sábado, 24 de agosto de 2013

Creo en la Santa Iglesia Católica (I)

JESÚS DA LAS LLAVES A PEDRO.-PERUGINO.-RENACIMIENTO
Pues…esta vez el título de la entrada lo he puesto en forma afirmativa. Claramente afirmativa. Como muchos de los cristianos de a pie que a diario andamos por las calles de nuestras respectivas ciudades con nuestros problemas y nuestras pequeñas (o grandes) cruces a cuestas. Pero, ¿todos los cristianos estamos convencidos de creer en ella? Tal vez usted sí y, además, a conciencia. No obstante hay muchas personas, cristianos que se autodefinen como católicos, que dicen ‘creer en Dios, pero no en la Iglesia’. ¿Lo han oído eso alguna vez?
Créanme. Personalmente sí que lo he oído. Desgraciadamente, muchas más veces de lo que me hubiese gustado. Las argumentaciones de estas personas (insisto en que me refiero a las personas que lo decían delante de mí y de otras personas) eran paupérrimas. No había consistencia alguna en sus planteamientos. En mi interior sentía la tristeza de oír las erróneas conclusiones a las que llegaban, porque estaban planteando una ausencia de experiencia eclesial por una parte y por otra una ignorancia de los Evangelios y de la persona de Jesús de Nazaret.
BASÍLICA DE SAN PEDRO, EN EL VATICANO
Daban a entender en el primer caso que no les interesaba conocer la Iglesia porque su doctrina, (fundamentada en la doctrina de Jesucristo contenida en los Evangelios), era un serio obstáculo para su concepción de la vida y del tipo de sociedad que les interesaba vivir. En cuanto al segundo, estaba claro que su concepto de Dios y del Redentor, lo tenían definido según les convenía a ellos. Se habían fabricado un dios a su medida que no tenía nada que ver con Quien había venido a redimir el género humano a instancias del Padre y apoyado en todo momento por el Espíritu Santo.
Por supuesto que aquí hay tema para muchísimo espacio, pero tampoco se trata ni de escribir ningún libro ni tampoco, eso menos todavía, de criticar o juzgar esas personas.
JESUCRISTO DA LAS LLAVES A PEDRO.-PIERRE BERGAIGNE.-BARROCO
 No es de mi competencia, si bien me ha servido como un hecho, que desdichadamente se da, para entrar en este punto del Credo que comentamos. Sin embargo, por la importancia que tiene según creo, le voy a dedicar varias entradas, no muy largas para no hacerlo pesado.
En primer lugar, ¿de dónde procede el nacimiento de la Iglesia Católica? De los evangelistas que vivieron el día a día con Jesús, Mateo y Juan, solamente el primero lo menciona.  Debió tener una vivencia tan íntima que en su Evangelio nos lo dejó explícitamente claro: Llegado Jesús a la región de Cesarea de Filipo, hizo esta pregunta a sus discípulos: «¿Quién dicen los hombres que es el Hijo del hombre?» Ellos dijeron: «Unos, que Juan el Bautista; otros, que Elías, otros, que Jeremías o uno de los profetas». Él les dijo: «Y vosotros ¿quién decís que soy yo?» Simón Pedro contestó: «Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo». Replicando Jesús le dijo: «Bienaventurado eres Simón, hijo de Juan, porque no te ha revelado esto la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en los cielos. Y yo a mi vez te digo que tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y las puertas del infierno no prevalecerán contra ella. A ti te daré las llaves del Reino de los Cielos; y lo que ates en la tierra quedará atado en los cielos, y lo que desates en la tierra quedará desatado en los cielos». Entonces mandó a sus discípulos que no dijesen a nadie que Él era el Cristo’. (Mt. 16, 13-20).
Lo primero que todos debemos tener claro es que el mismísimo Jesucristo, verdadero Dios y verdadero hombre, quiso hacerlo así y así lo hizo. Con una base humana, los Apóstoles y discípulos que le seguían, y con un ‘primus inter pares’, es decir un primero (Pedro) entre sus iguales (el resto de Apóstoles). 
DOCE AMIGOS DE JESÚS
Sobre esa roca se fundamenta la base humana de la Iglesia Católica con la primacía de Pedro, por designación directa del Redentor, como primer Vicario del Maestro. O sea, que fue, como lo nombramos hoy, el primer Papa de la Historia de la Iglesia. Permítanme que insista: Así lo quiso el Fundador de nuestra Iglesia Católica para entonces y para los siglos venideros, como estamos viendo ahora y cuyo testigo de que así ha sido con el paso del tiempo es la HISTORIA UNIVERSAL DE LA HUMANIDAD desde el año uno, siglo primero después de Jesucristo. ‘Nada hizo Él ni padeció que no fuera por nuestra salvación, para que todo lo bueno que hay en la cabeza lo posea también el cuerpo’. (San León Magno. Sermón 15, sobre la Pasión).
Los distintos sucesores de Pedro, los Papas, hasta llegar al actual Francisco, y de los Apóstoles, los Obispos de las distintas Diócesis del mundo, hasta llegar al que cada uno tenga en su Diócesis respectiva, son los encargados de cumplir con el deseo y la misión que Jesús encomendó. Y ellos y nosotros sabemos que para ello tenemos la promesa de la Cabeza de la Iglesia de ayudarnos a todos: ‘Me ha sido dado todo poder en el cielo y en la tierra. Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a guardar todo lo que yo os he mandado. Yo estaré con vosotros siempre hasta el fin del mundo’. (Mt. 28, 16-20).
PENTECOSTÉS.-GIOVANNI LANFRANCO.-BARROCO
Digamos que esto es el principio histórico que se ha ido desarrollando. Pero es necesario decir también que el nacimiento de la Iglesia como tal, su puesta en marcha, está en el día de Pentecostés, cincuenta días después de la Pascua de Resurrección: Al llegar el día de Pentecostés, estaban todos juntos en el mismo lugar. De repente un ruido del cielo, como de viento impetuoso, llenó toda la casa donde estaban. Se les aparecieron como lenguas de fuego, que se repartían y se posaban sobre cada uno de ellos. Todos quedaron llenos del Espíritu Santo y comenzaron a hablar en lenguas extrañas, según el Espíritu Santo les movía a expresarse. Había en Jerusalén judíos piadosos de todas las naciones que hay bajo el cielo.
 Al oír el ruido, la multitud se reunió y se quedó estupefacta, porque cada uno los oía hablar en su propia lengua. Fuera de sí todos por aquella maravilla, decían: "¿No son galileos todos los que hablan? Pues, ¿cómo nosotros los oímos cada uno en nuestra lengua materna?’. (Act. 2, 1-6).
Naturalmente que ustedes conocen este fragmento de los Hechos. ¿Cuántas veces lo habremos meditado y lo habremos recordado? ¿Y no hemos sentido un poquito de sana envidia por no estar allí en esos instantes? Pues no, no estábamos allí en ‘esos’ instantes, pero estamos ‘aquí’ también en esos instantes, porque el mismo Espíritu de Dios que los llenó a ‘ellos’, también hoy nos llena a ‘nosotros’ cada momento. No me detengo en esto porque las dos últimas entradas hemos hablado de Él. Pero es así y cada uno de los que están abiertos a su acción, podría contar múltiples experiencias y vivencias personales en este sentido.
MISA SOLEMNE EN LA CATEDRAL DE SAN SALVADOR
Precisamente porque el Espíritu actualiza aquel Pentecostés en el Papa, la Jerarquía, sacerdotes y religiosos y religiosas aquí y ahora, y porque también lo hace con cada uno de los laicos bautizados, cabe hacer una consideración. La palabra ’Iglesia’ puede encerrar un concepto más o menos abstracto, pero de alguna manera hay que llamar a ese conjunto de personas que aceptan seguir a Jesucristo reunidos en una comunidad. Sin embargo el concepto ‘Iglesia’ encierra en sí mismo un concepto mucho más claro, mucho más útil, mucho más práctico, mucho más…revelador. Un concepto que para muchas personas, especialmente para aquellos que nombraba al principio que dicen no creer en ella pero sí en Dios, si se dieran cuenta de este pequeño ‘detalle’ tal vez creerían en la Iglesia. No podemos olvidar que el sentido auténtico de la Iglesia es que somos todos y cada uno de nosotros, los que la componemos, las piedras VIVAS que componemos esa Iglesia Universal que Jesús quiso fundar sobre una de esas piedras: Pedro. Y la Iglesia será lo que nosotros, con nuestra actuación y trabajo cumpliendo con la voluntad de Dios, la construyamos, conservemos y prestigiemos día a Día.
‘Tu es Petrus et super hanc petram ædificabo ecclesiam meam  et Portae inferi no prævalebunt adversus eam’. Tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia y las puertas del infierno no prevalecerán sobre ella. 
JESÚS ENTREGA LAS LLAVES DE LA IGLESIA A PEDRO.-MASTER OF THE LEGEND OF THE HOLY PRIOR, c. 1470.-RENACIMIENTO
Disculpen el latín anterior, pero me lo hicieron aprender así cuando estudiaba el Bachillerato. Es un pequeño homenaje a aquel sacerdote-profesor que tuve. Continúo. Si aquella roca, aquella ‘piedra’, era un hombre, el resto de las piedras para formar este magno edificio somos todos los que hemos recibido el Sacramento del Bautismo. Si esas personas a las que me refiero no creen en la Iglesia y están bautizados, no están creyendo en ellos mismos y se están echando piedras a su propio tejado. Y cada uno de nosotros, ellos también, tenemos nuestra propia responsabilidad en nuestra pertenencia y permanencia en la Iglesia de Jesucristo.
Pero sí que deseo destacar también  un detalle, aparentemente insignificante en el primitivo Pentecostés que nos relatan los Hechos de los Apóstoles: ‘Estaban todos juntos’, es decir, estaban unidos. Y unidos siguieron cumpliendo el encargo del Maestro. Si hacemos una mirada introspectiva a nuestro cristianismo, ¿podemos decir que sentimos la misma unión que tenían ellos? Me da la impresión que eso ya es más complicado, ¿verdad? Por mi triste experiencia vivida a lo largo de más de cincuenta años trabajando por la Iglesia en las Parroquias y en varias Diócesis, ocupando en ocasiones cargos diocesanos, he visto muchas cosas, pero jamás he permitido que hicieran mella en mi cristianismo, aunque momentos de desánimo y tristezas…algunas hubo. A fin de cuentas, la Iglesia si se mantiene en su puesto, a pesar de las persecuciones que ha sufrido y vergonzosamente aun continúan hoy en distintos lugares del planeta, no es por las personas que la formamos.
NUESTRA SEÑORA DE LA ISLA DEL PRÍNCIPE EDUARDO
Dejemos momentáneamente aquí esta entrada que continuaremos próximamente. Que Nuestro Señor Jesucristo resucitado y triunfante y su excelsa Madre, Reina de la Creación, nos bendigan. 

sábado, 10 de agosto de 2013

Creo en el Espíritu Santo (y II)

PENTECOSTÉS.-DOMENICO PIOLA.-BARROCO
Cumplo con mi palabra empeñada en la entrada anterior de finalizar este tema con esta segunda parte de la entrada. Ciertamente he tenido algún que otro problema, porque ¡hay tantas cosas que decir y desde tantos ángulos! He seguido apoyándome en la Sagrada Escritura, pero también me he inclinado por la opinión valiosísima y muy acertada de los Padres de la Iglesia. En ellos hay una fuente inmensa de aprendizaje para nuestra vida, después del Evangelio. Pero aún así, he tenido que recortar mucho. En fin. No les canso más. Comencemos.
Un amigo mío, sacerdote, me dijo en una ocasión: ‘La mejor prueba de que Dios está presente en la Iglesia es que si las personas que la formamos no la hemos destruido con nuestro comportamiento como pecadores que somos, es que el Espíritu de Dios está ahí constantemente’. 
JESÚS DA A PEDRO LAS LLAVES DEL REINO.-JEAN AUGUSTE INGRES.-NEOCLASICISMO
Y así es, porque en definitiva, ¿quién está llevando la Iglesia adelante desde hace XXI siglos a pesar de los intentos de Satanás para imponer su reinado en el mundo? ‘Tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y las puertas del infierno no prevalecerán contra ella’ (Mt. 16, 18-19).
 Cuando en la homilía de una Eucaristía el sacerdote celebrante nos  explica la Palabra, ¿quién abre nuestro entendimiento y nuestro corazón para captar lo que se nos dice? ¿Quién personaliza y actualiza la Palabra de Dios en nosotros cuando leemos algo de la Biblia que nos ‘dice’ algo para nuestra vida? No tengamos la menor duda de que el Espíritu Santo es nada menos que la Memoria viva de la Iglesia, según dice San Juan: ‘El Paráclito, el Espíritu Santo, a quien el Padre enviará en mi nombre, hará que recordéis lo que Yo os he enseñado y os lo explicará todo’ (Jn. 14, 26).
Me parece que todos hemos oído hablar de los carismas, esos dones o gracias que Dios nos da a cada uno para realizar la función concreta a la que nos quiere destinar para dar fruto en la Iglesia, según la vocación que tiene o para la misión que Dios le encomienda. Es lo que se ha venido llamando ‘la gracia de estado’. Lógicamente no iguales para todos y de eso nos habla San Pablo de forma magistral: ‘Hay diversidad de carismas, pero el Espíritu es el mismo; diversidad de ministerios, pero el Señor es el mismo; diversidad de operaciones, pero es el mismo Dios que obra en todos. A cada cual se le otorga la manifestación del Espíritu para provecho común, porque a uno se le da por el Espíritu palabra de sabiduría; a otro, palabra de ciencia según el mismo Espíritu; a otro, fe, en el mismo Espíritu; a otro, carismas de curaciones, en el único Espíritu; a otro, poder de milagros; a otro, profecía; a otro, discernimiento de espíritus; a otro, diversidad de lenguas; a otro, don de interpretarlas.
DONES DEL ESPÍRITU SANTO
Pero todas estas cosas las obra un mismo y único Espíritu, distribuyéndolas a cada uno en particular según su voluntad. Pues del mismo modo que el cuerpo es uno, aunque tiene muchos miembros, y todos los miembros del cuerpo, no obstante su pluralidad, no forman más que un solo cuerpo, así también Cristo. Porque en un solo Espíritu hemos sido todos bautizados, para no formar más que un cuerpo, judíos y griegos, esclavos y libres. Y todos hemos bebido de un solo Espíritu’.(I Cor. 12, 4-13).
La Patrística tiene páginas grandiosas sobre muchísimos temas. En el tema que mencionamos nos dice uno de los Padres: ‘Recuerda, pues, que has recibido el sello del Espíritu, espíritu de sabiduría y de inteligencia, espíritu de consejo y de fortaleza, espíritu de ciencia y de piedad, espíritu de santo temor, y conserva lo que has recibido. Dios Padre te ha sellado, Cristo el Señor te ha confirmado y ha puesto en tu corazón, como prenda suya, el Espíritu Santo, como te enseña el Apóstol’. (San Ambrosio. ‘Tratado sobre los misterios’).
 
PENTECOSTÉS AYER Y HOY. Y SIEMPRE
Siempre bajo la acción del Espíritu, pero cuidado. Ese regalo divino hemos de saber administrarlo. No olvidemos que están destinados para actuar según los signos de los tiempos y para bien y edificación de la Iglesia de Jesucristo. Nunca debemos presumir o envanecernos de ellos. Al contrario. Hay que ejercerlos desde la gratitud y la humildad. El autor real de ellos es el mismo Dios que nos transforma en sus colaboradores, en los nuevos apóstoles que lo siguen en el siglo XXI, como antaño hicieron Santiago, Mateo, Juan o cualquiera de los Doce. Desde el silencio, pero con la mayor eficacia que podamos empleando lo mejor de nosotros mismos, pero sabiendo que es el Espíritu Santo quien nos está impulsando y asistiendo en cada momento: ‘Todas estas cosas las obra el único y mismo Espíritu, que distribuye a cada uno según quiere’. (I Cor. 12, 11).
Es este sentido viene muy bien lo que dijo una persona: ‘Por Él, los corazones son elevados hacia lo alto, los débiles son llevados de la mano, los que ya van progresando llegan a la perfección; iluminando a los que están limpios de toda mancha, los hace espirituales por la comunión con Él’. 
SAN BASILIO MAGNO
Esa persona era, nada menos, que San Basilio de Cesárea, llamado San Basilio Magno, arzobispo y Padre de la Iglesia griega, en su obra De Spiritu Sancto, en la que reflexiona sobre la Sagrada Escritura y la Tradición cristiana de los primeros tiempos. Esa acción del Espíritu en nosotros me parece que nadie somos capaces de llegar a su auténtico significado por nosotros mismos. Pero sí con su ayuda.
Nosotros somos a los nuevos discípulos de Emaús que cuando nos detenemos a oír, pensar o meditar las Escrituras podemos entender el mensaje que contiene para cada uno de nosotros, gracias a la acción del Espíritu divino en cada uno. Pero es necesario abrirnos a su acción. Hay un precioso versículo en el Apocalipsis que es muy conocido. Quizá por eso no le damos el valor real que tiene, pero su mensaje no tiene desperdicio: ‘Mira que estoy llamando a la puerta. Si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré en su casa y cenaré con él y él conmigo’. (Ap. 3, 20). Es el Espíritu Santo quien nos impulsa a meditar el mensaje que conlleva y nos invita a dejarnos llevar, a recrearnos en el momento de ‘la cena que recrea y enamora’, como dice  San Juan de Cruz.

Varias veces lo he nombrado, porque es uno de mis maestros de oración y espiritualidad. Él captó como nadie ese momento en su ‘Cántico Espiritual’: ‘la noche sosegada, / en par de los levantes de la aurora, / la música callada, / la soledad sonora, / la cena que recrea y enamora’. 
SAN JUAN DE LA CRUZ.-IMAGEN DE BULTO REDONDO
Los últimos Ejercicios Espirituales que hice giraron en torno a San Juan de la Cruz. Fueron una auténtica gozada. Fray Eduardo Sanz, carmelita descalzo que los impartió, supo acercarnos y no poco a la figura de este santo y de su obra. De vez en cuando entro en su blog y renuevo aquellos inolvidables momentos.  Y no me cabe ninguna duda que es el Espíritu quien me impulsa a profundizar en mi  espiritualidad, como a cualquiera que desee seguir ese sendero.
Aquí convendría comentar  el concepto de espiritualidad, porque tiene mucho que ver con el Espíritu Santo. 
PENTECOSTÉS.-JOSÉ SEGRELLES.-S. XIX - XX
Un domingo de Pentecostés lo explicaba el sacerdote y personalmente me aclaró muchísimo en qué consistía, porque realmente no es un proceso de interiorización de la Palabra, sino un compromiso que adquirimos con el mismo Espíritu que conforma unas actitudes en nuestra persona y nos conducen a un compromiso serio, formal, hondo, con la Tercera Persona Trinitaria, o sea, con Dios. '¿Vosotros no vivís según la carne, sino según el espíritu, si es que de verdad el espíritu de Dios habita en vosotros’ (Rom. 8, 9), dice San Pablo. Cuando escribe a los gálatas, se expresa de forma parecida: ‘Si vivimos del espíritu, andemos también según el espíritu’. (Gal. 5, 25).
‘El Espíritu Santo se apareció bajo la forma de paloma y de fuego; porque a todos los que llena, los hace sencillos y los anima a obrar; los hace sencillos con la pureza, y los anima con la emulación; pues a Dios no puede serle grata la sencillez sin celo, ni el celo sin sencillez’. (San Gregorio Magno. ‘Homilía 30 sobre los Evangelios’). ¡Cuántas cosas se podrían evitar si fuésemos ‘sencillos como palomas’! (Mt. 10, 16) . ¿Acaso podemos creer que los que dicen trabajar por la Iglesia y buscan interiormente satisfacer su propio ego y hacer ver a todos ‘lo mucho que saben’ actúan realmente con la sencillez de las palomas? ¿Realmente es acción del Espíritu divino o…del espíritu del maligno que obra a través de ellos? 
 
Es decir, que para nosotros los cristianos, vivir y andar según el Espíritu tiene la equivalencia de vivir en Cristo, como también indica Pablo en esa cita tan conocida: ‘Y ya no vivo yo. Es Cristo quien vive en mí’. (Gal. 2, 20). Vida espiritual, por tanto, significa vivir la vida, nuestra propia realidad humana, de forma auténtica y profunda según los impulsos que el Espíritu Santo nos vaya transmitiendo en cada momento. Eso es aspirar a seguir un camino de santidad y perfección haciendo realidad el mandato del mismo Jesús: ‘Sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto’ (Mt. 5, 48). 
Y no tengamos miedo a ser perfectos por si acaso cuando ya nos creemos que lo somos Dios nos llama a su presencia. Perfectos solamente hay Tres Personas y son Divinas, formando Un Solo Dios Verdadero. A nosotros, pobrecitos mortales, podremos alcanzar cotas de perfección muy altas, como algunos Santos los hicieron, pero no por ellos, sino por los impulsos del Espíritu de quien eran dóciles aprendices: ‘El Espíritu Santo ejerce una acción especial en todos los hombres que son puros en sus intenciones y afectos’. (San Basilio. ‘Comentario sobre Isaías’) 

El Espíritu Santo en quien creemos y manifestamos al rezar el Credo, está manteniéndonos en medios de las dificultades de la vida cotidiana ahora y siempre. 
SIMEÓN EN EL TEMPLO.-REMBRANT.-BARROCO
Hay un personaje bíblico que podríamos señalar como paradigma de esto: ‘Había en Jerusalén un hombre llamado Simeón, hombre justo y piadoso, que esperaba el consuelo de Israel. El Espíritu Santo estaba en él y le había revelado que no moriría antes de ver al Mesías enviado por el Señor’. (Lc. 2, 25-26) Su esperanza era su vida. Creía en aquello que el Espíritu le había revelado. Y tuvo su premio.

No nos quepa duda que cuando alabamos, glorificamos o adoramos a Dios, cuando somos capaces de admirarnos ante las maravillas de la Creación o de darle gracias por el pino o el roble que vemos desde nuestra ventana, lo hacemos por la acción del Espíritu. Hubo un momento  concreto que el mismo Jesús así lo sintió en su estado de ánimo y así lo expresó: ‘En aquel momento, el Espíritu Santo llenó de alegría a Jesús, que dijo: -Yo te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado estas cosas a los sabios y prudentes y se las has dado a conocer a los sencillos. Sí, Padre, así te ha parecido bien’ (Lc. 10,21).
JESÚS EN ORACIÓN.-DEL PARSON.-S. XX
¿Cómo se sentiría nuestro Redentor que magnificó así su agradecimiento al Padre? 

Hay que esforzarse para conocer más el Espíritu Divino. ¿Y cómo podemos hacerlo? De la misma manera que un niño va conociendo las personas que le rodean y al tratarlas distingue, poco a poco quienes son sus abuelos, sus hermanos o sus padres, así nosotros por el trato frecuente con el Espíritu a través de la oración, del coloquio del alma con su Santificador,  sabremos conocerlo, amarlo, sentirlo,…adorarlo. El ofrecimiento de nuestra sencillez, de nuestra docilidad reconociéndonos criaturas suyas, allanará mucho el camino. Iremos cubriendo nuestra propia ‘subida al monte Carmelo’.
SUBIDA AL MONTE CARMELO

Así podremos lograr lo que dice San Juan de la Cruz en el preámbulo de esta obra suya: ‘Trata de como podrá una alma disponerse para llegar en breve a la divina unión. Da avisos y doctrina así a los principiantes como a los aprovechados, muy provechosa, para que sepan desembarazarse de todo lo temporal, y no embarazarse con lo espiritual, y quedar en la suma desnudez y libertad de espíritu, cual se requiere para la divina unión, compuesta por el padre fray Juan de la Cruz, carmelita descalzo’. 

Hay trabajo, ¿verdad? Y para todos. Es cuestión de poner nuestra disponibilidad en manos de Dios y pedirle confiada y esperanzadamente que nos llene de su Espíritu en la medida que Él considere conveniente. Y lanzarnos sin miedo a hacerlo presente con naturalidad en nuestros ambientes. Su ayuda no nos faltará. 

En definitiva: ¿Creo en el Espíritu Santo? ¡Pues claro que sí! Él es quien a pesar de las minusvalías y las limitaciones físicas que tengo me inunda de alegría, de ganas de vivir, de buen humor y de entrega total a Dios sabiendo que es Él quien actúa a través de mí. Y eso hace que  me sienta útil, instrumento suyo a pesar de mis pecados y mis equivocaciones, a pesar de mi nada porque Él es el TODO, el ABSOLUTO, el ETERNO. Bendito y alabado sea. 

Que el Espíritu Santo y la Madre, Nuestra Señora de la Paz, nos guíen, iluminen y bendigan.