sábado, 19 de marzo de 2011

Ayunar y abstenerse de comer carne cuando lo manda la Iglesia (y II)


‘Al oír estas palabras me senté y lloré durante muchos días, y ayuné y oré delante del Dios de los cielos. Y dije: Te suplico, oh Yavéh, Dios de los cielos, fuerte, grande y temible, que guardas el pacto y la misericordia a los que te aman y guardan tus mandamientos. Escúchenme tus oídos y abiertos tus ojos para oír la oración de tu siervo, que hago ahora delante de ti día y noche, por los hijos de Israel tus siervos; y confieso los pecados de los hijos de Israel que hemos cometido contra ti; sí, yo y la casa de mi padre hemos pecado. La vanidad de los ídolos nos sedujo, y no hemos guardado tus mandamientos, ceremonias y preceptos que diste a Moisés, tu siervo’. (Nehemías, 1, 4-7)

La intención de la oración de Nehemías sigue siendo válida muchos siglos después. Así es. Hoy tanto el ayuno como la abstinencia siguen teniendo vigencia. Por una parte nos ayudan a educar nuestros instintos para conseguir dominarlos, no dejarnos vencer por ellos y conseguir ese autodominio que necesitamos para vivir socialmente y no dejarnos llevar del genio que a veces nos perjudica.

Fíjense: ‘Tres cosas hay, hermanos, por las que se mantiene la fe, se conserva firme la devoción, persevera la virtud. Esas tres cosas son la oración, el ayuno y la misericordia. Lo que pide la oración, lo alcanza el ayuno y lo recibe la misericordia. Oración, misericordia y ayuno: tres cosas que son una sola, que se vivifican una a otra’. (San Pedro Crisólogo. Sermón 43).

Por otra parte nos permiten vivir más concientemente los períodos litúrgicos que la Iglesia nos va proponiendo a lo largo del año (Adviento, Cuaresma,…), desde nuestra propia libertad y tener mayor consciencia de lo que significa cada uno en relación a nuestro trato con Dios.

Además, no debemos centrarnos únicamente en la materialidad de ‘no comer carne’ o de ‘hacer una sola comida fuerte al día’. ‘Ha de consistir mucho más en la privación de nuestros vicios que en la de los alimentos’. (San León Magno. Sermón 6 sobre la Cuaresma).

Si analizamos objetivamente el ayuno que la Iglesia pone ante nosotros, veremos que realmente tampoco es tan fuerte como aparenta, lo que ocurre es que existen personas que, acaso demasiadas, que tienen poco tiempo para hacer ‘esas tonterías’ según ellos, pero les sobra muchísimo de ese tiempo para criticarlas sin base ni argumentos sólidos algunos y en cuanto se les pide que aporten razones serias que avalen sus criterios, no saben (porque no pueden) hacerlo.

Veamos. De los 365 días del año (366 si es bisiesto), solamente DOS días hay obligación de guardar tanto el ayuno como la abstinencia: Miércoles de Ceniza, día en el que da comienzo la Cuaresma y el Viernes Santo, por razones obvias. Cristo muere y culmina la Redención. Nos devuelve la amistad con Dios. (Y nos da a su Madre como Madre nuestra, también). ¿No es una manera de unirnos a los sufrimientos de Cristo en la Cruz, que a partir de ese momento se convierte en nuestro símbolo como cristianos?

Se nos pide un desayuno y una cena ligeros, parcos. Una comida fuerte al día y no comer nada entre horas, desde los 18 hasta los 60 años de edad. Y eso hasta es posible que lo hagamos muchos días que no son de ayuno. Sinceramente pienso que no se nos van a caer los anillos de las manos por hacer ese tipo de ayuno, ¿no? Ni que decir tiene que en caso de enfermedad se está exento tanto del ayuno como de la abstinencia.

Entonces, si pretendemos vivir un cristianismo que nos conduzca a un mayor perfeccionamiento, deduciremos que la penitencia no deberemos practicarla solamente esos tiempos fuertes que hemos mencionado. También deberemos tener iniciativas personales que nos permitan ir en línea con las Escrituras. ‘Mortificad vuestros miembros terrenos, la fornicación, la impureza, la liviandad, la concupiscencia y la avaricia, que es una especia de idolatría, por las cuales viene la cólera de Dios’. (Col. 3, 5-6). Quien esto dice y aconseja, es San Pablo.

Esto me da pie para mencionar lo que yo llamo ‘las otras penitencias’. Al nombrar esta palabra, penitencia, suele venir a la mente el concepto de flagelos, cilicios y cosas por el estilo. Pues, ¿qué quieren que les diga? Son, qué duda cabe, unas formas concretas de hacer penitencia muy respetables (hay santos que lo han practicado y yo conozco personas que llevan un cilicio algunos momentos del día) pero no son necesarios, pues pueden no ser aconsejables en determinados casos o circunstancias.

Existen otras formas igualmente válidas, como dejarnos temporalmente alguna actividad que nos guste, por ejemplo, el ordenador: sus juegos, la navegación por Internet como ocio sano y equilibrado,… Hay quien se pasa horas y horas delante de este ‘trasto’, y dejarlo durante unos días o una temporadita más o menos larga, puede ser beneficioso para la persona, especialmente si la aparta de sus actividades habituales. Eso sería un gran sacrificio para ellos. Y quien dice esto del ordenador, se puede aplicar a otras cosas (golosinas, momentos de ocio,…)

Pero nuestro ayuno, si realmente tiene un cariz de sacrificio de cara a Dios, debe evitar el consumo de alimentos que vayan acompañados de del despilfarro de medios económicos o de otro tipo de recursos. ¿Para qué queremos ayunar si luego malgasto dinero en caprichos innecesarios o superfluos? Es San Juan el que nos dice: ‘Si alguien que tiene bienes de este mundo ve a su hermano en necesidad y no se apiada de él, ¿cómo puede permanecer en el amor de Dios?’ (I Jn. 3, 17).

Una de las cosas que leí de San Juan Crisóstomo y me guardé para meditar, fue este referida a lo que antes nombraba como ‘las otras penitencias’. Fíjense en lo que dice: Ayunas con tus manos al mantenerlas puras en servicio desinteresado a los demás. Ayunas con tus pies al no ser tan lento en el amor y en el sacrificio. Ayunas con tus ojos al no ver cosas impuras o al no fijarte en los demás para criticarlos. Ayuna de todo lo que pone en peligro tu alma y tu santidad. Sería inútil privar mi cuerpo de comida pero alimentar mi corazón con basura, con impureza, con egoísmo, con competencias, con comodidades.

Ayunas de comida pero te permites escuchar cosas que se hablan de tus hermanos, mientras se dicen de otros especialmente chismes, rumores o palabras frías y dañinas contra otros. Además de ayunar con tu boca, debes ayunar de no decir nada que haga mal a otro, pues ¿de qué te sirve no comer carne si devoras a tu hermano?’

Ya ven. No tiene desperdicio y es tremendamente actual. Varias veces he lamentado no haber tenido la precaución en aquel momento que lo descubrí, del documento al que pertenece esto que he anotado, porque podrían haber cosas igualmente buenas y útiles para el progreso espiritual.

Personalmente pienso que de este escrito de San Juan Crisóstomo, se puede descubrir que podemos ayunar de juzgar a otros, ya que no somos nadie ni tenemos autoridad moral alguna para juzgar a ninguna persona. Eso, en todo caso, queda reservado para Dios que conoce a cada uno cómo es realmente. Hasta lo más íntimo. Nosotros podremos, en cualquier caso, juzgar hechos, pero nunca personas.

Pienso también que se puede ayunar todos los días del año, de pesimismos y desalientos. Si nuestra roca es Cristo, ¿a quién o a qué temeremos? ¿Dónde estarán nuestra Fe y nuestra Esperanza como Virtudes Teologales?

También podríamos ayunar de todo tipo de amarguras y desalientos. Más bien, al contrario. Dios es Alegría y Misericordia. Llenémonos nuestro espíritu, pues, de agradecimiento al Creador por los dones que diariamente recibimos de su parte. Son tantos que unos los conoceremos, otros los intuiremos, pero la gran mayoría nos pasarán desapercibidos. Nos los concede gratuitamente sin pedir nada a cambio. ¿No tendremos que montar nuestra vida desde nuestro agradecimiento a su Providencia que continuamente vela por nosotros?

‘Mirad los lirios del campo; no se afanan ni hilan; y sin embargo os digo que ni Salomón en todo su esplendor se vistió como uno de ellos. Pues si a la hierba que ahora está en el campo y mañana se echa al horno Dios la viste así, ¿qué no hará con vosotros, hombres de poca fe?’ (Mt.6, 28-30).

Jesús es muy claro en lo referente a la providencia divina en nosotros como podemos ver en este fragmento evangélico. ¿No creen que está suficientemente documentado para manifestarle nuestro agradecimiento, así como los sacrificios que hagamos por amor a Él?

Hemos de meditar cómo es nuestro cariño al Creador. Desde él podremos dar valor a los sacrificios penitenciales y a los ayunos que hagamos. Por lo demás, no nos preocupemos. La respuesta de Dios nos llegará desde la obediencia y la docilidad a lo que Él desee y la Iglesia disponga para hacer más perfectos nuestros ayunos y abstinencias.

Concretamente de esta última me voy a detener un poco para hablar específicamente de ella.

La Iglesia nos dice que debemos abstenernos de comer carne todos los viernes de Cuaresma específicamente y todos los viernes del año, si bien estos últimos pueden ser sustituidos por obras concretas de caridad, de piedad o por otro sacrificio específico voluntario.

Esos viernes podremos comer carne, pero la suplencia por las cosas nombradas debe venir desde nuestro cariño a Jesús, desde nuestra solidaridad con su sufrimiento en la Cruz.

REFECTORIO DE LOS CARTUJOS.-ZURBARÁN.-
BARROCO

Un chico o una chica, a los 14 años que comienza la obligatoriedad de la abstinencia, puede tener la madurez necesaria para saber, admitir y llevar a su vida la obligatoriedad de este sacrificio si desde su infancia ha recibido la correspondiente educación cristiana de sus padres que, como tales, son los primeros educadores y formadores en la Fe, y si luego han seguido una catequesis adecuada en su Parroquia.

Luego ya irán despertando a la adultez en la Fe y en su compromiso temporal. El ayuno y la abstinencia serán algo absolutamente normal en su vida, porque desde estos sacrificios llegarán a la conclusión de que el verdadero ayuno consiste en cumplir la voluntad del Padre Eterno ‘que ve en lo secreto y te recompensará’. (Mt. 6, 18).

Existe una especie de crítica a la abstinencia. Hay quien dice que en lugar de carne habría que ayunar con otros tipos de comida más caros. Pienso que hay un error de fondo, pues lo de menos es que sea la carne lo que marque la abstinencia. Lo realmente importante es el espíritu de obediencia a las normas de la Iglesia. Si ella indica que sea la carne, nuestro deber de hijos es obedecer lo que nos dice, porque la obediencia en sí misma y de buena gana, también puede ser un sacrificio grato a Dios.

Si en lugar de abstenerse de comer carne se hubiese decidido no comer pan, por ejemplo, que es un alimento básico igualmente hubiese habido que obedecer y tal vez los mismos que critican el no comer carne en los días de abstinencia, harían lo mismo con el pan. Lo cierto es que cuando lo dice la Iglesia, es porque va dirigido a nuestro bien.

En el fondo y como he dicho antes, lo más importante es unirnos a la Pasión de Cristo. Al morir en viernes, la Iglesia ha puesto ese día para que tengamos presente su sacrificio a través de los nuestros, materializados por el ayuno y la abstinencia.

No debemos perder de vista el beneficio espiritual que nos aporta. ‘Si no hiciereis penitencia, todos igualmente pereceréis’. (Lc. 13, 5). Siempre contribuirá a ayudarnos a superar nuestras imperfecciones y a abrirnos a la austeridad y a la solidaridad con los demás.

Dice San Pablo: ‘Destruid, pues, lo que hay de terreno en vosotros: fornicación, impureza, liviandad, malos deseos y codicia, que es una especia de idolatría. Eso es lo que provoca la ira de Dios sobre los rebeldes, y lo que también vosotros practicasteis en otro tiempo, cuando vivíais en tales pecados. Pero ahora abandonad también todo eso. ¡Lejos de vosotros todo lo que signifique ira, indignación, malicia, injurias o palabras groseras!’ (Col. 3, 5-8).

Es difícil, pero fácil a la vez. Complicado, pero sencillo de aplicar. Todo se reduce a ‘querer’ hacerlo, porque ’querer, es poder’, dice el refrán. Y para ello no nos olvidemos que, tanto la abstinencia como el ayuno, deben tener el ‘aderezo’, el ‘aliño’, de la oración. ‘Todos los que han querido rogar por alguna necesidad, han unido siempre el ayuno (la penitencia) a la oración, porque el ayuno es el soporte de la oración’. (San Juan Crisóstomo. Catena Aurea).

Tendrán más sabor el sacrificio y la penitencia.

Tendrán sabor de Eucaristía.

Tendrán el sabor de Dios.



Que nuestro Padre Jesús de Medinaceli y Nuestra Señora de los Remedios de Malate nos bendigan.

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