sábado, 1 de enero de 2011

Primer Mandamiento de la Iglesia (I)


Hemos entrado en un nuevo año. En él vamos a seguir intentando trabajar mejor para hacer realidad los planes y pensamientos de Dios a través de nosotros, con Su ayuda. Los cristianos somos así. Personalmente les felicito a todos ustedes por ello y por el año que iniciamos. Y para comenzar, pienso que nada mejor que tocar este primer Mandamiento de la Iglesia referido a la Santa Misa. Acaso sea algo largo, y precisamente esa es la razón por la que voy a presentarlo en varias partes, pero la Eucaristía y la Iglesia no merecen que se escatime tiempo ni espacio.

‘Oír Misa entera todos los domingos y fiestas de guardar’. Verán ustedes. En todos los lugares donde he sido destinado profesionalmente, he tenido ocasión de hablar y tratar a muchísimas personas. Muchos diálogos, múltiples opiniones sobre diversidad de temas. Inevitablemente surgían algunos religiosos. Y en ocasiones, la Misa y la ‘obligatoriedad’ de asistir todos los domingos y fiestas de guardar, era uno de los que cuando surgía, o alguien lo hacía surgir, más tiempo ocupaba y provocaba las más dispares opiniones..

No es este el lugar ni el momento más apropiado para comentar aquellas opiniones, aunque tal vez me apoye en alguna de ellas para tratar la Misa, en el sentido que la Iglesia da en su primer Mandamiento.

Una de las cosas que se comentaban, y aun hoy se oye con alguna frecuencia, es que ‘en la Misa me aburro mucho’ o que ‘allí siempre se dice y se hace lo mismo’, lo cual da pie a pensar en el gran desconocimiento existente de lo que realmente allí acontece, la falta de formación e información de muchas personas y de la falta de interés, apertura y receptividad para intentar profundizar en lo que verdaderamente es.

Personalmente me pregunto: ¿Por qué? ¿Por qué se acude a ‘cumplir con Parroquia’, como algunos llaman al hecho de asistir a una Eucaristía, sin un planteamiento mínimo de la razón verdadera de estar allí? ¿Es que no tenemos garra, empuje o testimonio suficiente para que cuantos nos rodean acudan por ‘convencimiento’ y no por un mero ‘cumplimiento’?

Realmente falta una Catequesis de profundización en los Misterios básicos de nuestra fe que consoliden los motivos de credibilidad de cada uno, independientemente de que muchos coincidamos en los mismos.

Para que la generalidad de los cristianos pueda entender, asumir y proyectar a su vez que la Misa es real y verdaderamente el acto litúrgico básico, central y fundamental con el que los católicos ofrendamos a la Trinidad el culto de Latría que se le debe, es necesaria, pienso, una implicación y compromiso serio con el pueblo de Dios, que es la Iglesia. ‘Predica la Palabra, insiste a tiempo y a destiempo, arguye, enseña, exhorta con toda longanimidad y doctrina, pues vendrá un tiempo en que no sufrirán la sana doctrina; antes, deseosos de novedades, se amontonarán maestros conforme a sus pasiones y apartarán los oídos de la verdad para volverlos a las fábulas’. (II Tim. 4, 2-3). Así hablaba San Pablo a Timoteo y así parece que nos está hablando ahora a nosotros.

RENACIMIENTO.-Matthias Grünewald


Porque lo que realmente estamos celebrando es nuestra presencia y participación en la renovación del mismo sacrificio de Cristo en el Calvario, si bien de forma incruenta, pero tan real como hace dos mil y pico años. Y nosotros somos tan protagonistas como lo fue San Juan cuando estuvo al pie de la Cruz, acompañando y acogiendo a la Virgen doliente, Madre del Redentor.

No tenemos derecho a quedarnos solamente con las formas, las apariencias, los cantos, las posturas o las respuestas que damos, en ocasiones como si fuésemos autómatas, sin saber lo que decimos. Hemos de meternos en el fondo de lo que allí se realiza. Todas esas formas mencionadas son medios, entre otros, para conducirnos al fondo, que es el sacrificio eucarístico.

Con el culto que damos a Dios manifestamos nuestro reconocimiento y aceptación de su suprema Majestad, a quien debemos amar, servir y adorar con ‘todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas’. (Deut. 6, 5). Malaquías ya profetizó: ‘Porque desde el levante hasta el poniente es honrado mi nombre entre las naciones, y en todo lugar se ofrece en mi honor un sacrificio de incienso y una ofrenda pura’. (Mal. 1, 11).

Cuando se llega a la Consagración, eje y centro culminante de la Misa, Cristo se hace realmente presente allí en el altar, volviendo a ofrecerse al Padre como sacerdote y víctima y haciendo presente nuevamente su Pasión, Muerte y Resurrección, de forma incruenta. Es el momento que todos, salvo los físicamente impedidos, debemos permanecer arrodillados dando a Dios nuestra adoración, imperfecta, sí, al ser nosotros imperfectos, pero agradable a Dios que, al ver el fondo de nuestros corazones y nuestra rectitud de intención, la acepta complacido.

¿Vamos a ser insensibles ante este Misterio? ‘Es que yo no veo a Jesucristo por ninguna parte’, dicen algunos. Oiga. Yo tampoco lo veo físicamente, pero la Fe me dice que allí está real y verdaderamente en Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad. Y eso ya es un motivo para dar sentido a mi vida. ‘Si alguno me ama, guardará mi palabra, y mi Padre le amará, y vendremos a él y haremos morada en él’. (Jn. 14, 23). Es la respuesta del mismo Jesucristo como podemos leer en el Evangelio de San Juan.

Para eso es necesaria nuestra presencia física en el lugar de la celebración de la Eucaristía. No sirve ver la Misa por TV u oírla por radio. Pero ¿y los enfermos e impedidos? Veamos. Si están impedidos físicamente por la causa que fuere, están dispensados. Otra cosa es que por devoción vean u oigan la Misa por TV u oigan Radio María o cualquier otra emisora que la retransmita. Si luego hay alguien sacerdote o seglar autorizado que les lleve la Comunión a casa, mejor.

Recuerdo que cuando me operaron por primera vez la columna vertebral y estuve con un corsé de escayola desde la ingle hasta el sobaco varios meses, no podía salir de casa. Me conformaba con la Misa de la Televisión o la radio, meditando las homilías y las lecturas de cada día. Pero me faltaba lo fundamental: la Comunión, porque entonces no había ningún seglar autorizado.

Un día vino a visitarme un sacerdote amigo, de otra Diócesis. Cuando le comenté este hecho, marchó a la Parroquia y, previa comunicación al párroco, tomó lo necesario y celebró la Eucaristía en mi casa. Jamás agradeceré suficientemente este gesto. Fue una inyección de moral, de Vida, este contacto con Jesucristo que ya necesitaba como el aire que respiraba.

Un motivo de comentario a veces surgido es, cuando un domingo no se puede asistir a Misa, ir otro día entre semana para cumplir el precepto. Pues…no. El precepto está puesto por la Iglesia precisamente el domingo porque es el día de la Resurrección de Jesús. Y si lo que conmemoramos es la pasión, Muerte y RESURRECCIÓN del Maestro, que fue precisamente ‘Pasado el sábado…’, es precisamente ese día el que debemos ir. ‘Pasado el sábado, María Magdalena y María la de Santiago, y Salomé, compraron aromas para ir a ungirle. Muy de madrugada, el primer día después del sábado, en cuanto salió el sol, vinieron al monumento. Se decían entre sí: ¿Quién nos removerá la piedra de la entrada al monumento? Y mirando, vieron que la piedra estaba removida; era muy grande. Entrando en el monumento, vieron un joven sentado a la derecha. Vestido de una túnica blanca, y quedaron sobrecogidas de espanto. Él les dijo: No os asustéis. Buscáis a Jesús Nazareno, el crucificado; ha resucitado, no está aquí; mirad el sitio en el le pusieron’. (Mc. 16, 1-6). Queda claro, ¿no?

Por eso la Iglesia autorizó que la víspera del domingo, a partir del atardecer del sábado, también se pudiera cumplir con el precepto, especialmente si el domingo existe una causa por la que no podemos ir.

De todos modos, teniendo en cuenta lo que acontece en el Altar, es el único sacrificio agradable a Dios. ¿Por qué? Muy sencillo. En la Antigua Alianza había unos sacrificios ofrecidos a Yavé que eran necesarios como medio de adoración a la Divinidad por parte del pueblo israelita. Pero eran como una especie de preparación al auténtico sacrificio con la auténtica Víctima, como hemos visto en la profecía de Malaquías.

Theotokos

La próxima semana, Dios mediante, continuaremos. Que Jesucristo y la Virgen, Madre de Dios, cuya festividad de su Maternidad celebramos hoy nos bendigan.

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