Soy consciente de que el hecho de poner el título entre interrogantes, da pie a que se puedan preguntar ustedes si es que dudo sobre la prohibición de robar, por lo tanto antes de meterme en el tema les aclaro que estoy totalmente de acuerdo con el séptimo precepto del Decálogo, porque al venir de Dios, ¿quién soy yo para dudarlo?
Lo he puesto así porque personalmente me parece que no debemos contemplar solamente el hecho del robo en sí mismo, sino todo lo que conlleva esa conducta de miserable, ruin y rastrero. Va más allá del simple hecho de ‘quitar algo a cualquier persona contra su voluntad’.
Fíjense que el mismo Dios, cuando está dando esta normativa, le dice al pueblo a través de Moisés: ‘No codiciarás la casa de tu prójimo, ni su mujer, ni su siervo, ni su sierva, ni su buey, ni su asno, ni nada que sea de tu prójimo’. (Ex. 20, 17). Es que el planteamiento es anterior al robo en sí mismo: No se debe codiciar nada que no sea nuestro, que nos hayamos ganado con nuestro sudor, esfuerzo y trabajo.
El Libro del Eclesiástico o Sirácida dice también: ‘Con escaso alimento vive el pobre, privarle de él es cometer un crimen. Mata al prójimo quien le quita el sustento, derrama sangre quien priva de su sueldo al jornalero.’ (Sir. 34, 21-22). ¿Qué podemos decir de esto? Me temo que mucha gente tendría que revisar sus conductas, porque la prensa diaria y los telediarios nos están trayendo todos los días noticias que, desgraciadamente, no hacen realidad esta voluntad manifiesta del Creador.
Pienso que en este Mandato divino también se puede entrar en el campo de la reflexión y fijarnos en la pérdida de esos valores humanos llamados honradez; respeto a los bienes de otras personas legítimamente adquiridos, quién sabe a costa de cuántos esfuerzos, renuncias y dificultades. Y, por supuesto, el respeto a las propias personas
Y lo que es peor. Además del robo en sí mismo, la burla o mofa que hacen de esas personas despreciando a toda la familia, con quienes en ocasiones se emplea, además, la violencia física.
Humanidad. ¿Dónde vas que te alejas de tu Señor y Hacedor? Las personas decentes, honradas, nos encontramos impotentes ante estas situaciones. ‘Señor, ¿quieres que mandemos que baje fuego del cielo y los consuma?’ (Lc. 9, 54-55). Eso lo dijeron Santiago y Juan a su Maestro, el cual les reprendió. El camino va por otro sitio.
Y a propósito de fuego. ¿Qué pensar de los pirómanos? Además de destruir la Naturaleza, ¿no están robando a todas las personas del planeta el oxígeno que producen los áboles y plantas que queman, necesario para todos? A todas las familias que con sus incendios les queman sus hogares y, en algunos casos, los dejan hundidos en la miseria, ¿qué les quitan? ¿Qué nombre le podríamos dar a eso? Siguiendo en esta línea, ¿qué podemos decir de los bomberos que por apagar el incendio pierden sus vidas en acto de servicio? Sus familias, ¿cómo quedan?
No estoy escribiendo en el aire. Desgraciadamente este verano en España hemos sufrido la quema de muchas hectáreas de terreno, han ardido viviendas construidas en esos parajes y unos bomberos murieron intentando apagar las llamas. ¿Y en el resto del mundo? Escribo textualmente: ‘Los incendios forestales cercan Atenas tras devorar más de 12.000 hectáreas’ (Diario ‘Las Provincias’ del 24 de agosto). ‘El fuego amenaza a más de 10.000 hogares en Los Ángeles. Más de 14.000 hectáreas arrasadas)’. (Diario ‘Las Provincias’ del 31 de agosto). Ignoro si en esos casos fueron intencionados o no, pero como botón de muestra son suficientes.
Son hechos e interrogantes que nos hacen plantear el Séptimo Mandamiento desde una perspectiva diferente al simple hurto o robo que todos conocemos.
¿Seguimos con la casuística? Estamos viviendo unos terribles casos de gentes sin escrúpulos que engañan a jóvenes muchachas con falsas promesas de contratos laborales en otros países y cuando llegan a su destino se las despoja de sus pasaportes y de cualquier documentación y las dedican a la prostitución en contra de su voluntad. Pensemos. ¿Qué se les está robando a esas muchachas? ¿Sus documentos? Sí, pero mucho más. Me atrevo a decir que también se les quita su condición de personas libres para convertirlas en esclavas del sexo.
¿Y los que trafican con pornografía infantil? A esos niños se les está robando la inocencia como mínimo y acaso eso deje huellas muy hondas en su personalidad, tal vez irrecuperables.
El mismo Jesucristo en el Evangelio nos lo dice muy claro: ‘Es de dentro del corazón de los hombres de donde salen los malos pensamientos, fornicaciones, robos homicidios, adulterios, codicias, perversidades, fraude, libertinaje, envidia, injuria, soberbia e insensatez. Todas estas maldades salen de dentro y manchan al hombre’. (Mc. 7, 21-23).
La Pasión de Cristo sigue en las calles, en los montes,…en el mundo…a través de estas personas que sufren. Nuevos Judas vuelven a vender a esos Cristos dolientes de hoy, con sus comportamientos deshumanizados carentes de escrúpulos, por unas monedas de plata. Sí. El ‘no robarás’ trasciende, en mucho, el sentido primitivo que tenía.
Todas las personas sin excepción tenemos una dignidad que nos viene de Dios y como tal es intocable. Debe ser intocable. Y eso no admite ninguna negociación. Somos, o al menos debemos ser, espejos de Dios. Y el honor de Dios es, o al menos debe ser, el nuestro. Dios sigue y seguirá llamando a la conversión. A volver con Él. Pero algunos ‘Tampoco se arrepintieron de sus delitos, sus maleficios, su lujuria y sus robos’. (Ap. 9, 21). Pero nunca es tarde. Jesucristo seguirá llamando a las puertas de todos, porque Él vino, precisamente, a llamar a los pecadores. Para eso nos dejó esa magnífica parábola del ‘Hijo pródigo’.
Él espera con paciencia infinita. Porque quiere. Y, sobre todo, porque nos quiere.
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Ciertamente he tardado un poco en escribir la continuación de la
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