domingo, 3 de octubre de 2010

Bienaventurados los pobres, porque suyo es el Reino de los cielos

No sé, ni creo que nadie lo sepa, si Jesucristo volviera hoy a vivir en nuestra sociedad, cómo proclamaría las enseñanzas que encierran las Bienaventuranzas. Ni tampoco cómo ni dónde lo haría.

Probablemente las proclamaría exactamente igual que lo hizo y con idéntico sentido y proyección, e incluso al mismo tipo de personas, porque el mensaje sigue siendo el mismo. Pero hoy acaso nos podríamos encontrar que también tendría una fuerte contestación por parte de los poderosos de nuestro tiempo.

Hoy a todos se nos educa para que tengamos una profesión, un trabajo digno en el que ganemos dinero, cuanto más, mejor, y los valores éticos y cristianos en los que se educaron nuestros abuelos e intentaron transmitir a hijos y nietos, carecen hoy de valor para muchísima gente por desgracia, si bien siempre hay grupos, más o menos pequeños, que educan en el ‘saber ser’ y en el ‘saber estar’ en vez de en el ‘vivir para tener’.

Pero lo que sí me da la impresión es que cuando Jesús empezase a extender este tipo de mensaje se le vería como una persona rara que no está en su sano juicio, porque parece que esos son los parámetros de los que ‘van de listos por la vida’.

¿Cómo lo verían las personas de su tiempo, en el siglo I? A juzgar por las personas que le seguían y escuchaban (‘Y le seguió mucha gente de Galilea, de la Decápolis, Jerusalén, Judea y del otro lado del Jordán’ (Mt. 4, 25) ; ‘Se reunió en torno a Él mucha gente, tanta que subió a una barca y se sentó, quedando las muchedumbres sobre la playa’ (Mt. 13, 2) ‘Se le acercó mucha gente trayendo cojos, ciegos, sordos, mancos y otros muchos enfermos; los pusieron a sus pies, y Jesús los curó’. (Mt. 15:30), parece ser que a todos les traía una gran esperanza a su existencia.

Y no se dirigía a las élites sociales y a los poderosos de la época, no porque su mensaje no fuese también para ellos, sino porque estaban muy bien instalados en sus bienes y en su adineramiento y toda esa ‘demagogia’ les resbalaba. Estaban muy seguros de sí mismos.

Lo cierto es, pienso yo, que todos tenemos claro que hay necesidad de alimentarnos, vestirnos y cubrir unas mínimas necesidades personales y familiares. Es decir, necesitamos el dinero y éste lo debemos conseguir mediante nuestra profesión, trabajo u ocupación, PERO teniendo en cuenta dos cosas:

a) Que no nos esclavice. Es el dinero el que debe estar a nuestro servicio y no nosotros al servicio del dinero. Debemos saber emplearlo según nuestra conciencia. Que no nos domine el afán de VIVIR PARA TENER dinero.

b) Desde nuestra profesión o trabajo debemos proyectarnos a la Iglesia en la cual vivimos y a la pertenecemos y a nuestros semejantes, teniendo en cuenta que Dios nos ha plantado en el huerto donde estamos para florecer y fructificar haciendo presente el Reino de Dios para que Él obtenga ‘réditos’ a través de los talentos que nos ha regalado cuando nacimos a su vida a través del Bautismo. Y si para eso fuese necesario dedicar una parte de nuestro salario, sería una hermosa manera de compartir lo que tenemos. En este sentido recuerdo que había Cursillos de Cristiandad en los que alguna persona no disponía de dinero para abonar su manutención esos días por la causa que fuere, y el Equipo nos ‘rascábamos los bolsillos’ para cubrir su parte, sin que esa persona lo supiera. Y quien dice eso, dice también las numerosas personas que aportan donativos anónimos a necesidades de Cáritas, de las Parroquias o de Organizaciones diocesanas, por ejemplo.

Necesitamos ser libres en nuestro interior ante los bienes materiales que tenemos, teniendo un espíritu de pobreza para usarlo con quien nos rodea.

¿Por qué digo esto? Pienso, y me parece que ustedes estarán de acuerdo conmigo, que no podemos remediar todas las necesidades de personas que sufren la pobreza, y en ese caso hay que plantearse qué sentido tiene la palabra ‘pobre’ cuando Jesús la emplea en el monte.


Gustave Doré

Las personas que componían su auditorio tenían también unas profesiones, las propias de su época: pescadores, mercaderes, agricultores, ganaderos, si bien no como se ejercen en la actualidad. Es posible que hubiese algún pobre de solemnidad, pero acaso no muchos.
Pedro y Andrés fueron pescadores. Lo mismo Santiago y Juan que estaban con su padre Zebedeo. (Mt. 4, 18-22). Y lo dejaron TODO: seguridades, familia, trabajo, comodidad en el hogar,…para seguir al Maestro.

Decía anteriormente qué sentido dio Jesús a la palabra ‘pobre’. Veamos. ¿Recuerdan los ‘anawin’? En lengua aramea significa: ‘hombre pobre, cuya única riqueza es tener a Dios. Que cree radicalmente en Él y, teniéndolo en su ser, le basta para sobrevivir’.

Histórica y socialmente el pueblo hebreo estaba oprimido por Roma que imponía sus normas y leyes en todos los lugares que conquistaba. Israel no era ninguna excepción. Esto provocaba diversos sentimientos de odio, desprecio y rebeldía contra ellos.

Los ‘anawin’ formaban un grupo, como un resto, cuya existencia se fundamentaba, como dice la definición arriba escrita, en la esperanza en Yavé, en la misericordia y compasión que tendría con su pueblo. Esos eran los pobres de espíritu. Por supuesto carecían de condecoraciones, influencias o prestigio sociales ni honores de clase alguna. Pero sí tenían algo infinitamente superior: su fe y esperanza inquebrantables en su Dios. Y eso no tenía ni tiene precio. Está por encima de todo y de todos.

Ellos eran los humildes a los que Isaías se refería al decir: ‘Dios juzgará en justicia al pobre y en equidad a los humildes de la tierra’. (Is. 11, 4).


La Palabra de Dios recoge en diversas citas a los pobres, pero personalmente me enternecen los gritos y súplicas que dirigen a Yavé, y que en mi oración personal con los Salmos me han enseñado muchas cosas a pesar de los milenios transcurridos: ‘Inclina, Yavé, tus oídos y óyeme, porque estoy afligido y soy menesteroso. Guarda mi alma ya que soy tu devoto; salva, Dios mío, a tu siervo, que en Ti confía’. (Sal. 86, 1-2). ¿Qué me dicen de estos ‘pobres’ ¿Realmente lo son? ¿O son riquísimos a los ojos de Dios? Es como para descubrirse ante ellos y aprender de ellos. No en vano les dijo Jesús que ‘de ellos es el Reino de los cielos’. (Mt. 5, 3). Y nosotros, ¿no es a eso a lo que aspiramos? Realmente es un magnífico desafío para nuestra existencia en el siglo XXI, en medio de nuestras dificultades y problemas, tener esas actitudes y ser los ‘anawin’ de hoy, quizá también siendo otro ‘pequeño resto’.

Es difícil, ya lo sé, pero hay que nadar contra corriente. La Iglesia está perseguida de forma descarada en algunos lugares y en otros de forma taimada, vil y rastrera. Pero nuestra respuesta está en la humildad de los ‘anawin’, pero con la fortaleza que nos da el Espíritu que mueve a la Iglesia y con la sensatez, firmeza y coraje que el seguimiento del Evangelio requiere.

A estos acosadores y difamadores que desprecian el mensaje de Jesús y a Jesús mismo, se les podría aplicar lo que dice el profeta Amós: ‘Escuchad esto los que aplastáis al pobre y querríais exterminar de la tierra a los infelices’. (Am. 8, 4).

Echando una ojeada a la Historia se puede comprobar que por mucho progreso y bienestar social que haya en las naciones, siempre habrá pobres necesitados de algo o de mucho, indigentes con una vida hecha pedazos por la circunstancia que fuere y miles de casos que surgen a diario. (Y digo yo: Si Cáritas internacional, nacional, del país que sea, diocesana y local escribiera los casos que atiende, ‘creo que este mundo no podría contener los libros’. (Jn. 21, 25). ¿Tengo razón? La respuesta la dejo a su criterio.

Pero lo importante es que siempre estemos atentos a remediar esas necesidades y transmitiendo a la vez una esperanza en el Dios del Amor, que es lo que realmente nos mandó Jesucristo en su despedida: ‘Un mandamiento nuevo os doy: que os améis unos a otros COMO yo os he amado’. (Jn. 13, 34-35).

Es el mismo Dios quien nos ha dado el mejor ejemplo de pobreza naciendo en un humilde y maloliente establo en Belén de Judá y admitiendo como sus primeros adoradores, aunque ellos no supieran el alcance de la realidad que estaban viviendo, a los pastores del lugar, los más pobres en la escala social de la época.

El profeta Sofonías NOS dice (porque salvando el enorme montón de siglos es totalmente válido para nosotros): ‘Buscad a Yavé los pobres de la tierra. Dejaré en medio de ti un resto, un pueblo pobre y modesto que esperará en el nombre de Yavé’. (Sof. 2, 3 y 3, 12).

Y para cerrar esta entrada, deseo dedicarla a la persona pobre por excelencia, al perfecto ‘anawin’ a quien debemos todo el género humano muchísimas cosas, aunque algunos sean ‘miopes’ para verloo reconocerlo. Pero ahí está la gran realidad: LA VIRGEN, MADRE DE JESUCRISTO, gracias a la cual, a su SI puesto en manos del Padre, de Yavé, de quien todo lo esperaba, nos vino la Redención: ‘He aquí la sierva del Señor; hágase en mí, según tu palabra’. (Lc. 1, 38). O sea, seguía la voluntad del Todopoderoso con una Fe ciega puesta en Él. Es más.



JOSÉ DE RIBERA

¿Recuerdan el Magníficat? Parémonos, aunque sea brevemente, a mirar, admirar y meditar lo que esta MUJER (así, con mayúsculas, honra de todas las mujeres) responde al saludo de Isabel: ‘…porque ha mirado la humildad de su sierva…Su misericordia se derrama de generación en generación sobre los que le temen. Derribó a los potentados de sus tronos y ensalzó a los humildes’. (Lc. 1, 46-56).

Analicemos: a) humildad. Es pobre de espíritu. b) ‘Tiene misericordia sobre los que le temen’. Es una característica propia de los ‘anawin’. No sé si me equivocaré o no, pero me da la impresión de que el Magníficat podría ser el himno oficial de los ‘anawin’, de los que confían en Dios, de los que se saben sin fuerzas y se entregan a la Santísima Trinidad para que ‘haga cosas grandes en ellos’. (Lc. 1, 49).

Esa es María, la llena de Gracia.
Esa es nuestra Madre por expreso deseo de Jesús desde la Redención en la Cruz.
Esa es nuestra Madre por aceptación personal de cada uno de nosotros desde la libertad con la que el Creador nos ha adornado.
Esa es la Madre a la que nos entregamos en cuerpo y alma para que nos conduzca al Padre, según le pedimos en el Ave María: ‘Ruega por nosotros, pecadores, AHORA y EN LA HORA DE NUESTRA MUERTE’.



Que Jesucristo Redentor y Nuestra Señora de Guanajuato nos bendigan y ayuden siempre en nuestras necesidades.

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