GIL DE SILOÉ.-GÓTICO.-Burgos.-Miraflores.-Retablo |
Ya está. Ya
lo habían conseguido. Pendiente del madero, con su atroz tormento, el Señor de
la Historia y de la Creación hacía realidad la frase dicha un tiempo atrás: ´’A
la manera que Moisés levantó la serpiente en el desierto, así es preciso que
sea levantado el Hijo del hombre, para que todo el que crea en Él tenga la vida
eterna’. (Jn. 3, 14-15). Juan también nos recuerda otra frase suya, aclarando por
qué la dijo: ‘…y yo, si fuere levantado de la tierra, atraeré a todos a mí.
Esto lo decía indicando de qué muerte iba a morir’. (Jn. 12, 32-33). Ese era el
momento sublime de la
Redención que se estaba realizando, aunque nadie era
consciente de ello.
LA SERPIENTE DE BRONCE. 1841.-FEODOR BRUNI.-S. XIX |
Jesús tenía
claro que el momento culminante había llegado y se había entregado a él sin
condiciones ni paliativos, como estamos viendo. A poco que nos detengamos en
pensarlo podremos deducir la dureza del momento para todos, pero de forma
especial para su Madre. No se trata de explotar el sentimentalismo de nadie ni
tampoco de chantajear emocionalmente a ninguna persona, pero es que realmente
María estaría muriendo con Él, viendo cómo a su Hijo se le escapaba la vida por
todos los agujeros que tenía en su cuerpo.
ALBERTO DURERO.-RENACIMIENTO |
Ciertamente
no estaba sola. La solidaridad femenina de aquellas mujeres que con ella y con
su Hijo habían compartido tantas cosas, permanecían abrazadas a María como un
solo cuerpo, como una sola vida, como un solo sufrimiento. También Juan, el
discípulo amado, aguantaba a pie firme, aunque en ocasiones el momento que
vivía le aturdiera, tragándose las lágrimas de la impotencia que suponía perder
al Maestro y Amigo.
ANDREA DA FIRENZE.-GÓTICO |
De vez en
cuando surgía alguna frase del prepotente de turno, de quien se creía ganador
de una inexistente situación de conflicto: ‘Tú que destruías el templo y lo
reedificabas en tres días, sálvate ahora a ti mismo; si eres hijo de Dios, baja
de esa cruz’. (Mt. 27, 40). Eran latigazos para los oídos y el corazón de la Madre. Además, las burlas
procedentes de los oficialmente buenos aún resonaban peores: ‘E igualmente los
príncipes de los sacerdotes, con los escribas y los ancianos, se burlaban y
decían: -Salvó a otros y a sí mismo no puede salvarse. Si es el rey de Israel,
que baje ahora de la cruz y creeremos en Él’. (Mt. 27, 41-42).
MUNKÁCSY MIHÁLY.-S. XIX.-REALISMO |
Las manos de la Madre iban inconscientemente
a los oídos intentando ignorar aquellos dislates. Era inútil. El delirio
colectivo de su aparente triunfo sobre el Nazareno les hacía proferir inútiles
barbaridades con su lengua. ‘Ha puesto su confianza en Dios; que Él le libre
ahora, si es que le quiere, puesto que ha dicho: -Soy el Hijo de Dios’. (Mt.
14, 43).
Sin esperarlo
nadie, oyeron el esfuerzo de una voz que apenas salía de la garganta intentando
decir algo. En un esfuerzo sobrehumano consiguió clamar: ‘Padre. Perdónalos
porque no saben lo que hacen’. (Lc. 23, 34). Cuando la Madre oyó su voz, rota y
desfigurada, no se pudo reprimir más y se lanzó sobre la cruz de su Hijo,
abrazándose a ella, así como las personas que la acompañaban. Los soldados no
se lo impidieron. Acaso al presenciar aquellas escenas surgió en ellos los
restos de humanidad que les pudieran quedar.
SIMON VOUET.-BARROCO |
De aquella
locura inconmensurable también quedó contagiado uno de los compañeros de
suplicio de Jesús. Con una voz rebosando desesperación también se unió a los
insultos y provocaciones: ‘¿No eres tú el Mesías? Sálvate, pues, a ti mismo y a
nosotros’. Aquello no era normal. También estaba sufriendo mucho, pero eligió
una especie de protesta inadecuada. El mismo sufrimiento estaba soportando el
otro ladrón, que viendo la serenidad de Jesús con sus verdugos y la angustia de
su Madre y de sus amigos, respondió a su antiguo amigo: ‘¿Ni tú, que estás
sufriendo el mismo suplicio, temes a Dios? En
nosotros se cumple la justicia, pues recibimos el digno castigo de
nuestras obras; pero éste nada malo ha hecho’.
EL MAL LADRÓN INCREPA A CRISTO.-JAMES TISSOT.-S. XIX |
Luego calló.
Como si tuviera que coger aire, porque su silencio fue muy breve. Se dirigió al
Redentor, pareciendo querer transmitirle un consuelo que aliviase en algo su
amargo padecimiento: ‘Jesús. Acuérdate de mi cuando llegues a tu reino’. Y sí.
Es muy probable que lo consiguiese a juzgar por la actitud inmediata del
Salvador, absolutamente inesperada para Dimas y cuantos estaban presenciando
esta escena, ya que volviendo el rostro hacia él le lanzó el mensaje de una
firme promesa colmada de dulzura: ‘En verdad te digo, hoy estarás conmigo en el
paraíso’. (Lc. 23, 39-43).
CRISTO Y EL BUEN LADRON.-TIZIANO.-RENACIMIENTO |
Eso no eran
palabras huecas y en labios de Jesús menos todavía. Dimas se encontró cubierto
de un manto de ternura y su interior rebosaba paz. El suplicio ya no importaba.
Sí. Había comprobado en sí mismo dentro del sufrimiento, que realmente era el
Hijo de Dios quien así le había hablado y a quien acompañaría en unos momentos
al reino que había predicado a las gentes. Era una firme promesa que sabía
cierta. Dios en persona le había perdonado como antes había hecho con tantos
otros. Conoció el sabor del perdón.
LO QUE XTO VIO DESDE LA CRUZ.-JAMES TISSOT.- c. 1895 |
Los minutos
pasaban y pesaban. Interminables. Jesús desde lo alto de la cruz miró las
personas que le acompañaban desde su impotencia y congoja. Y allí la vio.
Sostenida por Juan y por las otras mujeres: María la de Cleofás y María
Magdalena. Se tragó el dolor para pensar en ella, a quien tanto debía, a quien
tanto quería, a quien desde su libertad había optado, muchos años atrás, a
colaborar con Él en su misión. ‘Jesús, viendo a su Madre y al discípulo a quien
amaba, que estaba allí, dijo a la
Madre: -Mujer, he ahí a tu hijo. Luego dijo al discípulo: -He
ahí a tu Madre. Y desde aquella hora el discípulo la recibió en su casa’. (Jn.
19, 25-27).
MUJER, AHÍ TIENES A TU HIJO.-WILLIAM HOLE.-S. XIX - XX |
Que Nuestra
Señora desde su dolor y su Hijo nos bendigan a todos.
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