…en peligro de muerte y se ha de comulgar. ‘Pero ¡qué me dices! ¿Confesarme yo? ¡Pero si no tengo pecados! Mi vida es tranquila y no hago daño a nadie. Además, ¡hasta voy a Misa los domingos!’. No sé si a ustedes les suena de algo esta parrafada. En realidad está compuesta con expresiones que he oído en mi vida, dichas por personas diferentes. Hay, desgraciadamente, bastantes más, pero con este botón de muestra como introducción al tema del segundo Mandamiento de la Santa Madre Iglesia, son suficientes, ¿no creen?
Estas frases y otras semejantes manifiestan unos convencimientos personales totalmente desenfocados de la realidad. En los casos que he podido exponer conceptos y el significado auténtico de este Mandamiento al posibilitar el diálogo, se han aclarado. Otras personas se han mantenido en sus creencias y no han querido salir de su error.
Ignoro si es por orgullo, por no dar su brazo a torcer, por soberbia,…Fíjense: ‘El principio de la soberbia es apartarse de Dios y alejar de su Hacedor su corazón. Porque el pecado es el principio de la soberbia y la fuente que le alimenta mana maldades’. (Si. 10, 14-15). Esto lo dice el Libro del Eclesiástico o Sirácida. Si este tipo de personas lo leyeran, ¿pensarían lo mismo? Dejémoslo en la duda.
Las personas siempre se han reconocido pecadoras ante Dios y le han manifestado la necesidad del perdón divino. Fíjense lo que se dice en el Antiguo Testamento: ‘Ten piedad de mí, oh Dios, según tu amor, por tu inmensa ternura borra mi delito, pues mi delito yo lo reconozco. Mi pecado sin cesar está ante mí; contra ti, contra ti sólo he pecado, lo malo a tus ojos cometí. Así eres justo tú cuando das sentencia, sin reproches cuando juzgas’. (Sal. 51 (50), 3-6). ¿Lo recuerdan? Es el salmo ‘Miserere’, del rey David.
La confesión, por su categoría de Sacramento, hace presente al mismo Cristo cuando alguien se confiesa, pues es Él quien otorga el perdón al penitente a través del sacerdote. Esto es algo que, en general, no se tiene asumido o se desconoce. Pero no sólo es así, sino que al confesarnos se nos aplican los méritos de Cristo. Isaías nos dice: ‘Soy yo, soy yo quien por amor de mí borro tus pecados y no me acuerdo más de tus rebeldías’. (Is. 43, 25). En el mensaje de Dios a través del profeta nos manifiesta que continuamente nos espera para que volvamos a estar con Él.
¿Qué pretende la Iglesia al poner este Mandamiento y en los términos con que lo hace? En relación con nosotros busca nuestro bien. En relación con Jesús, no solamente que tengamos un contacto con Él, sino que lo tengamos ‘algo más’ que una vez al año. Lo ideal es la frecuencia en recibirlo.
Hace doce meses, en enero de 2009, ya escribía en este mismo blog: El Mandamiento de la Iglesia de confesar, al menos, una vez al año, supone una actitud de mínimos. Para el cristiano consciente y enamorado de Dios, debe suponer una frecuencia mucho mayor. (“¿Hijos pródigos? ¡Pues claro que lo somos!”.- domingo 31 de enero de 2010). En esa entrada trataba el Sacramento de la Reconciliación o Penitencia y por eso no me voy a extender mucho en lo que se refiere en cuanto a Sacramento. Si les parece bien, les invito a abrir el historial del blog y leer más en este sentido.
Si tuviésemos en cuenta que con la confesión de nuestros pecados o faltas alcanzamos la Gracia de Dios e incluso la aumentamos cuando nos confesamos sin tener pecados mortales, acaso aumentaría la frecuencia de acercarnos a la confesión.
En cuanto al comentario de algunas personas referente a que “¡Pero si no tengo pecados!”, tal vez debieran tener presente lo que dice el Libro de los Proverbios: ‘Porque el justo, aunque siete veces caiga, se levanta otras tantas; pero los malvados zozobran en la desgracia’. (Prov. 24, 16). Y como cristianos debemos buscar continuamente la sintonía con nuestro Salvador, buscando un mayor trato con Él mediante los Sacramentos y la Oración. También se pronuncia San Juan en este sentido: ‘Si decimos “No tenemos pecado”, nos engañamos y la verdad no está con nosotros…’. (I Jn. 1, 8)
Los últimos jueves de cada mes nos reunimos un grupo que pertenecemos al Apostolado de la Oración con el Delegado Diocesano en la Basílica de Santa María de Alicante. Además de lo provechoso que resulta la hora de retiro con la Exposición del Santísimo y la Eucaristía posterior, siempre se sienta el sacerdote un rato para confesar antes de marchar al Obispado. Siempre hay quien aprovecha la ocasión para confesar. Es que necesitamos la armonía con Jesucristo, sentirnos cerca de Él y permanecer en esa intimidad espiritual que nos da la oración.
Además, la confesión no solamente es manifestar nuestro arrepentimiento de los pecados cometidos. Existe la posibilidad, y somos muchos los que así lo hacemos, de consultar dudas que podamos tener, actitudes que debamos adoptar, caminos que debemos seguir en los problemas que tengamos, en nuestra profesión, en nuestra familia, en nuestra sociedad, para que nuestro cristianismo no sea una mera rutina, sino un compromiso radical con Jesucristo y su Evangelio. Y en la confesión también se suele tratar este tipo de cosas.
No obstante, cada vez que nos acerquemos a la confesión hemos de considerar una serie de cosas que la Iglesia nos aconseja para que el Sacramento que vamos a recibir sea válido. ¿Por qué digo ‘que sea válido’? Ahora lo vemos.
Cuando vamos a ese encuentro personal con Jesús, como tanta gente se encontró con Él según nos cuentan los Evangelios, debemos tener en cuenta que vino precisamente por los pecadores. Esto lo repite varias veces y los cuatro Evangelios coinciden. ‘No he venido a llamar a los justos, sino por los pecadores’. (Mat 9, 12-13 ) ; ‘Yo os digo que en el cielo será mayor la alegría por un pecador que haga penitencia que por noventa y nueve justos que no necesitan de penitencia’. (Lc.15,7).
Debemos pararnos a pensar primero en nosotros mismos. Ver cuáles han sido las actitudes, acciones u omisiones que nos han alejado de Dios y nos han acercado al pecado, desde la última confesión bien hecha, así como las circunstancias que se dieron en ese fallo, ya que según éstas, pueden aumentar o disminuir su gravedad. Hay ocasiones que recordamos un pecado concreto del cual nos debemos confesar, pero…nos da vergüenza contar eso para que el sacerdote no piense mal de nosotros.
Bueno. En cierta ocasión leí, no recuerdo dónde, que a la hora de hacer algo malo, o al menos no correcto, el diablo se encargaba de que perdiéramos la vergüenza, pero cuando reaccionábamos y veíamos la necesidad de confesarnos de ‘eso’ y ponernos en paz con Dios, el mismo diablo nos ponía todas las vergüenzas habidas y por haber para que no nos acercásemos a la Reconciliación con la Divinidad.
Hay veces que por esa vergüenza o por respetos humanos nos callamos algún pecado y nos acusamos de todos los demás. La confesión no nos vale aunque hayamos recibido la absolución del sacerdote, ya que a él lo podremos engañar, pero a Jesús, que está presente en la Confesión, no lo engañamos. ‘Si no declaras la magnitud de la culpa, no conocerás la grandeza del perdón’. (San Juan Crisóstomo, Homilía sobre Lázaro, 4)
Ya ven lo que dice este Padre de la Iglesia. Cuando venzamos ese miedo o vergüenza debemos confesarnos de lo que ya dijimos y hacer constar el pecado que con anterioridad nos callamos. Por eso decía más arriba del Sacramento ‘que sea válido’, porque si nos callamos algo no nos vale la confesión.
No perdamos de vista que éste es el Sacramento de la confianza en Jesús. ¿Qué le dijo al paralítico antes de curarlo? ‘Ten confianza, hijo: tus pecados te son perdonados’. (Mt. 9, 2). Con nosotros dice lo mismo: ‘Ten confianza’. Además. ¿A qué vamos a tener miedo? El Maestro nos espera con los brazos abiertos para darnos su perdón, y con él, su Gracia, su Paz, su ayuda para esa lucha interior que a veces tenemos y nos ayuda a evitar la caída en tentaciones que nos puedan conducir a un nuevo pecado. ‘Feliz el hombre que soporta la tentación, porque después de probado recibirá la corona de vida que el Señor prometió a los que le aman’. (Stg. 1, 12).
‘El que antes de la culpa nos prohibió pecar, una vez aquella cometida, no cesa de esperarnos para concedernos su perdón. Ved que nos llama el mismo a quien despreciamos. Nos separamos de Él, mas Él no se separa de nosotros’. (San Gregorio Magno. Homilía 34 sobre los Evangelios). Ya ven que eso siempre ha sido una constante de la Iglesia animándonos continuamente a vivir en paz con Dios. En esta ocasión es este Padre de la Iglesia quien lo dio en su momento.
Este es el efecto principal de este Sacramento: la reconciliación con Dios y con la Iglesia, ya que también la perjudicamos de alguna manera al ser miembros de esa gran familia en virtud del Bautismo que recibimos en su día.: San Pablo también decía a la iglesia de Éfeso: “Poneos la armadura de Dios, para poder resistir las maniobras del diablo. Porque nuestra lucha no es contra fuerzas humanas ... Nos enfrentamos con los espíritus y las fuerzas sobrenaturales del mal” (Ef. 6, 11-12).
Estas frases y otras semejantes manifiestan unos convencimientos personales totalmente desenfocados de la realidad. En los casos que he podido exponer conceptos y el significado auténtico de este Mandamiento al posibilitar el diálogo, se han aclarado. Otras personas se han mantenido en sus creencias y no han querido salir de su error.
Ignoro si es por orgullo, por no dar su brazo a torcer, por soberbia,…Fíjense: ‘El principio de la soberbia es apartarse de Dios y alejar de su Hacedor su corazón. Porque el pecado es el principio de la soberbia y la fuente que le alimenta mana maldades’. (Si. 10, 14-15). Esto lo dice el Libro del Eclesiástico o Sirácida. Si este tipo de personas lo leyeran, ¿pensarían lo mismo? Dejémoslo en la duda.
Las personas siempre se han reconocido pecadoras ante Dios y le han manifestado la necesidad del perdón divino. Fíjense lo que se dice en el Antiguo Testamento: ‘Ten piedad de mí, oh Dios, según tu amor, por tu inmensa ternura borra mi delito, pues mi delito yo lo reconozco. Mi pecado sin cesar está ante mí; contra ti, contra ti sólo he pecado, lo malo a tus ojos cometí. Así eres justo tú cuando das sentencia, sin reproches cuando juzgas’. (Sal. 51 (50), 3-6). ¿Lo recuerdan? Es el salmo ‘Miserere’, del rey David.
La confesión, por su categoría de Sacramento, hace presente al mismo Cristo cuando alguien se confiesa, pues es Él quien otorga el perdón al penitente a través del sacerdote. Esto es algo que, en general, no se tiene asumido o se desconoce. Pero no sólo es así, sino que al confesarnos se nos aplican los méritos de Cristo. Isaías nos dice: ‘Soy yo, soy yo quien por amor de mí borro tus pecados y no me acuerdo más de tus rebeldías’. (Is. 43, 25). En el mensaje de Dios a través del profeta nos manifiesta que continuamente nos espera para que volvamos a estar con Él.
¿Qué pretende la Iglesia al poner este Mandamiento y en los términos con que lo hace? En relación con nosotros busca nuestro bien. En relación con Jesús, no solamente que tengamos un contacto con Él, sino que lo tengamos ‘algo más’ que una vez al año. Lo ideal es la frecuencia en recibirlo.
Hace doce meses, en enero de 2009, ya escribía en este mismo blog: El Mandamiento de la Iglesia de confesar, al menos, una vez al año, supone una actitud de mínimos. Para el cristiano consciente y enamorado de Dios, debe suponer una frecuencia mucho mayor. (“¿Hijos pródigos? ¡Pues claro que lo somos!”.- domingo 31 de enero de 2010). En esa entrada trataba el Sacramento de la Reconciliación o Penitencia y por eso no me voy a extender mucho en lo que se refiere en cuanto a Sacramento. Si les parece bien, les invito a abrir el historial del blog y leer más en este sentido.
Si tuviésemos en cuenta que con la confesión de nuestros pecados o faltas alcanzamos la Gracia de Dios e incluso la aumentamos cuando nos confesamos sin tener pecados mortales, acaso aumentaría la frecuencia de acercarnos a la confesión.
En cuanto al comentario de algunas personas referente a que “¡Pero si no tengo pecados!”, tal vez debieran tener presente lo que dice el Libro de los Proverbios: ‘Porque el justo, aunque siete veces caiga, se levanta otras tantas; pero los malvados zozobran en la desgracia’. (Prov. 24, 16). Y como cristianos debemos buscar continuamente la sintonía con nuestro Salvador, buscando un mayor trato con Él mediante los Sacramentos y la Oración. También se pronuncia San Juan en este sentido: ‘Si decimos “No tenemos pecado”, nos engañamos y la verdad no está con nosotros…’. (I Jn. 1, 8)
Los últimos jueves de cada mes nos reunimos un grupo que pertenecemos al Apostolado de la Oración con el Delegado Diocesano en la Basílica de Santa María de Alicante. Además de lo provechoso que resulta la hora de retiro con la Exposición del Santísimo y la Eucaristía posterior, siempre se sienta el sacerdote un rato para confesar antes de marchar al Obispado. Siempre hay quien aprovecha la ocasión para confesar. Es que necesitamos la armonía con Jesucristo, sentirnos cerca de Él y permanecer en esa intimidad espiritual que nos da la oración.
Además, la confesión no solamente es manifestar nuestro arrepentimiento de los pecados cometidos. Existe la posibilidad, y somos muchos los que así lo hacemos, de consultar dudas que podamos tener, actitudes que debamos adoptar, caminos que debemos seguir en los problemas que tengamos, en nuestra profesión, en nuestra familia, en nuestra sociedad, para que nuestro cristianismo no sea una mera rutina, sino un compromiso radical con Jesucristo y su Evangelio. Y en la confesión también se suele tratar este tipo de cosas.
No obstante, cada vez que nos acerquemos a la confesión hemos de considerar una serie de cosas que la Iglesia nos aconseja para que el Sacramento que vamos a recibir sea válido. ¿Por qué digo ‘que sea válido’? Ahora lo vemos.
Cuando vamos a ese encuentro personal con Jesús, como tanta gente se encontró con Él según nos cuentan los Evangelios, debemos tener en cuenta que vino precisamente por los pecadores. Esto lo repite varias veces y los cuatro Evangelios coinciden. ‘No he venido a llamar a los justos, sino por los pecadores’. (Mat 9, 12-13 ) ; ‘Yo os digo que en el cielo será mayor la alegría por un pecador que haga penitencia que por noventa y nueve justos que no necesitan de penitencia’. (Lc.15,7).
Debemos pararnos a pensar primero en nosotros mismos. Ver cuáles han sido las actitudes, acciones u omisiones que nos han alejado de Dios y nos han acercado al pecado, desde la última confesión bien hecha, así como las circunstancias que se dieron en ese fallo, ya que según éstas, pueden aumentar o disminuir su gravedad. Hay ocasiones que recordamos un pecado concreto del cual nos debemos confesar, pero…nos da vergüenza contar eso para que el sacerdote no piense mal de nosotros.
Bueno. En cierta ocasión leí, no recuerdo dónde, que a la hora de hacer algo malo, o al menos no correcto, el diablo se encargaba de que perdiéramos la vergüenza, pero cuando reaccionábamos y veíamos la necesidad de confesarnos de ‘eso’ y ponernos en paz con Dios, el mismo diablo nos ponía todas las vergüenzas habidas y por haber para que no nos acercásemos a la Reconciliación con la Divinidad.
Hay veces que por esa vergüenza o por respetos humanos nos callamos algún pecado y nos acusamos de todos los demás. La confesión no nos vale aunque hayamos recibido la absolución del sacerdote, ya que a él lo podremos engañar, pero a Jesús, que está presente en la Confesión, no lo engañamos. ‘Si no declaras la magnitud de la culpa, no conocerás la grandeza del perdón’. (San Juan Crisóstomo, Homilía sobre Lázaro, 4)
Ya ven lo que dice este Padre de la Iglesia. Cuando venzamos ese miedo o vergüenza debemos confesarnos de lo que ya dijimos y hacer constar el pecado que con anterioridad nos callamos. Por eso decía más arriba del Sacramento ‘que sea válido’, porque si nos callamos algo no nos vale la confesión.
No perdamos de vista que éste es el Sacramento de la confianza en Jesús. ¿Qué le dijo al paralítico antes de curarlo? ‘Ten confianza, hijo: tus pecados te son perdonados’. (Mt. 9, 2). Con nosotros dice lo mismo: ‘Ten confianza’. Además. ¿A qué vamos a tener miedo? El Maestro nos espera con los brazos abiertos para darnos su perdón, y con él, su Gracia, su Paz, su ayuda para esa lucha interior que a veces tenemos y nos ayuda a evitar la caída en tentaciones que nos puedan conducir a un nuevo pecado. ‘Feliz el hombre que soporta la tentación, porque después de probado recibirá la corona de vida que el Señor prometió a los que le aman’. (Stg. 1, 12).
‘El que antes de la culpa nos prohibió pecar, una vez aquella cometida, no cesa de esperarnos para concedernos su perdón. Ved que nos llama el mismo a quien despreciamos. Nos separamos de Él, mas Él no se separa de nosotros’. (San Gregorio Magno. Homilía 34 sobre los Evangelios). Ya ven que eso siempre ha sido una constante de la Iglesia animándonos continuamente a vivir en paz con Dios. En esta ocasión es este Padre de la Iglesia quien lo dio en su momento.
Este es el efecto principal de este Sacramento: la reconciliación con Dios y con la Iglesia, ya que también la perjudicamos de alguna manera al ser miembros de esa gran familia en virtud del Bautismo que recibimos en su día.: San Pablo también decía a la iglesia de Éfeso: “Poneos la armadura de Dios, para poder resistir las maniobras del diablo. Porque nuestra lucha no es contra fuerzas humanas ... Nos enfrentamos con los espíritus y las fuerzas sobrenaturales del mal” (Ef. 6, 11-12).
Seguiremos tratando este Mandamiento. Que Nuestro Señor Jesucristo y Nuestra Señora de Concepción de Granada nos bendigan a todos.
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