domingo, 31 de octubre de 2010

Bienaventurados los misericordiosos, porque alcanzarán misericordia.





He estado meditando antes de ponerme a escribir sobre esta Bienaventuranza, porque si hay algo de lo que estamos ciertos los cristianos es de la misericordia de Dios con quien se reconoce pecador y, honradamente, reconociendo sus faltas se vuelve hacia Él. Pero también es cierto, y de esto no solemos acordarnos tantas veces, es de su justicia.

¿Y cómo podría exponer todo esto? Porque, como en anteriores ocasiones, me vienen muchas ideas de golpe y necesito ponerlas en orden. Vamos allá.

Una de las cosas de las que primero me acordé, es de este fragmento de Isaías. Dice Dios: ‘Aunque vuestros pecados fuesen como la grana, quedarían blancos como la nieve’. (Is. 1, 18). Ya partimos de que la voluntad de Dios, como decía al comienzo, está inclinada al perdón, por grandes que sean nuestros pecados. Realmente, quien puede perdonar es Él y para eso envió a su Hijo, el cual, además de predicar el Reino y la voluntad de Dios con la humanidad, llevó a cabo la Redención para beneficiarnos de la amistad divina. En ese sentido, San Pablo lo llama ‘Padre de las misericordias y Dios de todo consuelo’ (II Cor, 1, 3).

Personalmente me gusta fundamentar mis exposiciones y argumentos en las Sagradas Escrituras. No en vano es la Palabra creadora de todo. San Juan ya nos lo dice al principio de su Evangelio: ‘Al principio era la Palabra, y la Palabra estaba en Dios, y la Palabra era Dios… Vino a los suyos y los suyos no le recibieron…’ (Jn. 1, 1-12). Y, sinceramente, me parece que nosotros sí que la recibimos. Ahora y en cualquier momento, porque la Palabra siempre es actual. Veintiún siglos desde aquel Gólgota así lo avalan. Y si contamos los del A.T….

Y siguiendo con esta idea, anoto lo que dice el salmista: ‘Levanta del polvo al pobre y alza del estiércol al desvalido, dándole asiento entre los príncipes, entre los príncipes de su pueblo’ (Sal. 113 (V. 112), 7-8). Fijémonos que Dios no tiene en cuenta nuestra condición de ser nada en comparación con Él, sino que nos creó ‘para Él’, como dijo San Agustín.

Todas las manifestaciones de la inclinación de Dios a la misericordia contenidas en el Antiguo Testamento, Jesús las actualiza a lo largo de sus tres años de vida pública con una genial pedagogía contenida en las parábolas, pero en la expresión de ‘yo no he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores’ (Mt. 9, 13), está contenida la acción misericordiosa de Dios, de la que tantas veces hizo patente nuestro Salvador: la samaritana, la adúltera, Zaqueo, el mismo Mateo, etc.

Pero hay una idea que me asalta la mente. Cuando hacemos referencia a los pecadores, ¿no nos dará la impresión de que lo contenido en el Evangelio pasó en aquel tiempo y que ahora no tiene tanta actualidad? Porque a juzgar por los elementos de juicio que personalmente tengo, que se dan en los ambientes en los que me desenvuelvo, ‘eso’ del pecado ya no está de moda. Está desfasado o ya no existe. Pero miren ustedes.

Cundo nos estamos encontrando con gente que promociona la droga y destruye nuestros jóvenes, cuando con la insidiosa pretensión de ‘educar’ a nuestros niños (aunque parezca mentira, desde los seis u ocho años) se les roba la inocencia enseñándoles a TODO en algunas aulas, cuando se mata a criaturas inocentes en el vientre materno, cuando se pierde el valor de la vida y se asesina fríamente a un semejante nuestro, cuando se dan enriquecimientos ilícitos y un larguísimo etcétera que va en contra del Decálogo en pleno y fomenta los siete pecados capitales, si no existe pecado ¿a dónde vamos a parar?

Si el Libro de los Proverbios nos dice que ‘el justo aunque peque siete veces al día, otras siete se levante’ (Prov, 24, 16), lo que nos está indicando es que estamos predispuestos al pecado porque nuestra naturaleza humana está inclinada al mismo y, por tanto, aunque llevemos una vida de entrega y tengamos una voluntad de vivir la Gracia, siempre habrá alguna falta, por pequeña que sea, que nos impida la perfección a la queremos llegar.

Pero Dios siempre estará a nuestro lado para darnos ese perdón, aun sabiendo que volveremos a caer. Ese es el sentido que Jesús le da a la respuesta a Pedro cuando éste le pregunta hasta cuántas veces hemos de perdonar: ‘Hasta setenta veces siete’ (Mt. 18, 22), es decir, siempre.

Bartolomé Esteban Murillo

Permítanme que comparta con ustedes una vivencia muy especial. En 1966 hice mi Cursillo de Cristiandad. Cuando oí en la Capilla la meditación de la parábola del hijo pródigo, la dejé transcurrir tranquilamente. ¡Si ya la conocía! Pero luego me vino el palo. Al final de la parábola, se expuso el ‘más allá’ de la actitud del padre. Y ahí se despertó toda mi atención ante el comentario del sacerdote que la exponía: ‘El padre le perdonó, le puso el anillo y mató el ternero cebado, PERO SABÍA QUE SE VOLVERÍA A MARCHAR. Y cuando lo hizo, volvió a esperarlo para volver a perdonarlo. Y esa es la actitud con nosotros del Padre Dios. Nos recibe, nos abraza en el Sacramento de la Reconciliación y realiza en el cielo el festín correspondiente por el pecador arrepentido que vuelve ‘a casa’, y está preparado para un nuevo festín cuando volvamos a caer y a levantarnos para volver al Padre’. Está claro que estas palabras no son textuales, pero sí la idea, el mensaje que encierran.

Les aseguro que esa noche no dormí. Era un descubrimiento de Dios en el que no había caído en la cuenta. Era la comprensión clara de que Dos está muy por encima de actitudes intelectuales y que el amor que siente por nosotros va más allá, infinitamente más allá, de lo que nos podamos imaginar. Y aquello me hizo mucho bien en mi interior. Jamás he podido olvidar esa meditación porque me hacía ver las entrañas de misericordia de Dios hacia todos nosotros. Porque lo importante, volviendo al Libro de los Proverbios, es que si 'el justo, aunque peca siete veces, se levanta otras tantas’, estamos ante la actitud correcta de confianza absoluta con el Padre.

Hasta ahora he intentado exponer, con toda idea, la intención misericordiosa de Dios con nosotros, y basado en esta actitud divina, intentar ‘aterrizar’ en nuestra realidad e ir viendo el sentido de la Bienaventuranza que nos ocupa.

El mandamiento de amarnos unos a otros como Él nos amó, abarca a TODOS, tanto a los que nos ofenden como a los que no lo hacen. Y hay ocasiones (quizá demasiadas) en que nos cuesta perdonar. Y eso entra dentro de nuestra naturaleza. No obstante, como cristianos comprometidos con el Maestro, tenemos obligación de estar en comunión con Él y aprender de Él que perdonó a los que le crucificaban. Y cuando perdonemos a quien nos pueda ofender, acaso estemos dando un gran paso para facilitarle el reconocimiento de su error y su enmienda.

Eso pongámoslo en manos de Dios. Nosotros pongamos de nuestra parte cuanto podamos y luego no pretendamos colgar de nuestro cuello la ‘medalla’ de ningún mérito, porque quien realmente lo tiene es quien dio su Sangre por todos. En definitiva, es intentar ponernos nosotros dentro del ‘pellejo’ de quien nos ofendió y pensar si fuésemos nosotros los que estuviésemos en esa situación, qué nos gustaría que hiciesen con nosotros.


¿Recuerdan la parábola del rey que perdonó a un siervo suyo y éste no quiso perdonar a un compañero de trabajo que le debía un suma ínfima? (Mt. 18, 23-35) No es necesario escribirla, pero sí que me detengo en el final que le da Jesús: ‘Así hará con vosotros mi Padre celestial si no perdonare cada uno a su hermano de todo corazón’. Sinceramente. Es preferible que el Maestro nos diga ‘bienaventurado eres por tu misericordia’ a que nos eche en cara la dureza de nuestro corazón, ¿no creen?

Perdonando las ofensas, además de hacer realidad lo que rezamos en el Padre Nuestro, estamos haciendo realidad el contenido de esta Bienaventuranza. Y alcanzar la Misericordia del Señor, es un objetivo que debemos intentar, ya que facilidades por Su parte no nos van a faltar. Además, vivir el perdón es participar también el perdón de Dios a todos, porque es Padre de TODOS.

Les dejo con estos pensamientos sobre la misericordia.


¡Oh, hombre! ¿Cómo te atreves a pedir si tú te resistes a dar? Quien desee alcanzar misericordia en el cielo debe él practicarla en este mundo. Y por esto, ya que todos deseamos la misericordia, actuemos de manera que ella llegue a ser nuestro abogado en este mundo, para que nos libre después en el futuro. Hay en el cielo una misericordia, a la cual se llega a través de la misericordia terrena. (San Cesáreo de Arlés. Sermón 25).

Todo aquel que por amor se compadece de cualquier miseria ajena se enriquece, no solo con la virtud de su buena voluntad, sino también con el don de la paz. (San León Magno. Sermón 6 sobre la Cuaresma).

No hay mayor misericordia que otorgar el perdón a quien nos ha ofendido. (Santo Tomás. Sobre la Caridad).


Que nuestro Salvador y Señor y Nossa Senhora Aparecida nos bendigan y protejan.

domingo, 24 de octubre de 2010

Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán hartos.



¡Vamos! ¡Qué barbaridad! ¡En este mundo ya no hay justicia ni nada que se le parezca!


Sinceramente. ¿Cuántas veces hemos dicho o pensado alguna frase parecida a las anteriores, al conocer cualquier hecho que nos ha parecido manifiestamente injusto en cualquier campo o aspecto de nuestra sociedad? O en cualquier círculo cercano a nosotros…

Ustedes, no lo sé. Pero puedo asegurarles que a mí sí que se me ha ‘escapado’ alguna vez algo de lo dicho en el encabezamiento y, además, acompañado de fuerte indignación más la correspondiente impotencia.

Cuando en España se aprobó la ley que favorece el aborto, fue uno de esos momentos. Muchísima gente nos movimos para ver si se podía evitar, pero ¡qué va! Desgraciadamente siguió adelante.


Y quien habla de este caso, se puede hablar de otros muchos de esa magnitud y también menores. Es cuando nuestra propia impotencia nos conduce a la oración, a hablar con Dios con indignación incluida ante los hechos presenciados, presentarle nuestras dudas, nuestro deseo, casi incontrolado, de preguntarle ‘por qué’, nuestras impotencias y, desde ellas, el deseo de emular a los Hijos del Trueno: ‘Señor, ¿quieres que digamos que baje fuego del cielo y los consuma?’ (Lc. 9,54). (Afortunadamente también tenemos la respuesta de Jesús: ‘Volviéndose, los reprendió’).

Dios sabe lo que hace. Y lo que permite. Y también sabe por qué. Y es que ‘Mis pensamientos no son vuestros pensamientos, dice Yavé’ (Is. 55, 8-9). Y hemos de confiar en Él. En definitiva, todo nace, de una forma más o menos consciente, de ese deseo íntimo y visceral que todos tenemos del brillo de la justicia con todo su esplendor. Entonces nos ponemos a caminar por el sendero de esta Bienaventuranza: ‘Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque serán saciados’.

Y de la misma manera que Jesús se valía de las parábolas para que sus oyentes comprendieran mejor el mensaje que quería transmitir (y aun así todavía tenía que explicarla después a los apóstoles), también aquí usa una metáfora para hacerse comprender del contenido de esta Bienaventuranza.

Es evidente que no se refiere aquí al ‘hambre y sed’ de alimento y bebida físicos. No tiene sentido. Pero sí se acoge al ‘deseo’ de comer, de alimentarnos, que todos tenemos para subsistir físicamente, para que ‘entendamos’ mejor lo que desea decirnos a las personas de todos los tiempos.

No pocas veces pienso que la Palabra tiene una continuidad y actualidad permanente y hasta me atrevo a pensar que ustedes estarán de acuerdo conmigo. No en vano es Dios su autor real. Y en este sentido parece que la primera explicación (o de las primeras) del fondo de la Bienaventuranza ya lo da el profeta Amós: ‘Vienen días, dice Yavé, en que mandaré yo sobre la tierra hambre y sed, no hambre de pan ni sed de agua, sino de oír la palabra de Yavé’. (Am. 8, 11).

También el salmista nos echa un apunte en este sentido cuando expone su aclamación: ‘Dios, tú eres mi Dios, a ti te busco solícito. Sedienta está mi alma de ti, mi carne te desea, como tierra árida, sedienta, sin agua’. (Sal. 63, 2).

En este sentido de ‘hambre’ espiritual debemos encaminar nuestro sentido vital, además del sentido de la ‘otra’ justicia que también citaré. Ahora estoy poniendo la base sobre la que debe sustentarse para nosotros, cristianos, la justicia social, la justicia material.

Los cristianos debemos ir a tope en todo y sin reservas. Jesús no las tuvo. Se dio todo. Y esa es la razón de que no debamos tener un cristianismo mediocre, de ‘cumplo’ y ‘miento’. La mediocridad es el camino fácil de los cristianos tibios. A ese tipo de seguidores de Cristo, Él les habla muy claro: ‘Porque eres tibio y no eres caliente ni frío, estoy para vomitarte de mi boca’. (Ap. 3, 15-16).

ÚLTIMA CENA.-GIOTTO

El cristiano comprometido con el Evangelio, con Cristo en definitiva, siempre debe encontrar un ‘más allá’, una posibilidad de perfeccionarse, de ‘rizar el rizo’. Por eso el Maestro perfeccionó la Ley antigua con las Bienaventuranzas y, especialmente, con el Mandamiento nuevo: ‘Un mandamiento nuevo os doy: que os améis unos a otros como yo os he amado. En eso conocerán todos que sois mis discípulos’. (Jn. 13, 34-35).


Amando y sirviendo a los demás estamos practicando esta Bienaventuranza y nuestra justicia sed acerca a nuestros semejantes mucho más que la de los escribas y fariseos. Si vuestra justicia no supera la de los escribas y fariseos, no entraréis en el reino de los cielos’ (Mt. 5, 20).

No. No seamos mediocres. Lancémonos al infinito. Seguro que nos encontraremos con Quien puede lanzarnos siempre más arriba, sin límites de clase alguna. Él mirará más el amor que nos mueve a darnos que los dones que tengamos que siempre nos pueden limitar. Dejémosle actuar a través de nosotros.


Y no temamos. No estamos solos. ‘Yo soy el pan de vida; el que viene a mí, y el que cree en mí, jamás tendrá sed’. (Jn. 6, 35). Y más adelante sigue diciendo: ‘Si alguno tiene sed, venga a mí y beba’. (Jn, 7, 37).

Me parece que ninguno de nosotros somos bichos raros que pululamos vagamente por el éter. Al contrario. Los pies solemos tenerlos firmes en el suelo viendo la realidad que nos rodea y procurando practicar una justicia nacida de la voluntad del Redentor, como colaboradores, amigos y discípulos suyos. Y aun con riesgo de que me digan ustedes que soy pesado, lo vuelvo a decir de nuevo: A Él lo tenemos a nuestro alcance a través de la oración y los Sacramentos, especialmente en la Eucaristía.

Con el primero con quien debemos ser justos es con Jesucristo, sabiendo responderle con nuestras actitudes en la vida. Démosle, como decimos en las Eucaristías, ‘gloria a Dios en el cielo’ transmitiendo paz y alegría a nuestro alrededor, aunque interiormente la carcoma de de nuestros problemas, de las enfermedades o de las dificultades que tengamos nos estén royendo. Luego pongámoslo en sus manos para que Él, santificándolo todo, nos devuelva el ciento por uno. (Y generalmente, muchísimo más).

Siendo así los cristianos, con una altura de miras muy por encima de la mediocridad de la que debemos huir, será más fácil practicar la justicia. Como siempre, la Palabra nos marcará pautas a través de sus escritos, por parte de los Profetas o de quien fuere. Así, Ezequiel nos dice: ‘El que no oprima a nadie y devuelva al deudor su deuda, y no robe y dé pan al hambriento y vestido al desnudo; no dé a logro ni reciba a usura, retraiga su mano del mal y haga juicio de verdad entre hombre y hombre…ese es justo, dice Yavé’. (Ez. 18, 7-9). No me negarán que no tiene desperdicio.

‘Bueno, (podría pensar alguien), pero pertenece al Antiguo Testamento. Ahora estamos en el Nuevo Testamento’. Bien, pues…apunten: ‘Mirad. El jornal de los obreros que segaron vuestros campos y ha sido retenido por vosotros está clamando y los gritos de los segadores están llegando a oídos del Señor todopoderoso’. (Sant. 5, 4). ¿Qué tal? Ahora hay que leer entre líneas, porque podemos no tener campo o asalariados, pero tenemos vecinos, amigos, compañeros, familia,…a los que no podemos ‘defraudar’ en nuestro trato ni en nuestras convicciones.

Siempre debemos tener a nuestro Salvador en el punto de mira de nuestras acciones. Y si no atendemos a nuestros prójimos en la medida de nuestras posibilidades (no solamente en las económicas, que en ocasiones son las menos importantes) no seremos ‘justos’, porque la ‘justicia’ para el cristiano es esa fraternidad con los semejantes que tiene su origen en Dios, que es Padre de todos.

Me viene a la memoria este fragmento de San Lucas: ‘Dijo también esta parábola a algunos que confiaban mucho en sí mismos teniéndose por justos y despreciaban a los demás’. (Lc.18, 9-14). Y a continuación puso a su consideración las actitudes del fariseo y el publicano, haciendo su oración en el templo.

Me pregunto si esos ‘algunos’ que se crían ‘justos’ necesitaban a Dios para algo, porque parece ser, por lo que dice el fariseo en su oración, que se consideraba ‘perfecto’ con todo lo que hacía. ¿Pretendía ponerse una ‘medalla’ ante Yavé? Me temo que estaba total y absolutamente equivocado con su autosuficiencia y su falsa seguridad en sus actos, ya que parece que está rozando la soberbia. La ‘justicia’ no va por ahí. Es Jesús quien justifica al publicano por su humildad, reconociéndose nada ni nadie. Solamente se encomienda a Dios.

JAMES TISSOT.-SIGLO XIX

Pienso que si llevamos a efecto esta Bienaventuranza, lo mismo que las otras siete, de la misma forma que con el Evangelio, exactamente lo mismo que conformar a Dios en nuestro interior, iremos camino de la santidad. Claro está que no me refiero a que nos pongan en un altar. Es cierto que ahí hay santos, pero lo son por haber vivido y practicado el Evangelio, acaso en grado heroico, en su existencia. Me refiero a esos otros ‘santos’: los que día a día llevan a Dios en su corazón, en su vida, en su familia, en su profesión, llevando también la Gracia divina como equipaje en este viaje que todos estamos haciendo en el planeta que nos ha tocado vivir y transformar.

Acaso mueran en el anonimato, pero Jesús los conoce y los recibe como nos cuenta Mateo: ‘Venid benditos de mi Padre, tomad posesión del Reino preparado para vosotros desde la creación del mundo’. (Mt. 25, 34).


Que Dios, Uno y Trino y Nuestra Señora la Virgen de la Consolación de Táriba nos bendigan a nosotros y a nuestras familias.

domingo, 17 de octubre de 2010

Bienaventurados los que lloran porque serán consolados


Parece que cuando leemos eso de ‘los que lloran’ nos vamos encaminando a pensar en dolor, tristezas, desgracias, y otras ‘lindezas’ por el estilo. Pero que, además, nos digan que quien así está es ‘bienaventurado’ o ‘dichoso’, parece que sea una hipérbole desproporcionada. Y sin embargo, no es así.

Si Jesucristo fue capaz de anunciar de esa forma esta Bienaventuranza, es porque hay un mensaje contenido en su interior en el que hay que profundizar. No nos quedemos en la corteza, en las apariencias. Entremos y descubramos qué hay en su interior.

De verdad les digo que no me imagino a Jesús de Nazaret como una persona seria, hierática como nos lo presentan en el arte Románico, que solamente era trascendente e incapaz de tener sentido del humor. No. Pienso que no. Al contrario. Ciertamente veo en Él su trascendencia, veo su seriedad cuando había que estar así, especialmente cuando se dirigía a los fariseos, a los doctores de la Ley que querían cazarlo en sus trampas dialécticas, pero ¿y con sus amigos?

Les aseguro que también lo veo gastando bromas a Pedro y a los otros once en la intimidad de sus diálogos. Es cierto que el Evangelio no nos cuenta nada en ese sentido, pero es que el Evangelio nació para transmitir las ‘enseñanzas’ del Maestro, su mensaje, su estilo de vida,…y nada más.

Pero que fuera alegre… ¡Pero si Dios es la fuente de la alegría! ¿Cómo no iba a ser alegre siendo la Segunda Persona del Dios Trinitario hecho hombre? Dios es la alegría misma. Por eso hay que profundizar en el espíritu de la Bienaventuranza.

En Belén, el Ángel ya les dice a los pastores: ‘Os anuncio una gran alegría que es para todo el pueblo: os ha nacido un Salvador’. (Lc. 2, 10). Y ese mismo Salvador, cuando comienza su vida pública y comienzan las primeras críticas sobre el ayuno, compara su misión con un ágape: ‘¿Pueden acaso ayunar los invitados a la boda mientras el novio está con ellos? Mientras el novio está con ellos, no tiene sentido que ayunen’. (Mc. 2, 19).

¿Recuerdan cuando llamó a Mateo a seguirle? Asistió a la cena de despedida que éste ofreció a sus amigos para despedirse de ellos por una parte, y por otra, presentarles al Maestro. (Mt. 9, 9-13).

Una persona que dice: ‘Dejad que los niños vengan a mí y no se lo impidáis, porque de los que son como ellos es el Reino de Dios’. (Mc. 10, 14), y que jugaría y reiría con ellos disfrutando de su inocencia, es que tiene una alegría interior que la desborda con esas criaturas.

Por otra parte, San Pablo nos dice en su carta a los Filipenses: ‘Estad siempre alegres en el Señor; os lo repito, estad alegres’. (Fil. 4, 4). Recuerdo incluso que, siendo adolescente, iba a ‘ayudar al sacerdote’ (así lo decíamos) en la Eucaristía dominical, y después de la señal de la Cruz, el sacerdote decía ‘Introibo ad altare Dei’. Y yo respondía ‘Ad Deum qui laetificat juventútem meam’. O sea, ‘Me acercaré al altar de Dios’. Y al responder ‘al Dios que es mi gozo y mi alegría’, realmente estábamos diciendo que la alegría debía ser el estandarte que los cristianos debemos mantener a pesar de todas las dificultades que podamos tener. Precisamente porque la fuente de ella es el mismo Dios.

Dando un paso más, recordamos el gesto de Jesús en Naín. Yendo con sus discípulos y mucha gente se tropezó con el entierro de un muchacho cuya madre, viuda, quedaba totalmente desamparada. Y esto sí que lo dice el Evangelio: ‘El Señor, al verla, se compadeció de ella y le dijo: No llores. Y acercándose, tocó el féretro. Los que lo llevaban se pararon. Entonces dijo: Muchacho, a ti te digo: levántate. El muerto se incorporó y se puso a hablar; y Jesús se lo entregó a su madre’. (Lc. 7, 11-17). Esa madre trocó su llanto en consuelo y gozo al ver nuevamente a su hijo junto a ella. ¿Podemos imaginar la locura alegre de esa madre? ¿Podemos imaginar la sonrisa de Jesús cuando le entregó a su hijo? ¿Podemos imaginar un poquito el significado de esta Bienaventuranza?

Cuando Jesús dijo que ‘ellos serán consolados’, no lo dijo por hacer una frase bonita. Es que realmente el consuelo de nuestros sufrimientos viene de Él que también experimentó la tristeza, por ejemplo, cuando le comunicaron que su amigo Lázaro había muerto. Allí se dirigió y cuando vio llorar a María, hermana del fallecido, así como a otros judíos amigos de la familia, se emocionó y pidió que le llevaran donde estaba enterrado. ‘Entonces Jesús rompió a llorar’. (Jn. 11, 1-44).


JOUVENET

Sí, así es. Dios sabe llorar. Dios sabe compartir el sufrimiento humano. Dios sabe solidarizarse con todos nosotros y traernos una esperanza. Es el consuelo divino de un Dios que no está en la estratosfera, lejano a nuestras necesidades, sino tremendamente cercano. Tanto, que es capaz de habitar en el interior de cada uno. En la Eucaristía, por ejemplo.

Las lágrimas de los que sufren, física, psíquica o moralmente, son especialmente fecundas. Sé de enfermos que ofrecen sus oraciones, dolores y sufrimientos especialmente por sacerdotes concretos o en general por todos ellos, así como por las vocaciones. Pero me da la impresión de que el dolor seguirá siendo siempre un misterio que el ser humano no será capaz de descubrir en toda su extensión y significado.


Andrea Mantegna

¿Qué podemos decir del mismo Jesús en Getsemaní? Sufrió lo humanamente indecible ante la Pasión que sabía que ya llegaba. Sabía que había nacido para eso, pero sufrió hasta el extremo de sudar sangre según nos cuenta el Evangelio, pero ¿no lloraría, acaso de un terror que le llevó a pedir al Padre que le librase de ese cáliz? No lo podemos saber, pero conocemos la ternura y asistencia del Padre que le mandó un Ángel a confortarlo. A Él se le podría aplicar esta Bienaventuranza: Bienaventurados los que lloran porque serán consolados. Y esa fue la misión del Ángel. (Lc. 22, 39-44).


Pieter Coecke Van Aelst

Sí. Era preciso que padeciese para llevar a efecto la Redención y así nos lo cuenta el mismo Jesús camino de Emaús, explicándoselo a los discípulos que allí se encaminaban: ‘¿No era preciso que el Mesías padeciese esto y entrase en su gloria?’. (Lc. 24, 13-35). Desde este prisma, y como destinatarios de la Redención, ¡qué importan los sufrimientos, nuestras lágrimas, si nos sirven para solidarizarnos con la Pasión de Jesús! Es San Pablo nuevamente quien nos da la razón de ser de lo que estoy escribiendo: ‘Ahora me alegro de mis padecimientos por vosotros y suplo en mi carne lo que falta a las tribulaciones de Cristo por su cuerpo, que es la Iglesia’. (Col. 1, 24).

Sin embargo no me resisto a comentar también un fragmento de esta Bienaventuranza, pero desde San Lucas, porque me ha llamado la atención, desde siempre, un enfoque muy claro que le da, pero que necesita también una pequeña aclaración, desde mi prisma personal, pero siempre pensando en estar en línea con la Iglesia. Dice: ‘Pero ¡Ay de vosotros que ahora reís, porque gemiréis y lloraréis!’ (Lc. 6, 25).


Bueno. Acabamos de hablar de la alegría. Dios es alegre y nosotros debemos serlo también. ¿Entonces? ¿Qué nos quiere decir? Entiendo que esta expresión nada tiene que ver con el tipo de alegría que hemos comentado. Es otro tipo de ‘alegría’, pienso yo. Me parece que se refiere a esas risas o sonrisas falsas, hipócritas, que algunos van regalando a sus semejantes envolviendo una cruel burla, una crítica solapada con la peor de las intenciones. Yo mismo he sido objeto de ese tipo de risas cuando en el colegio me negué a retirar los crucifijos de las aulas en atención al 96% del alumnado que daba clases de Religión Católica. Pero, miren ustedes. En este sentido me acojo a lo que dice el Eclesiastés: ‘Como crepitar de espinos bajo la olla, así es la risa del necio; también esto es vanidad’. (Eclesiastés 7, 6).

¿Hablamos de las risas de los pederastas que juegan con la inocencia infantil? ¿Y de las risas de los que practican o favorecen el aborto, o se burlan de las cosas más sagradas de nuestra Religión? ¿Y de los que usan y abusan de las personas en las modernas formas de esclavitud en el siglo XXI? Ellos solos se construyen su propia perdición, como nos cuenta el Evangelio en la parábola del todopoderoso epulón que ignoraba al pobre Lázaro y sus mínimas necesidades. (Lucas 16, 19-31). Solamente que hoy, Jesucristo les da un rayo de esperanza, si lo quieren aceptar, mediante el arrepentimiento, el cambio de actitud en su vida y el reencuentro con el Padre a través del Sacramento de la Reconciliación. Quien se acercaba con fe a Jesús, y de eso el Evangelio está lleno de casos, siempre los despedía totalmente llenos. Las expresiones ‘Tu fe te ha salvado’, ‘Vete en paz. Tus pecados te son perdonados’ o ‘Vete y no peques más’, son más que suficientes para enjugar las lágrimas de un pecador arrepentido.

San Pablo nos vuelve a decir: ‘Bendito sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, Padre misericordioso y Dios de todo consuelo. Él es el que nos conforta en todas nuestras tribulaciones, para que podamos ser capaces de consolar a los que están atribulados, con el consuelo con que nosotros mismos somos consolados por Dios.’ (2Cor. 1, 3-4). Y, desgraciadamente, hay demasiada gente en tribulación. Y nosotros podemos ser los elementos de los que Dios se vale para enjugar sus lágrimas, pues ‘si un miembro sufre, todos los miembros sufren con él’. (1 Cor. 12, 26).

Es necesario superar las dificultades a pesar de los bocados que nos dan en el cuerpo o en el alma. Y la alegría, la sana alegría que brota de un corazón rebosante de Dios y de la Virgen, contribuya a crear optimismo a nuestro alrededor y, de esa forma, contagiarla y compartirla. Jesús nos dijo: ‘Mi paz os dejo. Mi paz os doy’. (Jn. 14, 27). ¿No estamos acostumbrados a darla en las celebraciones eucarísticas? Pues hagamos lo mismo en la calle, en el trabajo o dondequiera que estemos. Vale la pena.

Para finalizar lo hago con esta expresión que le decimos a la Madre en esa preciosa oración que es la Salve: ‘A ti suspiramos, gimiendo y llorando en este valle de lágrimas’. Encomendemos nuestras ‘lágrimas’ de todo tipo a su poderosa intercesión.


Que nuestro Redentor y Nuestra Señora del Pilar nos bendigan y acojan nuestras penas y sufrimientos para transformarlos en el gozo y alegría que proporciona el Amor.

domingo, 10 de octubre de 2010

Bienaventurados los mansos, porque poseerán la tierra.

Nunca lo he podido evitar. En ocasiones es más fuerte que yo. Siempre he sido un rebelde ante situaciones o personas que no hacían las cosas correctamente, según mis propios criterios, e intentaba hacérselo ver. Y en ocasiones me venía el palo de donde menos lo esperaba y, tras él, la lección correspondiente. ¡Qué le vamos a hacer! En la vida hay ocasiones en las que se aprende a garrotazos. Afortunadamente había otras muchas ocasiones en las que acertaba aplicando un diálogo constructivo a través del cual se llegaba a solucionar algunas cosillas.

Y algo de eso me pasó con esta Bienaventuranza cuando empecé a conocerla y estudiarla en el Bachillerato, cuando tenía alrededor de trece años. ‘Bienaventurados los mansos…’. Y yo me quedé con la letra, no con el espíritu de la letra. Asocié el ser ‘manso’ con ser un ‘borrego’ que tenía que ir por donde me dijeran los demás sin tener un criterio o juicio propio.

Después, con el paso de los años, estudios superiores, cursos bíblicos diversos y mi compromiso personal conmigo mismo de profundizar en el conocimiento de la Palabra, y la acción del Espíritu Santo en mi formación continuada y permanente (a veces he pensado en la infinita paciencia que ha tenido y tiene conmigo), han contribuido a tener unas ideas bastantes más claras de las cosas. Y he ido descubriendo cosas, algunas de las cuales voy a reflejar en estas líneas.

Me fui dando cuenta que ser ‘manso’ no significaba en modo alguno ser fofo, blandengue o abúlico, sino tener una seguridad personal, una firmeza de carácter, una serenidad y dominio de sí mismo, que se aproximaba muchísimo al concepto de ‘persona’ que yo defendía y que me habían enseñado a ser en mi niñez, especialmente mi abuelo, y con el que fui creciendo.

Después fui descubriendo la personalidad de Jesucristo, el Hombre por excelencia, al que procuré imitar, si bien me faltaba mucho (y me sigue faltando) para ser como Él desea que seamos. No en vano nos legó este mandato que es un auténtico reto para cada uno de nosotros: ‘Sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto’. (Mt.5, 48). Está claro que jamás seremos así, pero tenemos el deber de alcanzar el máximo nivel posible dentro de nuestras posibilidades. ¿No es así?

La ‘mansedumbre’ evangélica pienso que se refiere a tener un carácter firme, coherente con el evangelio que intentamos vivir. Jesús nos dice a través de San Juan: ‘No se turbe vuestro corazón’. (Jn. 14, 1, 27). Incluso San Lucas nos dice otra expresión del Maestro: ‘Por vuestra paciencia salvaréis vuestras almas’. (Lc. 21,19).


CARAVAGGIO

En un mundo como el que nos ha tocado vivir, donde la fuerza parece ser la razón más convincente, el Evangelio nos presenta un Jesucristo que, aun con el coraje que demostró con los mercaderes del Templo, (Jn. 2, 13-16) nos presenta la otra cara de la moneda: ‘Aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón’. (Mt. 11, 29). Y con el Evangelio en la mano podemos comprobar que Jesús no tenía nada de blando. Al contrario, tenía una firmeza de carácter que impresionaba: ‘Se maravillaban de su doctrina, pues la enseñaba como quien tiene autoridad, y no como los escribas’. (Mc. 1, 22). En el pasaje de la expulsión de los mercaderes del Templo, Jesús manifiesta lo que podríamos llamar una indignación legítima: ‘…y haciendo de cuerdas un azote, los arrojó a todos del templo, con las ovejas y los bueyes, derramó el dinero de los cambistas y derribó las mesas; y a los que vendía palomas les dijo: Quitad de ahí todo eso y no hagáis de la casa de mi Padre casa de contratación’. (Jn. 2, 15-16). Lo cual nos recuerda lo que dice el salmista: ‘Porque me consume el celo de tu casa’. (Salmo 69 (V.68), 10)

Pero no nos engañemos. Eso no significa en modo alguno que demos rienda suelta a los enfados (que pueden ser legítimos en algunos casos) que desemboquen en la ira o en violencia del tipo que fuere, que jamás estará en la línea evangélica. Los cristianos debemos mantener ese autodominio personal que nos conduzca a ser señores de nosotros mismos y desde ese autocontrol, ser lámparas que alumbren vidas ajenas y que a través de nuestra conducta vean a Dios.

Sin embargo en ocasiones surge una rabia sorda, íntima, radical incluso, cuando se oyen en la televisión o se leen en los periódicos del día, hechos que hielan la sangre: violencia doméstica, malos tratos, pornografía infantil, asesinatos (abortos, de bebés por sus propios padres, padres y madres muertos por sus hijos,… etc), violaciones y una lista desgraciadamente demasiado larga. ¿Comprenden ustedes que haya rabia, cólera, indignación, impotencia y todo lo que quieran ante semejantes hechos? Es muy difícil, si no imposible, mantenerse sereno pensando en el horroroso sufrimiento de las personas que reciben y padecen esas desgracias. No se puede permanecer impasible ante las personas causantes de estos actos.

Luego viene la serenidad y la rabia e indignación se truecan en oración por esas personas, por esas víctimas, cuyo sufrimiento podremos imaginar.

Pero también pienso que el sentido de ‘manso’ está referido a esa capacidad que presumiblemente todos tenemos, de aguantar los infortunios que pueden surgir cada día, los imprevistos o malas noticia que pueden surgir en algún momento, los trabajos que en ocasiones debemos hacer sin gustarnos,... con ausencia total de ira, violencia mental o cualquier reacción adversa. O sea, con serena naturalidad.

Es saber dirigirnos a las personas que nos rodean con afabilidad, dulzura sin almibaramientos tontos, con exquisita educación y normalidad, para transmitir paz, que para nosotros los cristianos hay que procurar que sea la que Jesús nos dio, la suya, y así acercarlo a Él a los demás sabiéndonos instrumentos de Dios y sus testigos.

Y aún existe otro tema que tiene su importancia en esta Bienaventuranza: ‘Porque ellos poseerán la tierra’. Es el premio que Jesús ofrece a los mansos, pero ¿a qué tierra se refiere?

Insisto en que no soy un erudito en Sagradas Escrituras, pero me apasionan y son mi meditación frecuente. Y hay pasajes en los que he buceado un poquito en ellos y aunque de todos he sacado alguna enseñanza, algunos han sido para mí especialmente beneficiosos. Otros, me han marcado profundamente.

Benvenuto Tisi call -Garofalo- c. 1510-1520

Uno de los que más me calaron fue el final del Evangelio de Marcos. Era un momento intenso para todos los apóstoles porque sabían que era llegado el momento de la separación definitiva en este mundo. Ahora les tocaba a ellos continuar la labor de su Amigo y Maestro. Aquellos ojos, aquellos oídos, debían estar atentos al menor gesto, a la palabra más insignificante, para no olvidarlo y tenerlo presente en su mente y en su corazón. Y lo que les dijo tal vez les pudo romper todas las expectativas de lo que ellos esperaban: ‘Id por todo el mundo y proclamad la buena noticia a toda criatura. El que crea y se bautice, se salvará; pero el que no crea, se condenará’. (Mc. 16, 15-16). Debían conquistar el mundo, la tierra, con el Evangelio y las armas que les dejó que no eran otras más que el Amor, el sacrificio, la entrega sin condiciones, la oración y ese largo etcétera que la Historia de la Iglesia nos ha ido mostrando y que no pocas veces ha sido escrita con la sangre de sus mártires.

Y esa tarea no fue fácil. Y para nosotros tampoco lo es. ‘Os envío como ovejas en medio de lobos. Sed, pues, prudentes como las serpientes y sencillos como las palomas’. (Mt. 10, 16). Es nuestro deber continuar la labor evangelizadora que emprendieron los primeros apóstoles en nuestro siglo XXI a través de las Parroquias, de organizaciones eclesiales, de prensa, poblicaciones diversas, radio, televisión, internet y de cuantos medios modernos ponga la tecnología a nuestro alcance. Pero siempre en contacto con Jesús a través de nuestra oración pidiéndole que su Espíritu nos ilumine en esta permanente misión.

Ellos debían poseer esta tierra en la que nosotros vivimos ahora y nosotros también la debemos poseer, pero no para tenerla de forma definitiva. Eso no serviría de nada puesto que a todos nos llegará el momento de morir y presentarnos ante Jesús, el Padre y el Espíritu. No. Sería para que a través de esta tierra nos ganemos la auténtica Tierra: el Reino de Dios, donde ‘se enjugará toda lágrima de sus ojos y no habrá más muerte, ni luto, ni clamor, ni pena, porque el primer mundo ha desaparecido’. (Ap. 21, 4).

Ya no habrá llanto porque TODO será consuelo, luz, paz, gloria y, por supuesto, posesión del mismo Dios en una adoración perfecta, infinita, plena,…

Arriesguémonos y veamos, con los ojos del corazón, de la Fe, de la Esperanza y del Amor, lo que Juan vio: ‘Vi un cielo nuevo y una tierra nueva. Habían desaparecido el primer cielo y la primera tierra y el mar ya no existía. Vi también bajar del cielo, de junto a Dios, a la ciudad santa, la nueva Jerusalén, ataviada como una novia que se adorna para su esposo. Y oí una voz potente, salida del trono, que decía: -Esta es la tienda de campaña que Dios ha montado para los hombres. Habitará con ellos; ellos serán su pueblo y Dios mismo estará con ellos’. (Ap. 21, 1-3). ¿Vale la pena? ¿Nos arriesgamos a colaborar con el Creador a construir esa ‘Nueva Jerusalén'? Vamos a ponerlo a nuestro albedrío y en las manos del Salvador que siempre espera una respuesta de cada uno de nosotros.



Que Él y la Virgen de la Puerta de Otuzco nos bendigan y ayuden en nuestra labor participativa de la Evangelización.

domingo, 3 de octubre de 2010

Bienaventurados los pobres, porque suyo es el Reino de los cielos

No sé, ni creo que nadie lo sepa, si Jesucristo volviera hoy a vivir en nuestra sociedad, cómo proclamaría las enseñanzas que encierran las Bienaventuranzas. Ni tampoco cómo ni dónde lo haría.

Probablemente las proclamaría exactamente igual que lo hizo y con idéntico sentido y proyección, e incluso al mismo tipo de personas, porque el mensaje sigue siendo el mismo. Pero hoy acaso nos podríamos encontrar que también tendría una fuerte contestación por parte de los poderosos de nuestro tiempo.

Hoy a todos se nos educa para que tengamos una profesión, un trabajo digno en el que ganemos dinero, cuanto más, mejor, y los valores éticos y cristianos en los que se educaron nuestros abuelos e intentaron transmitir a hijos y nietos, carecen hoy de valor para muchísima gente por desgracia, si bien siempre hay grupos, más o menos pequeños, que educan en el ‘saber ser’ y en el ‘saber estar’ en vez de en el ‘vivir para tener’.

Pero lo que sí me da la impresión es que cuando Jesús empezase a extender este tipo de mensaje se le vería como una persona rara que no está en su sano juicio, porque parece que esos son los parámetros de los que ‘van de listos por la vida’.

¿Cómo lo verían las personas de su tiempo, en el siglo I? A juzgar por las personas que le seguían y escuchaban (‘Y le seguió mucha gente de Galilea, de la Decápolis, Jerusalén, Judea y del otro lado del Jordán’ (Mt. 4, 25) ; ‘Se reunió en torno a Él mucha gente, tanta que subió a una barca y se sentó, quedando las muchedumbres sobre la playa’ (Mt. 13, 2) ‘Se le acercó mucha gente trayendo cojos, ciegos, sordos, mancos y otros muchos enfermos; los pusieron a sus pies, y Jesús los curó’. (Mt. 15:30), parece ser que a todos les traía una gran esperanza a su existencia.

Y no se dirigía a las élites sociales y a los poderosos de la época, no porque su mensaje no fuese también para ellos, sino porque estaban muy bien instalados en sus bienes y en su adineramiento y toda esa ‘demagogia’ les resbalaba. Estaban muy seguros de sí mismos.

Lo cierto es, pienso yo, que todos tenemos claro que hay necesidad de alimentarnos, vestirnos y cubrir unas mínimas necesidades personales y familiares. Es decir, necesitamos el dinero y éste lo debemos conseguir mediante nuestra profesión, trabajo u ocupación, PERO teniendo en cuenta dos cosas:

a) Que no nos esclavice. Es el dinero el que debe estar a nuestro servicio y no nosotros al servicio del dinero. Debemos saber emplearlo según nuestra conciencia. Que no nos domine el afán de VIVIR PARA TENER dinero.

b) Desde nuestra profesión o trabajo debemos proyectarnos a la Iglesia en la cual vivimos y a la pertenecemos y a nuestros semejantes, teniendo en cuenta que Dios nos ha plantado en el huerto donde estamos para florecer y fructificar haciendo presente el Reino de Dios para que Él obtenga ‘réditos’ a través de los talentos que nos ha regalado cuando nacimos a su vida a través del Bautismo. Y si para eso fuese necesario dedicar una parte de nuestro salario, sería una hermosa manera de compartir lo que tenemos. En este sentido recuerdo que había Cursillos de Cristiandad en los que alguna persona no disponía de dinero para abonar su manutención esos días por la causa que fuere, y el Equipo nos ‘rascábamos los bolsillos’ para cubrir su parte, sin que esa persona lo supiera. Y quien dice eso, dice también las numerosas personas que aportan donativos anónimos a necesidades de Cáritas, de las Parroquias o de Organizaciones diocesanas, por ejemplo.

Necesitamos ser libres en nuestro interior ante los bienes materiales que tenemos, teniendo un espíritu de pobreza para usarlo con quien nos rodea.

¿Por qué digo esto? Pienso, y me parece que ustedes estarán de acuerdo conmigo, que no podemos remediar todas las necesidades de personas que sufren la pobreza, y en ese caso hay que plantearse qué sentido tiene la palabra ‘pobre’ cuando Jesús la emplea en el monte.


Gustave Doré

Las personas que componían su auditorio tenían también unas profesiones, las propias de su época: pescadores, mercaderes, agricultores, ganaderos, si bien no como se ejercen en la actualidad. Es posible que hubiese algún pobre de solemnidad, pero acaso no muchos.
Pedro y Andrés fueron pescadores. Lo mismo Santiago y Juan que estaban con su padre Zebedeo. (Mt. 4, 18-22). Y lo dejaron TODO: seguridades, familia, trabajo, comodidad en el hogar,…para seguir al Maestro.

Decía anteriormente qué sentido dio Jesús a la palabra ‘pobre’. Veamos. ¿Recuerdan los ‘anawin’? En lengua aramea significa: ‘hombre pobre, cuya única riqueza es tener a Dios. Que cree radicalmente en Él y, teniéndolo en su ser, le basta para sobrevivir’.

Histórica y socialmente el pueblo hebreo estaba oprimido por Roma que imponía sus normas y leyes en todos los lugares que conquistaba. Israel no era ninguna excepción. Esto provocaba diversos sentimientos de odio, desprecio y rebeldía contra ellos.

Los ‘anawin’ formaban un grupo, como un resto, cuya existencia se fundamentaba, como dice la definición arriba escrita, en la esperanza en Yavé, en la misericordia y compasión que tendría con su pueblo. Esos eran los pobres de espíritu. Por supuesto carecían de condecoraciones, influencias o prestigio sociales ni honores de clase alguna. Pero sí tenían algo infinitamente superior: su fe y esperanza inquebrantables en su Dios. Y eso no tenía ni tiene precio. Está por encima de todo y de todos.

Ellos eran los humildes a los que Isaías se refería al decir: ‘Dios juzgará en justicia al pobre y en equidad a los humildes de la tierra’. (Is. 11, 4).


La Palabra de Dios recoge en diversas citas a los pobres, pero personalmente me enternecen los gritos y súplicas que dirigen a Yavé, y que en mi oración personal con los Salmos me han enseñado muchas cosas a pesar de los milenios transcurridos: ‘Inclina, Yavé, tus oídos y óyeme, porque estoy afligido y soy menesteroso. Guarda mi alma ya que soy tu devoto; salva, Dios mío, a tu siervo, que en Ti confía’. (Sal. 86, 1-2). ¿Qué me dicen de estos ‘pobres’ ¿Realmente lo son? ¿O son riquísimos a los ojos de Dios? Es como para descubrirse ante ellos y aprender de ellos. No en vano les dijo Jesús que ‘de ellos es el Reino de los cielos’. (Mt. 5, 3). Y nosotros, ¿no es a eso a lo que aspiramos? Realmente es un magnífico desafío para nuestra existencia en el siglo XXI, en medio de nuestras dificultades y problemas, tener esas actitudes y ser los ‘anawin’ de hoy, quizá también siendo otro ‘pequeño resto’.

Es difícil, ya lo sé, pero hay que nadar contra corriente. La Iglesia está perseguida de forma descarada en algunos lugares y en otros de forma taimada, vil y rastrera. Pero nuestra respuesta está en la humildad de los ‘anawin’, pero con la fortaleza que nos da el Espíritu que mueve a la Iglesia y con la sensatez, firmeza y coraje que el seguimiento del Evangelio requiere.

A estos acosadores y difamadores que desprecian el mensaje de Jesús y a Jesús mismo, se les podría aplicar lo que dice el profeta Amós: ‘Escuchad esto los que aplastáis al pobre y querríais exterminar de la tierra a los infelices’. (Am. 8, 4).

Echando una ojeada a la Historia se puede comprobar que por mucho progreso y bienestar social que haya en las naciones, siempre habrá pobres necesitados de algo o de mucho, indigentes con una vida hecha pedazos por la circunstancia que fuere y miles de casos que surgen a diario. (Y digo yo: Si Cáritas internacional, nacional, del país que sea, diocesana y local escribiera los casos que atiende, ‘creo que este mundo no podría contener los libros’. (Jn. 21, 25). ¿Tengo razón? La respuesta la dejo a su criterio.

Pero lo importante es que siempre estemos atentos a remediar esas necesidades y transmitiendo a la vez una esperanza en el Dios del Amor, que es lo que realmente nos mandó Jesucristo en su despedida: ‘Un mandamiento nuevo os doy: que os améis unos a otros COMO yo os he amado’. (Jn. 13, 34-35).

Es el mismo Dios quien nos ha dado el mejor ejemplo de pobreza naciendo en un humilde y maloliente establo en Belén de Judá y admitiendo como sus primeros adoradores, aunque ellos no supieran el alcance de la realidad que estaban viviendo, a los pastores del lugar, los más pobres en la escala social de la época.

El profeta Sofonías NOS dice (porque salvando el enorme montón de siglos es totalmente válido para nosotros): ‘Buscad a Yavé los pobres de la tierra. Dejaré en medio de ti un resto, un pueblo pobre y modesto que esperará en el nombre de Yavé’. (Sof. 2, 3 y 3, 12).

Y para cerrar esta entrada, deseo dedicarla a la persona pobre por excelencia, al perfecto ‘anawin’ a quien debemos todo el género humano muchísimas cosas, aunque algunos sean ‘miopes’ para verloo reconocerlo. Pero ahí está la gran realidad: LA VIRGEN, MADRE DE JESUCRISTO, gracias a la cual, a su SI puesto en manos del Padre, de Yavé, de quien todo lo esperaba, nos vino la Redención: ‘He aquí la sierva del Señor; hágase en mí, según tu palabra’. (Lc. 1, 38). O sea, seguía la voluntad del Todopoderoso con una Fe ciega puesta en Él. Es más.



JOSÉ DE RIBERA

¿Recuerdan el Magníficat? Parémonos, aunque sea brevemente, a mirar, admirar y meditar lo que esta MUJER (así, con mayúsculas, honra de todas las mujeres) responde al saludo de Isabel: ‘…porque ha mirado la humildad de su sierva…Su misericordia se derrama de generación en generación sobre los que le temen. Derribó a los potentados de sus tronos y ensalzó a los humildes’. (Lc. 1, 46-56).

Analicemos: a) humildad. Es pobre de espíritu. b) ‘Tiene misericordia sobre los que le temen’. Es una característica propia de los ‘anawin’. No sé si me equivocaré o no, pero me da la impresión de que el Magníficat podría ser el himno oficial de los ‘anawin’, de los que confían en Dios, de los que se saben sin fuerzas y se entregan a la Santísima Trinidad para que ‘haga cosas grandes en ellos’. (Lc. 1, 49).

Esa es María, la llena de Gracia.
Esa es nuestra Madre por expreso deseo de Jesús desde la Redención en la Cruz.
Esa es nuestra Madre por aceptación personal de cada uno de nosotros desde la libertad con la que el Creador nos ha adornado.
Esa es la Madre a la que nos entregamos en cuerpo y alma para que nos conduzca al Padre, según le pedimos en el Ave María: ‘Ruega por nosotros, pecadores, AHORA y EN LA HORA DE NUESTRA MUERTE’.



Que Jesucristo Redentor y Nuestra Señora de Guanajuato nos bendigan y ayuden siempre en nuestras necesidades.