miércoles, 13 de julio de 2011

La soberbia (II)

CAÍDA DE LOS ÁNGELES REBELDES.-FRANÇOIS VERDIER.-BARROCO


Ya vimos la opinión que sobre este tema existía en la Biblia y en algunos de los Padres de la Iglesia. Pero no pedemos perder de vista que la soberbia siempre está latente en cualquier lugar. Donde menos se la espera. Y además, disfrazada de la mejor de las apariencias.

Cuando digo esto me estoy acordando de la parábola del fariseo y el publicano, como les decía en la entrada anterior. ¿La recuerdan? Leída superficialmente, el fariseo es un tipo perfecto:
‘El fariseo, en pie, oraba para sí de este manera: ¡Oh, Dios! Yo te doy gracias de que no soy como los demás hombres, rapaces, injustos, adúlteros, ni como este publicano. Ayuno dos veces en la semana, pago el diezmo de todo cuanto poseo’. (Lc.18, 11-12).

Una respuesta frívola podría ser responderle en estos términos: ‘Pues no, muchacho. No eres como los demás porque, para empezar, no eres más estúpido porque no te entrenas. Si no, para la estupidez que arrastras, el grado superlativo absoluto sería insignificante para ti’. Pero eso, pienso francamente, no sería lo adecuado.

Podemos empezar por ver lo que dice uno de los Padres de la Iglesia:
‘De cuatro maneras suele presentarse la arrogancia: primero, cuando cada uno cree que lo bueno nace exclusivamente de sí mismo; cuando cree que la gracia ha sido alcanzada por los propios méritos; cuando se jacta uno de tener lo que no tiene; y cuando se desprecia a los demás queriendo aparecer como que se tiene lo que aquellos desean; así, el fariseo de la parábola se atribuye a sí mismo los méritos de sus buenas obras’. (S. Gregorio Magno. Catena Aurea, vol VI)

San Francisco de Sales también opina sobre este personaje de la parábola:
‘Juzgan algunos temerariamente, no con amargura, sino por orgullo, pareciéndoles que a medida que rebajan la estimación de otro realzan la suya propia; espíritus arrogantes y presuntuosos, que se glorían en sí mismos y se elevan tanto en su propia estimación, que miran todo lo demás como humilde y bajo. Tal era el necio fariseo cuando decía: No soy como los demás hombres’. (San Francisco de Sales. Introducción a la vida devota).

‘Como el publicano estaba cerca de él, se le presentaba ocasión para aumentar su orgullo. Prosigue: no como este publicano. Como diciendo: yo soy único, éste es como los demás’. (San Agustín. Catena Aurea, vol. VI)

Estas citas nos introducen en este tipo de persona. Hay que ver el fondo. El personaje bien lo merece y nosotros merecemos emplear un estudio más serio. En principio parece acudir a Dios en su oración espontáneamente, pero ¿realmente lo hace o está diciéndole la ‘perfección’ de sus actitudes y forma de vida? ¿No parece que le está pidiendo (o exigiendo) a Dios un premio a sus ‘muchos’ méritos?

Lo que realmente estamos presenciando ¿no es una vanidad presuntuosa, un orgulloso engreimiento nacido de su egoísmo, una soberbia de creerse superior a otros, como del publicano que estaba detrás de él sin osar levantar la mirada del suelo?

Clama a Dios para que le oiga, para que conozca su ‘perfección’, como si Él no conociese todo eso e infinitamente más de lo que cuenta. En el fondo pienso que no está poniendo a Yavéh como autor real de los bienes de los que hace alarde y de los que parece ser su propio alfa y omega. Está apareciendo claramente una ausencia de Dios en el origen de sus dones. El propio fariseo es el eje de su acción de gracias a través de su egocentrismo que, según dice, le hace diferente de los demás. Tanto su ayuno como sus limosnas van de cara a la galería.

PARÁBOLA DEL FARISEO Y EL PUBLICANO.-JAMES TISSOT.-S. XIX

De haber existido en aquella época la prensa escrita, es probable que se le hubiese visto en las primeras páginas de los principales diarios pregonando las cosas que hacía y enriquecido el texto con alguna fotografía.

Con su actitud, parece que está haciendo realidad lo que dice el Eclesiástico:
‘El principio de la soberbia es apartarse de Dios y alejar de su Hacedor su corazón’. (Eclo. 10, 14). En su juicio de situarse por encima de los demás y, además, dar gracias por eso, ¿no es faltar a la caridad?

El Libro de los Proverbios recoge algo indicativo del pensamiento del Creador sobre este tipo de personas:
‘Temer a Dios es aborrecer el mal; la soberbia, la arrogancia, el mal camino, la boca perversa, las detesto’. (Prov. 8, 13). No alberga duda alguna. Se entiende a las mil maravillas, al menos, para los que tenemos la cabeza bien enroscada sobre los hombros, intentando cumplir los planes y la voluntad de Dios.

Cuando Jesús expone esta parábola, pienso que lo deja en el sitio que le corresponde:
‘El que se ensalza, será humillado’. (Lc. 18, 14). Y San Pablo remata lo que dice Jesús: ‘De gracia habéis sido salvados por la fe y esto no os viene vosotros, es un don de Dios; no viene de las obras, para que nadie se gloríe; que hechura suya somos, creados en Cristo Jesús, para hacer buenas obras, que Dios de antemano preparó, para que en ellas anduviésemos’. (Ef. 2, 8-10). Que es lo que está situado en las antípodas de los soberbios, puesto que piensan que ellos son el origen de la autonomía que creen tener sobre el bien y el mal, sobre la propia vida y las vidas ajenas. Si no, que se lo pregunten a cuantos pretenden legislar sobre la ‘muerte digna’ con el vano pretexto de hacer un bien a la humanidad.

Sí, amigos. Ignoro sus pensamientos pero pienso que es necesario un conocimiento real y objetivo de nosotros mismos, saber reconocer fallos y defectos propios y buscar los medios para no caer en la superficialidad, en la banalidad, en la…soberbia.
San Bernardo de Claraval, monje cartujo, personaje básico en la historia de la Iglesia y de notoria influencia en su siglo, dijo en este sentido: ‘El desconocimiento propio genera soberbia; pero el desconocimiento de Dios, genera desesperación’. Inteligente el buen fraile, ¿verdad?

S. BERNARDO DE CLARAVAL

Me parece que todos hemos tenido alguna experiencia por haber conocido alguna persona así. Habremos observado, quizá, su ambición de ‘brillo’ personal para que todos estén pendientes de ella así como su exclusividad para absorber la atención de todos en el aspecto que sea: todas las medallas que haya que poner tienen exclusivamente como destinataria a esa persona.

En su profesión no duda en atender servilmente a sus superiores para escalar puestos aun a costa del descrédito o la calumnia de sus compañeros. Consiguen hacerse odiosos, insoportables, lo que hace que se queden aislados. Si hay alguien que realmente destaca, lo aborrece o lo odia, pero si alguna persona o compañero le dirige alguna loa o alabanza la acepta convencido de merecerla. Hasta es capaz de pensar que se han quedado cortos.

Desean que todos los busquen, ser los preferidos porque se creen imprescindibles. Están convencidos de que no hay nadie mejor que ellos, porque sus ‘virtudes’ son las más perfectas. Todo lo que pueda hacer cualquier persona, ellos lo hacen mejor que nadie. Y cuando acaba su trabajo, su obra, su…lo que sea, queda esperando el aplauso y los parabienes de todos, si bien se apresura, sumido en una falsa modestia, en decir frases como ‘¡Oh, no tiene importancia! Cualquiera lo puede hacer’.

Nueva cita:
‘Pero lo más triste y lamentable es que este pecado sume al alma en tan espesas tinieblas, que nadie se cree culpable del mismo. Nos damos perfecta cuenta de las vanas alabanzas de los demás, conocemos muy bien cuándo se atribuyen elogios que jamás merecieron; mas nosotros creemos ser siempre merecedores de los que se nos tributan’. (Santo Cura de Ars. Sermón sobre el orgullo)

En su fuero interno están engordando su ego, su vanidad, su altanería,…San Pablo les diría:
‘No seamos codiciosos de la gloria vana provocándonos y envidiándonos unos de otros’. (Gal. 5, 26).

En el fondo, sus actitudes los hacen desgraciados, porque esas ansias de felicidad que todos anhelamos no las pueden alcanzar, ya que sus actitudes actúan como una venda en los ojos de su inteligencia que les impide el conocimiento del auténtico camino a la felicidad. A los ojos de Dios, el soberbio está carente de méritos. ¿Recuerdan esta expresión?
‘Dios resiste a los soberbios y a los humildes da su Gracia’. Es del apóstol amigo de Jesús, Pedro, en 1Pe. 5, 5. ¿Por qué? La razón nos la da Santo Tomás de Aquino en su Summa Teológica: ‘Si bien todos los vicios nos alejan de Dios, solo la soberbia se opone a Él; a ello se debe la resistencia que Dios ofrece a los soberbios’.

El soberbio es caprichoso, su voluntad es la que prevalece, hasta el extremo que la antepone a la voluntad de Dios. Piensa que es Dios quien tiene que amoldarse a sus caprichos e incongruencias. En lugar de cumplir la voluntad del Altísimo, es Éste quien debe amoldar sus planes, proyectos y pensamientos a los de estas personas. No quieren servir a Dios, sino que Él les sirva y obedezca, lo cual es, sencillamente, estúpido.

‘El horizonte del orgulloso es terriblemente limitado: se agota en él mismo. El orgulloso no logra mirar más allá de su persona, de sus cualidades, de sus virtudes, de su talento. El suyo es un horizonte sin Dios. Y en este panorama tan mezquino ni siquiera aparecen los demás: no hay sitio para ellos’. (S. Canals. Ascética meditada).

¿Saben a quién se les podría comparar? ¿Recuerdan a Lucifer?
Es el paradigma del pecado de soberbia. Lo tenemos en él y en los otros ángeles que se rebelaron contra su Creador. Nada más y nada menos que pretendieron ser iguales a Él.

CAÍDA DE LOS ÁNGELES REBELDES.-FRANS FLORIS, EL VIEJO.-RENACIMIENTO

Luzbel, con su orgullo a cuestas, hizo suyos los dones con los que su Creador le adornó y se rebeló en su contra. No asumió la supremacía de Dios sobre él y sobre todos los ángeles que creó. Al grito de
‘¡No serviré!’ (como dice el profeta Jeremías en 2, 20: ‘…rompiste tus coyundas y dijiste: No te serviré.) comenzó lo que hoy llamaríamos una contienda entre este ángel rebelde y los que le siguieron que, lógicamente, solamente podía tener un final : perder.

Su pensamiento de igualarse a Dios es una muestra de soberbia suprema.
‘Ha bajado al seol tu gloria al son de tus arpas; los gusanos serán tu lecho y gusanos serán tu cobertura. ¿Cómo caíste del cielo, lucero brillante, hijo de la aurora? ¿Echado por tierra el dominador de las naciones? Tú, que decías en tu corazón. Subiré a los cielos; en lo alto, sobre las estrellas de Dios, elevaré mi trono; me instalaré en el monte santo, en las profundidades del aquilón. Subiré sobre la cumbre de las nubes y seré igual al Altísimo’ (Is. 14,14). Isaías se está refiriendo al rey de Babilonia, pero estas palabras se las podrían aplicar a los ángeles rebeldes, ¿no creen?

COMBATES ENTRE ÁNGELES Y DEMONIOS.-TAPIZ DEL S.XVI

Pero las Escrituras continúan en otro lugar, concretamente en el Apocalipsis:
‘Hubo una batalla en el cielo: Miguel y sus Ángeles combatieron contra el dragón. El dragón y sus ángeles pelearon pero no pudieron triunfar ni fue hallado lugar para ellos en el Cielo. Echaron, pues, al enorme dragón, a la Serpiente antigua, al Diablo o Satanás, como era llamado, y fue precipitado a la tierra y sus ángeles fueron precipitados con él’. (Ap. 12, 7-9)

San Pedro hace mención a este tema:
‘Dios no perdonó a los ángeles que pecaron, sino que, precipitados en el tártaro, los encerró en prisiones tenebrosas reservándolos para el juicio’ (2 Pe. 2, 4).

EXPULSIÓN DE LOS ÁNGELES REBELDES.-PEDRO PABLO RUBENS.-BARROCO

A esto conduce la soberbia o cualquier otro pecado capital que, al cometerlo a sabiendas, nos podemos igualar a esta rebelión al optar por estar en contra de nuestro Padre. Y, como decía anteriormente, con ellos no tuvo consideración alguna. Con el género humano quiso venir Él mismo, la Segunda Persona de la Santísima Trinidad, asumiendo la naturaleza humana para redimirnos. Y no solamente esto, sino que nos dejó el medio (el Sacramento de la Reconciliación) para volver a estar en sintonía con Él e incluso recibirlo en nuestro interior con el Sacramento de la Eucaristía.



PRIMADO DE PEDRO.-PERUGINO.-RENACIMIENTO

Pienso que no vale la pena estar de parte de los perdedores. Sabemos que, como en el caso de los ángeles rebeldes, llevaríamos las de perder si nos situásemos en su bando. Jesús, cuando se dirige a Pedro y le promete el Primado de la Iglesia, le dice entre otras cosas:
‘Tu eres Pedro y sobre esta piedra edificaré yo mi iglesia, y las puertas del infierno no prevalecerán contra ella’. (Mt. 16, 18). Pues…ya lo sabemos. Ahora, a obrar en consecuencia con el Bautismo que un día recibimos a pesar de las dificultades. Siempre habrá un Ser Supremo que nos ayudará.

Que el Cristo de la Salud y Nuestra. Señora de Bureta, nos bendigan y asistan siempre.

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