sábado, 12 de noviembre de 2011

La envidia (y II)

LA CARIDAD.-LUCCA GIORDANO.-BARROCO

Ya vimos en la entrada anterior el daño que causa este pecado capital. Pero es que incluso dentro de la misma Iglesia se dan, por desgracia, situaciones en las que la envidia campa a sus anchas. Personalmente he presenciado situaciones tristes, por no calificarlas como grotescas, dentro de algunas Parroquias. Por ejemplo. El párroco (todos dignos de admiración por lo que son y representan), que ya de por sí tiene sus dificultades para llevar adelante su labor pastoral, encarga a una persona concreta que rece el Rosario antes del comienzo de la Eucaristía. Otra persona que pensaba tener más ‘méritos’ para hacer ese rezo, por pura envidia hacia la persona designada deja de acudir a la Parroquia. Un tiempo después volvió y se integró, gracias a Dios, a labor de la Comunidad.

Más todavía. Existen personas laicas que creen saber más que nadie y ostentan, según dicen, no sé qué especialidades eclesiales para hacerse notar por su ‘eficiencia’ y ‘sabiduría’. Y cuando encuentran alguien que destaca más que ellas desde su silencio, efectividad y buenas obras, no dudan en llegar, incluso, a la calumnia. Me consta que se ha intentado la corrección fraterna, pero no solamente siguen en sus trece, sino que redoblan con más refinamiento sus actitudes en contra de quienes pueden hacerles sombra.

Pero ¿qué pensamos? ¿Que podemos hacer lo que nos venga en gana? Vamos a ver. Que yo sepa, los sacerdotes tienen potestad y facultades para distribuir funciones entre los laicos según los carismas que tengan y entre todos levantar la Iglesia con nuestro trabajo y nuestro testimonio. Y eso no es fácil. También tienen sus problemas. Entonces pensemos que ahí no caben estúpidos personalismos que la puedan manchar con ese tipo de actitudes. Y la envidia nos puede conducir a esas actuaciones.

LA ENVIDIA.-GIOTTO DI BONDONE.-GÓTICO

Pensemos y analicemos. Si hoy, siglo XXI, volviese San Pablo a nuestras comunidades, volvería a decir esto?: ‘Tengo miedo de que cuando os visite no os hable como yo quisiera, ni vosotros me encontréis como sería vuestro deseo. Tengo miedo de que haya contiendas, envidias, iras, ambiciones, maledicencias, murmuraciones, engreimientos y alborotos. Tengo miedo de que, en mi próxima visita, me humille mi Dios por vuestra causa y tenga que llorar por los muchos que han pecado y no han hecho penitencia por la impureza, la lujuria y el desenfreno al que se entregaron’. (2Cor. 20-21). Tras leer esto es posible que cada uno de ustedes tenga su respuesta. Personalmente pienso que, por desgracia, nos lo volvería a decir.

CRUCIFIXIÓN.-ANTHONY VAN DICK.-BARROCO

Y es una verdadera lástima, porque en el fondo, lo que realmente tendríamos que plantearnos TODOS es para QUIÉN trabajamos en la Iglesia. Solamente hay una respuesta y es muy restringida: para la Santísima Trinidad. Para la Virgen. Para la Iglesia Universal. Pero nunca para el sacerdote o sacerdotes que tengamos. Ellos, desde su Ministerio, deben velar y potenciar la Comunidad que les ha sido confiada por el Obispo diocesano y en esa labor busca apoyo y ayuda en los laicos de buena voluntad y como consagrados a Dios desde su Sacramento del Orden, también están trabajando por Jesucristo, fundador de la Iglesia a la que están representando. Y ahí debemos estar nosotros, los laicos de buena voluntad, arrimando el hombro a pesar de las zancadillas. Pero en modo alguno se debe trabajar POR el sacerdote, sino CON el sacerdote, porque ¿acaso son ellos los que han muerto en la cruz y resucitado después por nosotros? Precisamente por ESE que ha padecido cruenta pasión, muerte y resurrección es por quien debemos hacerlo TODO.

Pienso que éste es uno de los sentidos que Pablo da cuando escribe a los cristianos de Corinto: ‘Mientras haya entre vosotros envidias y discordias ¿no es señal de inmadurez y de que actuáis con criterios puramente humanos? Pues cuando uno dice “Yo soy de Pablo”, y otro “Yo de Apolo”, ¿no estáis procediendo demasiado a lo humano? Porque ¿qué es Apolo y qué es Pablo? Simples servidores por medio de los cuales llegasteis a la fe; cada uno según el don que el Señor le concedió. Yo planté y Apolo regó, pero el que hizo crecer fue Dios. Ahora bien, el que planta y el que riega son nada; Dios, que hace crecer, es el que cuenta’. (1Cor. 3, 3-7).

JUICIO FINAL.-VAN ORLEY.-RENACIMIENTO

No sirven los bandos. Los celos humanos y las envidias no menos humanas, son las que conducen a esas situaciones absurdas y ridículas que impiden el desarrollo pleno de las Comunidades y la actitud del servicio mutuo que nos debe impulsar. Se trata de ponernos en manos del Padre y hacer nuestro trabajo lo mejor que podamos y sepamos, sin dejarnos llevar por falsos cantos de sirenas. Es cumplir nuestra misión de la que tendremos que rendir cuentas cuando también rindamos la vida actual al Creador. ¿Nos acogerá en un abrazo paterno…o nos apartará para siempre?

Esto es muy serio, especialmente ahora que todos nos lo debemos plantear desde nuestra propia honradez con nosotros mismos, empleándonos a fondo en estos tiempos tan difíciles en los que todos somos necesarios para trabajar codo a codo con Jesucristo dentro de su Iglesia, tan denostada y perseguida hoy. Esto es lo que hace que a toda costa apartemos de nosotros la envidia y cualquier otro pecado que obstaculice la Gracia. Lo que nosotros no hagamos tal vez lo pueda hacer otra u otras personas, pero para nosotros habrá quedado como una omisión.

ECCE HOMO.-ANTONIO CISERI.-S. XIX

No vayamos a pensar que hablar de la envidia se circunscribe a Proverbios, Sabiduría o San Pablo. Hay más casos a lo largo de distintos Libros de la Sagrada Escritura., por ejemplo, es el mismo Santiago quien nos dice también hoy a nosotros: ‘Porque donde hay envidia y ambición, allí reina el desorden y toda clase de maldad’. (Sant. 3, 16). El mismo Jesucristo sufrió también sus efectos. Estamos en plena Pasión. Es Poncio Pilato quien dice: ‘¿A quién queréis que os suelte, a Barrabás o a Jesús, el llamado Mesías? Pues se daba cuenta que lo habían entregado por envidia’. (Mt. 27, 17-18).

Ya vemos que es una preocupación constante por esos pecados que continuamente acosan a los cristianos, porque desde siempre han aparecido personas en todas las Comunidades, según se desprende de los textos bíblicos, que en vez de estar pendientes del servicio a otras personas, a la Comunidad en general, parece que están más pendientes de hacer cosas para sacar pecho o para dar a conocer lo ‘sabios’ o ‘santos’ que son.

Este tipo de personas suelen marcarse unos objetivos tan altos que, al ser imposibles de alcanzar, nunca consiguen lo que desean. Quieren sembrar, regar y recoger, y ¡claro!, jamás podrán llegar porque lo que corresponde a Dios es propio de Él y lo hace Él. Nosotros, tengámoslo claro, somos sus colaboradores, instrumentos de la Divinidad, ¡que ya es bastante honor!

De ahí que la envidia que sienten por no alcanzar logros que les satisfagan o ver que otras personas realizan mejor sus tareas y obtienen mejores resultados al realizar con mayor eficacia sus cometidos, les hace tener brotes de envidia en cantidad suficiente para ofrecer resistencia u oposición a los planes de Dios en ellos.

Pero no nos engañemos. Cualquiera de nosotros, sea quien fuere, tenga la ocupación que sea, incluso en el estado que libremente haya elegido, tenemos el germen de la envidia durmiendo. En cualquier momento y ante cualquier situación, podría despertar y soltar el veneno que contiene. Ahí es donde hemos de sacar el coraje necesario para acudir al Padre y clamarle la ayuda que urgentemente necesitamos.

No obstante no nos podemos quedar parados. Existe el antídoto para ese veneno de la envidia: caridad, amor, servicio, cariño, afecto, amistad,…son valores en alza que cuando los ponemos en circulación sentimos una plenificación, una satisfacción tan grandes que nos conducen a una realización personal enorme que nos impulsa a sentir altos niveles de agradecimiento a Dios por ese regalo que nos ha dado porque siempre está al quite para ayudarnos.

Es, ante los triunfos y éxitos ajenos, ante esas posesiones que quisiéramos tener y no podemos, en lugar de la envidia que nos pueda corroer y hacérnoslo pasar fatal, aceptar las cosas como son, ver si podemos sacar algo positivo que nos estimule a nuevas metas, nuevos proyectos, e incluso sentir alegría por el bien ajeno.

Entonces estaríamos dando un paso a un remedio directamente relacionado con la caridad: la admiración. Con ella podemos tomar como algo absolutamente normal que haya personas superiores a nosotros, si bien no en cuanto a la dignidad se refiere, ya que como hijos de Dios todos participamos de la misma dignidad, sino en cuanto a telentos, bienes u otras cosas. En cualquier caso, lo que tengamos nosotros nuestro es, y de todo ello deberemos ponerlo a trabajar a tope por el reino de Dios y por mejorar la sociedad en la que vivimos. Como fácilmente podremos ver, tomar esas actitudes admirativas no significa envidiarlos en modo alguno, sino saber valorarlos. De esa forma podremos hacer ver a los demás (y también a nosotros mismos) lo que somos capaces de hacer.

LA CARIDAD.-GIAN LORENZO BERNINI.-BARROCO

Es San Juan Bautista, cuando ve cercana ya su partida de este mundo, cuando le visitan algunos discípulos suyos para decirle que Jesús está bautizando y todos se van con Él. Su magistral respuesta nos marca a nosotros el camino a emprender con nuestras actitudes personales en la Iglesia: ‘Mi alegría se ha hecho plena. Él debe ser cada vez más importante; yo, en cambio, menos’. (Jn. 3, 29-30)

Si somos capaces de admirar al Creador a través de unas magníficas puestas de sol o amaneceres, ¿no vamos a ser capaces de admirar las cualidades de otras personas de forma absolutamente positiva? A fin de cuentas las cualidades que uno tiene son las propias y, además, nos han sido dadas, pues como dice San Pablo: ‘¿Qué poseéis que no hayáis recibido? Y si lo has recibido, ¿por qué presumes como si no lo hubieras recibido?’ (1Cor. 4, 7).

Claro que para eso hay que tener una predisposición, especialmente las personas con tendencia a padecer de envidia, a poner los medios necesarios para evitar este pecado. ¿Cómo? Bueno. Recetas infalibles pienso que no existen. No obstante, a modo de ejemplo, podrían ser en principio a) encomendarnos a Dios y pedirle ayuda y discernimiento y b) intentar conocernos a nosotros mismos, saber cómo somos realmente, saber nuestras propias capacidades y analizar cuál es el ideal de nuestra vida, qué consideramos prioritario en ella. Y si hiciese falta para ello confeccionar nuestra propia escala de valores analizando cuáles son los que prevalecen sobre otros.

LA CARIDAD.-ADOLPHE BOUGUEREAU.-ACADEMICISMO

Muy importante es, pienso modestamente, tener sentido del humor, porque cuando aparezcan esos defectillos que todos tenemos, además de procurar limarlos hasta hacerlos desaparecer si es posible, saber reírnos de nosotros mismos. Además, también aparecerán cualidades y valores, especialmente los cristianos, que hemos de procurar potenciar a tope, porque nos pueden ayudar a reconocer las cualidades propias y ajenas de forma totalmente natural. Así podremos tener paz, sosiego, tranquilidad,…

Todo esto es fruto de la Caridad que, como Virtud Teologal que es, encierra la ayuda que necesitamos para vencer esa lacra de la envidia. ¿Por qué? Pues porque todo pecado tiene solución y absolución si, como cristianos, ponemos a Dios en el punto de mira de nuestras actitudes y luchas para salir de ella. No debemos olvidar que pertenecemos al Cuerpo Místico de Cristo. Él es la cabeza y nosotros sus miembros.

CUERPO MÍSTICO DE CRISTO

‘Vosotros formáis el cuerpo de Cristo y cada uno por su parte es un miembro. Y Dios ha asignado a cada uno un puesto en la Iglesia’ (1Cor. 12, 27-28).

Como tales, estamos en comunión unos con otros. Es lo que llamamos la Comunión de los Santos y encomendarnos a la misericordia divina y a la oración de todos los miembros de la Iglesia militante y triunfante, tiene un poder descomunal, enorme, y Dios ayuda en todo cuanto nos propongamos hacer para bien propio de la Iglesia.

¿Qué aparecen signos que nos parecen propios de la envidia? Pues miren ustedes…A Satanás no hay que dejarle ningún resquicio. A orar y a adorar a la Santísima Trinidad. A encomendarnos al Salvador, que no en vano ha derramado su sangre por nosotros, por todos sin excepción alguna, y a la Mujer que aplasta la cabeza a la serpiente. Así que con su ayuda apartaremos esos sentimientos nocivos para nosotros y machaquémoslos sin miramiento alguno y apartémoslos cuanto antes de nuestros pensamientos. Y si nos atrevemos, probemos a dar la vuelta a ‘eso’ que nos turba hasta ver si tiene algún lado positivo del que nos podamos beneficiar.
LA GLORIA.-FRANCISCO DE GOYA.-ROMANTICISMO

Además, tengamos en cuenta que la Caridad es, de las tres Virtudes Teologales, la ÚNICA que perdurará. En el Reino de Dios no serán necesarias ya la Fe ni le Esperanza porque ya estaremos gozando de la presencia de la Santísima Trinidad. Ya tendremos esa visión, esa certeza, esa realidad a la que ahora aspiramos, pero ¿el AMOR? No solamente no se acabará, sino que se plenificará, se perfeccionará en grado infinito, se eternizará y nuestra adoración, desde ese AMOR PLENO, será perfecta y total.

¿Se acuerdan de San Juan? En su Evangelio nos transmite la voluntad del Maestro. ‘Como el Padre me ama, así os amo yo a vosotros. Permaneced en mi amor’. (Jn. 15, 9)’. Y continúa más adelante: ‘Mi mandamiento es éste: Amaos los unos a los otros, como yo os he amado. Nadie tiene amor más grande que quien da la vida por sus amigos. Vosotros sois mis amigos, si hacéis lo que yo os mando’. (Jn 15, 12-14). Todo un mensaje en cuanto que aprendamos a confiar en Él en cuanto emprendamos y en las dificultades.

Es el Amor quien hizo encarnarse a Dios en la persona de Jesús de Nazaret para rescatarnos del mal y esto nos obliga, como cristianos, a responder con generosidad a su sacrificio. La lucha, la oración, los sacrificios que contribuyan a erradicar y exterminar la envidia y cualquier otro pecado, vicio o imperfección, forma parte de esa correspondencia nuestra al sacrificio de Jesucristo.

¿Qué problemas tiene la Caridad? Pues que las personas, con el tiempo, hemos devaluado el auténtico sentido que tiene y lo hemos reducido al concepto de limosna, de ayuda económica al necesitado. Eso estará muy bien en cuanto que es una parte de la Caridad puesto que ayudamos al prójimo desde nuestra solidaridad. ‘No se entiende el amor a Dios si no lleva consigo el amor al prójimo. Es “como si soñase que estaba caminando”, es sólo un sueño, no se camina. Quien no ama al prójimo, no ama a Dios’. (San Juan Clímaco. Escala del paraíso)

EL BUEN SAMARITANO.-LANCELOOT BLONDEEL.-SIGLO XVI

Pero la Caridad en su globalidad, es mucho más, infinitamente más que eso. Es participar de la naturaleza de Dios, que cuando nuestros padres nos engendraron, Dios nos besó a cada uno con ese beso que llamamos alma o espíritu y es ahí donde tenemos la imagen y semejanza divina. Es la que nos permite gozar de la amistad de Dios, que es Amor purísimo hacia cada uno de nosotros.

Es el Amor quien nos hace corresponder al cariño que el Creador tiene y siente hacia cada uno de nosotros, con nuestros nombres y apellidos. Es el Amor, la Caridad, la que nos permite amar a Dios con todo nuestro corazón, con toda nuestra fuerza, con toda nuestra mente, y también al prójimo como imagen de Dios que es.

Como conclusión, pienso que vale la pena plantearse si se saca algún beneficio mayor que el de la Caridad. Si la persona envidiosa continúa pertinaz con su amargura, pesadumbre y aflicción ocasionadas por la envidia o por cualquier otro pecado allá ella, pero no nos dejemos arrastrar por esa lacra de la envidia. Sinceramente: ¿Envidia? ¡¡NO, GRACIAS!!


Que nuestro Maestro y Nuestra Señora de la Caridad nos asistan y bendigan.

No hay comentarios: