Bien. Ya hemos buscado, recordado y analizado nuestros pecados. Lo normal es que luego analicemos también nuestros sentimientos con Jesús. Queriéndolo como lo queremos, cuando vemos todas esas cosas que nos han apartado de Él, es normal que sintamos un ‘algo’ en nuestro interior que nos haga sentirnos mal e incómodos con nosotros mismos porque ‘Dios no merece que le haya hecho esto. Señor, perdóname. Lo siento. Voy a confesarme para volver nuevamente contigo y no dejarte más, pero ayúdame’. ‘Ten piedad de mí, ¡oh, Yaveh!, porque estoy angustiado…Haz resplandecer tu faz sobre tu siervo y sálvame en tu piedad’. (Sal. 31 (30), 10-17).
Sí. Esa arrancada, ese sentimiento y ese propósito es la contrición o dolor de los pecados por haberle hecho esa mala pasada al Creador. Ese es el punto de partida de la confesión. Y ese deseo de no volver a dejar a Nuestro Señor, es un deseo vehemente, impetuoso, íntimo,…es el propósito de enmendar nuestras actuaciones, las actitudes negativas de nuestra vida. Luego, la realidad y la experiencia nos enseñan que volveremos a caer, pero siempre tendremos el camino de vuelta. Somos así.
Siempre he oído un dicho o refrán popular que dice que las personas somos el único animal que tropezamos dos veces (y más) con la misma piedra. ¿Lo conocían también ustedes? Y eso nos pasa con Dios. Somos humanos y, por tanto, imperfectos. Pienso que esta pudiera ser la causa que impulsó a Jesús a instituir el Sacramento del Perdón. Nos conocía demasiado bien y dejó las cosas muy bien atadas para que su sacrificio no resultara inútil.
Queridísimos, tened la valentía del arrepentimiento; y tened también la valentía de alcanzar la Gracia Dios por la Confesión sacramental. ¡Esto os hará libres! Os dará la fuerza que necesitáis para las empresas que os esperan, en la sociedad y en la Iglesia, al servicio de los hombres’. (Juan Pablo II.- Discurso a UNIV, 11-04-1979).
Ahora, después de este proceso, viene la hora de la verdad: empezar a contar al sacerdote nuestros pecados. Hay quien a este momento lo llama ‘vaciar el saco de nuestros pecados’. Es un enfrentamiento con nosotros mismos, con nuestra realidad, con nuestras limitaciones y debilidades, con nuestras imperfecciones y fracasos, con nuestros anteriores propósitos de ser mejores y que han vuelto a fallar,…
'La tristeza que causa un arrepentimiento saludable es propia del hombre obediente, afable, humilde, dulce, suave y paciente, en cuanto que deriva del amor de Dios. Sufre infatigable el dolor físico y la contrición del espíritu, gracias al vivo deseo de perfección que le anima. Es también alegre y en cierto modo se siente como robustecido por la esperanza de su aprovechamiento, conserva de continuo el hechizo y el encanto de la afabilidad, y posee en sí todos los frutos del Espíritu Santo’. (Casiano, Instituciones, 9).
No importa. Ahí está Cristo en ese abrazo del perdón haciendo realidad aquello que dijo a Pedro de ‘perdonar hasta setenta veces siete’. (Mt. 18, 21-22).
Después ya viene satisfacer la deuda debida a Dios por los pecados cometidos. Y para evitar olvidos, (¿qué me dijo que tenía que hacer o rezar?, ¿qué lectura debía meditar? ¿cuánto tiempo debo permanecer en oración?...) que muchas veces se dan, teniendo en cuenta que al reintegrarnos a nuestras ocupaciones laborales, familiares o del tipo que sean, es normal que no recordemos, incluso, si ha pasado mucho tiempo, si hemos cumplido ya la penitencia impuesta o no. Y teniendo en cuenta que esta satisfacción es esencial para la validez del Sacramento, debemos realizarla a la mayor brevedad posible.
Esto lo digo con conocimiento de causa porque me ha pasado alguna vez. Desde entonces opté por cumplirla de inmediato o, al menos, cuanto antes. Incluso he anotado en el bloc de notas que siempre llevo conmigo lo que debo hacer para evitar que me volviera a pasar. Luego he buscado tener un momento de serenidad y silencio para cumplir lo que debía hacer, incluso cuando todos estaban durmiendo que es cuando cualquier persona puede disponer de sí mismo sin que nadie lo interrumpa.
Un último punto, pero muy importante. Se trata de otro comentario que he oído algunas ocasiones: ‘¿No es Dios quien perdona? ¡Pues me confieso con Él directamente! ¿Por qué tengo que contarle a otro hombre mis pecados que, aunque sea sacerdote, es otro hombre como yo?’ Veamos las razones de por qué se hacen las cosas como se están haciendo:
Primera, aunque no es la principal. Precisamente por ser una persona como nosotros, que siente como nosotros, que sueña como nosotros, que es capaz de extasiarse ante las maravillas de la Creación como nosotros, que tiene sus limitaciones, problemas y enfermedades como nosotros, puede entendernos perfectamente y desde su objetividad, ver nuestros pecados y dificultades desde una óptica distinta de la nuestra. Y eso le permite, además de darnos el perdón de Jesucristo que administra en su nombre, darnos distintos consejos u orientaciones que nos conduzcan a una mejora personal en el campo de la espiritualidad. Incluso en el campo humano.
Segunda y más importante. Por deseo y mandato concreto del mismo Jesucristo. ‘Diciendo esto, sopló y les dijo: Recibid el Espíritu Santo; a quien perdonareis los pecados, les serán perdonados; a quienes se los retuviereis, les serán retenidos’. (Jn. 20, 22-23). Eso entra también en aquello que le dijo a Pedro: ‘Yo te daré las llaves del reino de los cielos, y cuanto ates en la tierra, atado será en el cielo; y cuanto desatares en la tierra, será desatado en los cielos’. (Mt. 16, 19). Estos dos pasajes corresponden a dos momentos diferentes. Mientras el segundo se desarrolla en Cesárea de Filipo, antes de la Pasión, el primero ocurre después de resucitado ‘en el lugar donde se hallaban los discípulos por miedo a los judíos’.
Así pues, no hay justificación alguna a esa idea de confesarnos con Dios directamente sin sacerdote alguno. Ya se ve documentalmente que no es así porque el mismo Maestro así lo dijo, así lo quiso y así lo enseñó.
Además. Si alguien lo hace sin ningún sacerdote por cabezonería, tozudez o por las razones que le parezcan, ¿qué garantías tiene del perdón de Dios? Con el sacerdote, si la confesión es válida por existir un auténtico arrepentimiento y no nos hemos dejado ningún pecado sin confesar, a sabiendas, oímos el perdón (Yo te absuelvo de tus pecados en nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo) e incluso vemos cómo el sacerdote nos hace la señal de la cruz.
No queda duda alguna. Después…a pelearnos con nosotros mismos para ir buscando la perfección personal en el trato con Dios. Sin quedarnos en los mínimos, por favor. No nos quedemos en ‘una vez al año’. Cuanto más frecuente sea la confesión, mayores posibilidades tendremos para mantener nuestra fidelidad a Dios, ya que cada vez tendremos mayor apertura personal a la Gracia.
‘Estad alerta y velad, que vuestro adversario el diablo, como león rugiente, anda rondando y busca a quién devorar’. (I Pe. 5, 8). El primer Papa no se anda por las ramas y nos advierte que Satanás busca cualquier resquicio para introducirse en nosotros y apartarnos de Dios aprovechando nuestros puntos más débiles. Ya que hablamos del primer Papa, sigamos con otro: ‘La frecuencia en la Confesión y en la Comunión te proporcionará la ayuda más eficaz para perseverar en la práctica de la humildad’. (León XIII.-Práctica de la humildad, 58). No es el Papa actual, pero también tuvo sabias y aleccionadoras palabras para alimentar la frecuencia en la recepción de este Sacramento.
Y también San Pablo nos avisa: ‘El que cree estar en pie, mire no caiga; no os ha sobrevenido tentación que no fuera humana, y fiel es Dios, que no permitirá que seáis tentados sobre vuestras fuerzas, antes dispondrá con la tentación el éxito para que podáis resistirla’. (I Cor. 10, 12-13). Es un consuelo este aviso de la ayuda de nuestro Redentor en las tentaciones, pero como dice el refrán, ‘a Dios, rogando y con el mazo, dando’, o sea, que nosotros debemos poner en nuestros labios la oración (no nos dejes caer en la tentación y líbranos del mal), pero nuestro coraje debe surgir con un ímpetu mayor que el de un cohete lanzado al espacio sideral.
Ha sido una entrada con muchas citas, pero he querido apoyarme en los Evangelios, como siempre, en la Doctrina de la Iglesia y en los Santos Padres, como siempre que puedo.
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