra. ¿Lo conocían también ustedes? Y eso nos pasa con Dios. Somos humanos y, por tanto, imperfectos. Pienso que esta pudiera ser la causa que impulsó a Jesús a instituir el Sacramento del Perdón. Nos conocía demasiado bien y dejó las cosas muy bien atadas para que su sacrificio no resultara inútil.

Queridísimos, tened la valentía del arrepentimiento; y tened también la valentía de alcanzar la Gracia Dios por la Confesión sacramental. ¡Esto os hará libres! Os dará la fuerza que necesitáis para las empresas que os esperan, en la sociedad y en la Iglesia, al servicio de los hombres’. (Juan Pablo II.- Discurso a UNIV, 11-04-1979).

Ahora, después de este proceso, viene la hora de la verdad: empezar a contar al sacerdote nuestros pecados. Hay quien a este momento lo llama ‘vaciar el saco de nuestros pecados’. Es un enfrentamiento con nosotros mismos, con nuestra realidad, con nuestras limitaciones y debilidades, con nuestras imperfecciones y fracasos, con nuestros anteriores propósitos de ser mejores y que han vuelto a fallar,…

'La tristeza que causa un arrepentimiento saludable es propia del hombre obediente, afable, humilde, dulce, suave y paciente, en cuanto que deriva del amor de Dios. Sufre infatigable el dolor físico y la contrición del espíritu, gracias al vivo deseo de perfección que le anima. Es también alegre y en cierto modo se siente como robustecido por la esperanza de su aprovechamiento, conserva de continuo el hechizo y el encanto de la afabilidad, y posee en sí todos los frutos del Espíritu Santo’. (Casiano, Instituciones, 9).

No importa. Ahí está Cristo en ese abrazo del perdón haciendo realidad aquello que dijo a Pedro de ‘perdonar hasta setenta veces siete’. (Mt. 18, 21-22).

Después ya viene satisfacer la deuda debida a Dios por los pecados cometidos. Y para evitar olvidos, (¿qué me dijo que tenía que hacer o rezar?, ¿qué lectura debía meditar? ¿cuánto tiempo debo permanecer en oración?...) que muchas veces se dan, teniendo en cuenta que al reintegrarnos a nuestras ocupaciones laborales, familiares o del tipo que sean, es normal que no recordemos, incluso, si ha pasado mucho tiempo, si hemos cumplido ya la penitencia impuesta o no. Y teniendo en cuenta que esta satisfacción es esencial para la validez del Sacramento, debemos realizarla a la mayor brevedad posible.

Esto lo digo con conocimiento de causa porque me ha pasado alguna vez. Desde entonces opté por cumplirla de inmediato o, al menos, cuanto antes. Incluso he anotado en el bloc de notas que siempre llevo conmigo lo que debo hacer para evitar que me volviera a pasar. Luego he buscado tener un momento de serenidad y silencio para cumplir lo que debía hacer, incluso cuando todos estaban durmiendo que es cuando cualquier persona puede disponer de sí mismo sin que nadie lo interrumpa.

Un último punto, pero muy importante. Se trata de otro comentario que he oído algunas ocasiones: ‘¿No es Dios quien perdona? ¡Pues me confieso con Él directamente! ¿Por qué tengo que contarle a otro hombre mis pecados que, aunque sea sacerdote, es otro hombre como yo?’ Veamos las razones de por qué se hacen las cosas como se están haciendo:

Primera, aunque no es la principal. Precisamente por ser una persona como nosotros, que siente como nosotros, que sueña como nosotros, que es capaz de extasiarse ante las maravillas de la Creación como nosotros, que tiene sus limitaciones, problemas y enfermedades como nosotros, puede entendernos perfectamente y desde su objetividad, ver nuestros pecados y dificultades desde una óptica distinta de la nuestra. Y eso le permite, además de darnos el perdón de Jesucristo que administra en su nombre, darnos distintos consejos u orientaciones que nos conduzcan a una mejora personal en el campo de la espiritualidad. Incluso en el campo humano.

Segunda y más importante. Por deseo y mandato concreto del mismo Jesucristo. ‘Diciendo esto, sopló y les dijo: Recibid el Espíritu Santo; a quien perdonareis los pecados, les serán perdonados; a quienes se los retuviereis, les serán retenidos’. (Jn. 20, 22-23). Eso entra también en aquello que le dijo a Pedro: ‘Yo te daré las llaves del reino de los cielos, y cuanto ates en la tierra, atado será en el cielo; y cuanto desatares en la tierra, será desatado en los cielos’. (Mt. 16, 19). Estos dos pasajes corresponden a dos momentos diferentes. Mientras el segundo se desarrolla en Cesárea de Filipo, antes de la Pasión, el primero ocurre después de resucitado ‘en el lugar donde se hallaban los discípulos por miedo a los judíos’.

Así pues, no hay justificación alguna a esa idea de confesarnos con Dios directamente sin sacerdote alguno. Ya se ve documentalmente que no es así porque el mismo Maestro así lo dijo, así lo quiso y así lo enseñó.

Además. Si alguien lo hace sin ningún sacerdote por cabezonería, tozudez o por las razones que le parezcan, ¿qué garantías tiene del perdón de Dios? Con el sacerdote, si la confesión es válida por existir un auténtico arrepentimiento y no nos hemos dejado ningún pecado sin confesar, a sabiendas, oímos el perdón (Yo te absuelvo de tus pecados en nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo) e incluso vemos cómo el sacerdote nos hace la señal de la cruz.

No queda duda alguna. Después…a pelearnos con nosotros mismos para ir buscando la perfección personal en el trato con Dios. Sin quedarnos en los mínimos, por favor. No nos quedemos en ‘una vez al año’. Cuanto más frecuente sea la confesión, mayores posibilidades tendremos para mantener nuestra fidelidad a Dios, ya que cada vez tendremos mayor apertura personal a la Gracia.

‘Estad alerta y velad, que vuestro adversario el diablo, como león rugiente, anda rondando y busca a quién devorar’. (I Pe. 5, 8). El primer Papa no se anda por las ramas y nos advierte que Satanás busca cualquier resquicio para introducirse en nosotros y apartarnos de Dios aprovechando nuestros puntos más débiles. Ya que hablamos del primer Papa, sigamos con otro: ‘La frecuencia en la Confesión y en la Comunión te proporcionará la ayuda más eficaz para perseverar en la práctica de la humildad’. (León XIII.-Práctica de la humildad, 58). No es el Papa actual, pero también tuvo sabias y aleccionadoras palabras para alimentar la frecuencia en la recepción de este Sacramento.

Y también San Pablo nos avisa: ‘El que cree estar en pie, mire no caiga; no os ha sobrevenido tentación que no fuera humana, y fiel es Dios, que no permitirá que seáis tentados sobre vuestras fuerzas, antes dispondrá con la tentación el éxito para que podáis resistirla’. (I Cor. 10, 12-13). Es un consuelo este aviso de la ayuda de nuestro Redentor en las tentaciones, pero como dice el refrán, ‘a Dios, rogando y con el mazo, dando’, o sea, que nosotros debemos poner en nuestros labios la oración (no nos dejes caer en la tentación y líbranos del mal), pero nuestro coraje debe surgir con un ímpetu mayor que el de un cohete lanzado al espacio sideral.

Ha sido una entrada con muchas citas, pero he querido apoyarme en los Evangelios, como siempre, en la Doctrina de la Iglesia y en los Santos Padres, como siempre que puedo.

Que Dios y Nuestra Señora de los Dolores, de Kurks nos bendigan.