domingo, 27 de septiembre de 2009

La Palabra

A estas alturas pienso que ya se ha visto que el protagonista indiscutible de este blog es Jesús de Nazaret, el LOGOS, la Palabra de Dios que se hizo uno más como nosotros, exactamente igual que nosotros, excepto en el pecado, como tantas y tantas veces nos recuerdan San Pablo y otros autores cristianos.

Yo he leído expresiones de diversos autores en las que exponen diversas formas de mencionar al Salvador. Una de ellas hizo que me detuviese en su significado y me sirvió como meditación en varias ocasiones: ‘Jesús es el Rostro de Dios en la tierra’ o ‘Jesús es el rostro humano de Dios’.

La respuesta está contenida en la Palabra. Si leemos la Biblia y nos detenemos a meditar con ella y también a estudiarla un poquito, veremos que desde el principio, cuando la primera pareja humana rompe su relación con su Creador, éste no los abandona sino que inmediatamente surge la promesa de la Redención cuando se dirige a la serpiente diciéndole: ‘Pondré enemistad entre ti y la mujer, entre tu linaje y el suyo; él te herirá en la cabeza, pero tú sólo herirás su talón.’ (Gen. 3, 15).

Pasaron los siglos y los milenios. ‘Y la Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros; y hemos visto su gloria, la gloria propia del Hijo único del Padre, lleno de gracia y de verdad.’ (Jn. 1, 14). Y al tomar nuestra naturaleza, Dios se hace visible a través de Jesús de Nazaret, con su propia figura, con su propio rostro. Hombre y Dios verdadero. Es el rostro de Dios entre nosotros los humanos. Es el gran regalo de Dios a la Humanidad, que todavía, al cabo de más de dos milenios de su nacimiento, aún no se ha acabado de enterar de este magno acontecimiento.

Y cuando comienza su vida pública y su misión se empieza a vislumbrar, la Palabra, igual que cuando actuó en la Creación, comienza a hablar y a dar a conocer la voluntad del Padre, más cercano a nosotros de lo que nos podamos imaginar, porque ‘la Palabra era Dios’ (Jn. 1, 1-2). Y ahora la pregunta: ¿Somos capaces de abrirnos a la Palabra, es decir, a Dios? Si fuésemos capaces experimentaríamos en nosotros el significado profundo de ‘Mi paz os dejo; mi paz os doy’ (Jn. 14, 27). Y la alegría que sentiríamos en nuestro interior se proyectaría a los demás desde la misma Fuente de la alegría.

El profeta Jeremías hace una referencia a la Palabra diciendo: ‘¿No es mi palabra fuego, oráculo del Señor, y martillo que tritura la roca? (Jer. 23, 29). Y no es el único. Profeta es ‘hablar en nombre de otro’. En este caso los profetas bíblicos hablan en nombre de Dios. Y en este sentido, Isaías también refiere: ‘Como la lluvia y la nieve caen del cielo, y sólo vuelven allí después de haber empapado la tierra, de haberla fecundado y hecho germinar, para que dé simiente al que siembra y pan al que come, así será la palabra que sale de mi boca: no volverá a mí de vacío’. (Is. 55, 10-11).

Y esta constante se va repitiendo. Ya en el Nuevo Testamento hay quien recoge este hecho y en la carta a los Hebreos expone el por qué de estas afirmaciones: ‘Porque la Palabra de Dios es viva, eficaz y más cortante que una espada de dos filos: penetra hasta la división del alma y del espíritu, hasta las coyunturas y tuétanos, y discierne los pensamientos y las intenciones del corazón’. (Heb. 4, 12).

Y todo esto va encaminado también para nosotros en concreto. Israel recita en la oración de cada día: ‘Shema, Israel. (Escucha, Israel): el Señor es nuestro Dios, el Señor es uno.’ (Dt. 6, 4). E Israel permanece a la escucha de la Palabra de Yavéh, porque es el centro de su existencia y de su razón de ser.

Y esto mismo va para nosotros: ‘Escucha Humanidad. Escucha mujer. Escucha, hombre. El Señor es tu Dios y Jesucristo, Dios e Hijo de Dios, ha venido para hablarte directamente y no por medio de profetas. Escúchale y haz de la Palabra carne de tu carne y vida de tu vida’. Entonces se abrirá ante nosotros la gran realidad: ‘Vi luego el cielo abierto y apareció un caballo blanco. Su jinete, llamado el Fidedigno y el Veraz, juzga y combate con justicia. Sus ojos son como llamas de fuego y múltiples diademas adornan su cabeza. Lleva escrito un nombre que sólo él sabe descifrar. Va envuelto en un manto empapado de Sangre y su nombre es Palabra de Dios’. (Ap. 19, 11-13).



Ya ven que a través de ese ‘Rostro de Dios entre nosotros’ se pueden descubrir muchas cosas. Y nosotros tenemos a nuestro alcance la lectura de la Palabra para acogerla en nosotros, la meditación posterior para profundizar en su significado, en el mensaje que nos puede aportar a cada uno en concreto, y la contemplación de lo meditado para ir saboreando ya el Reino de Dios en este mundo. Y todo ello para transmitirlo, como testigos de la Palabra, a nuestros semejantes a través de los talentos que Dios nos ha dado, de las mil una formas: TV., radio, prensa, charlas, internet, parroquias, familia,…

Les dejo con el Salmo 119 (118), 89-93:


Señor, tu Palabra es eterna, más estable que el cielo.
Tu fidelidad permanece de generación en generación,
más firme que la tierra que Tú fundaste.
Por tus mandamientos subsiste todo hasta hoy,
porque todo está a tu servicio.
Si tu Ley no hubiera sido mi delicia,
yo habría perecido en la miseria.
Jamás me olvidaré de tus decretos,
pues por medio de ellos me has dado la vida.

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