martes, 28 de enero de 2014

Creo en la Comunión de los Santos (y II)

IGLESIAS MILITANTE Y TRIUNFANTE.-ANDREA DA FIRENZE.-GÓTICO
      En la entrada anterior empecé a tratar el tema que aparece  al final del Credo sobre la Comunión de los Santos  y aparecía en él el valor de la oración de intercesión de unos por otros en ese gran marco  de la Iglesia Universal o Total, como yo nombraba a los tres estados  actuales de la Iglesia: Militante, Purgante y Triunfante. Todos somo parte del Cuerpo Místico de Cristo. Con la Parusía, la Segunda Venida de Jesucristo, todos cuantos hayamos vivido con arreglo a los planes de Dios seremos ya Iglesia Triunfante. Vimos también algunos fragmentos de las Escrituras que apoyan y sustentan lo expuesto.
      Pero la Iglesia, teniendo una juventud de más de dos mil años, tiene una magna experiencia  y a lo largo de estos años han ido surgiendo en ella grandes sabios y santos que también  se han manifestado sobre este tema.
San Agustín viene a decirlo de esta manera: 'Venimos a ser como una comunidad civil, en la que cada uno contribuye con la cuota asignada, aportando cada uno en la proporción a sus fuerzas, lo que podríamos llamar su cuota de sus sufrimientos. La medida total de los sufrimientos de todos los hombres no estará colmada hasta el fin del mundo'. (SAN AGUSTÍN. Comentario sobre el Salmo 61).
      Esto tiene una gran importancia, porque así como en el mundo nos ayudamos mutuamente, también ellos, los componentes de la Iglesia Triunfante, pueden interceder por nosotros en su oración que, al estar con Dios, será perfecta. Eso significa que así como podemos rezar a cualquier santo o santa reconocido como tal por la Iglesia al canonizarlo, podemos pedirles a ellos que están en el cielo que nos ayuden en nuestros problemas, dificultades y en vencer al maligno, aunque los más poderosos en la intercesión son, sin duda, Jesucristo y la Santísima Virgen. 'A menudo es la intercesión de los santos lo que nos alcanza el perdón de nuestros pecados'. (CASIANO. Colaciones, 20).
      Lo que comento como casuística es una realidad, ya que acaso todos, en mayor o menos grado, hayamos tenido la ocasión de que alguien a quien conocemos se haya dirigido a nosotros  pidiéndonos que recemos por él o ella: 'Oye, por favor. Cuando reces acuérdate de pedir por mí y por mis intenciones'. La oración de intercesión saldrá de nuestro interior  con destino a Dios. Fíjense en la petición de uno de los Padres de la Iglesia:

'Acordaos de mí en vuestras oraciones, para que logre alcanzar a Dios,y acordaos también de la Iglesia de Siria, de la que no soy digno de llamarme miembro. Necesito de vuestras plegarias a Dios y de vuestra caridad, para que la Iglesia de Siria sea refrigerada con el rocío divino, por medio de vuestra Iglesia'. (SAN IGNACIO DE ANTIOQUÍA. Carta a los magnesios, 10).
      De la oración de intercesión podríamos estar hablando mucho, pero ahora no se trata de eso, aunque sí me voy a permitir la licencia de poner algunos casos bíblicos de intercesión, que posiblemente conocerán. Del Antiguo Testamento citaré el de Abraham.
      El Patriarca, acampado en el encinar de Mambré, ha recibido a tres viajeros y les ha atendido según su hospitalidad. Uno de ellos, nada menos que Dios, ya le ha dicho que Sara tendrá un hijo a pesar de su edad. Llega el momento de la despedida y Dios le confía a Abraham que va a bajar a Sodoma y Gomorra para ver si sus obras son como el clamor que ha llegado hasta Él. Abraham intercede: 'Abraham permaneció de pie delante de Yavé. Acercósele, pues y le dijo: -Pero ¿vas a exterminar juntamente al justo con el malvado? Si hubiera cincuenta justos en la ciudad, ¿los exterminarías acaso, y no perdonarías al lugar por los cincuenta justos?...Y le dijo Yavé: -Si hallare enSodoma cincuenta justos, perdonaría por ellos a todo el lugar'. (Gén. 18, 16-33).

      No he puesto la cita completa, pero ustedes pueden leerla si les parece bien, pero en el ejemplo sí que podemos ver cómo Dios habla a Abraham como a un amigo íntimo, indicándole cuáles son sus planes e intenciones. Y el Patriarca, con la mayor naturalidad, intercede por los justos que considera que puede haber en esa ciudad. Dios accede a su intercesión, pero es que, a pesar de la intercesión de Abraham, ni siquiera había diez justos.
      Otro caso, también muy conocido corresponde a Moisés. Han vuelto los exploradores que ha enviado de la tierra que Dios les ha prometido y al oír las noticias que traen, Israel se asusta y teme, lo cual provoca el enfado de Yavé por la falta de confianza en Él y desea 'herirlos de mortandad' y hacer un nuevo pueblo con su fiel Moisés, el cual intercede: 'Haz, pues, mi Señor, que resplandezca tu fortaleza como tú mismo dijiste. Yavé, tardo a la ira y grande en misericordia, que perdona la iniquidad y la rebeldía aunque no la deja impune...Perdona, pues, la iniquidad de tu pueblo según tu gran misericordia, como desde Egipto hasta aquí les has perdonado. Le dijo entonces Yavé: -Les perdono según me lo pides'. (Núm. 14, 17-25). Escribo solamente lo fundamental. Moisés intercede por Israel y Dios accede a su petición.

      No son ejemplo únicos. Los Ángeles también interceden por las personas: 'Entonces el ángel del Señor dijo: -Señor todopoderoso, ¿cuándo te apiadarás de Jerusalén y de las ciudades de Judá contra las que hace ya  setenta años estás irritado? El Señor dio al ángel que me hablaba una respuesta de ánimo y consuelo'. (Zac. 1q, 12-13).
      Ya en el Nuevo Testamento existen recomendaciones para la oración de intercesión. Santiago, apóstol de Jesús, recomienda: 'La oración hecha con fe salvará al enfermo; el Señor lo restablecerá y le serán perdonados los pecados que hubiere cometido. Reconoced, pues, vuestros pecados y orad unos por otros para que sanéis. Mucho puede la oración insistente del justo'. (Sant. 5, 15-16). San Pedro también asevera en su primera Carta: 'Porque los ojos del Señor se fijan en los buenos y sus oídos escuchan su oración. Pero el Señor rechaza  a los que practican el mal'. (I Pe. 3, 12).

      El Apocalipsis también nos aporta la importancia de la oración dirigida a Dios por los demás en un pasaje muy bonito: 'Se acercó el Cordero y tomó el libro de la mano derecha del que estaba sentado en el trono; y cuando tomó el libro, los cuatro seres vivientes y los veinticuatro ancianos se postraron ante el Cordero. Tenía cada uno una cítara y copas de oro llenas de perfumes, que son las oraciones de los santos'. (Ap. 5, 7-8).
      Aún hay dos casos más que los he dejado para el final. Con ellos cierro esta entrada. A pesar de ser conocidísimos no me resisto a ponerlos porque pienso que son el paradigma de la intercesión. Sus protagonistas son indudablemente intercesores, tanto en el momento de su intercesión como en la actualidad. Me refiero a la Virgen y, obviamente, al mismo Jesús de Nazaret.
      Sin entrar en detalles, centrémonos en la perícopa de las bodas en Caná de Galilea y San Juan nos lo refiere. Jesús todavía no ha comenzado su predicación. Acude a esa pequeña localidad invitado a una boda. Le acompañan unos discípulos. Su madre ya se encontraba allí. ¿Como invitada? ¿Como familiar? Lo cierto es que por la circunstancia que fuese se dio cuente de que el vino previsto (muy importante en una ceremonia de esa índole) para los invitados, se estaba acabando. María, como Madre, acude a su Hijo y solamente le dice que no tienen vino. La respuesta de Jesús fue imprevista y desconcertante: '¿Qué tengo yo contigo, mujer? Todavía no ha llegado mi hora'.

       Pues no. En los planes de Dios parece que todavía no era el momento de mostrarse con su poder de realizar milagros. Pero su Madre parece ser que no se dio por aludida. El Evangelio nada nos cuenta de lo sucedido entre la respuesta de Jesús y la recomendación de María a los sirvientes: 'Haced lo que Él os diga'. El pasaje completo está en Jn. 2, 1-12. Ahora nos centramos en el hecho de que ante una necesidad ajena, para evitar la vergüenza de aquella feliz pareja que celebraba su boda, intercede por ellos. Luego, todos lo sabemos, convirtió el agua de seis tinajas de piedra en vino del mejor. Eso significa que 'si todavía no había llegado la hora' de Jesús, para manifestarse como Mesías, la Madre consiguió, por su intercesión, adelantar los planes de Dios dentro de la enorme alegría de una modesta pareja de novios. ¿Qué no haría Jesús por su Madre? ¿Qué no hará Jesús ahora, en que ya juntos en el Reino de los Cielos, velan por todos y cada uno de nosotros? María siempre está pendiente de nuestras necesidades y problemas. Ahora nos toca a nosotros acudir a Ella pidiendo su poderosa intercesión en lo que creamos conveniente.

      Pero Caná ya queda lejos en el tiempo. Jesús está realizando la culminación de la misión para la que ha nacido y vivido en este mundo. Lo están clavando en la cruz. Su Madre lo está presenciando. No es, ni mucho menos, la misma mujer que en aquella boda. Ahora está rota por el sufrimiento y el dolor. Tal vez sabía que ese momento había de llegar alguna vez, pero ¿así? Jesús, a pesar de lo terrible de su situación, entre golpes de martillos a sus clavos y las voces de  burlándose de Él, todavía tiene fuerzas para hacer brotar de sus labios esa petición intercesora suya ante el Padre: 'Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen'. (Lc. 23, 34).
      Ante estas dos últimas intercesiones, tan distintas, tan impresionantes cada una a su manera y circunstancia concreta, nada más podemos decir.
     Pero la oración intercesora de toda la Iglesia en sus tres estados actuales, canalizada en la Eucaristía, continúa presente para todos. Hay muchas personas, yo entre ellas, que se encomiendan a la oración universal de todos los miembros del Cuerpo Místico de Cristo. Y la solidaridad de todos está presente, incluidos el mismo Jesús y la Virgen. 'Todo lo que pidáis en mi nombre, yo lo haré, para que el Padre sea glorificado en el Hijo. Si me pedía algo en mi nombre, yo lo haré'. (Jn. 14, 13-14).
FRANCISCO RIZZI.-BARROCO

      Que Cristo Resucitado y la Madre común de todos, Nuestra Señora la Inmaculada Concepción, nos bendigan y acompañen siempre.  
      

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