domingo, 12 de diciembre de 2010

El belén y la Navidad


Discúlpenme, pero no he podido evitarlo. Siento debilidad y afecto entrañable por este belén que un amigo, natural de ese país, me regaló con una gran ilusión. Me gustó tanto que todos los años es el único belén que pongo en mi hogar. Y deseo compartir con todos ustedes esta pequeña (o gran) satisfacción. Por eso he puesto su fotografía en el encabezamiento. ¿Por qué? Por dos razones. Una, porque es el símbolo de una gran y verdadera amistad que todavía perdura, aunque ya no vivamos en la misma localidad. Otra, porque simboliza, al menos para mí, la universalidad del nacimiento del Niño-Dios, que se hace hombre como nosotros y participar en todo lo concerniente a un ser humano, excepto en el pecado.

¿Por qué hablar del belén? Pues por la innegable relación que tiene con la Navidad. Si no, que se lo digan a estos vecinos míos que viven todo el año pensando en el montaje de su belén, en el que participa toda su familia, tanto en el montaje como en la confección de las piezas. Ya lo ven en la fotografía.

Es cierto que durante esas fechas se piensa en regalos, vacaciones, reuniones con la familia,…Pero básicamente es para conmemorar el nacimiento de Jesús de Nazaret. Él debe ser el gran invitado y protagonista en todos los hogares cristianos y en la sociedad (¿qué sentido tendrían, si no, las iluminaciones de las calles con alumbrados especiales y motivos navideños?), pero en muchos casos, y por desgracia, es el gran ausente.

Cuando en 1223 San Francisco de Asís reunió a los vecinos de Greccio para celebrar la Misa de la medianoche alrededor de unas figuras de barro representando personajes del nacimiento de Jesús, hechas tal vez por él mismo, (fue el primer belén de la Historia) no se podía imaginar el sentido tan dispar que iba a tener la Navidad en el transcurso de los siglos.

Leyenda de San Francisco en Greccio.-Giotto

Fue en el siglo IV cuando el Papa Julio I concertó que esta fiesta comenzara el 25 de diciembre y culminara el 6 de enero, pero es en el siglo VIII cuando ya empezó a celebrarse con solemnidad litúrgica.

Esto, que podríamos llamar datos históricos, nos dan pie para adentrarnos en algunos de los personajes y elementos que intervienen en el belén, precisamente porque fueron de alguna manera protagonistas secundarios o terciarios en este acontecimiento de una u otra manera.

Es habitual que el Niño aparezca acostado en un pesebre. San Francisco lo incorporó a modo de cuna, simbolizando la pobreza y humildad del establo en el que nació el Rey de Reyes.

San Mateo es el único que cita la estrella de Belén que guió a los Magos hasta el Niño. ‘¿Dónde está el rey de los judíos que acaba de nacer? Porque hemos visto su estrella al oriente y venimos a dorarle’. (Mt. 2, 2). De ella se han elaborado varias hipótesis: podría ser la luz brillante del planeta Venus, el cometa Halley, una supernova,…Sea lo que fuere, poco importa el fenómeno físico. Lo importante es lo que realmente supuso para esos personajes, que dejándolo todo fueron a buscarle.

Los reyes Magos ante Herodes y Adoración de los Magos. Salterio de Ingeburga de Dinamarca. S. XII

En cuanto a los Magos debemos entender que con esa palabra se hacía referencia a ‘sabios’ en la cultura de aquella época. Por lo que dice San Mateo podríamos deducir que serían lo que hoy llamaríamos astrónomos, astrólogos, pero no teniendo nada que ver con el concepto de ‘magia’ que tenemos hoy.

La Biblia no hace referencia a su número pero sí refiere que hicieron a Jesús tres presentes: oro, incienso y mirra. Acaso por eso se pueda suponer que eran tres, pero la realidad, al menos yo, se desconoce. En la catedral de Colonia, en Alemania, se conserva un relicario con sus hipotéticos restos.

San Lucas hace referencia a unos pastores ‘que moraban en el campo y estaban velando las vigilias de la noche sobre su rebaño’. (Lc.2, 8). Para la sociedad de la época eran considerados como transgresores de la Ley, ya que al estar permanentemente en el campo no podían asistir a los ritos del Templo. Además, también eran considerados como ladrones. Obviamente, eran pobres. Personalmente me atrevería a decir que eran paupérrimos.

Y es a ellos, precisamente a ellos, a los que Dios por medio de sus ángeles envía el mensaje de su nacimiento. ‘Os anuncio una gran alegría, que es para todo el pueblo: Os ha nacido hoy un Salvador, que es el Cristo Señor, en la ciudad de David. Esto tendréis por señal: encontraréis al Niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre.’ (Lc. 2, 10-12). Es el gran contraste con los Magos de oriente. Ahí ya empieza a verse que Dios ha nacido para todos los seres humanos sin distinción de raza, cultura ni nada que se le parezca. Tengan la condición social que fuere. ‘Al instante se juntó con el ángel una multitud del ejército celestial diciendo: Gloria a Dios en las alturas y paz en la tierra a los hombres de buena voluntad’. (Lc. 2, 13-14). Impresionante. ¿Cómo sería ese momento que presenciaron los pastores? ¿Cómo estarían ellos en ese preciso momento?

No sé si los pastores se dieron cuenta de lo que realmente esta pasando allí, pero lo cierto es que ‘se volvieron glorificando y alabando a Dios por lo que habían visto y oído’. (Lc. 2, 20). Es una buena ocasión para intentar meternos en la piel de uno de ellos y meditar qué sentiríamos nosotros ante semejante mensaje que, entre otras cosas, también se nos dirá nuevamente a nosotros, como cada año en estas fechas. Este tipo de meditaciones siempre puede servir para una renovación personal. A estos personajes he dedicado mi última entrada en mi otro blog de Arte, que pueden ver abriendo el enlace del blog ‘El Logos en el arte Universal’.

A partir de estos hechos más o menos conocidos por nosotros, vamos a aterrizar en el año 2010 y analizar la Navidad de hoy, o al menos a intentarlo, partiendo del hecho de que esta festividad ha ido evolucionando a través de los siglos. Mientras la Iglesia ha mantenido su fidelidad a la esencia de esta fiesta, celebrando el acontecimiento universal del nacimiento del Emmanuel, la sociedad ha ido variando su significado paulatinamente hasta llegar a nuestros días en que a pesar de las luces de los escaparates, de la iluminación especial de las calles y de las músicas de los villancicos, el auténtico Protagonista no está presente en el ambiente.

Para el comercio, grande o pequeño, es una ocasión extraordinaria para multiplicar sus ventas. El auténtico protagonista es el consumo. Los anuncios publicitarios en escaparates o la TV van creando unas falsas necesidades para comprar y consumir. La comida, la bebida, los regalos son un reclamo para vender más.

¿Significa esto que es malo el comercio o que no se debe hacer compras? ¡No, por favor! Ni mucho menos, si nos atenemos a centrar nuestro análisis cotidiano sobre la base de nuestro cristianismo. Podemos dedicarle todo el tiempo necesario a comprar lo que necesitemos y hacer los regalos que creamos, siempre que no nos aparte de lo fundamental de nuestra religiosidad y del verdadero motivo de la Navidad que es el nacimiento del Salvador.

En este caso deberíamos plantearnos: Si celebramos el cumpleaños de Jesús, ¿qué le puedo regalar? Obviamente, nada material. Un regalo de esa envergadura supone una meditación en nosotros mismos a ver qué podemos modificar en nuestras conductas diarias para que la Navidad sea los trescientos sesenta y cinco días del año. Eso podría ser un buen regalo para Él, ¿no creen?

Se trata de no dejarnos arrastrar por el ambiente consumista y tener claro que mi ser, mi persona, mis criterios, están por encima de de los criterios ajenos. Es saber ser señor de mí mismo.

¿Qué decir de la Navidad en familia? Es la época que se reúnen los miembros de las familias. Los niños, alma de la fiesta, lo enredan todo. Los adultos, que en ocasiones no se veían desde mucho tiempo atrás se juntan alrededor de una mesa con menús algo extraordinarios. Sin querer, la nostalgia hacia los que un tiempo compartían la mesa y se marcharon ya con el Padre, hace acto de presencia.

Sí. El belén tiene una presencia especial. Los niños y los mayores aúnan esfuerzos para su montaje y la figura del Niño Dios, La Virgen y San José ocupan el protagonismo que les corresponde. El belén, que ya tiene gente que desea hacerlo desaparecer de escuelas y lugares públicos, en la familia tiene mucho que ver con la educación cristiana de los pequeños. Y nosotros somos quienes debemos educarlos en esos valores cristianos y sociales que tenemos y que siempre podemos mejorar.

Pero ante la multiplicidad de significados de la Navidad, según hemos visto, los cristianos debemos preguntarnos el sentido cristiano que tiene, incluso fuera de estas fechas tan señaladas. Su celebración exige una voluntad de vivirla a la luz de la fe en un clima de serenidad, de paz, de recogimiento, de cercanía, de desprendimiento, de amor,… que no supone en modo alguno eliminar la alegría, porque el mensaje de lo que celebramos es la Alegría misma.

Litúrgicamente la Navidad pone el acento en las raíces del ‘Dios-con-nosotros’, cercano a los pastores y a los sabios, a los limpios de corazón pero alejado totalmente de los dominadores, de los prepotentes, de los altaneros,…porque así lo quieren ellos, porque ese Niño también nació para ellos.

Ese acontecimiento celebra el parto real, con dolor, de María, inmerso en su virginidad de la que no pierde un solo ápice, en medio de testigos pobres y de alabanzas celestiales.

La Navidad cristiana se centra en la encarnación del Salvador, Hijo de Dios y Dios por Sí mismo, en su compasión por esta Humanidad que camina a la deriva en tanto se aleja de Él, en identificación plena con los sencillos, en la plenitud de su amor por todos. Él es el centro de la Navidad. Él es el leit motiv de la Historia.

Para nosotros, la Navidad es cercanía y adoración del Niño, opción por los pobres, memoria de la solidaridad, apelación de fraternidad, liberación y paz interior, porque nos descubre quién es realmente el Niño nacido y la buena noticia que ha venido a traer al mundo, portavoz de Dios que luego nos transmitirá cuál es la voluntad del Padre y nos descubrirá Su deseo de que lo tengamos como Padre de todos.

De ahí que veamos los dos mensajes que este hecho lleva inherentes: el primero es la presentación de la humanidad de Jesús, el misterio de Dios que desea hacerse una persona como nosotros y participar de todo lo nuestro. Excepto en el pecado, claro está. El segundo mensaje que se deduce es la divinización de la persona humana en virtud de la fecundidad de la Virgen a ‘la sombra del Altísimo’, lo cual es un motivo para enorgullecernos por lo que eso supone.

Esta Nueva Alianza de Dios con nosotros no es ley ni contrato alguno, sino un compromiso gratuito y personal por su parte que se nos da desde su gratuidad y su Amor.


NIÑO JESÚS DE PRAGA

Este Hecho nos debe llevan a profundizar, además de con el Misterio, con la respuesta con la que debemos corresponder. A plantearnos unos interrogantes que nos conduzcan a un análisis personal, hondo, de nuestra raíz cristiana, cuya base se encuentra en este Nacimiento. Que nos lleve al planteamiento de lo que supone que participemos de la vida de Jesús como sacerdotes, profetas y reyes, por razón de nuestro Bautismo.

Porque si hay alguna cosa que la Navidad NO ES, pienso yo, es el almibaramiento, la beatería o la superficialidad e intrascendencia con que algunos cristianos la viven. No podemos ir a adorar al Niño con la cabeza torcida pensando en lo bonita que está la imagen que el sacerdote nos pone delante para que depositemos un beso en sus pies. Pienso que eso, que está bien en sí mismo por lo que significa, sería excesivamente infantil y superficial si nos quedamos solamente con lo de ese momento.

Si la sociedad en la que nos está tocando vivir se está descristianizando, acaso sea por nuestra tibieza, por nuestra comodidad, por nuestra falta de garra para presentar el Mensaje desde nuestra vida, por no saber leer los signos de estos tiempos o por no saber dar una respuesta con nuestro propio testimonio y convencimiento de lo que somos, sentimos y creemos, porque somos absolutamente responsables de los talentos que Dios ha depositado en nosotros para actuar Él a través de nosotros, eligiéndonos como sus instrumentos.

La Iglesia ha puesto este tiempo litúrgico como invitación a contemplar y asimilar el Misterio de la Encarnación de Dios a través de una Mujer Virgen. Y esto es lo que debe impulsar nuestro compromiso con el que luego dará su vida por todos, y que la propia Iglesia también pondrá un tiempo litúrgico para profundizar en ese sacrificio del que ahora va a nacer. Esta es la hora en que la santidad de Dios irrumpe en el mundo y en nuestra propia historia, con la que contribuimos a escribir algún párrafo o página de la Historia de la Iglesia.

Sólo hace falta que nos sintamos ‘anauin’, pobres de Yavé, los sencillos del nuevo pueblo de Dios, como los pastores de Belén. Y reanudar diariamente nuestro camino de búsqueda de este Niño a través de su mensaje, con muchos siglos de funcionamiento, pero siempre vivo y actual. Y no nos preocupemos porque Él siempre se deja encontrar por quien lo busca con honradez y rectitud de corazón, porque esta constante búsqueda es la necesidad más profunda del alma humana.

Nuestra fe y adoración exigen un compromiso y testimonio cristianos que se manifiesten en nuestros hechos cotidianos. De ahí que la Navidad no deba ser para nosotros solamente el 25 de diciembre, sino todos los días del año. Que este Nacimiento se realice a diario en nuestro lugar de trabajo, en la familia, en los momentos de ocio y diversión. Vivir con Él, por Él y para Él. Haciendo las cosas así es como tendrá sentido la Navidad del 25 de diciembre, como un brindis especial por ese Niño en un determinado momento del año rodeado de una alegría desbordante.

VIRGEN DEL PARTO.-PIERO DELLA FRANCESCA.-RENACIMIENTO

¿Somos cristianos realmente comprometidos con Jesús y su mensaje o solamente somos unos cristianos pasados por el agua del Bautismo como un mero formulismo sin pena ni gloria? ‘Vino a los suyos y los suyos no le recibieron’ dice San Juan. (Jn. 1, 11). Pero lo realmente magnífico que nos debe impulsar a recibirlo con los brazos abiertos, con todas las consecuencias, es lo que sigue: ‘Pero a cuantos lo recibieron, a todos aquellos que creen en su nombre, les dio poder para ser hijos de Dios’. (Jn. 1, 12).


Que el Niño Jesús nacido en Belén y Nuestra Señora de Guadalupe nos bendigan y nos den felicidad y Paz en Navidad y durante toda nuestra vida.

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