domingo, 9 de enero de 2011

Primer Mandamiento de la Iglesia (II)

ALBERTO DURERO.-RENACIMIENTO
En la entrada anterior comenzábamos a profundizar un poco en el primer Mandamiento de la Iglesia y en algunas razones por las que se aconseja que sea así y no de otra forma. Vamos a continuar un poco más con este tema.

La Segunda Persona de la Santísima Trinidad, Dios como la Primera y la Tercera Personas, se hace Hombre para rescatarnos del pecado. Y padece, muere en la Cruz y resucita. Eso es lo que se realiza sobre el Altar.

El sacrificio de Jesús, Sacerdote, Profeta y Rey, se renueva de forma incruenta y, por ser Él quien es, tiene un valor infinito. Si la ofensa a Dios en el Paraíso fue infinita, la reparación debía ser también infinita. Si por un hombre vino el pecado, un Hombre debía satisfacer a Dios y reparar el mal. En Cristo, Dios y Hombre verdadero, se dan las dos condiciones. De ahí el valor infinito de la Misa. De ahí que no tengamos derecho a ninguna objeción. Al amor de Dios por la Humanidad, que se renueva en cada Eucaristía, ¿qué podremos objetar? A través de ella nosotros tributamos a Dios, Uno y Trino, el culto de Latría que le corresponde. A través de él, le damos gracias, lo adoramos y le ofrecemos expiación y satisfacción por nuestros pecados.


‘Nuestro Salvador, en la última Cena, la noche que le traicionaban, instituyó el sacrificio eucarístico de su cuerpo y sangre,, con el cual iba a perpetuar por los siglos, hasta su vuelta, el sacrificio de la cruz y a confiar así a su Esposa, la Iglesia, el memorial de su muerte y resurrección; sacramento de piedad, signo de unidad, vínculo de caridad, banquete pascual, en el cual se come a Cristo, el alma se llena de gracia y se nos da una prenda de la gloria venidera’. (Concilio Vaticano II.- Constitución ‘Sacrosanctum Concilium’, nº 47).

Es por todo eso que, como decía al principio, si alguien ‘se aburre’ o dice que ‘siempre se hace lo mismo’, es que no tiene claro todavía qué es la Santa Misa y necesita conocerla, meditarla y llevarla a su vida. La Misa siempre será la misma, la celebre un sacerdote o sea concelebrada por cincuenta y dos, se celebre en El Vaticano o en las selvas del Matto Grosso por un misionero.

Cuando Jesús ofreció su Cuerpo y su Sangre aquel Jueves Santo memorable bajo las especies de pan y de vino, anunciaba ya aquel sacrificio cruento que se iba a celebrar en el Gólgota siendo Él mismo el Sacerdote que lo ofrecía y la Víctima que se entregaba en aquel Altar que era la Cruz. Esa fue, realmente, la Primera Misa, al haber Sacrificio y víctima.

Hoy en la Misa sigue ofreciéndose Jesús. La Víctima, pues, es la misma. Pero Cristo resucitado se vuelve a ofrecer de forma diferente al no haber derramamiento de sangre. En el Calvario se ofreció al Padre. Ahora se ofrece nuevamente por el ministerio del sacerdote que preside la Asamblea.

¿Entienden la importancia del Sacerdocio y su dignidad? ¿Entienden la importancia de haya vocaciones de jóvenes que, con una sólida preparación y convencimiento, sean santos y sabios sacerdotes? Sin embargo no se debe olvidar que lo mismo que está la vocación al sacerdocio también hay una vocación al laicado.

Cuando hace muchos años me propusieron ir al Seminario, lo consulté con mi director espiritual y me lo dijo muy claro: ¿Tú sacerdote? No. Tu puesto es ser laico. Seglar comprometido con la Iglesia. Procura ser un buen marido y un buen padre’. Y en ello estoy con todos mis defectos y las virtudes que pueda tener. Todos tenemos algo que hacer y algo que decir en esta aventura de vivir el Evangelio dentro de la Iglesia fundada por Jesucristo. Fíjense:

‘El sacerdocio común de los fieles y el sacerdocio ministerial o jerárquico se ordenan el uno para el otro, aunque cada cual participa de forma peculiar del único sacerdocio de Cristo. Su diferencia es esencial, no sólo gradual. Porque el sacerdocio ministerial , en virtud de la sagrada potestad de que goza, modela y dirige al pueblo sacerdotal, efectúa el sacrificio eucarístico ofreciéndolo a Dios en nombre de todo el pueblo; los fieles, en cambio, en virtud de su sacerdocio real, asisten a la oblación de la Eucaristía, y lo ejercen en la recepción de los Sacramentos, en la oración y acción de gracias, con el testimonio de una vida santa, con la abnegación y la caridad operante’. (Concilio Vaticano II. Constitución dogmática ‘Lumen Gentium’, núm 10).

Una cosa que me llamó poderosamente la atención hace muchos años en una charla a la que asistí, fue que en la Misa el sacerdote, cuando hace las oraciones, lo hace en nombre de la Iglesia a la que representa y pertenece igual que nosotros. Pero en la Consagración es Cristo quien habla a través de él ofreciéndose al Padre y volviendo a hacer lo mismo que el primer Jueves Santo de la Historia en el cenáculo, junto a sus amigos.

Por eso el sacerdote, válidamente ordenado, es insustituible, porque nadie puede sustituirlo en esa sublime misión. Podrá ser alto o bajo, mayor o joven, mejor o peor, pero eso no cuenta para nada porque es Cristo mismo quien está ahí.

Pero ¿y los que estamos ‘oyendo’ la Misa? Entrecomillo esa palabra porque personalmente no me gusta. Ya sé que el Mandamiento dice ‘Oír Misa entera…’, pero pienso que la Misa es para ‘vivirla’. Oírla parece que indica pasividad, inacción,… Vivirla encierra un dinamismo y participación interna y externa. No somos máquinas. Somos los destinatarios del sacrificio de Jesús de Nazaret y eso requiere una correspondencia que se traduce en la participación activa y convencida de toda nuestra persona.

Quiere decir que debemos sentirnos identificados con la liturgia eucarística sabiéndonos beneficiarios de los frutos del Sacrificio. Sentirnos unidos al mismo Cristo que se hace presente. Tener la honradez y sinceridad necesarias para darnos a Él, que previamente se dio por nosotros. Que no se nos pueda aplicar nunca aquello de ‘este pueblo me honra con los labios pero su corazón está lejos de mí’. (Is. 29, 13).

DUCCIO DI BUONINSEGNA.-GÓTICO

Sería terrible, porque con Dios no se juega. Y todos cuantos hacen mofa de Él y de las cosas santas, debieran saber que por una parte llevan las de perder y por otra, que tendrán que rendir cuanta de sus actos ante el Altísimo cuando comparezcan ante Él, como cualquier ser humano cuando muera. Lamento ponerme apocalíptico, pero lo que digo es cierto.

Y respecto a los que dicen que ‘siempre se hace lo mismo’, habría que responderles que cuando a diario comen, por ejemplo, también hacen siempre lo mismo y no se cansan ni se aburren: se sientan, mastican, beben, y no se lamentan por ello ni se cansan.

Verán ustedes. Yo, como cualquier otro cristiano que intentemos vivir visceralmente el Evangelio y seguir las enseñanzas del Maestro, solemos ser fervientes enamorados de la Eucaristía por lo que realmente ES. De Ella sacamos nuestras fuerzas apostólicas. Por Ella nos mantenemos firmes en la Fe. Con Ella podemos tener al Redentor haciendo morada en nosotros y prepararnos para esa Vida Eterna que todos anhelamos tener cuando nos presentemos ante el Altísimo y comenzar esta nueva etapa de Adoración perfecta para toda la Eternidad.

Eso es una de las cosas por las que tal vez me haya extendido tanto en este primer Mandamiento de la Iglesia, para que más que una ‘obligatoriedad’ veamos un camino hacia Jesús de Nazaret, ante esa presencia real suya tantas veces proclamada por la Iglesia y muchos de sus santos que, por Gracia de Dios, han tenido encuentros místicos con Él o con la Virgen.

¿No les parece que por esas razones hay que pensar que nuestra asistencia a la Santa Misa debe ser eminentemente participativa, mediante los cantos del momento y de las respuestas que damos a lo que dice el sacerdote, pero trascendiendo también nuestras propias respuestas, siendo conscientes de lo que significa lo que dice el sacerdote y de nuestras propias respuestas?

Y esa participación personal tiene su máximo sentido cuando somos nosotros mismos los que nos ofrecemos juntamente con Jesucristo al Padre en el Ofertorio, con nuestros problemas, nuestras limitaciones, nuestras enfermedades y dolores, nuestras oraciones y sacrificios, nuestros esfuerzos cotidianos por vivir honradamente, honestamente, y dar una imagen, lo más aproximada posible, de lo que debe ser la vida de un cristiano. Pío XII decía: ‘Es preciso que (los fieles) se inmolen a sí mismos como hostias…y deseosos de asemejarse a Jesucristo, que sufrió tan acervos dolores, se ofrezcan como hostia espiritual con el mismo Sumo Sacerdote y por medio de Él mismo’. (Encíclica Mediator Dei, nº 25)

En el mes de abril, ya del año pasado, concretamente los domingos 11 y 25 de abril, ya escribí algo sobre la Santa Misa y la Eucaristía titulándolos ‘El Amor de los Amores’ y Jesucristo Eucaristía’, pero es que este es un tema, como cualquiera que haga referencia a Dios, inagotable. A ellos les remito si así lo desean.

En cierta ocasión le preguntaron al Padre Pío (hoy San Pío de Pietrelcina) sobre los beneficios que recibimos al asistir a la Santa Misa. No se pierdan la respuesta: ‘No se pueden contar. Los veréis en el Paraíso. Cuando asistas a la Santa Misa, renueva tu Fe y medita en la Víctima que se inmola por ti a la Divina Justicia, para aplacarla y hacerla propicia. No te alejes del altar sin derramar lágrimas de dolor y de amor a Jesús, crucificado por tu salvación. La Virgen Dolorosa te acompañará y será tu dulce inspiración’. No tiene desperdicio. Seguramente conocerán ustedes, incluso mejor que yo, cómo eran las Eucaristías que celebraba, por lo que cuando dice esto, tiene conocimiento de causa para hacerlo. Con este pensamiento les dejo.


Que La Santísima Trinidad y la Virgen de Cotoca nos bendigan

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