lunes, 7 de marzo de 2011

Ayunar y abstenerse de comer carne cuando lo manda la Iglesia (I)

CARL BLOCH.-REALISMO DANÉS

¿Tiene algún sentido que hoy, 2011, ¡siglo XXI!, nos pongamos a hablar de ayuno y abstinencia? ¿Tiene algún sentido que la Iglesia continúe manteniendo este Mandamiento? Personalmente pienso que sí, pero eso no sería una razón por sí misma. Cualquiera podría decirme que es una opinión personal, muy respetable si se quiere, pero nada más. Desde este planteamiento es evidente que podría ser cierto.

Esta semana comenzaremos a vivir un nuevo año el tiempo litúrgico de la Cuaresma, camino que nos va a preparar, precisamente a través de la oración y el sacrificio, entre los que están el ayuno y la abstinencia, el camino que nos lleve a la celebración del eje central de nuestro cristianismo: la Resurrección de Jesús.

Varias veces he dicho que la Iglesia es, además de Madre, Maestra. Pero también le concedo a la Historia esta facultad del magisterio, porque con el paso de los siglos y a través de los acontecimientos que atesora y acumula, nos transmite una enseñanza muy útil para quienes la conocemos algo, la observemos y aprendamos algo útil para nuestra existencia.

Dentro de este aspecto y dentro de la materia que vamos a tratar, la Historia del Pueblo de Dios, en el antiguo Testamento y en el Nuevo, nos transmite una acumulación de actuaciones divinas que se manifiestan a través de los profetas, por la doctrina predicada por Jesucristo fundamentalmente, por los Padres de la Iglesia y por los distintos Papas y Santos que hemos tenido y tenemos.

Entonces es obvio que dentro de este preámbulo, desde mi punto de vista necesario, nos apoyemos en la Palabra para ver el por qué de las cosas.

Al comenzar preguntaba si tenían sentido el ayuno y la abstinencia. Ahora aclaro que ambos tienen sentido dentro del contexto del sacrificio ofrecido a Dios por nosotros mismos mediante unos actos concretos a través de los cuales nos sentimos unidos al Sacrificio por excelencia: el de Jesús en la Cruz. Solamente así, tiene sentido.

Porque no se puede perder nunca de vista que nuestra razón de ser cristianos, sea con, de, en y por Jesucristo. Nuestro horizonte y pauta a seguir para el aprendizaje de unas actitudes que nos lleven a una inmersión en la forma de vivir y actuar del Maestro.

A Él debemos enfocar nuestro comportamiento en la profesión que tengamos, en la familia, en los distintos momentos de ocio que nos gusten, en nuestras relaciones sociales, sin olvidar tampoco que Jesús nació perteneciendo a un pueblo que tenía una larga trayectoria en su relación con Dios.

Y dentro de la Historia de este pueblo podemos comprobar cómo se manifiesta, entre otras muchas cosas, el ayuno y la abstinencia. Veamos algunos casos.
DIEGO VELÁZQUEZ.-BARROCO

Ester, hebrea, es la esposa del rey Asuero. El Primer Ministro, Amán, quiere matar a Mardoqueo, tío de Ester. Ésta debe actuar a favor de su tío y descubrir la infamia de Amán. Dice a su tío (fíjense bien): Pide a los judíos de Susa que se reúnan. Que se pongan a ayunar por mis intenciones. Que durante tres días no coman ni beban. Por mi parte, yo ayunaré acompañada de mis doncellas. Así preparada iré a presentarme al rey a pesar de la prohibición y, si está escrito que yo muera, moriré’. (Ester. 4,16-17).

Para nosotros, el desenlace es lo menos importante en este momento, si bien pueden leerlo en los capítulos 6 y 7 de este Libro. Lo realmente importante es la preparación que ella considera necesaria para ver al rey: ayuno del pueblo y ayuno propio ofrecido al Dios de Israel por una intención particular, desde luego, pero Ester reconoce en el ayuno una forma agradable a Dios para que esté con ella en ese propósito.

Continuando con la referencia de la Palabra como base de lo que Dios mira con agrado, entre otras cosas nos encontramos con Daniel. Quiere mostrarle al profeta mediante una visión, lo que va a ocurrir a su pueblo. Nos dice: Volví mi rostro al Señor, Dios, buscándole en oración y plegaria, en ayuno, saco y ceniza; y oré a Yahvé mi Dios, y le hice esta confesión’. (Dan. 9,3-4). No escribo toda la perícopa. Pienso que no es necesario, ya que lo importante es la actitud del profeta ante Dios.

Los Salmos también se pronuncian en este sentido. Así debía ser y así dice el salmista: ‘Cuando ellos estuvieron enfermos, yo me vestí de saco, afligiendo con el ayuno mi alma, y repetía en mi lecho las plegarias’. (Sal. 35(V34), 13). Ya ven. Oración y ayuno, unidos.

Y sin ánimo de ser exhaustivo, nos encontramos con el perdón que Dios concede a los pecadores cuando se vuelven a Él. Es el caso del rey Ajab. Para Dios no era agradable lo que este rey estaba haciendo y se lo hizo saber. La respuesta del monarca fue ésta: ‘Y sucedió que cuando Ajab oyó las palabras de Elías, rasgó sus vestiduras, se vistió de saco y ayunó; dormía con saco y caminaba humillado, y Yahvé dirigió a Elías, tesbita, su palabra, diciendo: ¿Has visto cómo se humilla Ajab ante mí? Porque se ha humillado ante mí, yo no haré venir el mal durante su vida; durante la vida de su hijo haré yo venir el mal sobre su casa’. (I Re. 21, 27-29).

El ayuno, tomado como penitencia agradó a Dios. Ya lo vemos así de claro. Y aquel Dios de Ajab es el mismo Dios de hoy, a quien nos dirigimos en nuestras oraciones y apuros. Es Inmutable.

Estos fragmentos bíblicos del Antiguo Testamento que nos sirven como introducción, tienen su continuidad en el Nuevo Testamento. El caso más claro nos lo da el mismísimo Jesucristo. ¿Tenía Él alguna necesidad de hacer penitencia o ayunar? Pues no. Pienso que no. Y sin embargo, ¿cómo se prepara para el inicio de la misión para la que había venido?

Cuarenta días con sus cuarenta noches respectivas de riguroso ayuno en un inhóspito desierto así nos lo atestiguan. Y no sería un viaje turístico, ¿verdad? Cabe suponer que la oración y la meditación, las reflexiones sobre su misión, el diálogo continuo y permanente con el Padre serían sus compañeros en esa magnífica aventura que iba a empezar a vivir: la Redención.

Tiempo de preparación ‘amenizado’ con la presencia del Maligno en tres ocasiones en las cuales venció y Satanás tuvo que retirarse vencido y humillado.

(Permítanme un comentario u observación entre paréntesis: ¿Tenía y tiene hoy alguna posibilidad de vencer Satanás a Jesús? Pues no. Ninguna. Y sin embargo lo intenta. Jesús es mucho Hombre y mucho Dios. Por eso hoy, en este bendito siglo XXI en el cual vivimos, donde la Santísima Trinidad y la Santísima Virgen velan por nosotros, si ponemos de nuestra parte cuanto podamos dejaremos al Maligno como el gran perdedor. Dios con su Misericordia y su Justicia será el Gran Vencedor. No nos debemos desanimar a pesar de todas las apariencias. Es cierto que anda suelto y se manifiesta de muchas maneras a través de las actitudes y proyectos de muchas personas que desean eliminar a Dios, pero es Éste quien tiene la última palabra, ¿verdad? Prosigamos)

A partir de la finalización de este período y recuperadas sus fuerzas humanas (‘…y llegaron ángeles y le servían’ (Mt.4, 11) comienza su vida pública y en ella también nos expone la importancia del ayuno.

Es Mateo quien nos expone el caso. Llevan a Jesús un niño endemoniado y, después de expulsar el demonio, explica a los discípulos por qué no han podido hacerlo ellos. Y fíjense en el final de la explicación. ‘Esta especie (de demonios) no puede ser lanzada sino por la oración y el ayuno’. (Mt. 17, 14-21).

JESÚS EXPULSA UN DEMONIO.-Libro de Horas Les Très Riches Heures

Después de su Resurrección y Ascensión, la joven Iglesia practica las enseñanzas recibidas del Maestro. ‘Mientras celebraban la liturgia en honor del Señor y guardaban los ayunos, dijo el Espíritu Santo: Segregadme a Bernabé y a Saulo para la obra a que los llamo. Entonces, después de orar y ayunar, les impusieron las manos y los despidieron’. (Act. 13,2-3).

Este personaje básico para la vida de la Iglesia, Saulo de Tarso, también se preparó para la misión que le esperaba después de su conversión: ‘Saulo se levantó de tierra, y con los ojos abiertos, nada veía. Lleváronle de la mano y le introdujeron en Damasco, donde estuvo tres días sin ver y sin comer ni beber’. (Act. 9, 8-9).

Pero el ayuno debe tener una característica básica: la humildad. No debemos pregonarlo para dar a entender lo ‘buenos’ que somos. ‘Tú, cuando ayunes, perfúmate la cabeza y lávate la cara, de modo que nadie note tu ayuno, excepto tu Padre, que está en lo escondido. Y tu Padre, que ve hasta lo más escondido, te premiará’. (Mt. 6, 17-18). Es el mismo Jesús quien lo dice y nos da una norma precisa.

Y por otro lado, San Lucas en el capítulo 18 de su Evangelio, versículos 9 al 14, nos cuenta en la parábola del fariseo y el publicano dos tipos de actitudes. El fariseo proclama su ‘bondad’ y los sacrificios que hace (ayuna dos veces por semana). Y toda esa forma de ser la rechaza. No hay sinceridad. Existe un ‘cumplo y miento’. Jesús se queda con la actitud del publicano que se reconoce pecador y pide clemencia a Dios. Ese será ensalzado y perdonado.

Es evidente que a lo largo de toda la Escritura hay bastantes más casos referentes al ayuno, tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento. Pero como la introducción al Mandamiento de la Iglesia que tratamos ya son suficientes, ¿no les parece?

De momento, lo dejamos aquí. Continuaremos la semana próxima.


Que nos bendigan Nuestro Padre Jesús del Gran Poder y Nuestra Señora del Buen Suceso

No hay comentarios: