domingo, 20 de septiembre de 2009

Zaqueo

Es sorprendente, hasta cierto punto, la buena relación existente entre Jesús de Nazaret y los pecadores (Mateo, Zaqueo, María de Magdala, la Samaritana, etc.). Digo ‘hasta cierto punto’, porque es el mismo Jesús quien lo dice con motivo del escándalo de los escribas y fariseos viendo que comía con pecadores y publicanos. Él se ve en la necesidad de hablarles, como siempre, muy clarito: ‘No tienen necesidad de médico los sanos, sino los enfermos; ni he venido yo a llamar a los justos, sino a los pecadores’ (Mc. 2, 16-17). Así que no nos debe sorprender tanto.

Había quienes con más o menos disimulo procuraban seguirle para oír esas novedades que, en muchos casos, sonaban muy bien en sus oídos. Otros oían y callaban, pero cuando alguno osaba echarle en cara algo respecto a su preferencia por los pecadores, Jesús siempre tenía preparada la respuesta, como hemos visto en el párrafo anterior, o la que tuvo que aguantar Simón el fariseo cuando invitó a Jesús a su casa a comer (Lc.7, 36-50). Vale la pena leer esta perícopa y saborear la finura y delicadeza del Salvador cuando responde a Simón, adivinando sus pensamientos sobre la mujer pecadora que lavó con sus lágrimas los pies del Maestro. ¿Cómo se quedaría Simón después de oír las serenas palabras que le dirigió mediante un ejemplo muy sencillo? ¿Cómo se sentiría la pecadora después de oír el cálido perdón de Jesús? El pasaje no tiene desperdicio alguno.

El Evangelio está lleno de muchos de esos casos de llamadas a gente que, de una manera más o menos explícita, se siente atraída por ese joven rabí que había irrumpido en los pueblos y aldeas exponiendo una serie de conceptos totalmente nuevos y que chocaban frontalmente con lo que estaban acostumbrados a oír.

Pues bien. Una de esas personas, que a mí siempre me ha llamado poderosamente la atención, es Zaqueo. ¿Por qué me llama la atención? Sencillamente porque en una perícopa con apenas 10 versículos, hay muchas cosas para pensar y para deducir, tanto por parte de Jesús como por parte del mismo Zaqueo. ¿Quién es ese personaje? Su encuentro con Jesús nos lo refiere San Lucas de forma muy breve: Jesús atraviesa Jericó y le sigue una muchedumbre. Nuestro personaje, bajo de estatura y con una curiosidad sin límites, se apresura a salir a su encuentro, pero debido al gentío debe subirse a un sicómoro para ver ‘cómo es’, quién es.

Su sorpresa es mayúscula cuando oye una voz muy clara que le dice sin rodeos: ‘Zaqueo, baja pronto que hoy me hospedaré en tu casa’. Eso ya era demasiado. Mucho más de lo que esperaba. ¡Podría hablar en su propia casa con Él! Yo he intentado meterme en su piel e imaginar los nervios y la emoción que sentiría para llegar rápidamente a su casa y prepararlo todo para recibirle. El camino hasta su casa tal vez le pareciese más largo que de costumbre.

El Evangelio nos cuenta que era ‘jefe de publicanos y rico’. Podemos imaginarnos cómo habría amasado su fortuna, pero también nos podríamos imaginar que en el fondo aún quedaba algo bueno y de honradez consigo mismo, que es lo que le llevó a conocer a Jesús. Y éste, no sabemos cómo lo supo, pero aprovechó ese rescoldo que aún le quedaba para hablarle y llegar hasta lo más íntimo de su corazón.

El resultado ya lo conocemos: ‘Señor, doy la mitad de mis bienes a los pobres, y si a alguien he defraudado en algo, le devuelvo el cuádruplo’. La respuesta de Jesús, pienso que con el rostro transfigurado por la magnífica respuesta de su anfitrión, no se hizo esperar: ‘Hoy ha venido la salud a tu casa, por cuanto éste es también hijo de Abraham; pues el Hijo del hombre ha venido a buscar y salvar lo que estaba perdido’. (Lc. 19, 1-10).

Lo curioso es que el Evangelio ya no vuelve a mencionar a Zaqueo ni tampoco la forma en que hizo realidad su compromiso de honradez ante su invitado. Pero eso es lo de menos. A fin de cuentas el centro del Evangelio es aquel Niño nacido en Belén que ya es adulto y comienza su misión. Lo realmente importante es su reacción y la alabanza de Jesús. Es toda una lección para cada uno de nosotros.

Zaqueo, conversando con el joven rabí que ansiaba conocer, descubre el Amor, el perdón y la acogida del Padre. Y Zaqueo cae rendido ante ese Amor y responde ante esa llamada con una generosa reacción alabada por Jesús. Desde el momento en que abrió su corazón a Dios, por encima de los respetos humanos y del ‘qué dirán’, encontró una felicidad en la que jamás hubiese podido soñar. Se transformó en una persona LIBRE rompiendo las cadenas que le ataban a su esclavitud: el dinero fundamentalmente y, también, cargos y prestigio ante el invasor de su pueblo,…

Otra razón por la que me atrae la figura de ese personaje es por la enorme vigencia y actualidad que tiene para las personas de nuestros días. Por esa razón pregunto en general: ¿Cuántos Zaqueos existen hoy entre nosotros? ¿Cuántos hay a nuestro alrededor? Acaso nosotros mismos seamos uno de ellos. Sea como fuere, pienso que deberemos bajar de nuestro ‘sicómoro’ personal para dar una respuesta al Maestro que nos pide hospedarse en nuestra casa, en nuestro corazón. Y hablarle y escucharle cara a cara, abiertamente, como el Zaqueo histórico. Y darle también, como el Zaqueo histórico, una respuesta audaz y comprometida para siempre. Sin volver la mirada atrás una vez puesta nuestra mano en el arado, porque ‘nadie que después de haber puesto la mano sobre el arado mire atrás, es apto para el Reino de Dios.’ (Lc. 9, 62).



El Padre siempre nos espera con paciencia infinita. Jesús siempre nos alienta y ayuda. El Espíritu siempre nos empuja y estimula. La Virgen, Madre de Dios y Madre nuestra está en permanente intercesión por nosotros. ¿Cuál es nuestra respuesta?

No hay comentarios: