Queda todavía un punto por tratar, mínimo si se quiere, pero que es necesario tratarlo porque aunque no lo parezca, tiene su importancia y es el hecho de que debamos permanecer en las Eucaristías hasta que éstas finalicen en su totalidad y nos marchemos, salvo casos plenamente justificados, antes de tiempo. No sé si todas las personas que los domingos llenan, más o menos, las naves de nuestros templos, desde la majestuosa Catedral hasta la humilde ermita, tienen clara la razón de ser de su presencia para la celebración eucarística, pero realmente es que este Mandamiento eclesial tiene su fundamento en los Mandamientos divinos que Dios entregó a Moisés en el Sinaí:
‘Guarda el sábado, para santificarlo, como te lo ha mandado Yahvé, tu Dios. Seis días trabajarás y harás tus obras, pero el séptimo es sábado de Yahvé, tu Dios. No harás en él trabajo alguno, ni tú, ni tu hijo, ni tu hija, ni tu siervo, ni tu sierva, ni tu buey, ni tu asno, ni ninguna de tus bestias, ni el extranjero que está dentro de tus puertas; para que tu siervo y tu sierva descansen como descansas tú. Acuérdate de que siervo fuiste en la tierra de Egipto, y de que Yahvé, tu Dios, te sacó de allí con mano fuerte y brazo tendido; y por eso Yahvé, tu Dios, te manda guardar el sábado’. (Dt. 5, 12-15).
'Acuérdate del día del sábado para santificarlo. Seis días trabajarás y harás toda tu obra, mas el sábado es el día de reposo del Señor tu Dios. No hagas ningún trabajo en él; ni tú, ni tu hijo, ni tu hija, ni tu siervo, ni tu criada, ni tu bestia, ni tu extranjero que está dentro de tus puertas. Porque en seis días el Eterno hizo el cielo, la tierra y el mar, y todo lo que contienen, y reposó en el séptimo día. Por eso, el Señor bendijo el sábado y lo declaró santo'. (Ex. 20, 8-11)
Los hebreos recordaban este mandato con la celebración del ‘sabbat’, día sagrado de la semana judía. Nosotros los cristianos celebramos ese mandamiento divino el domingo, por ser el día de la Resurrección de Jesucristo, nuestro Redentor. Pero la obligación de santificar ese día sigue siendo la misma y para nosotros es la Santa Misa, Memorial de la Pasión, Muerte y Resurrección del Maestro, el acto litúrgico idóneo para ello. No olvidemos que cuando instituyó la Eucaristía en el cenáculo, antes de su pasión, nos dijo ‘haced esto en memoria Mía’. (Lc. 22, 19).
El autor de la Carta a los Hebreos, dice: ‘Por tanto, queda un reposo para el pueblo de Dios, porque el que ha entrado en su reposo, también ha reposado de sus obras, como Dios de las suyas. Procuremos, pues, entrar en aquel reposo, para que ninguno caiga en semejante ejemplo de desobediencia’. (Heb. 4, 9-11).
No olvidemos que en aquellos tiempos Israel estaba rodeado de pueblos politeístas y esa fue la razón por la que Dios les advirtió que no tuvieran más Dios que a Él. Y cuando surgía alguna de las infidelidades de Israel con Yahvé, siempre aparecía la figura del profeta que reconducía el comportamiento del pueblo de Dios.
El hambre era grande en Samaria por la sequía existente. Ajab, cuando vio al profeta Elías le increpó ‘¿Eres tú, ruina de Israel?’ Y fíjense en la respuesta: ‘No soy yo la ruina de Israel, sino tú y la casa de tu padre, apartándoos de los mandamientos de Yahvé y yéndoos tras los baales. Anda, convoca a todo Israel al monte Carmel, y a los cuatrocientos cincuenta profetas de Baal, que comen de la mesa de Jezabel’. (I Re. 18, 1-45). Les pongo toda la cita para que lean todo el pasaje, aunque supongo que ya lo conocerán sobradamente. Es uno de los ejemplos de la actuación de Dios cuando se apartaban de Él detrás de otros dioses.
¿Dónde voy a parar con estos comentarios? Pues…ya verán. Nosotros somos hoy los continuadores de aquel pueblo, en ese nuevo pueblo formado por Jesucristo al que llamó Iglesia, dotándolo de una estructura básica con sus doce Apóstoles de los cuales uno de ellos fue el ‘primus inter pares’, o sea, ‘el primero entre iguales’. Es decir, Pedro.
Luego estaban todos cuantos abrazaron el cristianismo y todos tenían claro que debían dar el nuevo culto a Dios a través de la Eucaristía que el Maestro instituyó el primer Jueves Santo de la Historia. Lo hacían por un convencimiento y necesidad viscerales sin necesidad de mandato alguno.
Con el paso de los años se fue enriqueciendo la Liturgia hasta llegar a la celebración que intentamos vivir cada vez que asistimos a la Santa Misa.
Pero es que hoy han aparecido otros ‘baales’ en nuestra sociedad que se adueñan del corazón humano en muchísimos casos y lo alejan del culto al verdadero Dios. ‘No tendrás más Dios que a mí’. (Dt. 5, 7). Pero aparece el dios dinero, el dios sexo, el dios droga, el dios afán de poder y de mando, el dios hedonismo y tantos otros como existen pugnando por desplazar, incluso anular, al Dios verdadero, Señor de la Creación y de la Historia.
Y la Iglesia, como los Profetas de antaño, continuamente está dando avisos de que esos no son los caminos agradables a Dios y denuncian situaciones que nos puedan apartar de Él: aborto, eutanasia, destrucción de la familia natural y de valores humanos y cristianos…Naturalmente, eso molesta a quienes quieren combatir, incluso hacer desaparecer, a la Iglesia y a Dios.
Pero es inútil. Algunos miles de años avalan que eso que pretenden es una pérdida de tiempo. Han caído imperios e instituciones, y si la Iglesia permanece es por la asistencia del Espíritu Santo que la asiste. ‘¿Humana? Luego divina’. Esta frase la decía uno de mis profesores de Religión queriendo decir que si estando compuesta por personas, con sus pecados, infidelidades, fallos y dificultades y todavía permanece, es signo inequívoco de que su Fundador está permanentemente con ella. Y estos tiempos no son ninguna excepción.
Ahí tenemos las múltiples apariciones de la Santísima Virgen (a Juan Diego Cuauhtlatoatzin en el cerro del Tepeyac, México; a Lucía dos Santos y a sus primos, Jacinta y Francisco Marto, en Fátima, Portugal; a Bernadette Soubirous, una pobre y analfabeta niña de catorce años, en Lourdes, Francia; en Zeitoun, Egipto; a la Hermana Agnes Sasagawa en Akita, Japón y tantos otros lugares) en los que recomienda el rezo del Santo Rosario y de la necesidad de hacer penitencia por el mundo, entre otras cosas también con el rezo de la Corona de la Misericordia, contribuyendo de forma decisiva al apoyo de la Iglesia de su Hijo.
Y la Eucaristía, la Misa, es una manifestación de Dios entre nosotros. Y de nosotros uniéndonos a Él con nuestra fidelidad y aceptación que renovamos en cada una de ellas, desde la salida del sacerdote al altar hasta que abandona el presbiterio al finalizar la celebración.
No tienen sentido la aparición de ‘prisas’ que impulsan a marcharnos, por ejemplo, cuando el sacerdote ha finalizado de dar la Comunión. No, por favor. Si alguien está hablando con nosotros y sin finalizar le damos la espalda y nos marchamos, humana y socialmente eso sería, cuanto menos, una grosería.
Si Jesucristo nos habla en la Misa y antes de que termine de decirnos cosas nos marchamos, ¿cómo llamaríamos a ese gesto nuestro con Él? ¿Desprecio? ¿Abandono? No lo sé. Pero en cualquier caso sería una incorrección, como mínimo. Una falta de delicadeza hacia quien tanto nos quiere.
Pienso que ese es el sentido de oír Misa ‘entera’ todos los domingos, fiestas de guardar y cuantas veces acudamos a celebrar la Eucaristía. Todo en ella es importante, incluida la bendición final. Y cuando el presidente de la Asamblea nos diga ‘podéis ir en paz’, enviándonos a nuestros quehaceres, pienso que aún debiéramos esperarnos a despedirnos de la Virgen y a dar gracias por la Eucaristía vivida.
Si miramos esto con objetividad, concluiremos en que esos cuarenta y cinco o sesenta minutos que suele durar una Misa, es muy poco pedirnos en comparación a lo que obtenemos. Realmente ¿podemos considerar mucho este tiempo de estar con Dios en una semana?
Hace muchos años tuve la oportunidad de asistir a una Misa celebrada según el rito oriental. Aquello fue un descubrimiento. La duración fue de poco menos de tres horas, pero el tiempo se me pasó imperceptiblemente. ¡Qué liturgia tan bonita! O al menos eso me pareció a mí. De acuerdo que el valor de la Misa es el mismo, pero la manifestación litúrgica es muy diferente. ¿Y a los cristianos de rito latino nos parecen largas?
Prescindo ahora de que para los cristianos que tenemos las ideas claras nos gustaría asistir a diario a la Santa Misa y recibir a Jesús en la Eucaristía, además del tiempo que permanecemos con Él en la oración que hacemos en nuestro domicilio u otro lugar. Si todos los cristianos fuésemos conscientes de nuestros deberes con Dios y de su presencia real den las Eucaristías, no sería necesario que la Iglesia nos lo recordara con este Primer Mandamiento.
Ya sé que el que no puede asistir a toda la Misa ‘entera’, está obligado, si puede, a asistir por lo menos a la parte esencial, es decir, desde el Ofertorio a la Consagración y a la Comunión, pero eso es en casos excepcionales. Yo me he referido a que en la cotidianidad de nuestra asistencia debemos estar presentes desde que empieza hasta que finaliza, como he dicho anteriormente.
‘Guarda el sábado, para santificarlo, como te lo ha mandado Yahvé, tu Dios. Seis días trabajarás y harás tus obras, pero el séptimo es sábado de Yahvé, tu Dios. No harás en él trabajo alguno, ni tú, ni tu hijo, ni tu hija, ni tu siervo, ni tu sierva, ni tu buey, ni tu asno, ni ninguna de tus bestias, ni el extranjero que está dentro de tus puertas; para que tu siervo y tu sierva descansen como descansas tú. Acuérdate de que siervo fuiste en la tierra de Egipto, y de que Yahvé, tu Dios, te sacó de allí con mano fuerte y brazo tendido; y por eso Yahvé, tu Dios, te manda guardar el sábado’. (Dt. 5, 12-15).
'Acuérdate del día del sábado para santificarlo. Seis días trabajarás y harás toda tu obra, mas el sábado es el día de reposo del Señor tu Dios. No hagas ningún trabajo en él; ni tú, ni tu hijo, ni tu hija, ni tu siervo, ni tu criada, ni tu bestia, ni tu extranjero que está dentro de tus puertas. Porque en seis días el Eterno hizo el cielo, la tierra y el mar, y todo lo que contienen, y reposó en el séptimo día. Por eso, el Señor bendijo el sábado y lo declaró santo'. (Ex. 20, 8-11)
Los hebreos recordaban este mandato con la celebración del ‘sabbat’, día sagrado de la semana judía. Nosotros los cristianos celebramos ese mandamiento divino el domingo, por ser el día de la Resurrección de Jesucristo, nuestro Redentor. Pero la obligación de santificar ese día sigue siendo la misma y para nosotros es la Santa Misa, Memorial de la Pasión, Muerte y Resurrección del Maestro, el acto litúrgico idóneo para ello. No olvidemos que cuando instituyó la Eucaristía en el cenáculo, antes de su pasión, nos dijo ‘haced esto en memoria Mía’. (Lc. 22, 19).
El autor de la Carta a los Hebreos, dice: ‘Por tanto, queda un reposo para el pueblo de Dios, porque el que ha entrado en su reposo, también ha reposado de sus obras, como Dios de las suyas. Procuremos, pues, entrar en aquel reposo, para que ninguno caiga en semejante ejemplo de desobediencia’. (Heb. 4, 9-11).
No olvidemos que en aquellos tiempos Israel estaba rodeado de pueblos politeístas y esa fue la razón por la que Dios les advirtió que no tuvieran más Dios que a Él. Y cuando surgía alguna de las infidelidades de Israel con Yahvé, siempre aparecía la figura del profeta que reconducía el comportamiento del pueblo de Dios.
El hambre era grande en Samaria por la sequía existente. Ajab, cuando vio al profeta Elías le increpó ‘¿Eres tú, ruina de Israel?’ Y fíjense en la respuesta: ‘No soy yo la ruina de Israel, sino tú y la casa de tu padre, apartándoos de los mandamientos de Yahvé y yéndoos tras los baales. Anda, convoca a todo Israel al monte Carmel, y a los cuatrocientos cincuenta profetas de Baal, que comen de la mesa de Jezabel’. (I Re. 18, 1-45). Les pongo toda la cita para que lean todo el pasaje, aunque supongo que ya lo conocerán sobradamente. Es uno de los ejemplos de la actuación de Dios cuando se apartaban de Él detrás de otros dioses.
¿Dónde voy a parar con estos comentarios? Pues…ya verán. Nosotros somos hoy los continuadores de aquel pueblo, en ese nuevo pueblo formado por Jesucristo al que llamó Iglesia, dotándolo de una estructura básica con sus doce Apóstoles de los cuales uno de ellos fue el ‘primus inter pares’, o sea, ‘el primero entre iguales’. Es decir, Pedro.
Luego estaban todos cuantos abrazaron el cristianismo y todos tenían claro que debían dar el nuevo culto a Dios a través de la Eucaristía que el Maestro instituyó el primer Jueves Santo de la Historia. Lo hacían por un convencimiento y necesidad viscerales sin necesidad de mandato alguno.
Con el paso de los años se fue enriqueciendo la Liturgia hasta llegar a la celebración que intentamos vivir cada vez que asistimos a la Santa Misa.
Pero es que hoy han aparecido otros ‘baales’ en nuestra sociedad que se adueñan del corazón humano en muchísimos casos y lo alejan del culto al verdadero Dios. ‘No tendrás más Dios que a mí’. (Dt. 5, 7). Pero aparece el dios dinero, el dios sexo, el dios droga, el dios afán de poder y de mando, el dios hedonismo y tantos otros como existen pugnando por desplazar, incluso anular, al Dios verdadero, Señor de la Creación y de la Historia.
Y la Iglesia, como los Profetas de antaño, continuamente está dando avisos de que esos no son los caminos agradables a Dios y denuncian situaciones que nos puedan apartar de Él: aborto, eutanasia, destrucción de la familia natural y de valores humanos y cristianos…Naturalmente, eso molesta a quienes quieren combatir, incluso hacer desaparecer, a la Iglesia y a Dios.
Pero es inútil. Algunos miles de años avalan que eso que pretenden es una pérdida de tiempo. Han caído imperios e instituciones, y si la Iglesia permanece es por la asistencia del Espíritu Santo que la asiste. ‘¿Humana? Luego divina’. Esta frase la decía uno de mis profesores de Religión queriendo decir que si estando compuesta por personas, con sus pecados, infidelidades, fallos y dificultades y todavía permanece, es signo inequívoco de que su Fundador está permanentemente con ella. Y estos tiempos no son ninguna excepción.
Ahí tenemos las múltiples apariciones de la Santísima Virgen (a Juan Diego Cuauhtlatoatzin en el cerro del Tepeyac, México; a Lucía dos Santos y a sus primos, Jacinta y Francisco Marto, en Fátima, Portugal; a Bernadette Soubirous, una pobre y analfabeta niña de catorce años, en Lourdes, Francia; en Zeitoun, Egipto; a la Hermana Agnes Sasagawa en Akita, Japón y tantos otros lugares) en los que recomienda el rezo del Santo Rosario y de la necesidad de hacer penitencia por el mundo, entre otras cosas también con el rezo de la Corona de la Misericordia, contribuyendo de forma decisiva al apoyo de la Iglesia de su Hijo.
Y la Eucaristía, la Misa, es una manifestación de Dios entre nosotros. Y de nosotros uniéndonos a Él con nuestra fidelidad y aceptación que renovamos en cada una de ellas, desde la salida del sacerdote al altar hasta que abandona el presbiterio al finalizar la celebración.
No tienen sentido la aparición de ‘prisas’ que impulsan a marcharnos, por ejemplo, cuando el sacerdote ha finalizado de dar la Comunión. No, por favor. Si alguien está hablando con nosotros y sin finalizar le damos la espalda y nos marchamos, humana y socialmente eso sería, cuanto menos, una grosería.
Si Jesucristo nos habla en la Misa y antes de que termine de decirnos cosas nos marchamos, ¿cómo llamaríamos a ese gesto nuestro con Él? ¿Desprecio? ¿Abandono? No lo sé. Pero en cualquier caso sería una incorrección, como mínimo. Una falta de delicadeza hacia quien tanto nos quiere.
Pienso que ese es el sentido de oír Misa ‘entera’ todos los domingos, fiestas de guardar y cuantas veces acudamos a celebrar la Eucaristía. Todo en ella es importante, incluida la bendición final. Y cuando el presidente de la Asamblea nos diga ‘podéis ir en paz’, enviándonos a nuestros quehaceres, pienso que aún debiéramos esperarnos a despedirnos de la Virgen y a dar gracias por la Eucaristía vivida.
Si miramos esto con objetividad, concluiremos en que esos cuarenta y cinco o sesenta minutos que suele durar una Misa, es muy poco pedirnos en comparación a lo que obtenemos. Realmente ¿podemos considerar mucho este tiempo de estar con Dios en una semana?
Hace muchos años tuve la oportunidad de asistir a una Misa celebrada según el rito oriental. Aquello fue un descubrimiento. La duración fue de poco menos de tres horas, pero el tiempo se me pasó imperceptiblemente. ¡Qué liturgia tan bonita! O al menos eso me pareció a mí. De acuerdo que el valor de la Misa es el mismo, pero la manifestación litúrgica es muy diferente. ¿Y a los cristianos de rito latino nos parecen largas?
Prescindo ahora de que para los cristianos que tenemos las ideas claras nos gustaría asistir a diario a la Santa Misa y recibir a Jesús en la Eucaristía, además del tiempo que permanecemos con Él en la oración que hacemos en nuestro domicilio u otro lugar. Si todos los cristianos fuésemos conscientes de nuestros deberes con Dios y de su presencia real den las Eucaristías, no sería necesario que la Iglesia nos lo recordara con este Primer Mandamiento.
Ya sé que el que no puede asistir a toda la Misa ‘entera’, está obligado, si puede, a asistir por lo menos a la parte esencial, es decir, desde el Ofertorio a la Consagración y a la Comunión, pero eso es en casos excepcionales. Yo me he referido a que en la cotidianidad de nuestra asistencia debemos estar presentes desde que empieza hasta que finaliza, como he dicho anteriormente.
Que Jesucristo y Nuestra Señora del Roble nos bendigan con abundancia.
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