Continuando con este tema para finalizarlo, vamos a seguir analizándolo con el fin de sacar cada uno nuestras propias conclusiones.
No podemos evitar que, como personas, tengamos unos sentimientos y unos patrones de conducta producto de la educación que hemos recibido en el hogar de nuestra familia primero y en los ambientes que hemos ido frecuentando en la sociedad después, pero nuestros propios valores deben conducirnos a analizar lo más objetivamente posible cualquier situación, aunque en nuestro interior estén en ebullición situaciones, pensamientos o deseos pugnando por dominar nuestro ‘yo’.
Esto, referido a la ira, que surge de súbito cuando menos lo esperamos, es sumamente peligroso porque puede producir un descontrol del autodominio que nos conduzca a la impaciencia, a no admitir el punto de vista de los demás, incluso cuando intuyamos que puedan tener razón, por lo que estaremos alimentando sentimientos que favorecen la aparición de la ira como pecado. En el Libro de los Proverbios aparece esta sentencia: ‘El necio da rienda suelta a toda su ira, mas el sabio al fin la sosiega’. (Prov. 29, 11).
No olvidemos que con la ira atentamos contra nuestro prójimo, a quien como norma fundamental hemos de respetar en todo, sin que ello quiera decir que necesariamente hemos de compartir sus tesis, pensamientos o criterios. Ahora bien. En cuanto que podamos ser nosotros los que recibamos la ofensa o ira de los demás, especialmente si es injustamente, hemos de procurar mantener la calma y la serenidad por dos razones: Una, porque hemos de procurar desmontar los criterios erróneos de quienes nos acosan o difaman con argumentos de peso y, a ser posible, irrefutables. Y para eso es necesario tener la cabeza fría aunque el corazón arda por todas partes. Otra razón, porque al permanecer serenos, además de no ponernos a la altura del hipotético iracundo y evitando nuestro propio ridículo, estaremos desarmando los probables argumentos que esgriman contra nosotros.
Las Sagradas Escrituras nos han propuesto siempre a Job como un modelo de justicia, rectitud y…paciencia (¿le recuerdan?). Hombre temeroso de Dios al que honraba continuamente, motivó los celos de Satán.
JOB TENTADO POR SATÁN.-WILLIAM BLAKE.-.NEOCLASICISMO
En un diálogo con Dios, le pide autorización para tentarle y, a pesar de todas las desgracias, Job mantiene su fidelidad a Yavé. En una segunda prueba, más dura todavía y añadida a la anterior, nuestro personaje sigue con su fidelidad, a pesar de cuanto Satán hizo para apartarle del Creador. (Job. Capítulo 1 y del 2, 1-10). Al final del Libro, Dios recompensa a Job: ‘Yavé restableció a Job en su estado, después de haber rogado por sus amigos, y acrecentó Yavé hasta el duplo todo cuanto antes poseyera’. (Job, 42, 7-17).
Pero ahora me viene a la cabeza el pasaje de Jesucristo ante el Sumo Sacerdote. Veamos la situación. A Jesús lo han detenido en Getsemaní y lo conducen a presencia del pontífice, que le pregunta sobre su doctrina y sus discípulos.
JESÚS ANTE ANÁS Y CAIFÁS.-GIOTTO DI BONDONE.-GÓTICO
Él le responde con absoluta normalidad, aunque acaso no respondiera a lo que esperaban que dijese para poder cogerle en contradicción o en algo peor, según ellos. Pero en cuanto termina de hablar, sin más, ‘uno de los alguaciles, que estaba a su lado, le dio una bofetada diciendo: ¿Así respondes al pontífice?’ La situación debió ser tensa, y para Jesús tremendamente complicada, porque como Dios que era hubiese podido hacer lo que hubiese querido ante esa injusticia cometida contra Él, pero es de ver y de admirar su serenidad con la que tal vez desarmó y acaso avergonzó dejando sin argumentos al alguacil, con su serena respuesta: ‘Si hablé mal, muéstrame en qué, y si bien, ¿por qué me pegas?’ (Jn. 18, 19-24).
Ya ven. Sabemos que no sirvió para nada porque una vez que lo tenían iban a por todas con tal de quitárselo de encima, pero tal vez nuestro Maestro quiso transmitirnos una especie de lección o de camino a seguir en nuestro comportamiento como seguidores suyos. Es el autocontrol ante situaciones que puedan perjudicarnos.
Un proceso iracundo es capaz de impedirnos actuar de forma serena, sensata y también de producir verdaderos estragos en la conducta de las personas y detrás de este pecado no olvidemos que anda el diablo sembrando discordias y enemistades. Conozco casos en comunidades de vecinos, o entre compañeros de trabajo que a causa de la aparición de la ira en alguna circunstancia, hoy se encuentran viviendo en una enemistad permanente, lo cual es un constante malvivir que nos lleva a la creación de un malestar continuo que, sin pretenderlo, puede derivar en agriar la convivencia familiar.
LA IRA.-JACOB MATHAM.- S. XVI - XVII
‘Tened todos un mismo sentir, sed compasivos, fraternales, misericordiosos, humildes, no devolviendo mal por mal ni ultraje por ultraje; al contrario, bendiciendo, que para esto hemos sido llamados, para ser herederos de la bendición’. (1 Pe. 3, 8-9). Caramba. ¡Si todos tuviésemos estos sentimientos y actuásemos según ellos, otro gallo le cantaría a la humanidad!
Pero de cualquier manera, en la medida que cada uno de nosotros hagamos lo imposible para poder dominar este pecado, estaremos haciendo realidad la recomendación del Primer Papa. ¿Cómo? Pues aunque no haya receta alguna, sí existen recomendaciones que la pedagogía familiar enseña a aplicar a los niños. Por ejemplo: antes de hablar pensar lo que vamos a decir y cuando vayamos a hacerlo, exponerlo lentamente, con tranquilidad. Mientras hablan los demás, ir pensando nosotros en lo que dicen para ir sacando nuestras conclusiones. También suele dar buen resultado hablar sentado teniendo la espalda apoyada en el respaldo de la silla, ya que al estar cómodos, podremos relajarnos mejor y la hipotética agresividad que pudiéramos tener quedará disminuida a la vez que daremos la sensación a nuestros oyentes que controlamos la situación.
Lógicamente existen más métodos o ´trucos´, qué duda cabe, pero imagino que ustedes también conocerán otros e incluso más y mejor que yo, pero vamos a seguir con el tema.
Pienso que también sería conveniente tratar el tema contrario a la ira. Ante alguna situación estresante, ¿alguno de ustedes ha oído expresiones como ‘¡qué paciencia hay que tener!’, ‘Señor, dame paciencia porque no sé lo que le hago’ o alguna otra parecida? Supongo que sí y hasta es probable que alguno las haya dicho, si no así como las he escrito, tal vez de forma parecida, pero en definitiva, vienen a significar lo mismo.
PACIENTIA OR PATIENCE.-REPRESENTACIÓN RENACENTISTA DE LA PACIENCIA
En el quehacer diario de cada uno nos podemos encontrar que al tratar a cualquier persona, incluso algún miembro de la propia familia, su comportamiento nos puede parecer tan absurdo que nos saca de nuestras casillas. Y la válvula de escape la encontramos en este tipo de expresiones.
Pues bien. En el caso de las personas iracundas puede ocurrir lo mismo, porque la paciencia es precisamente la virtud que se opone a la ira cuando ésta es pecado. ¿Qué es y qué supone, entonces, ser pacientes?
La paciencia supone tener capacidad para soportar, sufrir o padecer algo sin que nuestro estado de ánimo se altere. Y esto no es fácil, porque nuestra condición humana es como es y no siempre podemos controlarnos. Pero sí podemos prepararnos, entrenarnos como cualquier deportista hace con el deporte que practica, para intentar conseguirlo.
LA PACIENCIA.-CAPITEL ROMÁNICO CON ESCENAS DEL LIBRO DE JOB
Lean atentamente: ‘¡Oh, paciencia, cómo quisiera exaltarte por ser reina de todas las cosas…! ¡Tú eres corona cotidiana y madre de los mártires; tú eres el muro de la fe, fruto de la esperanza, amiga de la caridad…! Feliz, eternamente feliz, es quien siempre te tenga consigo’. (SAN ZENÓN. Obras). No cabe duda que este santo estaba inspirado cuando esto escribió, pero tenía toda la razón, ¿no creen? Otra cosa es el camino a seguir hasta llegar donde él dice.
Otro Padre de la Iglesia culmina lo anterior: ‘De la misma manera que la victoria atestigua el valor del soldado en la batalla, así se pone de manifiesto la santidad de quien sufre los trabajos y las tentaciones con paciencia inquebrantable’. (SAN CIRILO. Catena Aurea).
SAN CIRILO DE ALEJANDRÍA.-ICONO
En nuestra condición de cristianos podemos tenerlo más ‘fácil’, por decirlo de alguna manera, ya que contamos con medios que nos pueden ayudar muchísimo a cuanto nos dicen los autores de las citas anteriores, como son la oración, los sacramentos, la Gracia de Dios, que al impulsarnos a la perfección de nuestro cristianismo ya nos ayudan a conseguir las Virtudes y los Dones del Espíritu Santo, en la medida que Él considere que nos los puede dar. Pero lo que está claro es que solos no vamos a estar en esa lucha continua si así se lo pedimos. ¿No es el Espíritu Divino quien impulsa la Iglesia? Pues si somos Iglesia en virtud del Bautismo somos destinatarios de su actuación. Y eso siempre es un estímulo.
Ante la angustia o la ansiedad que una determinada situación puede provocar en nuestro interior. Ante la intransigencia o la tensión (cuando no ira) provocada, por ejemplo por alguna situación laboral o profesional que pueda derivar en situaciones más o menos graves, necesitaremos toda nuestra capacidad de aguante y serenidad para aguantar ‘el tipo’ y no dejarnos dominar por ella.
Pero eso supone intentar practicarla día a día, situación a situación, en cualquiera que sea el ambiente en el que nos desenvolvamos. Incluso, como cristianos, podríamos llegar a tener auténticos ejercicios de caridad y humildad con nuestros semejantes. A un plazo, más o menos largo, podríamos despertar la admiración ajena por el dominio de la situación y de nosotros mismos.
Ese ‘saber estar’ y ‘saber ser’, por la práctica de ‘esas cosas’ (como personalmente he oído que lo llamaban) que son los valores humanos, que nos conducen a llevar mucho mejor la vida familiar, el trato social en el que se incluye la relación con amigos, compañeros de trabajo o sencillamente con cualquier persona con la que nos podamos relacionar esporádicamente, por no citar los beneficios que supone saber escuchar a los demás, mantener la calma cuando vamos conduciendo y los problemas de la circulación nos animan a perder la serenidad, a hacer de la prudencia uno de los ejes de nuestra vida y un largo etcétera que, en definitiva, nos definirán como cristianos modélicos, dentro de esas limitaciones que todos tenemos.
Lo contrario sería caer en los brazos de la impaciencia, que es lo contrario. Tendríamos una ausencia de paz, el desasosiego que haría acto de presencia y nos conduciría a vivir en un enojo permanente que nos podría llevar, incluso, a la ira.
La paciencia nos lleva a superar la tristeza que nos pueda producir el sufrimiento ocasionado por cualquier enfermedad o adversidad. De esto nos podría hablar, y no poco, San Pablo. Un hombre activo y profundamente sumergido en la evangelización llevando por todo el mundo (en las condiciones viajeras de su época) la voz y doctrina de Jesucristo, ¿nos lo podemos imaginar cómo estaría al final de su vida cuando estaba preso en Roma?
SAN PABLO.-GIOTTO.-GÓTICO
No olvidemos que él era ‘fariseo e hijo de fariseos’ (Act. 23, 6) y que conocía las Escrituras, por lo que es perfectamente lógico que conociese lo que dice el Libro de los Proverbios: ‘Mejor que el fuerte es el paciente, y el que sabe dominarse vale más que el que conquista una ciudad’. (Prov. 16, 32), así como esta otra cita del Eclesiástico: ‘A muchos mató la tristeza y no hay utilidad en ella’. (Eclo. 30, 25). Es muy posible que le fuesen de gran ayuda y consuelo en su cautiverio.
San Agustín, dice refiriéndose a esta virtud: ‘La Paciencia es un don de Dios tan grande que en ella se manifiesta, incluso, la paciencia del que nos la da’. (SAN AGUSTÍN. De patientia).
En lo referente a esta virtud no puedo dejar de nombrar dos citas que me parecen básicas. Una es de esa santa y Doctora de la Iglesia que es Santa Teresa de Jesús: ‘Nada te turbe, nada te espante. Todo se pasa. Dios no se muda. La PACIENCIA todo lo alcanza. Quien a Dios tiene, nada le falta. Sólo Dios basta’.
La otra pertenece a San Pablo. Corresponde a ese gran canto que hace del Amor en su primera Carta a los cristianos de Corinto: ‘La caridad es paciente, es benigna,no es envidiosa,…no se irrita,no piensa mal,…’. (I Cor. 13, 4-7)
Si echamos un vistazo al santoral, podremos ver que cualquiera de ellos ha esparcido a manos llenas esta virtud cargando cada uno su respectiva cruz, como cada uno de nosotros cargamos la nuestra, personal e intransferible, (porque nadie puede cargar con la nuestra), y llevarla con la ayuda de ese Cireneo que todos tenemos: Jesús de Nazaret. Él llevó la suya camino del Calvario ¡y en qué condiciones! También participó de nuestra naturaleza: ‘Habéis sido rescatados de vuestro vano vivir, según la tradición de vuestros padres, no con plata y oro corruptibles, sino con la sangre preciosa de Cristo, como cordero sin defecto ni mancha.’ (I Pe. 1, 18-19) ¿Cómo nos va a negar su ayuda en los problemas que todos tenemos en las ocasiones más dispares que imaginarse puedan?
Para ejercitar la virtud de la paciencia, como todas las demás virtudes, hemos de ponernos en manos de Dios sin duda alguna, pero eso no significa que ante los problemas, las enfermedades, los dolores o lo que podamos tener, no deseemos que pase o termine cuanto antes o, al menos, que se alivie. Pero pienso que lo que sí se debe evitar es la queja estéril o el desánimo que no nos conducen a ninguna parte.
¿Me permiten una confidencia? A lo largo de mi vida he pasado por numerosa situaciones de salud e incluso en este momento estoy inmerso en una de ellas. ¿Saben qué me ayuda y me da una enorme moral y afán de superación? Meditar la Pasión de nuestro Redentor. Unirme a ella en la medida que Él lo acepte.
‘Ahora me alegro por mis padecimientos por vosotros y suplo en mi carne lo que falta a las tribulaciones de Cristo por su cuerpo, que es la Iglesia’. (Col. 1, 24). Les aseguro que dentro de mis limitaciones físicas, soy inmensamente feliz gracias a Él y a la Madre que todos tenemos. Y lo mismo que hablo de mi propia experiencia estoy seguro que muchísimos de ustedes podrían contar montones de experiencia personales tremendamente enriquecedoras.
Sí. Él es la Fuerza y la Gracia, el Consuelo y el Ánimo para todos. ‘Venid a mí los que os encontréis cansados y agobiados que Yo os aliviaré. Tomad sobre vosotros mi yugo y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón y hallaréis descanso para vuestras almas, porque mi yugo es suave y mi carga ligera’. (Mt. 11, 28-30).
Con Él les dejo. Y con su Madre (y también de cada uno de nosotros), Nuestra Señora de la Soledad.
No podemos evitar que, como personas, tengamos unos sentimientos y unos patrones de conducta producto de la educación que hemos recibido en el hogar de nuestra familia primero y en los ambientes que hemos ido frecuentando en la sociedad después, pero nuestros propios valores deben conducirnos a analizar lo más objetivamente posible cualquier situación, aunque en nuestro interior estén en ebullición situaciones, pensamientos o deseos pugnando por dominar nuestro ‘yo’.
Esto, referido a la ira, que surge de súbito cuando menos lo esperamos, es sumamente peligroso porque puede producir un descontrol del autodominio que nos conduzca a la impaciencia, a no admitir el punto de vista de los demás, incluso cuando intuyamos que puedan tener razón, por lo que estaremos alimentando sentimientos que favorecen la aparición de la ira como pecado. En el Libro de los Proverbios aparece esta sentencia: ‘El necio da rienda suelta a toda su ira, mas el sabio al fin la sosiega’. (Prov. 29, 11).
No olvidemos que con la ira atentamos contra nuestro prójimo, a quien como norma fundamental hemos de respetar en todo, sin que ello quiera decir que necesariamente hemos de compartir sus tesis, pensamientos o criterios. Ahora bien. En cuanto que podamos ser nosotros los que recibamos la ofensa o ira de los demás, especialmente si es injustamente, hemos de procurar mantener la calma y la serenidad por dos razones: Una, porque hemos de procurar desmontar los criterios erróneos de quienes nos acosan o difaman con argumentos de peso y, a ser posible, irrefutables. Y para eso es necesario tener la cabeza fría aunque el corazón arda por todas partes. Otra razón, porque al permanecer serenos, además de no ponernos a la altura del hipotético iracundo y evitando nuestro propio ridículo, estaremos desarmando los probables argumentos que esgriman contra nosotros.
Las Sagradas Escrituras nos han propuesto siempre a Job como un modelo de justicia, rectitud y…paciencia (¿le recuerdan?). Hombre temeroso de Dios al que honraba continuamente, motivó los celos de Satán.
JOB TENTADO POR SATÁN.-WILLIAM BLAKE.-.NEOCLASICISMO
En un diálogo con Dios, le pide autorización para tentarle y, a pesar de todas las desgracias, Job mantiene su fidelidad a Yavé. En una segunda prueba, más dura todavía y añadida a la anterior, nuestro personaje sigue con su fidelidad, a pesar de cuanto Satán hizo para apartarle del Creador. (Job. Capítulo 1 y del 2, 1-10). Al final del Libro, Dios recompensa a Job: ‘Yavé restableció a Job en su estado, después de haber rogado por sus amigos, y acrecentó Yavé hasta el duplo todo cuanto antes poseyera’. (Job, 42, 7-17).
Pero ahora me viene a la cabeza el pasaje de Jesucristo ante el Sumo Sacerdote. Veamos la situación. A Jesús lo han detenido en Getsemaní y lo conducen a presencia del pontífice, que le pregunta sobre su doctrina y sus discípulos.
JESÚS ANTE ANÁS Y CAIFÁS.-GIOTTO DI BONDONE.-GÓTICO
Él le responde con absoluta normalidad, aunque acaso no respondiera a lo que esperaban que dijese para poder cogerle en contradicción o en algo peor, según ellos. Pero en cuanto termina de hablar, sin más, ‘uno de los alguaciles, que estaba a su lado, le dio una bofetada diciendo: ¿Así respondes al pontífice?’ La situación debió ser tensa, y para Jesús tremendamente complicada, porque como Dios que era hubiese podido hacer lo que hubiese querido ante esa injusticia cometida contra Él, pero es de ver y de admirar su serenidad con la que tal vez desarmó y acaso avergonzó dejando sin argumentos al alguacil, con su serena respuesta: ‘Si hablé mal, muéstrame en qué, y si bien, ¿por qué me pegas?’ (Jn. 18, 19-24).
Ya ven. Sabemos que no sirvió para nada porque una vez que lo tenían iban a por todas con tal de quitárselo de encima, pero tal vez nuestro Maestro quiso transmitirnos una especie de lección o de camino a seguir en nuestro comportamiento como seguidores suyos. Es el autocontrol ante situaciones que puedan perjudicarnos.
Un proceso iracundo es capaz de impedirnos actuar de forma serena, sensata y también de producir verdaderos estragos en la conducta de las personas y detrás de este pecado no olvidemos que anda el diablo sembrando discordias y enemistades. Conozco casos en comunidades de vecinos, o entre compañeros de trabajo que a causa de la aparición de la ira en alguna circunstancia, hoy se encuentran viviendo en una enemistad permanente, lo cual es un constante malvivir que nos lleva a la creación de un malestar continuo que, sin pretenderlo, puede derivar en agriar la convivencia familiar.
LA IRA.-JACOB MATHAM.- S. XVI - XVII
‘Tened todos un mismo sentir, sed compasivos, fraternales, misericordiosos, humildes, no devolviendo mal por mal ni ultraje por ultraje; al contrario, bendiciendo, que para esto hemos sido llamados, para ser herederos de la bendición’. (1 Pe. 3, 8-9). Caramba. ¡Si todos tuviésemos estos sentimientos y actuásemos según ellos, otro gallo le cantaría a la humanidad!
Pero de cualquier manera, en la medida que cada uno de nosotros hagamos lo imposible para poder dominar este pecado, estaremos haciendo realidad la recomendación del Primer Papa. ¿Cómo? Pues aunque no haya receta alguna, sí existen recomendaciones que la pedagogía familiar enseña a aplicar a los niños. Por ejemplo: antes de hablar pensar lo que vamos a decir y cuando vayamos a hacerlo, exponerlo lentamente, con tranquilidad. Mientras hablan los demás, ir pensando nosotros en lo que dicen para ir sacando nuestras conclusiones. También suele dar buen resultado hablar sentado teniendo la espalda apoyada en el respaldo de la silla, ya que al estar cómodos, podremos relajarnos mejor y la hipotética agresividad que pudiéramos tener quedará disminuida a la vez que daremos la sensación a nuestros oyentes que controlamos la situación.
Lógicamente existen más métodos o ´trucos´, qué duda cabe, pero imagino que ustedes también conocerán otros e incluso más y mejor que yo, pero vamos a seguir con el tema.
Pienso que también sería conveniente tratar el tema contrario a la ira. Ante alguna situación estresante, ¿alguno de ustedes ha oído expresiones como ‘¡qué paciencia hay que tener!’, ‘Señor, dame paciencia porque no sé lo que le hago’ o alguna otra parecida? Supongo que sí y hasta es probable que alguno las haya dicho, si no así como las he escrito, tal vez de forma parecida, pero en definitiva, vienen a significar lo mismo.
PACIENTIA OR PATIENCE.-REPRESENTACIÓN RENACENTISTA DE LA PACIENCIA
En el quehacer diario de cada uno nos podemos encontrar que al tratar a cualquier persona, incluso algún miembro de la propia familia, su comportamiento nos puede parecer tan absurdo que nos saca de nuestras casillas. Y la válvula de escape la encontramos en este tipo de expresiones.
Pues bien. En el caso de las personas iracundas puede ocurrir lo mismo, porque la paciencia es precisamente la virtud que se opone a la ira cuando ésta es pecado. ¿Qué es y qué supone, entonces, ser pacientes?
La paciencia supone tener capacidad para soportar, sufrir o padecer algo sin que nuestro estado de ánimo se altere. Y esto no es fácil, porque nuestra condición humana es como es y no siempre podemos controlarnos. Pero sí podemos prepararnos, entrenarnos como cualquier deportista hace con el deporte que practica, para intentar conseguirlo.
LA PACIENCIA.-CAPITEL ROMÁNICO CON ESCENAS DEL LIBRO DE JOB
Lean atentamente: ‘¡Oh, paciencia, cómo quisiera exaltarte por ser reina de todas las cosas…! ¡Tú eres corona cotidiana y madre de los mártires; tú eres el muro de la fe, fruto de la esperanza, amiga de la caridad…! Feliz, eternamente feliz, es quien siempre te tenga consigo’. (SAN ZENÓN. Obras). No cabe duda que este santo estaba inspirado cuando esto escribió, pero tenía toda la razón, ¿no creen? Otra cosa es el camino a seguir hasta llegar donde él dice.
Otro Padre de la Iglesia culmina lo anterior: ‘De la misma manera que la victoria atestigua el valor del soldado en la batalla, así se pone de manifiesto la santidad de quien sufre los trabajos y las tentaciones con paciencia inquebrantable’. (SAN CIRILO. Catena Aurea).
SAN CIRILO DE ALEJANDRÍA.-ICONO
En nuestra condición de cristianos podemos tenerlo más ‘fácil’, por decirlo de alguna manera, ya que contamos con medios que nos pueden ayudar muchísimo a cuanto nos dicen los autores de las citas anteriores, como son la oración, los sacramentos, la Gracia de Dios, que al impulsarnos a la perfección de nuestro cristianismo ya nos ayudan a conseguir las Virtudes y los Dones del Espíritu Santo, en la medida que Él considere que nos los puede dar. Pero lo que está claro es que solos no vamos a estar en esa lucha continua si así se lo pedimos. ¿No es el Espíritu Divino quien impulsa la Iglesia? Pues si somos Iglesia en virtud del Bautismo somos destinatarios de su actuación. Y eso siempre es un estímulo.
Ante la angustia o la ansiedad que una determinada situación puede provocar en nuestro interior. Ante la intransigencia o la tensión (cuando no ira) provocada, por ejemplo por alguna situación laboral o profesional que pueda derivar en situaciones más o menos graves, necesitaremos toda nuestra capacidad de aguante y serenidad para aguantar ‘el tipo’ y no dejarnos dominar por ella.
Pero eso supone intentar practicarla día a día, situación a situación, en cualquiera que sea el ambiente en el que nos desenvolvamos. Incluso, como cristianos, podríamos llegar a tener auténticos ejercicios de caridad y humildad con nuestros semejantes. A un plazo, más o menos largo, podríamos despertar la admiración ajena por el dominio de la situación y de nosotros mismos.
Ese ‘saber estar’ y ‘saber ser’, por la práctica de ‘esas cosas’ (como personalmente he oído que lo llamaban) que son los valores humanos, que nos conducen a llevar mucho mejor la vida familiar, el trato social en el que se incluye la relación con amigos, compañeros de trabajo o sencillamente con cualquier persona con la que nos podamos relacionar esporádicamente, por no citar los beneficios que supone saber escuchar a los demás, mantener la calma cuando vamos conduciendo y los problemas de la circulación nos animan a perder la serenidad, a hacer de la prudencia uno de los ejes de nuestra vida y un largo etcétera que, en definitiva, nos definirán como cristianos modélicos, dentro de esas limitaciones que todos tenemos.
Lo contrario sería caer en los brazos de la impaciencia, que es lo contrario. Tendríamos una ausencia de paz, el desasosiego que haría acto de presencia y nos conduciría a vivir en un enojo permanente que nos podría llevar, incluso, a la ira.
La paciencia nos lleva a superar la tristeza que nos pueda producir el sufrimiento ocasionado por cualquier enfermedad o adversidad. De esto nos podría hablar, y no poco, San Pablo. Un hombre activo y profundamente sumergido en la evangelización llevando por todo el mundo (en las condiciones viajeras de su época) la voz y doctrina de Jesucristo, ¿nos lo podemos imaginar cómo estaría al final de su vida cuando estaba preso en Roma?
SAN PABLO.-GIOTTO.-GÓTICO
No olvidemos que él era ‘fariseo e hijo de fariseos’ (Act. 23, 6) y que conocía las Escrituras, por lo que es perfectamente lógico que conociese lo que dice el Libro de los Proverbios: ‘Mejor que el fuerte es el paciente, y el que sabe dominarse vale más que el que conquista una ciudad’. (Prov. 16, 32), así como esta otra cita del Eclesiástico: ‘A muchos mató la tristeza y no hay utilidad en ella’. (Eclo. 30, 25). Es muy posible que le fuesen de gran ayuda y consuelo en su cautiverio.
San Agustín, dice refiriéndose a esta virtud: ‘La Paciencia es un don de Dios tan grande que en ella se manifiesta, incluso, la paciencia del que nos la da’. (SAN AGUSTÍN. De patientia).
En lo referente a esta virtud no puedo dejar de nombrar dos citas que me parecen básicas. Una es de esa santa y Doctora de la Iglesia que es Santa Teresa de Jesús: ‘Nada te turbe, nada te espante. Todo se pasa. Dios no se muda. La PACIENCIA todo lo alcanza. Quien a Dios tiene, nada le falta. Sólo Dios basta’.
La otra pertenece a San Pablo. Corresponde a ese gran canto que hace del Amor en su primera Carta a los cristianos de Corinto: ‘La caridad es paciente, es benigna,no es envidiosa,…no se irrita,no piensa mal,…’. (I Cor. 13, 4-7)
Si echamos un vistazo al santoral, podremos ver que cualquiera de ellos ha esparcido a manos llenas esta virtud cargando cada uno su respectiva cruz, como cada uno de nosotros cargamos la nuestra, personal e intransferible, (porque nadie puede cargar con la nuestra), y llevarla con la ayuda de ese Cireneo que todos tenemos: Jesús de Nazaret. Él llevó la suya camino del Calvario ¡y en qué condiciones! También participó de nuestra naturaleza: ‘Habéis sido rescatados de vuestro vano vivir, según la tradición de vuestros padres, no con plata y oro corruptibles, sino con la sangre preciosa de Cristo, como cordero sin defecto ni mancha.’ (I Pe. 1, 18-19) ¿Cómo nos va a negar su ayuda en los problemas que todos tenemos en las ocasiones más dispares que imaginarse puedan?
Para ejercitar la virtud de la paciencia, como todas las demás virtudes, hemos de ponernos en manos de Dios sin duda alguna, pero eso no significa que ante los problemas, las enfermedades, los dolores o lo que podamos tener, no deseemos que pase o termine cuanto antes o, al menos, que se alivie. Pero pienso que lo que sí se debe evitar es la queja estéril o el desánimo que no nos conducen a ninguna parte.
¿Me permiten una confidencia? A lo largo de mi vida he pasado por numerosa situaciones de salud e incluso en este momento estoy inmerso en una de ellas. ¿Saben qué me ayuda y me da una enorme moral y afán de superación? Meditar la Pasión de nuestro Redentor. Unirme a ella en la medida que Él lo acepte.
ECCE HOMO.-JÖRG PETEL.-BARROCO
‘Ahora me alegro por mis padecimientos por vosotros y suplo en mi carne lo que falta a las tribulaciones de Cristo por su cuerpo, que es la Iglesia’. (Col. 1, 24). Les aseguro que dentro de mis limitaciones físicas, soy inmensamente feliz gracias a Él y a la Madre que todos tenemos. Y lo mismo que hablo de mi propia experiencia estoy seguro que muchísimos de ustedes podrían contar montones de experiencia personales tremendamente enriquecedoras.
Sí. Él es la Fuerza y la Gracia, el Consuelo y el Ánimo para todos. ‘Venid a mí los que os encontréis cansados y agobiados que Yo os aliviaré. Tomad sobre vosotros mi yugo y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón y hallaréis descanso para vuestras almas, porque mi yugo es suave y mi carga ligera’. (Mt. 11, 28-30).
Con Él les dejo. Y con su Madre (y también de cada uno de nosotros), Nuestra Señora de la Soledad.
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