sábado, 10 de agosto de 2013

Creo en el Espíritu Santo (y II)

PENTECOSTÉS.-DOMENICO PIOLA.-BARROCO
Cumplo con mi palabra empeñada en la entrada anterior de finalizar este tema con esta segunda parte de la entrada. Ciertamente he tenido algún que otro problema, porque ¡hay tantas cosas que decir y desde tantos ángulos! He seguido apoyándome en la Sagrada Escritura, pero también me he inclinado por la opinión valiosísima y muy acertada de los Padres de la Iglesia. En ellos hay una fuente inmensa de aprendizaje para nuestra vida, después del Evangelio. Pero aún así, he tenido que recortar mucho. En fin. No les canso más. Comencemos.
Un amigo mío, sacerdote, me dijo en una ocasión: ‘La mejor prueba de que Dios está presente en la Iglesia es que si las personas que la formamos no la hemos destruido con nuestro comportamiento como pecadores que somos, es que el Espíritu de Dios está ahí constantemente’. 
JESÚS DA A PEDRO LAS LLAVES DEL REINO.-JEAN AUGUSTE INGRES.-NEOCLASICISMO
Y así es, porque en definitiva, ¿quién está llevando la Iglesia adelante desde hace XXI siglos a pesar de los intentos de Satanás para imponer su reinado en el mundo? ‘Tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y las puertas del infierno no prevalecerán contra ella’ (Mt. 16, 18-19).
 Cuando en la homilía de una Eucaristía el sacerdote celebrante nos  explica la Palabra, ¿quién abre nuestro entendimiento y nuestro corazón para captar lo que se nos dice? ¿Quién personaliza y actualiza la Palabra de Dios en nosotros cuando leemos algo de la Biblia que nos ‘dice’ algo para nuestra vida? No tengamos la menor duda de que el Espíritu Santo es nada menos que la Memoria viva de la Iglesia, según dice San Juan: ‘El Paráclito, el Espíritu Santo, a quien el Padre enviará en mi nombre, hará que recordéis lo que Yo os he enseñado y os lo explicará todo’ (Jn. 14, 26).
Me parece que todos hemos oído hablar de los carismas, esos dones o gracias que Dios nos da a cada uno para realizar la función concreta a la que nos quiere destinar para dar fruto en la Iglesia, según la vocación que tiene o para la misión que Dios le encomienda. Es lo que se ha venido llamando ‘la gracia de estado’. Lógicamente no iguales para todos y de eso nos habla San Pablo de forma magistral: ‘Hay diversidad de carismas, pero el Espíritu es el mismo; diversidad de ministerios, pero el Señor es el mismo; diversidad de operaciones, pero es el mismo Dios que obra en todos. A cada cual se le otorga la manifestación del Espíritu para provecho común, porque a uno se le da por el Espíritu palabra de sabiduría; a otro, palabra de ciencia según el mismo Espíritu; a otro, fe, en el mismo Espíritu; a otro, carismas de curaciones, en el único Espíritu; a otro, poder de milagros; a otro, profecía; a otro, discernimiento de espíritus; a otro, diversidad de lenguas; a otro, don de interpretarlas.
DONES DEL ESPÍRITU SANTO
Pero todas estas cosas las obra un mismo y único Espíritu, distribuyéndolas a cada uno en particular según su voluntad. Pues del mismo modo que el cuerpo es uno, aunque tiene muchos miembros, y todos los miembros del cuerpo, no obstante su pluralidad, no forman más que un solo cuerpo, así también Cristo. Porque en un solo Espíritu hemos sido todos bautizados, para no formar más que un cuerpo, judíos y griegos, esclavos y libres. Y todos hemos bebido de un solo Espíritu’.(I Cor. 12, 4-13).
La Patrística tiene páginas grandiosas sobre muchísimos temas. En el tema que mencionamos nos dice uno de los Padres: ‘Recuerda, pues, que has recibido el sello del Espíritu, espíritu de sabiduría y de inteligencia, espíritu de consejo y de fortaleza, espíritu de ciencia y de piedad, espíritu de santo temor, y conserva lo que has recibido. Dios Padre te ha sellado, Cristo el Señor te ha confirmado y ha puesto en tu corazón, como prenda suya, el Espíritu Santo, como te enseña el Apóstol’. (San Ambrosio. ‘Tratado sobre los misterios’).
 
PENTECOSTÉS AYER Y HOY. Y SIEMPRE
Siempre bajo la acción del Espíritu, pero cuidado. Ese regalo divino hemos de saber administrarlo. No olvidemos que están destinados para actuar según los signos de los tiempos y para bien y edificación de la Iglesia de Jesucristo. Nunca debemos presumir o envanecernos de ellos. Al contrario. Hay que ejercerlos desde la gratitud y la humildad. El autor real de ellos es el mismo Dios que nos transforma en sus colaboradores, en los nuevos apóstoles que lo siguen en el siglo XXI, como antaño hicieron Santiago, Mateo, Juan o cualquiera de los Doce. Desde el silencio, pero con la mayor eficacia que podamos empleando lo mejor de nosotros mismos, pero sabiendo que es el Espíritu Santo quien nos está impulsando y asistiendo en cada momento: ‘Todas estas cosas las obra el único y mismo Espíritu, que distribuye a cada uno según quiere’. (I Cor. 12, 11).
Es este sentido viene muy bien lo que dijo una persona: ‘Por Él, los corazones son elevados hacia lo alto, los débiles son llevados de la mano, los que ya van progresando llegan a la perfección; iluminando a los que están limpios de toda mancha, los hace espirituales por la comunión con Él’. 
SAN BASILIO MAGNO
Esa persona era, nada menos, que San Basilio de Cesárea, llamado San Basilio Magno, arzobispo y Padre de la Iglesia griega, en su obra De Spiritu Sancto, en la que reflexiona sobre la Sagrada Escritura y la Tradición cristiana de los primeros tiempos. Esa acción del Espíritu en nosotros me parece que nadie somos capaces de llegar a su auténtico significado por nosotros mismos. Pero sí con su ayuda.
Nosotros somos a los nuevos discípulos de Emaús que cuando nos detenemos a oír, pensar o meditar las Escrituras podemos entender el mensaje que contiene para cada uno de nosotros, gracias a la acción del Espíritu divino en cada uno. Pero es necesario abrirnos a su acción. Hay un precioso versículo en el Apocalipsis que es muy conocido. Quizá por eso no le damos el valor real que tiene, pero su mensaje no tiene desperdicio: ‘Mira que estoy llamando a la puerta. Si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré en su casa y cenaré con él y él conmigo’. (Ap. 3, 20). Es el Espíritu Santo quien nos impulsa a meditar el mensaje que conlleva y nos invita a dejarnos llevar, a recrearnos en el momento de ‘la cena que recrea y enamora’, como dice  San Juan de Cruz.

Varias veces lo he nombrado, porque es uno de mis maestros de oración y espiritualidad. Él captó como nadie ese momento en su ‘Cántico Espiritual’: ‘la noche sosegada, / en par de los levantes de la aurora, / la música callada, / la soledad sonora, / la cena que recrea y enamora’. 
SAN JUAN DE LA CRUZ.-IMAGEN DE BULTO REDONDO
Los últimos Ejercicios Espirituales que hice giraron en torno a San Juan de la Cruz. Fueron una auténtica gozada. Fray Eduardo Sanz, carmelita descalzo que los impartió, supo acercarnos y no poco a la figura de este santo y de su obra. De vez en cuando entro en su blog y renuevo aquellos inolvidables momentos.  Y no me cabe ninguna duda que es el Espíritu quien me impulsa a profundizar en mi  espiritualidad, como a cualquiera que desee seguir ese sendero.
Aquí convendría comentar  el concepto de espiritualidad, porque tiene mucho que ver con el Espíritu Santo. 
PENTECOSTÉS.-JOSÉ SEGRELLES.-S. XIX - XX
Un domingo de Pentecostés lo explicaba el sacerdote y personalmente me aclaró muchísimo en qué consistía, porque realmente no es un proceso de interiorización de la Palabra, sino un compromiso que adquirimos con el mismo Espíritu que conforma unas actitudes en nuestra persona y nos conducen a un compromiso serio, formal, hondo, con la Tercera Persona Trinitaria, o sea, con Dios. '¿Vosotros no vivís según la carne, sino según el espíritu, si es que de verdad el espíritu de Dios habita en vosotros’ (Rom. 8, 9), dice San Pablo. Cuando escribe a los gálatas, se expresa de forma parecida: ‘Si vivimos del espíritu, andemos también según el espíritu’. (Gal. 5, 25).
‘El Espíritu Santo se apareció bajo la forma de paloma y de fuego; porque a todos los que llena, los hace sencillos y los anima a obrar; los hace sencillos con la pureza, y los anima con la emulación; pues a Dios no puede serle grata la sencillez sin celo, ni el celo sin sencillez’. (San Gregorio Magno. ‘Homilía 30 sobre los Evangelios’). ¡Cuántas cosas se podrían evitar si fuésemos ‘sencillos como palomas’! (Mt. 10, 16) . ¿Acaso podemos creer que los que dicen trabajar por la Iglesia y buscan interiormente satisfacer su propio ego y hacer ver a todos ‘lo mucho que saben’ actúan realmente con la sencillez de las palomas? ¿Realmente es acción del Espíritu divino o…del espíritu del maligno que obra a través de ellos? 
 
Es decir, que para nosotros los cristianos, vivir y andar según el Espíritu tiene la equivalencia de vivir en Cristo, como también indica Pablo en esa cita tan conocida: ‘Y ya no vivo yo. Es Cristo quien vive en mí’. (Gal. 2, 20). Vida espiritual, por tanto, significa vivir la vida, nuestra propia realidad humana, de forma auténtica y profunda según los impulsos que el Espíritu Santo nos vaya transmitiendo en cada momento. Eso es aspirar a seguir un camino de santidad y perfección haciendo realidad el mandato del mismo Jesús: ‘Sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto’ (Mt. 5, 48). 
Y no tengamos miedo a ser perfectos por si acaso cuando ya nos creemos que lo somos Dios nos llama a su presencia. Perfectos solamente hay Tres Personas y son Divinas, formando Un Solo Dios Verdadero. A nosotros, pobrecitos mortales, podremos alcanzar cotas de perfección muy altas, como algunos Santos los hicieron, pero no por ellos, sino por los impulsos del Espíritu de quien eran dóciles aprendices: ‘El Espíritu Santo ejerce una acción especial en todos los hombres que son puros en sus intenciones y afectos’. (San Basilio. ‘Comentario sobre Isaías’) 

El Espíritu Santo en quien creemos y manifestamos al rezar el Credo, está manteniéndonos en medios de las dificultades de la vida cotidiana ahora y siempre. 
SIMEÓN EN EL TEMPLO.-REMBRANT.-BARROCO
Hay un personaje bíblico que podríamos señalar como paradigma de esto: ‘Había en Jerusalén un hombre llamado Simeón, hombre justo y piadoso, que esperaba el consuelo de Israel. El Espíritu Santo estaba en él y le había revelado que no moriría antes de ver al Mesías enviado por el Señor’. (Lc. 2, 25-26) Su esperanza era su vida. Creía en aquello que el Espíritu le había revelado. Y tuvo su premio.

No nos quepa duda que cuando alabamos, glorificamos o adoramos a Dios, cuando somos capaces de admirarnos ante las maravillas de la Creación o de darle gracias por el pino o el roble que vemos desde nuestra ventana, lo hacemos por la acción del Espíritu. Hubo un momento  concreto que el mismo Jesús así lo sintió en su estado de ánimo y así lo expresó: ‘En aquel momento, el Espíritu Santo llenó de alegría a Jesús, que dijo: -Yo te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado estas cosas a los sabios y prudentes y se las has dado a conocer a los sencillos. Sí, Padre, así te ha parecido bien’ (Lc. 10,21).
JESÚS EN ORACIÓN.-DEL PARSON.-S. XX
¿Cómo se sentiría nuestro Redentor que magnificó así su agradecimiento al Padre? 

Hay que esforzarse para conocer más el Espíritu Divino. ¿Y cómo podemos hacerlo? De la misma manera que un niño va conociendo las personas que le rodean y al tratarlas distingue, poco a poco quienes son sus abuelos, sus hermanos o sus padres, así nosotros por el trato frecuente con el Espíritu a través de la oración, del coloquio del alma con su Santificador,  sabremos conocerlo, amarlo, sentirlo,…adorarlo. El ofrecimiento de nuestra sencillez, de nuestra docilidad reconociéndonos criaturas suyas, allanará mucho el camino. Iremos cubriendo nuestra propia ‘subida al monte Carmelo’.
SUBIDA AL MONTE CARMELO

Así podremos lograr lo que dice San Juan de la Cruz en el preámbulo de esta obra suya: ‘Trata de como podrá una alma disponerse para llegar en breve a la divina unión. Da avisos y doctrina así a los principiantes como a los aprovechados, muy provechosa, para que sepan desembarazarse de todo lo temporal, y no embarazarse con lo espiritual, y quedar en la suma desnudez y libertad de espíritu, cual se requiere para la divina unión, compuesta por el padre fray Juan de la Cruz, carmelita descalzo’. 

Hay trabajo, ¿verdad? Y para todos. Es cuestión de poner nuestra disponibilidad en manos de Dios y pedirle confiada y esperanzadamente que nos llene de su Espíritu en la medida que Él considere conveniente. Y lanzarnos sin miedo a hacerlo presente con naturalidad en nuestros ambientes. Su ayuda no nos faltará. 

En definitiva: ¿Creo en el Espíritu Santo? ¡Pues claro que sí! Él es quien a pesar de las minusvalías y las limitaciones físicas que tengo me inunda de alegría, de ganas de vivir, de buen humor y de entrega total a Dios sabiendo que es Él quien actúa a través de mí. Y eso hace que  me sienta útil, instrumento suyo a pesar de mis pecados y mis equivocaciones, a pesar de mi nada porque Él es el TODO, el ABSOLUTO, el ETERNO. Bendito y alabado sea. 

Que el Espíritu Santo y la Madre, Nuestra Señora de la Paz, nos guíen, iluminen y bendigan.

No hay comentarios: