sábado, 12 de diciembre de 2009

Madre y Virgen

Aunque una persona esté firmemente convencida de sus creencias, hay momentos en que éstas se ponen a prueba. Y no sabemos por qué, pero es así.

El lunes 7 de diciembre hacíamos planes mi esposa y yo para visitar esa tarde un sacerdote amigo nuestro que estaba hospitalizado y trabajábamos con la posibilidad de celebrar la Vigilia de la Inmaculada con unos amigos.

Así las cosas nos distribuimos el trabajo de la mañana. A las trece horas suena el teléfono móvil mío cuando estaba haciendo unas compras y era la Policía. Me avisaba que mi esposa había sido arrollada por un coche que no respetó el paso de peatones por el que ella circulaba.

Pueden figurarse mi estado de ánimo en cuanto a preocupación, pero tenía una rara sensación de serenidad. Tomé inmediatamente mi automóvil y dirigiéndome al lugar del suceso (justo frente a la puerta de nuestro domicilio), me vino a la cabeza una jaculatoria que le dirijo muchas veces a la Virgen: ‘Mira que te he elegido como Madre mía y Defensora’. Y a ella encomendé a mi esposa.

No les voy a cansar con el calvario que pasé cuando al preguntarle no nos conocía a nuestros hijos ni a mí, pero lo peor fue cuando estando mi cara a unos centímetros de la suya, me dijo que me notaba con el tacto pero que no veía nada. Todo era oscuridad. Fue un trago muy amargo. Recordé desesperadamente al ciego Bartimeo: ‘¡Hijo de David, Jesús, ten compasión de mí!’. (Mc. 10, 47). Solamente que yo dije ‘ten compasión de ella’. Dentro de mi impotencia me sentía con una gran paz, pues como dice San Pablo ‘Sé en quién he puesto mi confianza’. (2 Tim, 1, 12).

Después de todas las peripecias, el diagnóstico: un fenomenal corte en la parte de atrás de la cabeza (quince puntos de sutura), doble fractura de cráneo y un hematoma interno que había que esperar a ver cómo evolucionaba. Si era absorbido por ella misma, iría bien, si no…habría que operar.


¿Por qué les cuento todo esto? Pues pienso que dentro de todo está la actuación de una Señora llamada María, que en un momento clave de la Historia de nuestra querida Humanidad, recibió el encargo de ser nuestra Madre. Y las madres, cuando ven a uno de sus hijos en apuros, lo dejan todo y van en su auxilio. No en vano estábamos en la víspera de celebrar su Inmaculada Concepción.

Luego, momentos de soledad, tristeza, preocupación y…oración. Pedí que le administrasen el Sacramento de la Unción, cosa que se hizo el mismo día 8 de diciembre y luego empezó a funcionar la Comunión de los Santos. Conventos de Religiosas Carmelitas Descalzas en oración por ella, sacerdotes amigos que ofrecían Eucaristías por su restablecimiento, amigos en constante oración a diario, la solidaridad de conocidos y vecinos que afloraba como suave tallo primaveral…y Dios y la Virgen trabajando en silencio.

Que María fuese predestinada desde la misma Eternidad para recibir en sus entrañas purísimas al mismo Hijo de Dios, todos lo tenemos claro, pero a mí se me antojaba que a través de Ella se estaba realizando una nueva creación por medio de la oración de la Iglesia fundada por su Hijo, para que a mi esposa le llegase la sanación. Ignoro si digo una barbaridad, pero es lo que yo sentía dentro de una paz y una profunda e ilimitada fe en mi Señor y en mi Madre, que no fallan.

Sí. Realmente la Virgen hace posible que sigamos nuestro personal camino hacia el Creador. Ella es la que da sentido real a la proyección de las mujeres en las familias, en la sociedad, porque es el faro, la estrella que nos guía hacia un más allá en el que todos anhelamos estar. ‘Bendita verdaderamente la Virgen, que posee junto con la belleza de la virginidad, la dignidad de Madre’ (Pedro Crisólogo).

Siempre se ha dicho que María es un signo de esperanza para cada uno de nosotros y para toda la comunidad de la Iglesia. Y para mí fue ese signo cuando oí que mi esposa, el día diez, pronunciaba mi nombre con claridad reconociendo mi presencia junto a ella. Era la Fe que se manifestaba. Era la Maternidad de la Virgen que respondía. Era el amor a sus hijos dolientes el que respondía a la llamada hecha desde la angustia y la esperanza. Era la cercanía de Jesucristo a través de la Madre como en Caná de Galilea.

Me hubiese podido tocar a mí, en cuyo caso hubiese estado una temporada sin publicar entrada alguna en el blog, o acaso ya no hubiese publicado nada más por haber partido al Infinito de la Eternidad junto al Padre, pero ¿por qué a mi esposa? Es una de las primeras cosas con las que interrogué a Dios: ‘¿Qué nos quieres comunicar a través de este suceso? ¿Qué nos deseas enseñar? ¿Qué esperas de nosotros?

Ahora es cuando cobra un especial sentido para mí el Salmo 23(22)

Aunque ande en valle tenebroso,
no temeré mal alguno, porque Tú estarás conmigo;
tu vara y tu cayado me infundirán aliento.


Alabados sean Jesucristo y su Madre Inmaculada.

No hay comentarios: