Todos estamos acostumbrados a oír hablar de la pereza. Incluso es posible que en algunas ocasiones nos hayamos encontrado con un estado de ánimo en el no teníamos un ápice de ganas para hacer algo que debíamos. Y nos sentábamos tranquilamente esperando un no sé qué.
Hasta que en ese marco de ociosidad abúlica oíamos, sin pretenderlo, una vocecita interior a la que llamamos conciencia, que nos lo ponía muy crudo: ‘Muchacho, muchacha, ¡qué bien estás!, ¿verdad? Pero ¿y ese trabajo que te está esperando? ¿Y ese tema que debes estudiar y prepararlo como tú sabes que puedes y DEBES hacer? ¡Venga! ¡Arriba! ¡Levántate y sacude esa pereza que te está dominando! ¡Demuestra que tú puedes más que tu pereza!’.
Y sí. A veces (otras no, y eso entra dentro de nuestra condición humana), le hacemos caso. Sacudimos esa galbana que amodorra nuestro espíritu, nuestra capacidad de respuesta ante el deber y nos ponemos mano a la obra.
Si esto nos pasa en ocasiones aisladas y no hacemos caso de esa tendencia, no pasa nada porque estaríamos en el campo de la tentación y mientras no caigamos en ella debemos estar tranquilos. Pero si esto se presenta con frecuencia y nos dejamos llevar de esa tendencia a la holgazanería, hasta el extremo de entorpecer nuestra actividad habitual, llegando incluso a perjudicar a otras personas por nuestra pasividad, podríamos llegar al pecado. Incluso al mortal, porque estaríamos faltando a la caridad.
Es obvio que en nuestro quehacer cotidiano pueden presentarse las mil y una situaciones que nos pueden invitar a la dejadez, negligencia, desidia, desinterés, flojedad de espíritu o llamémosle como queramos, pero que en definitiva no beneficia absolutamente en nada nuestra vida cristiana. Y, en definitiva, es ésta la que nos debe preocupar.
LA PEREZA.-JACOB MATHAM.-S. XVI - XVII
Pero ¿qué es ser perezoso? Bueno. Estoy seguro que cada uno de ustedes daría una definición y, además, certera, porque todos conocemos algún que otro caso. El Libro de los Proverbios nos hace una fotografía muy clara de los resultados de la vida del perezoso: ‘Pasé junto al campo del perezoso y junto a la viña del insensato. Y todo eran cardos y ortigas que cubrían su suelo, la cerca de piedra estaba derruida. Al ver aquello me puse a pensar; contemplé y saqué esta lección: duermes un rato, un rato te amodorras, cruzas los brazos y a descansar; y te viene la miseria como un ladrón, y la indigencia como un salteador’. (Prov. 24, 30-34).
Ciertamente que todos tenemos unas obligaciones inherentes a nuestro ‘ser humano’. Como componentes de una sociedad, de una familia, de una profesión y de cada una de las facetas de nuestra existencia, tenemos unos deberes, unos derechos, unas obligaciones que nos comprometen a desarrollarlos y además lo mejor que podamos y sepamos.
Dentro de estos aspectos nos tropezamos con que debemos estar al día en todas las facetas del campo en el que nos desarrollemos, y eso implica bien la realización de cursos posgrado o de perfeccionamiento, bien la lectura de libros o artículos de revistas especializadas en la materia en la que trabajemos.
LA PEREZA.-EL BOSCO.-GÓTICO
Esto parece lógico en el ambiente profesional, pero es que en la familia, por ejemplo, también cabe decir lo mismo, porque para educar unos hijos, para el trato con el cónyuge respectivo, ¿seguro que lo sabemos todo? ¿Todo lo conocemos y lo aplicamos? Y si nos referimos desde el punto de vista cristiano que es el que mayor nos compromete a nosotros, entramos en el aspecto de la profundización en la fe personal como respuesta a lo que Dios espera de nosotros como ejemplos vivos para otras personas, a pesar de los defectos y fallos que podamos tener, ya que en definitiva es la trayectoria de la vida lo realmente importante.
Fallos, incluso pecados, todos tenemos porque no somos ángeles precisamente y si como dice el Libro de los Proverbios ‘el justo, aunque siete veces caiga, se levanta otras tantas’ (Prov. 24, 16), está claro que lo importante es levantarse. Y en eso se suelen fijar mucho las personas de nuestros ambientes.
¿A dónde voy a parar? A que todos debemos ‘ser perfectos como nuestro Padre Celestial’ (Mt. 5, 48) en todos los aspectos personales y conseguirlo nos puede suponer algún sacrificio o renunciar a algo. Y no siempre estamos dispuestos. Cuando renunciamos a nuestro deber en lo que compete a la sociedad que pertenecemos, a lo concerniente a nuestro trabajo o familia, como anteriormente citaba, podemos entrar en el campo de la pereza. Y ese ya es un terreno peligroso, pues según el grado de nuestra inhibición, podríamos caer en la levedad o gravedad de ese pecado capital.
Pero es que caer en la pereza puede conllevar la aparición de unos efectos secundarios. Como una especie de efectos que podrían aparecer y complicar aún más nuestra vida cristiana. Por ejemplo, la ociosidad, que impele a huir de todo lo que suponga trabajo, esfuerzo y sacrificio. Solamente se siente apego y cariño por la comodidad, que en principio está bien, pero no lo es todo.
También puede impulsar a que nuestras conversaciones deriven al terreno del chismorreo, a querer enterarnos de la vida y milagros de otras personas, incluso dando la opinión de lo que ‘TIENEN que hacer y de cómo TIENEN que hacerlo’, como si fuesen sabios perfectos. ¿No estarían faltando (o pecando) contra la caridad?
¿Qué decir de esas personas que por una personalidad lacia, débil, tienen frecuentes variaciones de carácter que les llevan a querer hacer alguna cosa, a emprender un proyecto, para después abandonarlo al aparecer los primeros problemas o dificultades que toda obra conlleva, por su falta de decisión o pereza para buscar las posibles soluciones que puedan existir? Pero claro, eso supone trabajo, dedicación, esfuerzo, competencia, valentía y decisión,…a lo que les cuesta llevar lo mejor de sí mismos, de nuestros valores humanos y cristianos de los que todos somos portadores para ponerlo al servicio de la empresa.
Ante el esfuerzo que debe hacerse ante cualquier trabajo se impone la holgazanería o la negligencia que vienen a estropear la conducta de cualquier persona. ‘Otro extremo contrario es el de los regalados, que, so color de discreción, hurtan el cuerpo a los trabajos, el cual, aunque en todo género de personas es muy dañoso, mucho más lo es en los que comienzan, porque (…) siendo aún nuevo y mozo comienza a tratarse y regalarse como viejo’. (SAN PEDRO DE ALCÁNTARA. Tratado de la oración y meditación). También tiene mucho tino y conocimiento de este tipo de personas, ¿no?
Me parece que todos estaremos de acuerdo en que la vida que tenemos y desarrollamos exige un esfuerzo diario y una capacidad de superación permanente ante cualquier circunstancia u ocasión para actuar según proceda en cada caso.
JOVEN DECADENTE.-
RAMÓN CASAS.-MODERNISMO
RAMÓN CASAS.-MODERNISMO
Tendremos que analizar, razonar lo más conveniente para inmediatamente poner manos a la obra sin dejar espacio a la molicie. Si no se es capaz de asumir este reto, este costo de nuestro trabajo, si voluntariamente dejamos de conocer el camino a seguir para conseguir llegar a la meta que en teoría se busca, acaso estaríamos transformando la vida en un vacío que sin darnos cuenta nos podría impulsar a una angustia que ahogaría nuestras expectativas.
¿Y en la vida espiritual? También. También se da. En muchísimas ocasiones estamos tan embebidos en nuestros quehaceres mundanos que apenas nos damos cuenta que nuestra relación con Dios está ausente o ínfimamente valorada. ‘Es que Dios nada tiene que ver con este asunto que estoy llevando’, dirían algunas personas. Pero San Pablo tiene la respuesta precisa: ‘Ya comáis, ya bebáis o ya hagáis alguna cosa, hacedlo todo para gloria de Dios’. (I Cor. 10, 31). Eso, para el cristiano, es irrefutable.
Soy de la opinión de que San Juan de la Cruz se refiere a esto cuando dice: ‘El alma que ama a Dios de veras no deja por pereza de hacer lo que puede para encontrar al Hijo de Dios, su Amado. Y después que ha hecho todo lo que puede, no se queda satisfecha y piensa que no ha hecho nada’. (Cántico Espiritual).
INCUNABLE DEL CÁNTICO ESPIRITUAL
Es que un cristiano que desee esa unión íntima con el Creador, siempre le parece poco cuanto haga para hacer Su voluntad. Y en ese sentido la pereza no tiene cabida en nuestra relación con Él.
Toda nuestra existencia debe estar envuelta en la relación con nuestro Creador. Él nos ha dado unos talentos, unos dones, unos carismas, con los que desarrollamos nuestra actividad personal y con ellos debemos aprovechar nuestra actividad, del tipo que sea, para mayor gloria Suya y para que su Reino se haga presente a través de nosotros con nuestro propio testimonio. Con palabras, también, pero cuando sean necesarias. Nuestra vida y actuaciones diversas deben ser espejos a través de los cuales reflejemos el rostro de Dios.
¿Recuerdan la actitud del siervo miedoso y pusilánime cuando rinde cuentas a su señor del talento que le encomendó? San Mateo nos dice la respuesta de su señor cuando le pide cuentas:
PARÁBOLA DE LOS TALENTOS.-LUCAS VAN DOETECHUM.-S. XVI
‘Respondióle su amo: Siervo malo y haragán. Con que sabías que yo quiero cosechar donde no sembré y recoger donde no esparcí? Pues debías haber entregado mi dinero a los banqueros para que a mi vuelta recibiese lo mío con los intereses. Quitadle el talento y dádselo al que tiene diez, porque al que tiene, se le dará y abundará; pero a quien no tiene aun lo que tiene se le quitará y a ese siervo inútil echadle a las tinieblas exteriores; allí habrá llanto y crujir de dientes’. (Mt. 25, 26-30).
San Beda el Venerable, Doctor de la Iglesia del siglo VIII, dice en este sentido: ‘Colocar el talento en un sudario es lo mismo que sepultar lo dones recibidos bajo la capa de la pereza’. (Catena Áurea).
De momento vamos a dejar aquí el tema porque la próxima entrada seguiré con éste, apenas iniciado, que tiene mucho que ver con otro tipo de pereza: la espiritual.
Que Jesús, para cuya vivencia de su Pasión y muerte nos estamos preparando en este tiempo de Cuaresma, y nuestra Señora de los Ángeles nos bendigan
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